domingo, 1 de junio de 2008

Jiddu Krishnamurti y Aurelio del Portillo García.

¿Puedo contemplar algo sin pensar en ello, antes de nombrarlo? Incluso se plantea el tiempo, en su dimensión psicológica, como una forma de explicar, de desplegar realidades, y se ha definido su entidad como una creación del movimiento mental del pensar, como algo fabricado por el pensamiento y de alguna manera connatural con él (KRISHNAMURTI y BOHM, 1996). No se va a entrar en esta ocasión en el fondo de la idea, que seguramente pasa por valorar de qué antiguos miedos proviene esa pulsión imperiosa del ser humano por dominar todo tipo de realidades en las redes de múltiples lenguajes y representaciones mentales, pero sí se plantea como necesario precisar que no se está hablando de una sola modalidad del pensar, del pensamiento verbal, sino de otras muchas que pueden adquirir matices incluso más sutiles y por lo tanto más cercanos a las formas mentales implicadas en los procesos creativos. Estamos acostumbrados a tener en una muy alta estima el acto de pensar como algo definitorio de la categoría y dignidad humana, pero en muchos casos puede que no seamos conscientes de que al mismo tiempo estamos encerrándonos en nuestra propia trampa, al limitar nuestra experiencia al ámbito de estructuras conocidas y cerradas con las que de alguna manera nos hemos acostumbrado a filtrar e interpretar el mundo y la vida. Se habla, pues, para limitar la limitación, de diferentes tipos de pensamiento tales como el pensamiento visual (ARNHEIM, 1986), el pensamiento corporal o el pensamiento dimensional (ROOT-BERNSTEIN, 2002, pg. 197), aunque como denominador común estará siempre la figura limitada del pensador:

“El cambio supone cierto lugar en que me sitúo y desde donde veo desfilar las cosas; no hay acontecimientos sin un alguien al que ocurren y cuya perspectiva finita funda la individualidad de los mismos” (MERLEAU-PONTY, 1975; pg. 419).

LA ASIMETRÍA CEREBRAL. Pautas y Ritmo en los procesos creativos.
Aurelio del Portillo García.
Profesor de Realización Audiovisual. Universidad Rey Juan Carlos.

http://www.icono14.net/revista/num6/articulos/articulo%20aurelio/Aurelio_del_Portillo.pdf

Jiddu Krishnamurti y Freddy Quezada.

Krishnamurti (1997) no es un científico, sino un sabio. La diferencia entre uno y otro, entre otras, es el manejo de las paradojas, como lo han visto varios académicos ingleses (Sternberg, 1994). Tan es así, que Fitoj Kapra en su obra El Tao de la Física, conmovió a la nueva generación de científicos haciendo ver que a la física cuántica no le servía ya el viejo lenguaje dual, positivista y lineal de la antigua para describir las cosas. Karl Pribram y David Bohm, otros dos titanes científicos, dijeron también algo parecido que, curiosamente como Wilber, lo conocieron y escucharon.

Krishnamurti a diferencia de Wilber, no estima el pensamiento, lo concibe como la fuente de los problemas y en ningún caso de las soluciones. El pensamiento es el padre de los dualismos de todo tipo, tiene su origen, su principio, en la conciencia que genera la división entre el observador y lo observado, cuando en realidad, “el observador es lo observado, y cuando uno ve eso, cuando ve la futilidad del análisis, ya nunca volverá a analizar”. (Krishnamurti, 1997: 46).

Pero sobre todo, el pensamiento es tiempo. El pasado siempre está proyectando el futuro, buscamos lo que una vez perdimos (el paraíso) y: “Lo que somos es una serie de conclusiones. El pensar es la repuesta de la memoria. Somos el pasado”. (íbid: 129). El observador es memoria, es decir, el pasado. Todo lo que vemos ya lo vimos. “El pensamiento es siempre viejo, porque responde desde el pasado; por lo tanto, el pensamiento jamás puede ser libre” (íbid: 169). La vida, lo real no se repite; los conceptos, sí. Estos últimos tienen el poder performativo de hacernos creer que la realidad tiene regularidades. Mientras se mantenga la novedad se mantiene el asombro; nombrada, citada, para controlar o conocer que es lo mismo, pierde la frescura.

EL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO
Freddy Quezada
http://caosmosis.acracia.net/wp-content/uploads/2007/08/quezada-pensamiento-contemporaneo.doc

Jiddu Krishnamurti y Meenakshi Tapan.

La influencia del filósofo J. Krishnamurti en la idiosincrasia de la educación alternativa india ha sido inconmensurable, aunque muchas veces no se deje sentir en la educación secundaria formal. Krishnamurti no era un educador en el sentido estricto o formal de la palabra, ya que carecía de títulos oficiales que lo autorizaran a divulgar o promover objetivos de la educación o a fundar centros educativos. A todas luces, su preocupación por lo que él entendía como “buena educación” no obedecía al deseo de ofrecer soluciones temporales a los problemas de la sociedad, ni a un intento de paliarlos enseñando simplemente a la población a leer y escribir. Se ha descrito a Krishnamurti como “un maestro revolucionario […] que trabajaba incansablemente para despertar a la gente, despertar su inteligencia, su sentido de la responsabilidad, despertar una chispa de descontento”, y su compromiso con este despertar de las conciencias se basaba indudablemente en una “fuerte pasión moral” (Herzberger y Herzberger, 1998), que fue el fundamento de su búsqueda incesante de una “buena sociedad”, fundamentada a su vez en los “valores correctos” y las “relaciones correctas”.

Krishnamurti fue un filósofo cuya apasionada búsqueda de la “buena sociedad” no se basaba en ninguna tradición religiosa o política concretas. No pretendía seguir una vía determinada para infundir la “bondad” en los individuos y en la sociedad. Para ello no se apoyaba en ningún instrumento o medio externos, sino en un descubrimiento interior que debía trascender la materialidad del cuerpo y originar una “mutación” en la mente humana.1

Así pues, el cambio no podía venir por medios externos, ya fueran éstos revoluciones políticas o movimientos sociales, sino solamente a través de una transformación total de la conciencia humana que no requería prácticas de tipo mecánico, como ciertos ritos religiosos, ni la adhesión a ningún dogma. Krishnamurti fomenta, por el contrario, la “mirada crítica” o el “conocimiento sin elección” como forma de autodescubrimiento (Martin, 1997, pág. xi), en lugar del “pensamiento crítico”, procedimiento más conocido.

La filosofía de Krishnamurti, que rechazaba todo apoyo espiritual o emotivo y que no admitía ningún apego psicológico o intelectual a la persona del maestro, no podía ser vista con buenos ojos en la India. Además, su tarea resultaba bastante difícil, sobre todo teniendo en cuenta que la tradición hindú de la India se basa en una fe inquebrantable al maestro y una devoción incondicional a su persona como medios para alcanzar el bienestar psicológico, espiritual y social. La ruptura de Krishnamurti con la tradición y con toda forma de autoridad demuestra su gran fuerza como filósofo, pues de hecho fue como una bocanada de aire fresco para cuantos pugnaban por penetrar en las profundidades de la conciencia y la existencia por las vías tradicionales del entendimiento.

1. Krishnamurti creía de hecho que gracias a una renovación interna y a la introspección correspondiente, se producirían una modificación real de las células del cerebro y una renovación de las mismas (Krishnamurti, 1978). Mary Lutyens, su biógrafa, añade que se ha dicho que Krishnamurti estimaba que “el autoanálisis puede modificar físicamente el cerebro y actuar de manera progresiva hasta producir la curación del daño ocasionado por todos los años de mal funcionamiento” (Lutyens, 1988, pág. 19). David Bohm, el famoso físico, ha analizado a fondo la teoría de Krishnamurti sobre la mutación de las células cerebrales y ha llegado a la conclusión de que “la investigación moderna del cerebro y del sistema nervioso viene a apoyar en buena medida la pretensión de Krishnamurti de que la introspección puede modificar las células cerebrales [...]

Existen sustancias importantes en el organismo, las hormonas y los neurotransmisores, que afectan fundamentalmente a todo el funcionamiento del cerebro y del sistema nervioso. Estas sustancias reaccionan [...] a lo que una persona sabe y piensa, y a lo que todo esto significa para ella” (citado en Lutyens, 1988, pág. 19); ver Bohm (1986). Para su famosa obra en la que propone una teoría revolucionaria de la física, similar a la idea del “todo de la existencia” de Krishnamurti, ver Bohm (1980); como obra más reciente, ver Krishnamurti y Bohm (1999).

http://www.ibe.unesco.org/publications/ThinkersPdf/krishnamurtis.pdf

* Meenakshi Thapan (India)

Doctora en sociología por la Universidad de Delhi. Actualmente es catedrática en el Departamento de Pedagogía de esa Universidad. También ha enseñado en el Departamento de Sociología de la Facultad de Economía de Delhi y en la Universidad de Chicago. Es especialista en sociología de la educación, en temas relacionados con el género y en métodos de investigación. Autora de Life at school: an ethnographic study (1991) [La vida en la escuela: estudio etnográfico], ha editado Embodiment. essays on gender and identity. (1997) [La personificación: ensayos sobre el género y la identidad] y Anthropological journeys: reflections on fieldwork (1998) [Viajes antropológicos: reflexiones sobre trabajo en el terreno]. También ha publicado reseñas de trabajos de investigación en revistas indias y extranjeras.

lunes, 19 de mayo de 2008

Jiddu Krishnamurti y el Boletín Internacional de la Estrella.

Boletín Internacional de la Estrella de 1929.
http://upasika.com/boletin_estrella.htm

Fotos  de la Orden de La Estrella.
http://picasaweb.google.com/Fogg.Phileas/OrdenDeLaEstrella

Revista Sophía de 1910.
http://upasika.com/sophia_1910.htm

viernes, 14 de marzo de 2008

Jiddu Krishnamurti y "The Role of a Flower".

THE ROLE OF A FLOWER, BROCKWOOD PARK, A TV INTERVIEW OCTOBER 1985.


Interviewer: For years people have invented and endured all kinds of disciplines, deprivations and discomforts in the hope of achieving enlightenment. Spending a week under canvas in Hampshire hardly ranks with some of the great sacrifices that litter the history of practically every religion. The atmosphere here at Brockwood Park is that of the international camp site. The only ceremonies and rituals performed are self- imposed. The man that more than three thousand people have come to hear has rejected all of the panoply and dogma imposed by organised religion, he has even rejected the role for which he was groomed, Messiah. He is Jiddu Krishnamurti.

Listener: I have come to hear Krishnamurti.

Interviewer: You are first in the queue, how long have you been waiting for?

Listener: Since about ten fifteen last night.

Interviewer: Why was it important to get there quite that early?

Listener: To be close.

Listener: He invites one to have a conversation with him. He is always saying, can we discuss together, this, that and the other, and this is an invitation really to participate. And that you can't do if you are a quarter of a mile down the tent.

Listener: He is very profound, and I think if you can listen to him something in your brain might start happening.

Listener: It probably shouldn't be necessary to come every year, once you've heard it you've heard it, but it's like looking at a mountain or a tree, it's good to come.

Interviewer: Now in his ninety-first year Krishnamurti has been described as one of the greatest philosophers and teachers of all time, a role he can hardly have anticipated fifty-six years ago, when to the profound shock of his devoted followers, he announced he was not the Messiah, and dissolved the organisation of which he was the head.

Krishnamurti never refers to himself as, I, always as K, or the speaker. So what is the role of the man they have come to hear?

Krishnamurti: What is the role of a flower? It just exists. And those who like to go and look at it, smell it and like it, say, what a beautiful flower it is, it exists.

Interviewer: Krishnamurti presents a calm and conventional exterior, with a stunning lack of pomp and ceremony he sits, very upright and very still on a hard straight backed chair, and talks without notes and without preparation for at least an hour. Looking at this slight unassuming figure it is hard to believe his bizarre and extraordinary history. He was born in 1895, the eighth child of a Brahmin family, the highest caste at a time when the system was rigidly observed. He was very close indeed to his mother, who, before he was born, said she had a premonition that he would be in some way remarkable. She died when Krishnamurti was ten years old and the family moved to Adyar, near Madras. It was here living in extreme poverty that he was spotted by Charles Webster Leadbeater, a leading figure in the Theosophical Society. Theosophy was a world movement which embraced all religions. They believed that following on Buddha, Krishna and Christ the world was ready for the next incarnation of the Messiah. Its president, Annie Besant was a flamboyant figure, who fought uncompromisingly for a whole range of social reforms in Britain and India. Krishnamurti must have looked an unlikely candidate, undernourished, with crooked teeth and a vacant expression. But Leadbeater said the child had an aura of unselfishness, he was the chosen one. Mrs Besant adopted him and began grooming him for his future role by bringing him to England.

