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martes, 13 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y el Buda.

PREFACIO

Se me instó a que escribiera un prefacio de las siguientes páginas. Francamente no lo necesitaban, aunque tal vez convenga explicar el motivo de su publicación. Son conversaciones sostenidas con algunos de mis amigos en el castillo de Eerde, en Ommen (Holanda).

El castillo es de estilo arquitectónico usado en las primeras edificaciones de principios del siglo XVIII y se le considera como uno de los más hermosos ejemplares de aquel período. Seguramente es uno de los más bellos lugares que conozco. Todo lo del castillo pertenece a dicho período y está en perfecta condición. Hay admirables tapices Gobelinos que dan un ambiente de antigua dignidad y belleza.

Corpulentos árboles dos o tres veces centenarios, rodean el castillo; sus potentes copas desaparecen en las nubes, y se escuchan allí extraños murmullos.

El lugar está henchido de encanto y dicha, y mis conversaciones versaron naturalmente sobre este eterno tema.

J. KRISHNAMURTI

Nota

Puedo añadir a lo precedente que las descritas condiciones eran posiblemente las más favorables para que se manifestara la influencia del Instructor del Mundo. Krishnaji estaba rodeado de un pequeño grupo de fervorosos estudiantes, creyentes en su inspiración y que gozosamente acogían la presencia del Señor. Los lectores reconocerán la profunda sabiduría, la sorprendente originalidad y la exquisita dicción de este admirable libro. Los prudentes lo estimarán; los que no lo sean harán lo que les parezca.

ANNIE BESANT

I

LA VOZ DE LA INTUICIÓN

Deseo, en cuanto se me alcance, exponeros ciertas ideas que debéis estudiar y que os darían un definido e inteligible concepto de la verdadera vida espiritual. Me parece que todos vosotros entendéis que para crear, como habéis de crear si queréis vivir, se necesita lucha y descontento; y para convertirlos en fruición, debéis cultivar vuestro propio punto de vista, vuestras propias tendencias, vuestras propias capacidades, y por esto deseo despertar en cada uno de vosotros, aquella Voz, aquel Tirano, el único guía capaz de ayudaros a crear. La mayor parte de vosotros prefiere, por ser más fácil camino, copiar. A la mayoría de vosotros, les gusta imitar. Para muchos de vosotros es mucho más cómodo no cultivar vuestras propias tendencias, vuestras propias cualidades, vuestra propia naturaleza, sino más bien imitar ciegamente. Y creo que convendréis conmigo en que esto es fatal para el desenvolvimiento de la Voz. La más noble guía de cada uno de vosotros es esta Voz, este Tirano, esta Intuición; y cultivándola, ennobleciéndola y perfeccionándola llegaremos a la meta; nuestra propia meta.

Cultivando esta voz hasta que llegue a ser el único Tirano, la única Voz a que obedezcamos, debemos descubrir nuestra meta y trabajar incesantemente para alcanzarla. Ahora bien, ¿qué meta es esta? Para mí, consiste en conocer la Verdad final. Anhelo llegar a un estado en que por mí mismo conozca lo que he conseguido, que yo soy la personificación de dicha Verdad. Y al lograr esta Verdad, logro al propio tiempo mi anhelo: la paz, la perfecta tranquilidad de mente y emociones. Tal es la meta para mí. Ante todo lo esencial es fortalecer en cada uno de vosotros esta Voz que se asevera por sí misma de cuando en cuando. Y cultivar y ennoblecer la Intuición; debemos aprender a pensar y obrar por nosotros mismos. El cultivo de esta Voz de la intuición requiere una conducta acorde con sus dictados.

La imitación nada tiene que ver con la belleza. El Arte no consiste en copiar la Naturaleza tal como es, sino en la dignidad del símbolo que la representa. Así, cada uno de nosotros ha de ser un artista; un artista que cree por sí mismo porque le ha conmovido un vislumbre de la Visión. Observaréis que los verdaderos e insignes artistas, los genuinos y eximios instructores no tienen el sentimiento de la exclusividad, sino que encarnan todas las cosas, son parte de todas las cosas. Debemos tener varios aspectos a fin de producir lo perfecto. Un jardín lleno de rosas, podrá haber en él las más perfectas rosas de toda variedad y color, pero si todo son rosas, carecerá de belleza el jardín.

Todos propendemos a ser como los demás. Deseamos acomodarnos a determinado tipo y adaptarnos a moldes que no son de nuestra hechura. Esto es fatal para el desenvolvimiento de la perfecta intuición. Sin embargo, no debemos olvidar que todos nos encontraremos en el Reino de la Felicidad.

Por nuestro nacionalismo o nuestra modalidad de culto religioso propendemos a pensar que somos diferentes de otras personas; tratamos al mundo como si estuviese independiente de nosotros y llegamos a ser exclusivos en nuestras perspectivas. Destruiremos en vez de crear si tenemos tan limitada visión y tan restringidas ideas. Yo deseo, en cuanto se me alcance, despertar en cada uno de vosotros esta Voz, que os guiara por el camino que queráis seguir, que es vuestra propia vida, el sendero por vosotros mismos trazado. Y mientras obedezcáis a esta Voz, a esta Intuición, no podréis errar; pero erraréis si tratáis de obedecer y seguir las órdenes, las ideas, las visiones de los demás.

Yo puedo exponeros mi ideal de Verdad, de perfecta paz y amorosa ternura, pero debéis esforzaros en alcanzarlo por vosotros mismos. Yo puedo exponer los principios de Verdad, pero vosotros, por medio de vuestra propia Voz y obedientes a esta Voz, debéis desenvolver vuestra propia Intuición, vuestras propias ideas, y así alcanzaréis la meta donde todos nos hemos de encontrar.

Esto es para mí lo más importante de la vida. Yo no quiero obedecer a nadie, sea quien sea, mientras no esté yo convencido de que tiene razón. No quiero ocultarme tras la pantalla que vela la Verdad. No quiero tener creencias a las cuales no pueda responder ni darles mi alma, mi corazón y todo mi ser. En vez de ser vulgares y mediocres, debéis escuchar esta Voz, cultivar esta Intuición, y descubrir así nuevas sendas de vida, en vez de ir a la aventura por ajenos senderos.

Según ya dije, para realizar este ideal debéis desenvolver vuestra Intuición, esencial es la perfecta armonía de emociones y de mente para que se manifieste la Intuición, la Voz de vuestro verdadero ser.

La Intuición es el susurro del alma. Es Intuición la palabra guiadora de vuestra vida. Cuanto más armonicemos por el perfeccionamiento y la purificación nuestras intensas emociones y agudos pensamientos, más aptos seremos para oír esta Voz, la Intuición, que es común a todos, la Intuición, que pertenece colectivamente a la humanidad y no a un particular individuo. Debéis tener vivos sentimientos de amor, de intensa dicha o de sincera bondad. Quien carece de emociones no sirve para nada, mientras que quien intensas las tiene, aunque de siniestra índole, puede siempre tratar de refinarlas y perfeccionarlas. La persona insensible e indiferente no puede crear