One of the first people he met was Lady Emily Lutyens, wife of the architect Sir Edwin, a committed theosophist she took him straight to the heart of her family. Her daughter Mary, now aged seventy-seven is Krishnamurti's oldest friend and his biographer. She remembers vividly the moment that Krishnamurti and his younger brother Nitya arrived in London.

Mary Lutyens: These two little boys arrived in England, my mother saw them and took enormous pity on them. They were wearing European clothes for the first time, they were in Norfolk jackets and shoes which pinched them, they looked miserable, shivering with cold, and she mothered them.

Interviewer: How did you feel about him?

Mary Lutyens: I didn't think he had a brain, that he was very simple, very simple minded. It's absolutely staggering to me looking back what he can do now, what's come out of him now. I just can't believe it sometimes. You wouldn't really think that every single thing he says, it may appear to be like Buddhism, it may appear to be like this, that or the other, it may be a certain bit of the Sermon on the Mount, I don't know, but he would know it, he had never read it, so everything he has discovered for himself. And what amazes me is what he has found in himself from that very vacant, certainly very unintelligent young man.

Interviewer: Krishnamurti and Nitya were introduced to a rich and aristocratic Edwardian London. Of the two brothers Nitya was considered the quicker and brighter. His death some years later was to affect Krishnamurti deeply. Over the following years the brothers travelled all over Europe, to America and Australia. Theosophists everywhere eagerly awaited the day when Krishnamurti would assume the role for which he was destined.

Krishnamurti had a fascination for all things mechanical. He taught Mary Lutyens how to drive; the relationship blossomed. Was she in love with him?

Mary Lutyens: Yes, I had been in love with Nitya, tremendously, he was the love of my life and then I suppose I was in love with Krishna after Nitya's death. He wrote wonderful letters and unfortunately I destroyed all his letters to me.

Interviewer: Was there a point at which he ever really believed that he was going to be the new Messiah?

Mary Lutyens: Yes, definitely. He did believe. And there was a wonderful occasion when we had all been in Sydney under Mr Leadbeater and we came back for the Jubilee convention at Adyar, that was its fifty year, I suppose, in 1925, and it was rather expected that the Lord would speak through him for the first time. And I was there and he was speaking at 8.0 o'clock under the banyan tree, it was a wonderful place, and he was talking about when he comes - which he used to talk about in those days, when he comes - and he suddenly changed to saying, `I come' and it was an absolutely thrilling moment.

Interviewer: Krishnamurti was extremely grateful to all those who had such a trusting faith in him. He tried his best to please them, going to huge Theosophical gatherings, and undergoing, for him, the torture of getting up and speaking in public. Obviously the Theosophists influenced him but it seems only superficially. All the time he was working out his own philosophy, his own view of how to arrive at the truth. The time bomb had begun to tick. In 1929 at a vast gathering of Theosophists at Ommen in Holland it exploded.

Mary Lutyens: I think it was in the morning he spoke up and said, I am now going to dissolve the Order of which I happen to be head. You can go and join another Order if you want to, I don't want followers. If there is one person who understands it can do more good than all these three thousand people here. And it was a big and very rich organisation and he gave it all completely away, all the land, and all the property and the Castle Eerde that had been given, he gave it all back to the owners. And he divested himself of all property. One of the things, the very lovely speech that he gave on that occasion, was to say, Truth was a pathless land, you cannot get to it by any path whatever.

Interviewer: In what became his most famous speech, Krishnamurti said, `This is no magnificent deed because I do not want followers, and I mean this. The moment you follow someone you cease to follow truth. I am concerning myself with only one essential thing, to set man free. I desire to free him from all cages, from all fears, and not to found religions, new sects, nor to establish new theories, and new philosophies.' The speech was such a shock to many of the followers that they turned away from the man from whom they had expected so much. Others took a different view; today one of those early devotees travels every year from New Zealand to hear him speak, Basil Gossage.

Basil Gossage: To some it was a very traumatic experience, the end of the world. In my own case I thought, well, if K has got the - pardon the phrase - the spiritual guts to do that, to say, I am disbanding the Order, it is not necessary, truth is a pathless land, I thought, well he'll do me. At least he is one hundred per cent honest. That's been born out over fifty-five years.

Interviewer: Krishnamurti has developed and expanded his teaching but he still rejects all organised religion.

Krishnamurti: You see we are now trying to impose morality on people. Right?

Interviewer: Many religions have tried.

Krishnamurti: I know, I know. They have failed. Why?

Interviewer: You tell me, why?

Krishnamurti: Because they are based on some belief which has no value at all, on some dogma, faith, and do this, don't do that - that's what religions have done.

Interviewer: They would say they are all different ways, different paths.

Krishnamurti: Ah, that's all the good old game, different paths. Because I am a Hindu and I say, that's my path, you are a Christian and you say that's your path. It's nonsense. Path to what? They say to god, to truth, as though fixed, god and truth are stationary.

Interviewer: Aren't they?

Krishnamurti: A living thing can't be stationary.

Interviewer: The people who come to the gatherings are a disparate bunch of all nationalities, rich and poor, no one ever counts how many come and though there is a collection no one is charged admission. If they have anything in common it seems to be an intellectual rather than a spiritual approach to life, though Krishnamurti teaches that too much thought is one of man's biggest problems.

Are they expecting you to be their authority, do you think?

Krishnamurti: Partly. And partly also they want somebody to tell them what to do.

Interviewer: They must be very disappointed when they don't.

Krishnamurti: Yes. Not disappointed, they say, well what the devil is he talking about. Or, say, I must understand what he is talking about. You are not understanding somebody, you are understanding yourself.

Listener: I feel I understand intellectually, but actually in my life I think it is rather limited. I mean the actual - it hasn't changed me completely, that's what I mean. When I hear him I think I understand completely what he is saying in terms of the words he uses and so on, but it doesn't have its corresponding effect in my life.

Interviewer: Why is that?

Listener: I don't know, I think the self seems to be so strong, and one resists it so completely.

Listener: He really is nobody. And if we could understand that completely that might change our lives. But we don't.

Interviewer: What do you get out of coming then?

Listener: Pardon?

Interviewer: What do you take away from a week here?

Listener: That's the whole problem, we all want to have something, that's the problem. It's understandable though but that's our problem, we are greedy, we want it. And may be that works too. If you really want it you might get it.

Interviewer: It being what?

Listener: If you don't really want it you won't get it.

Interviewer: It being what?

Listener: I don't know, what do you want?

Listener: It depends how you listen. He is very repetitious if you don't really listen and you are just aware of the words and the superficial meaning; whereas if you really listen, you can say that the bird singing in the garden is repetitious, the blackbird sings the same week after week, but if you really listen it's always new. And the same thing with Krishnamurti, if you really listen it's new.

Krishnamurti: There is an art of listening, when you listen to Beethoven or Mozart and so on, you listen, you don't try to interpret it, unless you are romantic, sentimental and all that, you absorb, you listen, there is some extraordinary movement going on in it, great silence, great depth and all that. So similarly if you can listen, not only with the hearing of the ear, but deeply, not interpret, not translate, just listen.

Interviewer: When they all leave the tent and they say, what he really meant was.

Krishnamurti: Then you are lost.

Listener: I remember when I listened to him for the first time it was nearly impossible because I couldn't accept what he was saying.

Interviewer: Why?

Listener: Because it's very strong, he throws you back to all your things you can't accept. You see you are greedy, you are jealous, you are all that, and you know you are. But when he throws you back at this you say, no, I don't like to see that. Now after some years I got very used to look at this because I wanted to, because it got really very much easier to accept it than running away from it because if I run away from it I got always more fear and fear because the thoughts go round and round. So now I would say I don't know if I understand him, but I understand myself a little bit better.

Krishnamurti: Our brain is very limited. Our brain is so heavily conditioned by the scientists, by propagandists, by religion, by all the historical events, whether it is Lenin or somebody else, our brains are conditioned. And we live in that condition. Right? And that conditioning is creating havoc in the world.

Interviewer: Is there a way out of that?

Krishnamurti: Yes there is. That requires a great deal of enquiry, you cannot just say, well, tell me in two words.

Interviewer: People have tried to say in two words things like, love one another, turn the other cheek, but there are no easy solutions?

Krishnamurti: Of course not. But you see, is there an easy solution for a blade of grass that grows in the cement? There is a path there, and you see grass pushing, pushing, pushing, if it has life it goes through. Right? A blade of grass. As our brains are terribly limited, our life is limited. Right? And can that brain which has evolved through millennia, can that brain radically change?

Interviewer: Do you think that he is very insulated and protected by this life style, that he doesn't really understand the problems that most people face.

Mary Lutyens: I think he does, but I think he feels that they make problems where there needn't be problems, by not actually seeing what their problems are. I think people do make problems that aren't necessary. And I don't see that it makes him any - they expect him to dress, perhaps some people, in sack cloth and ashes, and grow his hair and his beard, but does that really make you a more religious person?

Interviewer: Is it possible that someone could come here to one of the talks, hear what you say, hear in himself, or herself, the truth and then go away and live in this quick result, quick society. Can the two co-exist?

Krishnamurti: Of course. This has been one of the questions that has been troubling people. Can I live in this monstrous society, immoral, corrupt and all the rest of it, with complete honesty by myself? Of course you can. So you have to ask, what is society. Right? Is society different from me? Or I am society? I don't know if you follow this.

Interviewer: Yes.

Krishnamurti: I am society, I have created the awful thing. I am part of it. Society is not different from me. Right? So I don't reform the outer circle, social reform, you know all the political game that is going on. First I put my house in order - my house, deeply, my house in order, and then there will be order out there. If you and I, all of us who are listening, put our house first in order we have created a new society.

Interviewer: It's a message that Krishnamurti believes could radically change the world in which we live, even if only a few of the thousands who listen actually understand. What happens in the tent is intended to be a conversation, but only rarely do the audience actually respond. They sit almost as rigid as the speaker, grappling with his often enigmatic utterances. Few of them probably have any idea of Krishnamurti off stage, of his love of good clothes and pleasant treats.

Mary Lutyens: You should see him when he comes to London.

Interviewer: Why?

Mary Lutyens: How elegant he looks then.

Interviewer: What does he like to do when he comes to London?

Mary Lutyens: He goes to his tailor, and he comes up for the dentist, and we always have lunch at Fortnum and Masons in a very quiet place at the top, the fourth floor, and to get his hair cut. Otherwise he hates London.

Interviewer: A lot of people would be horrified to think that someone that is preaching self-effacement, self-discovery, actually enjoys all those material and worldly things.

Mary Lutyens: He doesn't tell you to give up happiness, or to give up joy. I mean if you enjoy doing something, for goodness sake do it.

Interviewer: Krishnamurti leads a life untroubled by money worries, like the queen, he has distanced himself from it, owing none and handling none. His personal expenses are met by friends and the organisation of all the books and conferences is done by the Krishnamurti Foundation, a registered charity. The conference is held in the grounds of the Krishnamurti School; here in an enormous marquee K plays host.

Krishnamurti: I have forgotten the name of it, you know, from Japan.

Listener: Macrobiotic.

Krishnamurti: Macrobiotic, that's it. Go crazy on that! As one goes crazy about yoga and all rest of it.

Laughter is part of seriousness. Right? If you don't know how to laugh and look at the sun and the trees, the dappled light, you are not quite human being. If you are merely churchy serious on Sunday then it is not serious. Laughter, smiles, that sense of humour, enjoying good jokes, not vulgar, but really good jokes.

Interviewer: The jokes Krishnamurti makes in public go rather sparse, but they along with everything else he says is enshrined for ever on videotape. Modern technology is giving an advantage to Krishnamurti denied to past gurus, philosophers and messiahs. Every interview he does, every speech he makes, is recorded and left unedited. Immediately after his morning speech at Brockwood for twenty three pounds people can buy a copy of the event. So even after his death there need be no interpreters. What impact do you think having the videos will have on the future?

Listener: May be we can avoid that it is going to be spoilt, the original. Like we talked about a little while ago, may be the whole Christianity would have been different if there had been videos in the time of Jesus Christ.

Interviewer: What do you think will happen when he dies?

Basil Gossage: I don't know. There will be interpreters, there will be people who will want to build organisations, but the beauty of it is we have these video tapes. They used to mistranslate the Bible, didn't they, say he said this, he said that, but the video tapes can't lie, they are there for posterity. It will go on with the individual, it must do.

Interviewer: How long are you going to carry on doing it for?

Krishnamurti: I have been asking people around, friends of mine, I say, the moment I am gaga stop me! I don't know. I have got plenty of energy, because you don't carry all the burden of the past - which is very nice.


http://jiddu-krishnamurti.net/en/1985_brockwood2/1985-00-00_the_role_of_a_flower_brockwood_park_a_tv_interview_october,_1985.html

domingo, 9 de marzo de 2008

Jiddu Krishnamurti y Michael Krohnen.

(Extraído de "Crónicas desde la Cocina: 1001 comidas con Krishnamurti, por Michael Krohnen)

Cuando hablaba de la bondad como la fuente de una nueva cultura, Krishnamurti insistía en la sutil, aunque evidente, diferencia que existe entre la mente creativa de la cultura y la fuerza creativa original de la naturaleza y el universo, y señalaba que, en su opinión, el hecho de escribir un poema inspirado, de componer una sinfonía, o de construir una magnífica catedral , no llegaba a rozar siquiera los fundamentos del acto creativo. Aún las expresiones culturales más refinadas y sutiles se derivaban del pensamiento y del yo, es decir, del ego, y en consecuencia sus intereses eran limitados y concretos. En este sentido, solía decir que: "La verdadera creatividad no necesita expresarse" y también señalaba el aspecto holístico de una nueva cultura arraigada en la vida individual diciendo que: "El verdadero arte es el arte de vivir"

(...)

-¿Ha estado usted en Chartres?-preguntó Krishnamurti a uno de los responsables ingleses-. ¡Qué catedral tan hermosa! Piense en la energía y colaboración que debió exigir construir algo así. Debieron tardar décadas y quizás incluso siglos.

-Y todo ello inspirado por el fervor religioso, para mayor gloria de Dios.

-Y completamente anónimo, ¿entiende? Nadie sabe quién fue el arquitecto. En aquel entonces los artistas no firmaban sus obras, como sucede hoy en día. Cuando se lo proponen, los seres humanos pueden hacer las cosas más increíbles. Si no recuerdo mal, el viaje a la Luna requirió del funcionamiento coordinado de unas cien mil personas, y la verdad es que lo hicieron muybien.

Un visitante de la India empezó entonces a hablar de las maravillas arquitectónicas de su país, los templos, las cuevas y las mezquitas creadas por personas inspiradas por el sentimiento religioso, y puso como ejemplo los templos excavados en las cuevas de Ellora y Ajanta, el Taj Mahal, Konarak y Puri.

- Cerca de Bombay - dijo Krishnamurti que, hasta entonces, había permanecido en silencio - existe una isla donde, hará unos mil años, los monjes excavaron templos en la roca. Una de ellas es una enorme escultura trifronte en roca del dios Shiva.

- La isla de Elefanta y el Mahesh Murti - señalé, cuando reconocí la descripción de una visita que realicé años atrás.

-Este Tri-Murti, como se le llama - continuó - , es una imagen realmente extraordinaria, llena de profundidad y de dignidad. ¡Imagínense el estado mental en que debían de hallarse las personas que lo crearon!

Mientras se refería a la clase de conciencia que había erigido la escultura de la deidad de tres caras, su voz expresaba un respeto reverente y el silencio se extendió por toda la mesa, como si la mente religiosa se manisfestara entre nosotros. Finalmente me aventuré y dije:

-Han debido de ser personas muy inspiradas y devotas.

-No, señor - replicó Krishnamurti-, deben haber comprendido algo, ya sabe; deben haber tenido algún tipo de percepción directa de la... de la mente religiosa.

Entonces hizo un gesto enfático, con los dedos completamente extendidos, y todos entendimos que estaba refiriéndose a la mente religiosa que, para él, era la clave de la comprensión de la existencia humana, el sine qua non de la vida armoniosa y el origen mismo de cualquier nueva cultura.

sábado, 8 de marzo de 2008

Jiddu Krishnamurti y el Canto.

La actitud ambivalente de K hacia el arte y la literatura siempre fue un enigma. A él le agradaba cierta música clásica —Mozart casi tanto como Beethoven, y la música de la India, especialmente los cantos (solía cantar él mismo muchos de los antiguos mantras en sánscrito). Amaba la poesía de Shelley y de Keats y algunos pasajes del Viejo Testamento que mi madre le había leído en voz alta (en un tiempo se sabía casi de memoria el «Cántico de Salomón»), pero es dudoso que alguna vez haya leído poesía moderna. Se había conmovido profundamente ante ciertas construcciones y esculturas —el Partenón, la Catedral de Chartres, la estatua de la diosa Themis en Atenas, una cabeza de piedra del Buda en el Museo de Boston, la Victoria Alada en el Louvre, el enorme Maheshmurti, estatua de Shiva, en las cuevas de Elephanta cerca de Bombay. (Él tenía una fotografía de esta escultura guardada en un sobre, porque decía que uno debe mirarla siempre de nuevo y no acostumbrarse a ella.) Pero jamás le escuché elogiar una pintura, y pongo en duda que obra de arte alguna le haya conmovido tanto como una puesta de sol.

KRISHNAMURTI
La puerta abierta
MARY LUTYENS

Jiddu Krishnamurti y Anita Desai.

Antes de que K emprendiera vuelo a Deihi el 25 de octubre, yo había hablado de él con una amiga mía, Anita Desai, que vivía en Nueva Delhi con su esposo y cuatro hijos. Era una destacada escritora a quien yo había conocido por primera vez en Londres junto con un grupo, durante el lanzamiento de uno de sus libros (otro, In Custody, poco tiempo después sería propuesto para el Premio Booker de 1984). Yo le había hablado acerca de K y sabía que ella deseaba conocerlo. Estaba segura de que a él también le gustaría conocerla, porque no sólo era una mujer joven, talentosa y bella, sino muy dulce y llena de gracia. Su madre había sido alemana y su padre, indio; y a ella la habían educado en la India.

Asit Chandmal, que había venido a Brockwood desde San Francisco, voló con K a Delhi, y poco tiempo después Mary Zimbalist regresó a Ojai. El doctor Parchure pudo informarle desde la India que la energía de K era buena, aunque había aumentado el temblor que por algún tiempo había estado experimentando en sus manos. Esta inestabilidad de las manos empeoraría con el transcurso del tiempo. En Nueva Delhi K se alojó con Pupul Jayakar en su casa de Safdarjang Road, en la misma calle que Mrs. Gandhi. Después de la muerte de K, Anita me envió algunas notas de sus encuentros con él, las que se transcriben a continuación:

Recibí un llamado telefónico del secretario de Pupul Jayakar, invitándome a una pequeña reunión privada en su jardín a realizarse una mañana de octubre de 1981. En realidad había unos cuantos centenares de personas sentadas ahí sobre el césped bajo un colorido «shamiana», pero, desde luego, eso constituía una multitud menor que la que congregaban las alocuciones públicas de Krishnaji. Él habló, y después invitó al auditorio a que le formulara preguntas. Cuando la reunión había terminado, alguien preguntó por el altavoz si yo estaba presente y si deseaba ir a conocer a Krishnaji. Lo hice, y él me recibió como «la amiga de Mary —Mary me habló de usted». Dijo que se había enterado de que yo solía pasear por los jardines de Lodi en los atardeceres, y me preguntó si querría encontrarme con él allí. Yo acostumbraba llevar a mi perro Tensing al parque a la misma hora de la tarde en que él se encontraba ahí. Le vi aparecer a la cabeza de un pequeño grupo, avanzando a grandes pasos con una rapidez que los otros no podían igualar. Nos encontramos en un extremo del parque y después caminamos juntos, y llegó a ser parte de nuestra rutina encontrarnos en las tardes y pasear juntos durante su estancia en Delhi. Las únicas tardes en que él no salía a dar estos paseos, era cuando ofrecía sus alocuciones públicas. Nunca estaba solo. Habitualmente le acompañaban los miembros de la familia de Pupul (aunque ella misma nunca lo hacía) —su hermana Nandini Mehta en todas las ocasiones, a veces su hija Radhika Herzberger y las hijas de Radhika, siempre Mr. Patwardhan de la Krishnamurti Foundation en Madras, ocasionalmente el sobrino de Pupul, Asit Chandmal, y una o dos veces, Radha Burnier. Lo que me impresionó fue que ellos jamás caminaban al lado de K ni le hablaban (con la excepción de Radhika Herzberger y Mr. Patwardhan), y todos tendían a seguirlo a cierta distancia. Yo dudaba de que a él le gustara realmente caminar a solas delante y sentirlos detrás siguiéndole el paso. Puesto que ésa parecía ser la costumbre de ellos, me turbaba un poco la idea de caminar al lado de K y hablarle. Imaginé que eso sería difícil, pero él habló con gran fluidez, gracia y sin cohibición alguna, de algo de su infancia (por ejemplo, de lo estrechamente ligado que había estado a su hermano y de cómo su muerte lo había afectado), de diferentes episodios de su vida, de las personas que había conocido (por ejemplo, a Bernard Berenson en I Tatti (1)), y una gran parte del tiempo habló de sus escuelas, de cuáles eran sus aspiraciones para las mismas, de los niños que acudían a esas escuelas y de lo que esperaba para ellos. Pareció interesarse sobre todo en los jóvenes de hoy, en el ambiente de violencia y miedo, y en lo que él podía hacer para cambiar eso.

(1) En el registro del diario de Berenson correspondiente al 7 de mayo de 1956, cuando él tenía noventa años, se lee: «Krishnamurti a la hora del té: afable, sensible, admitiendo todas mis objeciones, y en verdad nuestra discusión apenas si fue polémica. Insistió, sin embargo, en un Más Allá, y que éste era un estado de existencia inmóvil, sin sucesos, sin pensamientos, sin preguntas, sin... ¿qué? Rechazó mi punto de vista de que un estado así era algo que estaba fuera del alcance de mi mente occidental. Fui tan lejos como para preguntarle si no estaba él detrás de algo meramente verbal. Lo negó firmemente, pero sin acaloramiento». (Sunsetand Twilight, editado por Nicky Mariano, Hamish Hamilton, 1964.) K se alojaba en IL Leccio con Vanda Scaravelli, quien lo había llevado a I Tatti. Con frecuencia, había hecho lo mismo anteriormente.

(Le gustaba hablar con mis hijas si venían conmigo; le interesaban los relatos que le hacía mi hija mayor sobre el colegio y sobre el mal comportamiento de los jóvenes en el autobús; le dijo con gran pasión: «Tú debes golpearlos; si yo estuviera ahí, los golpearía».)

Me pidió que fuera al Valle de Rishi, la escuela de la cual parecía estar particularmente orgulloso; quería que permaneciera allá por un tiempo y hablara con los estudiantes. Mi último encuentro con él persiste en mí porque no tuvo secuela y, por lo tanto, interrumpió nuestro diálogo, prometiendo una respuesta que jamás llegó. Creo que debemos de haber estado arguyendo más y más apasionadamente mientras paseábamos en el crepúsculo otoñal. No pude comprender su muy ambivalente actitud hacia el arte, la literatura y el estudio —con frecuencia elogiaba a personas con erudición y que habían triunfado en sus actividades; si bien afirmaba no leer otra cosa que el diccionario y novelas de detectives, me habló de una ocasión en que, encontrándose completamente solo en Ojai mientras escuchaba una y otra y otra vez en su tocadiscos la última sinfonía de Beethoven, sintió que si simplemente viviera con la música de Beethoven, estaría perfectamente contento. Sin embargo, a menudo decía que no era necesario leer o escribir, y que uno debía ser capaz de vivir en completa soledad, feliz con los árboles, las plantas y los pájaros y sin necesitar ninguna otra cosa. Son muchas las veces en que debo de haber estado tratando de decirle lo que los libros significaban para mí, cómo sentía que eran una parte indispensable de mi vida, tanto el leerlos como el escribirlos.

Ya estaba muy oscuro; se detuvo a los pies de la tumba de Lodi y dijo: «Déjeme formularle una pregunta —¿por qué escribe usted?». Yo empecé a mascullar y a tartamudear introduciendo apresuradamente varias respuestas en una sola y embrollándolas. Dije que mi vida sería incompleta si no escribiera, que desde que era una niña, ninguna experiencia me parecía completa hasta que no había escrito sobre ella, que sólo podía ordenar mis pensamientos cuando los anotaba por escrito, que ésa era una manera de traer orden y armonía al caos y a la insensatez, y que sentía que estaba hecha para eso, y que gracias a eso podía justificar mi existencia.

Como es natural, se puso muy impaciente con mi respuesta. «No, no, no, eso no es correcto», dijo con gran pasión. «Un artista debe ser como Beethoven —él sentía la música en su interior y ésta se derramaba fuera sin que él pudiera hacer nada para detenerla o controlarla; la música surgía y se vertía a raudales.» Esa tarde estaba con nosotros el sobrino de Pupul quien nos seguía con una cámara fotográfica sin tomar parte en la conversación, sólo escuchando y asintiendo con la cabeza. Sugirió que ellos tenían que irse, que había oscurecido y que al día siguiente debían dejar Delhi. Krishnaji puso su mano sobre mi hombro y dijo: «Pero usted vendrá al Valle de Rishi, y cuando venga le diré algo». Yo sentí una intensa curiosidad por saber qué quería decirme, puesto que parecía relacionarse con mis escritos y con mi vida, y pensé que él explicaría también las ambigüedades de su propia respuesta con respecto al arte. Pero no fui al Valle de Rishi, y él no me dijo nada más sobre el tema.

Quiero relatarle unas cuantas imágenes de él que guardo en mi memoria: Una vez mi perro, después de acechar a una ardilla, comenzó a perseguirla; K instantáneamente levantó los brazos y empezó a sacudirlos dando voces y lanzándose a correr detrás del perro, mientras yo corría detrás de él gritando: «¡No, no, no, él nunca las captura, no se preocupe, no la va a capturar!». A K le gustaba arrojar una pelota o un palo para que Tensing los buscara y trajera. Después, recuerdo a un grupo de personas esperando su aparición, y cómo al verlas él miró desesperadamente a su alrededor diciendo: «Desearía poder esconderme. Detesto —detesto— tener que encontrarme con la gente». Consideré extraño eso después de tantos años de vida pública. Pero el disgusto y el temor eran visibles en su rostro mientras él trataba de reprimirlos y de sonreír. Alzaron a un bebé para que lo bendijera, y él le dio unas palmadas en las mejillas con evidente embarazo.

Pupul me invitó dos veces a almorzar; para estos almuerzos ella organizaba con frecuencia pequeñas reuniones en las cuales K podía conocer una muestra representativa de la sociedad de Delhi. Una vez, el otro invitado era un cortés funcionario público, quien sostenía el tipo de conversación que uno puede escuchar en una fiesta diplomática. K, para no quedarse atrás, intercambiaba con él un chiste tras otro. [Los chistes de K —y a él le encantaba contar chistes— eran de lo más irreverentes.] Habitualmente había cuatro o seis personas en estos almuerzos, y después de ellos K solía retirarse a su habitación para descansar.

Luego estaban las «reuniones privadas» en el salón de Pupul, a cada una de las cuales asistían de 50 a 100 personas. Dos o tres integrantes del auditorio, y Pupul misma, se sentaban cerca de K y le formulaban preguntas. Una vez asistió un monje budista a quien K saludó con gran respeto y afecto; ambos parecían muy dichosos disfrutando de su mutua compañía. Los otros invitados frecuentemente lo ponían irritable e impaciente. Las reuniones solían durar una hora. Se realizaban siempre en la mañana, durante esa agradable época del año en que comienza a hacer fresco; el sol se filtraba entre las mamparas de bambú, todo era suave y apacible, y uno podía escuchar el canto de los pájaros en el jardín. En mi recuerdo yo siempre asocio a K con jardines y cantos de pájaros.

Después me gustaría contarle acerca de un documental que vi en la televisión hace algún tiempo. Era en la India. Había una escena de K cruzando un puente —probablemente en Benarés— dejando atrás a los otros y cruzándolo solo. Recuerdo también una pregunta que le formularon: «Usted ha pasado toda su vida viajando, viendo personas y hablándoles. Dígame, por favor, ¿por qué lo hace?». Él rió, se volvió a medias como buscando alrededor una respuesta, y después dijo algo inesperado: «A causa del afecto, supongo». Las palabras sonaron al propio tiempo tímidas e impulsivas.

KRISHNAMURTI
La puerta abierta
MARY LUTYENS

Jiddu Krishnamurti y Jean-Michel Maroger.

Antes de ir a Gstaad este verano, K y Mary permanecieron en París por una semana, alojándose en un piso situado sobre el restaurante Tour d'Argent, que les había cedido el hermano de Mary. Prácticamente todos los días veían a Jean-Michel Maroger, quien era síndico de la English Foundation desde 1980, y a su esposa Marie-Bertrande. Las hijas de ambos habían estudiado en la Escuela de Brockwood. Jean-Michel era consejero de la marina y poseía una hermosa casa en Pontlevoy cerca de Blois, así como un apartamento en París. Había tenido una institutriz inglesa y podía hablar un inglés perfecto; Marie-Bertrande lo hablaba casi tan bien como él, y ambos eran de gran valor en la traducción de los libros de K al francés. Jean-Michel también traducía las pláticas de K en Saanen. Fue su madre quien lo introdujo en la obra de K, y en 1976 ella había alquilado un chalet cerca de Saanen a fin de que la familia pudiera asistir a las pláticas de K. Después de la muerte de K, Jean-Michel me escribió:

Debo decir que lo primero que me impresionó, más que lo que él decía, fue el hombre, su carisma, su intensidad, la emoción que uno podía percibir en el auditorio, toda la atmósfera. Probablemente yo era entonces más sensible al aspecto no-verbal de la comunicación; lo demás vino más adelante. Recuerdo que al final de la segunda o tercera plática, salí corriendo de la carpa, subí hasta donde él estaba, tomé su mano y le di las gracias con lágrimas en los ojos.

No puedo resistir la tentación de recordar algunos acontecimientos que nutrieron mi fascinación por Krishnaji. En octubre de 1979, vino con Mary a pasar unos días en La Mahaudiére. Yo había ido a recogerlos en el aeropuerto Ch. de Gaulle y me impresionó el intenso interés con que él lo observaba todo, las escaleras mecánicas, el moderno sistema de transporte de equipaje, etc. Nada escapaba a su atención, era como un joven muy despierto descubriendo todo lo que le rodeaba.

En nuestro camino a casa, yo conducía, Mary estaba sentada a mi lado y Krishnaji viajaba sólo en el asiento trasero. Pasábamos por la planicie de Beauce, y a la derecha el sol se ponía en una gloria de colores. De pronto, escuchamos un canto en sánscrito que venía de la parte posterior del automóvil. Llegamos algo tarde, pero él insistió en cenar con nosotros en el comedor, e incluso probó nuestro vino local. Para mí, para todos nosotros, su estancia fue una bendición, y tal vez sepa usted que las primeras doce Cartas a las Escuelas se dictaron aquí.

KRISHNAMURTI
La puerta abierta
MARY LUTYENS

Jiddu Krishnamurti y El Instructor del Mundo.

Después de las reuniones vinieron a alojarse los Bohm, y el resto de los diálogos tuvo lugar entre K y David Bohm, diálogos que se incluyen en Más allá del tiempo.

El período escolar comenzó el 25 de septiembre, y K habló varias veces a la escuela en pleno antes de partir para la India. Yo fui a Brockwood para pasar la noche del 3 de octubre, y hablé con K toda esa tarde y la mañana siguiente. Investigamos otra vez profundamente el interrogante de quién y qué era él, igual que en las entrevistas que había tenido con K durante el año anterior y que he registrado totalmente en Los años de plenitud.

Siete años antes, en Ojai, él había hablado sobre el mismo tema a unos cuantos miembros de la American Foundation. Había esbozado entonces el concepto teosófico acerca de quién era él: el cuerpo que el Señor Maitreya, el Instructor del Mundo, iba a ocupar, había sido preparado por muchas, muchas vidas —«no sólo el cuerpo, sino el rostro. Esto del rostro fue repetido una y otra vez por la doctora Besant y por Leadbeater. Para ellos era tremendamente importante —el cuerpo y el rostro... el ego de Krishnamurti fue desechado... pero el ego se había estado preparando, preparando por vidas y vidas para llegar a este punto». El advenimiento del Señor Maitreya, de acuerdo con el concepto teosófico, era un acontecimiento tan raro en el campo religioso, que el hombre común sólo podía seguir y obedecer y hacer lo mejor que pudiera para vivir aquello que se le enseñaba. Esta idea, dijo K, de que un hombre corriente tenía que pasar por años y años de esfuerzos, era peligrosa y desalentadora. «Descarten todo eso —continuó diciendo—, olviden el pasado, descubran acerca de sí mismos, sean una luz para ustedes mismos... Olviden lo que el muchacho era, las cosas por las que él pasó. Eso no viene al caso.»

Se le preguntó: «¿Quiere decir que hay que olvidar la explicación teosófica?». Contestó:

La explicación teosófica y cualquier otra explicación... eso no les concierne ... no se ocupen de eso. Lo que les incumbe es la propia vida de ustedes. ... Dejen de lado la personalidad de K, lo que él fue, cómo maduró.... Siento que estamos ahondando en algo que la mente consciente nunca podrá comprender, lo cual no quiere decir que yo esté haciendo de ello un misterio. Hay algo... algo que es demasiado inmenso para ser expresado en palabras. Existe un depósito tremendo —por decirlo así— que si la mente humana pudiera alcanzarlo, revelaría algo que ninguna mitología intelectual, invención, suposición o dogma alguno podrán revelar jamás.

No estoy haciendo un misterio de ello —eso sería un truco tonto e infantil. Hacer un misterio de nada sería obrar con mucho descaro, porque implicaría explotar a la gente. O bien crea uno un misterio cuando no hay ninguno, o existe un misterio que es preciso abordar con extraordinaria delicadeza y vacilación. Y esto no puede hacerlo la mente consciente. Es algo que está ahí, pero uno no puede alcanzarlo. No es un logro progresivo. Hay algo, pero el cerebro no puede comprenderlo.
22

Cuando examiné la cuestión con él siete años después, K parecía ansioso de que la verdad con respecto a él se descubriera; él mismo no podía descubrirla: «El agua jamás puede descubrir lo que es el agua —decía—. Existe un elemento en todo esto que no es producto del hombre, del pensamiento, que no es autoinducido. Yo no soy así. ¿Se trata acaso de algo que no podemos descubrir, que no debemos tocar, que es impenetrable? Me lo estoy preguntando. A menudo he sentido que no es asunto mío, que jamás lo descubriremos. Cuando decimos que surge porque la mente está vacía, tampoco creo que sea de ese modo». No obstante, él creía que si Mary Zimbalist y yo u otros, «se lo propusieran, podrían hacerlo. Estoy absolutamente seguro de esto. Absolutamente, absolutamente. También estoy seguro de que yo no puedo descubrirlo». Pero lo que él podía hacer era corroborarlo si nosotros lo descubríamos. También dijo que, «para descubrir la verdad en esta materia, la mente de ustedes tiene que estar vacía».

Él no quería hacer de esto un misterio y, no obstante, el misterio subsiste. Primero estaba la sensación que él mismo había tenido de que le protegían. «Cuando viajo en avión, sé que nada va a suceder. Pero nada hago que pueda significar un peligro.» Después estaba el «proceso» —el dolor en la cabeza y en la espina dorsal, que había sido tan angustioso en los primeros años que siguieron a su experiencia de 1922 en Ojai, y que luego continuaron, aunque en un grado menor. Y tercero, estaba la «mente vacía» que él afirmaba no haber perdido jamás. «Solamente cuando hablo o escribo —me dijo—, "esto" entra realmente en juego. Estoy asombrado. ¿Qué es lo que lo produce? Usted puede sentirlo en la habitación ahora mismo. Está sucediendo en la habitación ahora porque estamos tocando algo muy, muy serio, y entonces eso llega derramándose en abundancia.»

«Cuando usted ofrece las pláticas, ¿su mente está vacía?» pregunté.

«Oh sí, completamente. Pero no es eso lo que me interesa, sino por qué permanece vacía. Debido a que está vacía no tiene problemas... La otra cosa está ahora aquí. ¿No la percibe? Es como una pulsación.»

«La esencia de su enseñanza —dije—, es que todos pueden tener eso.» A lo cual respondió: «Sí, si fuera algo único no tendría ningún valor. Pero no es así. ¿Se conserva vacía para que esta cosa pueda decir: "Aunque yo estoy vacía, usted —X— también puede tener eso"?»

«¿Quiere usted indicar que la mente está vacía para poder decir que esto puede ocurrirles a todos?»

«Así es. Correcto», contestó.

Entonces le pregunté: «Se siente usted utilizado, siente que algo penetra en usted?»

«Yo no diría eso. Penetra en la habitación cuando hablamos seriamente.»

«¿Qué relación tiene ello con el dolor?», pregunté.

«El dolor llega cuando estoy quieto, sin hablar. Llega lentamente hasta que el cuerpo dice: "Es suficiente". Después de alcanzar una crisis, el cuerpo desfallece; el dolor se agota o hay alguna interrupción y desaparece.»

«¿Podemos descartar la acción de algo externo?»

«Yo no la descarto. ¿Pero cuál es la verdad?»23

Cuando tocamos nuevamente el asunto en esta última ocasión, en 1980, pareció tan ansioso como entonces de descubrir la verdad acerca de él mismo, y repitió que si Mary Zimbalist y yo pudiéramos descubrirla, él sería capaz de corroborarla. Pero que no podía decirnos nada más.

22. Archivos de Ojai.
23. Los Años de Plenitud.


KRISHNAMURTI
La puerta abierta
MARY LUTYENS

Jiddu Krishnamurti y el Sexo.

K sostenía que era posible una completa terminación del dolor, y que donde había sufrimiento no había amor. Todas las relaciones posesivas, ya fueran dentro o fuera del matrimonio, conducían al sufrimiento:

Yo no estoy contra el sexo, pero vean lo que éste implica. Lo que el sexo nos da en lo inmediato es el total abandono de nosotros mismos, y así deseamos repetir una y otra y otra vez ese estado en el que no hay perturbaciones, ni problemas, ni «yo». Decimos que amamos a nuestra esposa. En ese amor está involucrado el placer sexual, el placer de tener a alguien en la casa que cuide a los hijos, que cocine. Dependemos de ella; ella nos entrega su cuerpo, sus emociones, nos estimula, nos proporciona cierto sentimiento de bienestar. Entonces ella nos abandona; se aburre o se va con algún otro, y todo nuestro equilibrio emocional se destruye, y a esta perturbación que tanto nos desagrada, la llamamos celos. Hay en ello dolor, ansiedad, odio y violencia. Así, lo que realmente decimos es: «En tanto me perteneces te amo, pero apenas dejas de pertenecerme, comienzo a odiarte. Mientras puedo depender de ti para satisfacer mis exigencias, sexuales y de otra clase, te amo, pero tan pronto dejas de proporcionarme lo que deseo, ya no me agradas». De ese modo hay antagonismo entre nosotros, hay separación, y cuando uno se siente separado de otro, no hay amor.18

18. Libérese del Pasado.

KRISHNAMURTI
La puerta abierta
MARY LUTYENS

viernes, 25 de enero de 2008

Jiddu krishnamurti y "La Canción".

Krishnamurti, un genio espiritual sin par en el mundo ahora, ha estado “cantando su canción” por casi 50 años, enfatizando ahora una cierta nota, después otra y todavía otra. Miles y millones de gentes a través del mundo lo han escuchado, y si sus palabras les han traído nueva visión interna o ninguna, confusión, desengaños o claridad y propósitos, cualquiera haya sido la respuesta individual, no hay duda de que su principal tema ha sido constante y claro de principio a fin: liberar al individuo de la pesada carga de su ambiente, de su pensamiento condicionado, sus temores heredados, sus prejuicios paralizantes.

El ha dicho: “Están acostumbrados a escuchar la canción de otros y así sus corazones están vacíos y siempre lo estarán porque ustedes llenan sus corazones con la canción de otro; esa no es su canción; por lo tanto ustedes son meramente gramófonos cambiando los discos de acuerdo al humor, pero no son músicos. Y especialmente en tiempos de grandes trabajos y penalidades tenemos que ser músicos. Cada uno de nosotros; tenemos que recrearnos con nuestra canción, lo cual significa liberar, vaciar el corazón de aquellas cosas que han sido reunidas por la mente. Por lo tanto, tenemos que comprender las creaciones de la mente, y ver la falsedad de esas creaciones. Entonces, cuando el corazón esté vacío, no como en su caso, lleno con cenizas- porque cuando el corazón está vacío y la mente quieta, entonces hay una canción, la canción que no puede ser destruida o pervertida porque no ha sido compuesta por la mente”.

Muchos de nosotros lo hemos escuchado por toda una vida. Hemos discutido con él nuestros problemas, sobrecargándolo con nuestros íntimos “yoes”; hemos sido inspirados y renovados, hemos desechado muchos temores y prejuicios, hemos alcanzado alguna madurez. Algunos de nosotros probablemente hemos tenido atisbos de esa extradimensión que Krishnamurti ha llamado lo Desconocido. Pero estoy seguro de que, ninguno de nosotros ha tomado el fuego que quema en él. No estamos cantando nuestro propio canto. ¿Por qué es esto? ¿Es Krishnamurti único en su clase? Otros grandes maestros espirituales en el pasado parecen haber sido de esta clase: Buddha, Cristo, Lao-Tze. Krishnamurti probablemente rechazaría esta idea como una simple excusa una justificación para no abordarla nosotros mismos con completa atención. De todas maneras, yo una vez le pregunté por qué parecía no haber otro Krishnamurti en el mundo, aun cuando él había estado luchando por media canturria. Me contestó. “Un árbol necesita espacio a su alrededor para crecer hasta ser un gran árbol. No puede alcanzar su pleno crecimiento si está muy cerca de otro gran árbol”.

Quizá nosotros hemos estado abrumando al gran maestro, psicológicamente hablando, en nuestro muy urgente intento para cruzar al reino del no ego al cual él se refiere como el Ultimo Bien. Quizá, parafraseando sus propias palabras, porque nuestra mente-corazón no canta, en vez de eso perseguimos al cantor, perdiendo de esta manera el significado esencial del canto.

¿Acaso el legado espiritual de Krishnamurti al mundo sea otro Krishnamurti en el futuro para dar de nuevo voz al canto apasionado? Más realistamente, esto es como si hubiera una lenta y gradual transformación de la psiquis en algunas pocas gentes, aquí y allá, un pasivo y no enjuiciado estado consciente de sensitividad de la mente que percibe las cosas tal como son, una cualidad interna del espíritu que me aventuraría a llamar, “el ardiente escuchar”, término que el poeta John Keats usaba con gran visión interior en una estrofa de su largo poema Endymion:

And truly I Would rather be struck dumb
Than speak against this ardent listlessness:
For I have thought that it might bless
The world with benefits unknowingly;
As does the nightingale, up perched high.
And cloistered among con and bunched leaves.

Y en verdad preferiría de pronto enmudecer
Que pronunciarme en contra de este ardiente escuchar
Porque he pensado que podría bendecir
Al mundo con beneficios desconocidos;
Como lo hace el ruiseñor, parado en lo alto
Y enclaustrado entre hojas frescas y entrelazadas.

K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988

Jiddu Krishnamurti y George Arundale.

Castillo de Eerde, Holanda.


Los visitantes venían diariamente a ver a Krishnaji al castillo. Permanecían por unas cuantas horas o por dos o tres días. Entre ellos, en una visita breve, estuvieron dos de los “apóstoles” George Arundale había anunciado pomposamente hacía un año que había sido seleccionado entre otros, incluyendo a Arundale mismo, para ayudar al Instructor del Mundo a esparcir sus enseñanzas. Ellos eran la hermosa y joven Brahmín, señora Rukmini Devi, esposa de Arundale y el obispo James Wedgwood, un descendiente del maestro alfarero Josiah Wedgwood. Rukmini se veía hermosa en un sari hindú lleno de colorido. Era franca y amistosa. Agradable a todos. El obispo Wedgwood, alto y moreno, hermoso en su vestimenta eclesiástica, con su bien labrada y grande cruz pectoral y su anillo episcopal, que aparecían repulsivos entre los huéspedes habituales del castillo. El se veía tieso y lleno de un sentimiento de autoimportancia, rebosando arrogancia espiritual. Me sentí tan alejado de él que ni siquiera quise presentarle una carta de introducción que traía para él, de un buen amigo mío que lo conocía bien. Me sentí tan completamente alejado de este señor que ni siquiera me molesté en darle la mano.

Krishnaji había estado muy contrariado por el anuncio absurdo y sensacional hecho por George Arundale y el Obispo Wedgwood, con respecto a que ciertas personas habían sido escogidas para ser “Apóstoles de Krishnaji”. Arundale proclamó que el mensaje había venido de Lord Maitreya. Krishnaji rechazó enojado todo este asunto y declaró que él no tenía discípulos de ninguna clase. Aquellos que sabían cómo le disgustaba a él sentirse un elegido, nos sorprendimos de la moderación con la cual manejó el asunto en público, consciente de que su amor por la Doctora Besant, quien había sido mezclada en esto por su confianza en Arundale, le impedía decir algo drástico que pudiera mortificarla o herir sus sentimientos. Años más tarde, sin embargo, en Ojai, se expresó muy duramente sobre ese asunto, afirmando que tanto Arundale como Wedgwood habían tratado de usarlo a él para ampliar su situación. Yo discutí el asunto con Krishnaji personalmente y supe cuán ultrajado había sido por los métodos que ellos usaron para sus ulteriores fines egoístas.

K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988

Jiddu Krishnamurti y la Risa.


Ojai,  California.


Krishnaji, Rajagopal y yo habíamos comido juntos y nos dirigimos a Pasadena en el carro de Rajagopal. Después del arranque de hacia algunos días, yo me sentí maravillosamente tranquilo y feliz con él. Siempre era una gran diversión estar con Krishnaji cuando uno no sentía necesidad de discutir cosas serias, solamente agradable plática y chistes. A él le encantaban los buenos chistes, especialmente cuando ellos pinchaban a los egos grandes e inflados y siempre estaba divertido con las cosas tontas que dirían las gentes sobre el Instructor del Mundo. Se reía como un niño. Una explosión pura de diversión.

Como yo nunca había visto ni leído “Lázaro Río” no sabía lo que iba a pasar. Ni Krishnaji ni Rajagopal conocían algo acerca de ello, pero estuvimos de acuerdo en que si se hacía pesada la obra en la cuestión religiosa, nos saldríamos. Durante el intermedio nadie dijo nada acerca de irse. Con gusto volvimos a nuestros asientos para oír otra vez aquella maravillosa y vibrante risa de Irving Pichel cuando a Lázaro, al volver de la muerte, se le preguntó acerca de Dios. Era una risa que llenaba el auditorio como música y que decía diferentes cosas a diferentes personas.

De vuelta a casa platicamos sobre la obra. Yo pensé que había sido una representación inspirada, la cual me había tocado profundamente, no tanto por las palabras, las cuales a veces tenían gran poder, sino por la extraordinaria calidad de la risa de Lázaro. Krishnaji que no era particularmente afecto a las representaciones teatrales, parecía impresionado. Dijo algo sobre la profunda verdad de la tesis principal de la obra: que ningún ser humano puede formular pensamientos sobre Dios, pues no tiene otro recurso que responder con su risa.


K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988

Jiddu Krishnamurti y John Barrymore.

Año 1926, Ojai, California.


Su Packard había sido, o bien llevado al servicio o bien prestado a un amigo. De cualquier manera él estaba sin carro este fin de semana y yo voluntariamente me ofrecí a manejar para él después de las horas de escuela.

Estaba muy alegre de que yo manejara para él y me hizo sentir que le hacia un gran favor, cuando era lo contrario, realmente. Me preguntó si podría recogerlo en el Hotel Ambassador al día siguiente antes de la comida, alrededor de las seis. Me dio el número del cuarto al cual yo irla para recogerlo.

Puntualmente a las seis me dirigí al Hotel Ambassador dejando el coche afuera y fui directamente al cuarto que él me había indicado, lleno de curiosidad por saber a quién había ido a ver. Mi mente imaginaba toda clase de cosas.

Toqué la puerta y esperé. Entonces oí algunos pasos que se aproximaban. La puerta se abrió. Me encontré cara a cara con John Barrymore. Me miró de arriba a abajo desdeñosamente. Dije que estaba allí para recoger al señor Krishnamurti. Este reconoció mi voz, vino y me presentó al gran actor, quien me dio un áspero “¿Cómo está usted?” volviéndome la espalda, probablemente preguntándose por qué Krishnamurti permitía a su chofer andar sin uniforme durante su trabajo.

De regreso a su casa Krishnamurti me dijo que el había conocido a Barrymore a través del agente del actor, Henry Hotchener, a quien yo conocía y que había estado casado con la anteriormente cantante de Opera, Marie Russak, una prominente teosófica amiga de Mrs. Besant.

A Krishnaji le gustaba Barrymore. Pensaba que era un hombre interesante y agudo. Le pregunté: “¿De qué habla usted con Barrymore?”

-“Principalmente de la vida de Buddha”- contestó Krishnaji. Me dijo que Barrymore se interesaba en el budismo y pensaba que la renunciación del Buddha era uno de los más dramáticos e inspiradores acontecimientos en la Historia. Le dijo a Krishnamurti que le gustaría representar el papel de Buddha en una película cuando fuera capaz de vender la idea a alguno de los magnates del cine.

Krishnaji que siempre ponía de relieve el lado positivo de una persona, se impresionó con el hecho de que Barrymore, un alcohólico, se abstenía por completo del licor en los fines de semana cuando su hijo, John, venía a visitarlo. Para Krishnamurti ése era un sacrificio de amor que demandaba respeto.

Krishnaji había invitado al célebre actor para ir a Arya Vihara en Ojai, para almorzar con él, una invitación la cual, según Krishnamurti que me contó la historia, Barrymore aceptó alegremente, después de prometer con solemnidad permanecer ese día como el más sobrio de su vida.

Libre de cualquier influencia alcohólica, en un día brillante y soleado, salió para Ojai para pasar el día con su distinguido amigo Krishnamurti. Mientras se dirigía hacia Ventura fue asaltado por una gran sed. Estacionó su costoso Lincoln convertible fuera de un bar y entró a pedir un vaso de agua, de acuerdo a su historia. El mesero le trajo en su lugar una cerveza. Usted nunca puede realmente confiar en los meseros dijo Barrymore a Krishnaji- que añadió al ver el fresco líquido dorado pensó: ¿Qué puede hacer una poca de cerveza a un hombre de propósitos? Otro poco de cerveza siguió y otro y otro. ¿Cuántos?, él no podía recordar. Algún tiempo después su sed se apagó, abandonó el bar, salió hasta su carro y milagrosamente llegó a Arya Vihara, con una hora de retraso para el almuerzo. Krishnaji, anfitrión, perfecto, lo había esperado. Barrymore salió tambaleándose de su carro y con paso inseguro subió las gradas del recibidor de Arya Vihara, tocó la puerta y prácticamente cayó en los brazos de Krishnaji.

Krishnaji, que estaba muy divertido con todo el incidente, me dijo que Barrymore, a despecho de su estado de intoxicación fue un perfecto caballero durante toda la visita, contando historietas cómicas en la mesa, burlándose de algunas de las estrellas principales de Hollywood y bebiendo galones de café negro.

Temeroso de que el notable visitante no fuera capaz de llegar a Hollywood, Krishnaji lo invitó a pasar allí la noche. Barrymore no quiso ni oírlo. Nunca sería capaz de causar a Krishnamurti tal inconveniencia. El había podido llegar a Ojai y sería una maldición que no pudiera regresar a Hollywood. Y así lo hizo.

Al día siguiente, dándose cuenta de que las cosas no habían ido de acuerdo a lo convenido, Barrymore escribió a Krishnamurti una carta disculpándose por haber caído de su gracia, e incluyendo una gran fotografía de él mismo dedicada: “Al único hombre que he encontrado que recorre el sendero del Gran Príncipe Hindú Siddartha Gautama”. En su carta Barrymore añadía que estaba aún más determinado que nunca a producir el film de la vida de Buddha con un ligero cambio en el reparto: Krishnaji representaría a Buddha, Barrymore representaría a Ananda, el discípulo favorito de Buddha.

Consciente de que Krishnaji no estaba entusiasmado acerca de representar el papel de Buddha en la pantalla, Barrymore decidió ahora que él haría el papel principal en la vida de Ananda, con Buddha relegado a un papel secundario. Krishnaji volvió a Hollywood. Había prometido llegar a comer, como muchas veces lo hacia entonces. El gozaba llegar a nuestra casa, le gustaba la comida vegetariana de mi madre, especialmente su arroz español: las historias de mi hermano John acerca de sus últimas aventuras amorosas y desde luego, ser tratado como un ser humano normal en una familia que lo amaba.



K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988

domingo, 13 de enero de 2008

Jiddu Krishnamurti y Fedor Dostoiewski.

EL GRAN INQUISIDOR

Por Fedor Dostoievski

El gran escritor ruso creador de Crimen y castigo albergó, en su fuero personal, una honda creencia en lo divino. Pero no todos los personajes de su literatura compartieron la esperanza en un garantía divina de la final felicidad y realización de la humanidad. El conflicto entre la creencia mística en la trascendencia y el escepticismo amargo y sin ilusiones vive en Los hermanos Karamazov. Un conflicto que encarnan Aliocha Karamazov, joven de místicos fervores, e Iván Karamazov, personaje negador de cualquier plenitud divina. En el libro V de Los Hermanos Karamazov Iván narra su famosa historia "El gran inquisidor". Cristo regresa a la tierra. De sus ojos y su presencia fluye la verdad, la luz intensa y la sanación. Pero los sacerdotes no celebrarán su regreso. El Gran Inquisidor ordenará su encarcelamiento. Y lo amenazará con quemarlo como hereje a no ser que abandone toda esperanza en la humanidad. El Inquisidor le reprochara al Hijo del Dios no haber entendido la naturaleza humana. El que resucitó a Lázaro difunde la libertad, pero ésta es una carga demasiada pesada. Los hombres no quieren ser libres. Por eso, con tono recriminador, el Inquisidor le señala al divino ser recién llegado: "En vez de coartar la libertad humana, le quitaste diques, olvidando, sin duda, que a la libertad de elegir entre el bien y el mal el hombre prefiere la paz, aunque sea la de la muerte".

En este nuevo momento de Recuerdo de lo Sagrado, acompañaremos ahora el extraño y simbólico encuentro entre el Cristo que vuelve y el Gran Inquisidor, la voz del cinismo y los engaños del poder.

E.I

EL GRAN INQUISIDOR

Por Fedor Dostoievski

Han pasado ya quince siglos desde que Cristo dijo: "No tardaré en volver. El día y la hora, nadie, ni el propio Hijo, las sabe". Tales fueron sus palabras al desparecer, y la Humanidad le espera siempre con la misma fe, o acaso con fe más ardiente aún que hace quince siglos. Pero el Diablo no duerme; la duda comienza a corromper a la Humanidad, a deslizarse en la tradición de los milagros. En el Norte de Germania ha nacido una herejía terrible que, precisamente, niega los milagros. Los fieles, sin embargo, creen con más fe en ellos. Se espera a Cristo, se quiere sufrir y morir como Él... Y he aquí que la Humanidad ha rogado tanto por espacio de tantos siglos, ha gritado tanto "¡Señor, dignáos, aparecérosnos!", que Él ha querido, en su misericordia inagotable, bajar a la tierra.

Y he aquí que ha querido mostrarse, al menos un instante, a la multitud desgraciada, al pueblo sumido en el pecado, pero que le ama con amor de niño. El lugar de la acción es Sevilla; la época, la de la Inquisición, la de los cotidianos soberbios autos de fe, de terribles heresiarcas, ad majorem Dei gloriam.

No se trata de la venida prometida para la consumación de los siglos, de la aparición súbita de Cristo en todo el brillo de su gloria y su divinidad, "como un relámpago que brilla del Ocaso al Oriente". No, hoy sólo ha querido hacerles a sus hijos una visita, y ha escogido el lugar y la hora en que llamean las hogueras. Ha vuelto a tomar la forma humana que revistió, hace quince siglos, por espacio de treinta años.

Aparece entre las cenizas de las hogueras, donde la víspera, el cardenal gran inquisidor, en presencia del rey, los magnates, los caballeros, los altos dignatarios de la Iglesia, las más encantadoras damas de la corte, el pueblo en masa, quemó a cien herejes. Cristo avanza hacia la multitud, callado, modesto, sin tratar de llamar la atención, pero todos le reconocen.

El pueblo, impelido por un irresistible impulso, se agolpa a su paso y le sigue. Él, lento, una sonrisa de piedad en los labios, continúa avanzando. El amor abrasa su alma; de sus ojos fluyen la Luz, la Ciencia, la Fuerza, en rayos ardientes, que inflaman de amor a los hombres. Él les tiende los brazos, les bendice. De Él, de sus ropas, emana una virtud curativa. Un viejo, ciego de nacimiento, sale a su encuentro y grita: "¡Señor, cúrame para que pueda verte!" Una escama se desprende de sus ojos, y ve. El pueblo derrama lágrimas de alegría y besa la tierra que Él pisa. Los niños tiran flores a sus pies y cantan Hosanna, y el pueblo exclama: "¡Es Él! ¡Tiene que ser Él! ¡No puede ser otro que Él!"

Cristo se detiene en el atrio de la catedral. Se oyen lamentos; unos jóvenes llevan en hombros a un pequeño ataúd blanco, abierto, en el que reposa, sobre flores, el cuerpo de una niña de diecisiete años, hija de un personaje de la ciudad.

-¡Él resucitará a tu hija! -le grita el pueblo a la desconsolada madre.

El sacerdote que ha salido a recibir el ataúd mira, con asombro, al desconocido y frunce el ceño.

Pero la madre profiere:

-¡Si eres Tú, resucita a mi hija!

Y se prosterna ante Él. Se detiene el cortejo, los jóvenes dejan el ataúd sobre las losas. Él lo contempla, compasivo, y de nuevo pronuncia el Talipha kumi (Levántate, muchacha).

La muerta se incorpora, abre los ojos, se sonríe, mira sorprendida en torno suyo, sin soltar el ramo de rosas blancas que su madre había colocado entre sus manos. El pueblo, lleno de estupor, clama, llora.

En el mismo momento en que se detiene el cortejo, aparece en la plaza el cardenal gran inquisidor. Es un viejo de noventa años, alto, erguido, de una ascética delgadez. En sus ojos hundidos fulgura una llama que los años no han apagado. Ahora no luce los aparatosos ropajes de la víspera; el magnífico traje con que asistió a la cremación de los enemigos de la Iglesia ha sido reemplazado por un tosco hábito de fraile.

Sus siniestros colaboradores y los esbirros del Santo Oficio le siguen a respetuosa distancia. El cortejo fúnebre detenido, la muchedumbre agolpada ante la catedral le inquietan, y espía desde lejos. Lo ve todo: el ataúd a los pies del desconocido, la resurrección de la muerta... Sus espesas cejas blancas se fruncen, se aviva, fatídico, el brillo de sus ojos.

-¡Prendedle! -les ordena a sus esbirros, señalando a Cristo.

Y es tal su poder, tal la medrosa sumisión del pueblo ante él, que la multitud se aparta, al punto, silenciosa, y los esbirros prenden a Cristo y se lo llevan. Como un solo hombre, el pueblo se inclina al paso del anciano y recibe su bendición.

Los esbirros conducen al preso a la cárcel del Santo Oficio y le encierran en una angosta y oscura celda.

Muere el día, y una noche de luna, una noche española, cálida y olorosa a limoneros y laureles, le sucede.

De pronto, en las tinieblas, se abre la férrea puerta del calabozo y penetra el gran inquisidor en persona solo, alumbrándose con una linterna. La puerta se cierra tras él. El anciano se detiene a pocos pasos de umbral y, sin hablar palabra, contempla, durante cerca de dos minutos, al preso. Luego, avanza lentamente, deja la linterna sobre la mesa y pregunta:

-¿Eres Tú, en efecto?

Pero, sin esperar la respuesta, prosigue:

-No hables, calla. ¿Qué podrías decirme? Demasiado lo sé. No tienes derecho a añadir ni una sola palabra a lo que ya dijiste. ¿Por qué has venido a molestarnos?... Bien sabes que tu venida es inoportuna. Mas yo te aseguro que mañana mismo... No quiero saber si eres Él o sólo su apariencia; sea quien seas, mañana te condenaré; perecerás en la hoguera como el peor de los herejes. Verás cómo ese mismo pueblo que esta tarde te besaba los pies, se apresura, a una señal mía, a echar leña al fuego. Quizá nada de esto te sorprenda...

Y el anciano, mudo y pensativo, sigue mirando al preso, acechando la expresión de su rostro, serena y suave.

-El Espíritu terrible e inteligente -añade, tras una larga pausa-, el Espíritu de la negación y de la nada, te habló en el desierto, y la Escrituras atestiguan que te "tentó". No puede concebirse nada más profundo que lo que se te dijo e aquellas tres preguntas o, para emplear el lenguaje de la Escritura, en aquellas tres "tentaciones". ¡Si ha habido algún milagro auténtico, evidente, ha sido el de las tres tentaciones! ¡El hecho de que tales preguntas hayan podido brotar de unos labios, es ya, por sí solo, un milagro! Supongamos que hubieran sido borradas del libro, que hubiera que inventarlas, que forjárselas de nuevo. Supongamos que, con ese objeto, se reuniesen todos los sabios de la tierra, los hombres de Estado, los príncipes de la Iglesia, los filósofos, los poetas, y que se les dijese: "Inventad tres preguntas que no sólo correspondan a la grandeza del momento, sino que contengan, en su triple interrogación, toda la historia de la Humanidad futura", ¿crees que esa asamblea de todas las grandes inteligencias terrestres podría forjarse algo tan alto, tan formidable como las tres preguntas del inteligente y poderoso Espíritu? Esas tres preguntas, por sí solas, demuestran que quien te habló aquel día no era un espíritu humano, contingente, sino el Espíritu Eterno, Absoluto. Toda la historia ulterior de la Humanidad está predicha y condensada en ellas; son las tres formas en que se concretan todas las contradicciones de la historia de nuestra especie. Esto, entonces, aún no era evidente, el porvenir era aún desconocido; pero han pasado quince siglos y vemos que todo estaba previsto en la Triple Interrogación, que es nuestra historia.¿Quién tenía razón, di? ¿Tú o quien te interrogó?...

Si no el texto, el sentido de la primera pregunta es el siguiente: "Quieres presentarte al mundo con las manos vacías, anunciándoles a los hombres una libertad que su tontería y su maldad naturales no les permiten comprender, una liberad espantosa, ¡pues para el hombre y para la sociedad no ha habido nunca nada tan espantoso como la libertad!, cuando, si convirtieses en panes todas esas piedras peladas esparcidas ante tu vista, verías a la Humanidad correr, en pos de ti, como un rebaño, agradecida, sumisa, temerosa tan sólo de que tu mano depusiera su ademán taumatúrgico y los panes se tornasen piedras." Pero tú no quisiste privar al hombre de su libertad y repeliste la tentación; te horrorizaba la idea de comprar con panes la obediencia de la Humanidad, y contestaste que "no sólo de pan vive el hombre", sin saber que el espíritu de la tierra, reclamando el pan de la tierra, había de alzarse contra ti, combatirte y vencerte, y que todos le seguirían, gritando: "¡Nos ha dado el fuego del cielo!" Pasarán siglos y la Humanidad proclamará, por boca de sus sabios, que no hay crímenes y, por consiguiente, no hay pecado; que sólo hay hambrientos. "Dales pan si quieres que sean virtuosos." Esa será la divisa de los que se alzarán contra ti, el lema que inscribirán en su bandera; y tu templo será derribado y, en su lugar, se erigirá una nueva Torre de Babel, no más firme que la primera, el esfuerzo de cuya erección y mil años de sufrimientos podías haberles ahorrado a los hombres. Pues volverán a nosotros, al cabo de mil años de trabajo y dolor, y nos buscarán en los subterráneos, en las catacumbas donde estaremos escondidos -huyendo aún de la persecución, del martirio-, para gritarnos: "¡Pan! ¡Los que nos habían prometido el fuego del cielo no nos lo han dado!" Y nosotros acabaremos su Babel, dándoles pan, lo único de que tendrán necesidad. Y se lo daremos en tu nombre. Sabemos mentir. Sin nosotros, se morirían de hambre. Su ciencia no les mantendría. Mientras gocen de libertad les faltará el pan; pero acabarán por poner su libertad a nuestros pies, clamando: "¡Cadenas y pan!" Comprenderán que la libertad no es compatible con una justa repartición del pan terrestre entre todos los hombres, dado que nunca -¡nunca!- sabrán repartírselo. Se convencerán también de que son indignos de la libertad; débiles, viciosos, necios, indómitos. Tú les prometiste el pan del cielo. ¿Crees que puede ofrecerse ese pan, en vez del de la tierra, siendo la raza humana lo vil, lo incorregiblemente vil que es? Con tu pan del cielo podrás atraer y seducir a miles de almas, a docenas de miles, pero ¿y los millones y las decenas de millones no bastante fuertes para preferir el pan del cielo al pan de la tierra? ¿Acaso eres tan sólo el Dios de los grandes? Los demás, esos granos de arena del mar; los demás, que son débiles, pero que te aman, ¿no son a tus ojos sino viles instrumentos en manos de los grandes?... Nosotros amamos a esos pobres seres, que acabarán, a pesar de su condición viciosa y rebelde, por dejarse dominar. Nos admirarán, seremos sus dioses, una vez sobre nuestros hombros la carga de su libertad, una vez que hayamos aceptado el cetro que -¡tanto será el miedo que la libertad acabará por inspirarles!- nos ofrecerán. Y reinaremos en tu nombre, sin dejarte acercar a nosotros. Esta impostura, esta necesaria mentira, constituirá nuestra cruz.

Como ves, la primera de la tres preguntas encerraba el secreto del mundo. ¡Y tú la desdeñaste! Ponías la libertad por encima de todo, cuando, si hubieras consentido en tornar panes las piedras del desierto, hubieras satisfecho el eterno y unánime deseo de la Humanidad; le hubieras dado un amo. El más vivo afán del hombre libre es encontrar un ser ante quien inclinarse. Pero quiere inclinarse ante una fuerza incontestable, que pueda reunir a todos los hombres en una comunión de respeto; quiere que el objeto de su culto lo sea de un culto universal; quiere una religión común. Y esa necesidad de la comunidad en la adoración es, desde el principio de los siglos, el mayor tormento individual y colectivo del género humano. Por realizar esa quimera, los hombres se exterminan. Cada pueblo se ha creado un dios y le ha dicho a su vecino: "¡Adora a mi dios o te mato!" Y así ocurrirá hasta el fin del mundo; los dioses podrán desaparecer de la tierra, mas la Humanidad hará de nuevo por los ídolos lo que ha hecho por los dioses. Tú no ignorabas ese secreto fundamental de la naturaleza humana y, no obstante, rechazaste la única bandera que te hubiera asegurado la sumisión de todos los hombres: la bandera del pan terrestre; la rechazaste en nombre del pan celestial y de la libertad, y en nombre de la libertad seguiste obrando hasta tu muerte. No hay, te repito, un afán más vivo en el hombre que encontrar en quien delegar la libertad de que nace dotada tan miserable criatura. Sin embargo, para obtener la ofrenda de la libertad de los hombres, hay que darles la paz de la conciencia. El hombre se hubiera inclinado ante ti si le hubieras dado pan, porque el pan es una cosa incontestable; pero si, al mismo tiempo, otro se hubiera adueñado de la conciencia humana, el hombre hubiera dejado tu pan para seguirle. En eso, tenías razón; el secreto de la existencia humana consiste en la razón, en el motivo de la vida. Si el hombre no acierta a explicarse por qué debe vivir preferirá morir a continuar esta existencia sin objeto conocido, aunque disponga de una inmensa provisión de pan. Pero ¿de qué te sirvió el conocer esa verdad? En vez de coartar la libertad humana, le quitaste diques, olvidando, sin duda, que a la libertad de elegir entre el bien y el mal el hombre prefiere la paz, aunque sea la de la muerte. Nada tan caro para el hombre como el libre albedrío, y nada, también, que le haga sufrir tanto. Y, en vez de formar tu doctrina de principios sólidos que pudieran pacificar definitivamente la conciencia humana, la formaste de cuanto hay de extraordinario, vago, conjetural, de cuanto traspasa los límites de las fuerzas del hombre, a quien, ¡tú que diste la vida por él!, diríase que no amabas. Al quitarle diques a su libertad, introdujiste en el alma humana nuevos elementos de dolor. Querías ser amado con un libre amor, libremente seguido. Abolida la dura ley antigua, el hombre debía, sin trabas, sin más guía que tu ejemplo, elegir entre el bien y el mal. ¿No se te alcanzaba que acabarías por desacatar incluso tu ejemplo y tu verdad, abrumado bajo la terrible carga de la libre elección, y que gritaría: "Si Él hubiera poseído la verdad, no hubiera dejado a sus hijos sumidos en una perplejidad tan horrible, envueltos en tales tinieblas?" Tú mismo preparaste tu ruina: no culpes a nadie. Si hubieras escuchado lo que se te proponía... Hay sobre la tierra tres únicas fuerzas capaces de someter para siempre la conciencia de esos seres débiles e indómitos -haciéndoles felices-: el milagro, el misterio y la autoridad. Y tú no quisiste valerte de ninguna. El Espíritu terrible te llevó a la almena del templo y te dijo: "¿Quieres saber si eres el Hijo de Dios? Déjate caer abajo, porque escrito está que los ángeles tomarte han en las manos." Tú rechazaste la proposición, no te dejaste caer. Demostraste con ello el sublime orgullo de un dios; ¡pero los hombres, esos seres débiles, impotentes, no son dioses! Sabías que, sólo con intentar precipitarte, hubieras perdido la fe en tu Padre, y el gran Tentador hubiera visto, regocijadísimo, estrellarse tu cuerpo en la tierra que habías venido a salvar. Mas, dime, ¿hay muchos seres semejantes a ti? ¿Pudiste pensar un solo instante que los hombres serían capaces de comprender tu resistencia a aquella tentación? La naturaleza humana no es bastante fuerte para prescindir del milagro y contentarse con la libre elección del corazón, en esos instantes terribles en que las preguntas vitales exigen una respuesta. Sabías que tu heroico silencio sería perpetuado en los libros y resonaría en lo más remoto de los tiempos, en los más apartados rincones del mundo. Y esperabas que el hombre te imitaría y prescindiría de los milagros, como un dios, siendo así que, en su necesidad de milagros, los inventa y se inclina ante los prodigios de los magos y los encantamientos de los hechiceros, aunque sea hereje o ateo.

Cuando te dijeron, por mofa: "¡Baja de la cruz y creeremos en ti!", no bajaste. Entonces, tampoco quisiste someter al hombre con el milagro, porque lo que deseabas de él era una creencia libre, no violentada por el prestigio de lo maravilloso; un amor espontáneo, no los transportes serviles de un esclavo aterrorizado. En esta ocasión, como en todas, obraste inspirándote en una idea del hombre demasiado elevada: ¡es esclavo, aunque haya sido creado rebelde! Han pasado quince siglos: ve y juzga. ¿A quién has elevado hasta ti? El hombre, créeme, es más débil y más vil de lo que tú pensabas. ¿Puede, acaso, hacer lo que tú hiciste? Le estimas demasiado y sientes por él demasiado poca piedad; le has exigido demasiado, tú que le amas más que a ti mismo. Debías estimarle menos y exigirle menos. Es débil y cobarde. El que hoy se subleve en todas partes contra nuestra autoridad y se enorgullezca de ello, no significa nada. Sus bravatas son hijas de una vanidad de escolar. Los hombres son siempre unos chiquillos: se sublevan contra el profesor y le echan del aula; pero la revuelta tendrá un término y les costará cara a los revoltosos. No importa que derriben templos y ensangrienten la tierra: tarde o temprano, comprenderán la inutilidad de una rebelión que no son capaces de sostener. Verterán estúpidas lágrimas; pero, al cabo, comprenderán que el que les ha creado rebeldes les ha hecho objeto de una burla y lo gritarán, desesperados. Y esta blasfemia acrecerá su miseria, pues la naturaleza humana, demasiado mezquina para soportar la blasfemia, se encarga ella misma de castigarla.

La inquietud, la duda, la desgracia: he aquí el lote de los hombres por quienes diste tu sangre. Tu profeta dice que, en su visión simbólica, vio a todos los partícipes de la primera resurrección y que eran doce mil por cada generación. Su número no es corto, si se considera que supone una naturaleza más que humana el llevar tu cruz, el vivir largos años en el desierto, alimentándose de raíces y langostas; y puedes, en verdad, enorgullecerte de esos hijos de la libertad, del libre amor, estar satisfecho del voluntario y magnífico sacrificio de sí mismos, hecho en tu nombre. Pero no olvides que se trata sólo de algunos miles y, más que de hombres, de dioses. ¿Y el resto de la Humanidad? ¿Qué culpa tienen los demás, los débiles humanos, de no poseer la fuerza sobrenatural de los fuertes? ¿Qué culpa tiene el alma feble de no poder soportar el peso de algunos dones terribles? ¿Acaso viniste tan sólo por los elegidos? Si es así, lo importante no es la libertad ni el amor, sino el misterio, el impenetrable misterio. Y nosotros tenemos derecho a predicarles a los hombres que deben someterse a él sin razonar, aun contra los dictados de su conciencia. Y eso es lo que hemos hecho. Hemos corregido tu obra; la hemos basado en el "milagro", el "misterio" y la "autoridad". Y los hombres se han congratulado de verse de nuevo conducidos como un rebaño y libres, por fin, del don funesto que tantos sufrimientos les ha causado. Di, ¿hemos hecho bien? ¿Se nos puede acusar de no amar a la Humanidad? ¿No somos nosotros los únicos que tenemos conciencia de su flaqueza; nosotros que, en atención a su fragilidad, la hemos autorizado hasta para pecar, con tal de que nos pida permiso? ¿Por qué callas? ¿Por qué te limitas a mirarme con tus dulces y penetrantes ojos? ¡No te amo y no quiero tu amor; prefiero tu cólera! ¿Y para qué ocultarte nada? Sé a quién le hablo. Conoces lo que voy a decirte, lo leo en tus ojos... Quizá quieras oír precisamente de mi boca nuestro secreto. Oye, pues: no estamos contigo, estamos con Él...; nuestro secreto es ése. Hace mucho tiempo -¡ocho siglos!- que no estamos contigo, sino con Él. Hace ocho siglos que recibimos de Él el don que tú, cuando te tentó por tercera vez mostrándote todos los reinos de la tierra, rechazaste indignado; nosotros aceptamos y, dueños de Roma y la espada de César, nos declaramos los amos del mundo. Sin embargo, nuestra conquista no ha acabado aún, está todavía en su etapa inicial, falta mucho para verla concluida; la tierra ha de sufrir aún durante mucho tiempo; pero nosotros conseguiremos nuestro objeto, seremos el César y, entonces, nos preocuparemos de la felicidad universal. Tú también pudiste haber tomado la espada de César; ¿por qué rechazaste tal don? Aceptándole, hubieras satisfecho todos los anhelos de los hombres sobre la tierra, les hubieras dado un amo, un depositario de su conciencia y, a la vez, un ser en torno a quien unirse, formando un inmenso hormiguero, ya que la necesidad de la unión universal es otro de los tres supremos tormentos de la Humanidad. La Humanidad siempre ha tendido a la unidad mundial. Cuanto más grandes y gloriosos, más sienten los pueblos ese anhelo. Los grandes conquistadores, los Tamerlán, los Gengis Kan que recorren la tierra como un huracán devastador, obedecen, de un modo inconsciente, a esa necesidad. Tomando la púrpura de César, hubieras fundado el imperio universal, que hubiera sido la paz del mundo. Pues, ¿quién debe reinar sobre los hombres sino el que es dueño de sus conciencias y tiene su pan en las manos?

Tomamos la espada de César y, al hacerlo, rompimos contigo y nos unimos a Él. Aún habrá siglos de libertinaje intelectual, de pedantería y de antropofagia -los hombres, luego de erigir, sin nosotros, su Torre de Babel, se entregarán a la antropofagia-; pero la bestia acabará por arrastrarse hasta nuestros pies, los lamerá y los regará con lágrimas de sangre. Y nosotros nos sentaremos sobre la bestia y levantaremos una copa en la que se leerá la palabra "Misterio". Y entonces, sólo entonces, empezará para los hombres el reinado de la paz y de la dicha. Tú te enorgullecerás de tus elegidos, pero son una minoría: nosotros les daremos el reposo y la calma a todos. Y aun de esa minoría, aun de entre esos "fuertes" llamados a ser de los elegidos, ¡cuántos han acabado y acabarán por cansarse de esperar, cuántos han empleado y emplearán contra ti las fuerzas de su espíritu y el ardor de su corazón en uso de la libertad de que te son deudores! Nosotros les daremos a todos la felicidad, concluiremos con las revueltas y matanzas originadas por la libertad. Les convenceremos de que no serán verdaderamente libres, sino cuando nos hayan confiado su libertad. ¿Mentiremos? ¡No! Y bien sabrán ellos que no les engañamos, cansados de las dudas y de los terrores que la libertad lleva consigo. La independencia, el libre pensamiento y la ciencia llegarán a sumirles en tales tinieblas, a espantarlos con tales prodigios y exigencias, que los menos suaves y dóciles se suicidarán; otros, también indóciles, pero débiles y violentos, se asesinarán, y otros -los más-, rebaño de cobardes y de miserables, gritarán a nuestros pies: "¡Sí, tenéis razón! Sólo vosotros poseéis su secreto y volvemos a vosotros! ¡Salvadnos de nosotros mismos!"

No se les ocultará que el pan -obtenido con su propio trabajo, sin milagro alguno- que reciben de nosotros se lo tomamos antes nosotros a ellos para repartírselo, y que no convertimos las piedras en panes. Pero, en verdad, más que el pan en sí, lo que les satisfará es que nosotros se lo demos. Pues verán que, si no convertimos las piedras en panes, tampoco los panes se convierten, vuelto el hombre a nosotros, en piedras. ¡Comprenderán, al cabo, el valor de la sumisión! Y mientras no lo comprendan, padecerán. ¿Quién, dime, quién ha puesto más de su parte para que dejen de padecer? ¿Quién ha dividido el rebaño y le ha dispersado por extraviados andurriales? Las ovejas se reunirán de nuevo, el rebaño volverá a la obediencia y ya nada le dividirá ni lo dispersará. Nosotros, entonces, les daremos a los hombres una felicidad en armonía con su débil naturaleza, una felicidad compuesta de pan y humildad. Sí, les predicaremos la humildad -no, como Tú, el orgullo. Les probaremos que son débiles niños, pero que la felicidad de los niños tiene particulares encantos. Se tornarán tímidos, no nos perderán nunca de vista y se estrecharán contra nosotros como polluelos que buscan el abrigo del ala materna. Nos temerán y nos admirarán. Les enorgullecerá el pensar la energía y el genio que habremos necesitado para domar a tanto rebelde. Les asustará nuestra cólera, y sus ojos, como los de los niños y los de las mujeres, serán fuentes de lágrimas. ¡Pero con qué facilidad, a un gesto nuestro, pasarán del llanto a la risa, a la suave alegría de los niños! Les obligaremos, ¿qué duda cabe?, a trabajar; pero los organizaremos, para sus horas de ocio, una vida semejante a los juegos de los niños, mezcla de canciones, coros inocentes y danzas. Hasta les permitiremos pecar -¡su naturaleza es tan flaca! Y, como les permitiremos pecar, nos amarán con un amor sencillo, infantil. Les diremos que todo pecado cometido con nuestro permiso será perdonado, y lo haremos por amor, pues, de sus pecados, el castigo será para nosotros y el placer para ellos. Y nos adorarán como a bienhechores. Nos lo dirán todo y, según su grado de obediencia, les permitiremos o les prohibiremos vivir con sus mujeres o sus amantes y les consentiremos o no les consentiremos tener hijos. Y nos obedecerán, muy contentos. Nos someterán los más penosos secretos de su conciencia, y nosotros decidiremos en todo y por todo; y ellos acatarán, alegres, nuestras sentencias, pues les ahorrarán el cruel trabajo de elegir y de determinarse libremente.

Todos los millones de seres humanos serán así felices, salvo unos cien mil, salvo nosotros, los depositarios del secreto. Porque nosotros seremos desgraciados. Los felices se contarán por miles de millones, y habrá cien mil mártires del conocimiento, exclusivo y maldito, del bien y del mal. Morirán en paz. pronunciando tu nombre, y, más allá de la tumba, sólo verán la oscuridad de la muerte. Sin embargo, nos lo callaremos; embaucaremos a los hombres, por su bien, con la promesa de una eterna recompensa en el cielo, a sabiendas de que, si hay otro mundo, no ha sido, de seguro, creado para ellos. Se vaticina que volverás, rodeado de tus elegidos, y que vencerás; tus héroes sólo podrán envanecerse de haberse salvado a sí mismos, mientras que nosotros habremos salvado al mundo entero. Se dice que la fornicadora, sentada sobre la bestia y con la "copa del misterio" en las manos, será afrentada y que los débiles se sublevarán por vez postrera, desgarrarán su púrpura y desnudarán su cuerpo impuro. Pero yo me levantaré entonces y te mostraré los miles de millones de seres felices que no han conocido el pecado. Y nosotros que, por su bien, habremos asumido el peso de sus culpas, nos alzaremos ante ti, diciendo: "¡Júzganos, si puedes y te atreves!" No te temo. Yo también he estado en el desierto; yo también me he alimentado de langostas y raíces; yo también he bendecido la libertad que les diste a los hombres y he soñado con ser del número de los fuertes. Pero he renunciado a ese sueño, he renunciado a tu locura para sumarme al grupo de los que corrigen tu obra. He dejado a los orgullosos para acudir en socorro de los humildes. Lo que te digo se realizará; nuestro imperio será un hecho. Y te repito que mañana, a una señal mía, verás a un rebaño sumiso echar leña a la hoguera donde te haré morir, por haber venido a perturbarnos. ¿Quién más digno que Tú de la hoguera? Mañana te quemaré. Dixi.

El inquisidor calla. Espera unos instantes la respuesta del preso. Aquel silencio le turba. El preso le ha oído, sin dejar de mirarle a los ojos, con una mirada fija y dulce, decidido evidentemente a no contestar nada. El anciano hubiera querido oír de sus labios una palabra, aunque hubiera sido la más amarga, la más terrible. Y he aquí que el preso se le acerca en silencio y da un beso en sus labios exangües de nonagenario. ¡A eso se reduce su respuesta! El anciano se estremece, sus labios tiemblan; se dirige a la puerta, la abre y dice:

-¡Vete y no vuelvas nunca..., nunca!

Y le deja salir a las tinieblas de la ciudad. El preso se aleja. (*)

(*) Fuente: Fedor Dostoievski, "El gran inquisidor", en capítulo V de Los hermanos Karamazov. Versión de Biblioteca Digital Ciudad Seva.

http://www.temakel.com/rs30dostoievski.htm

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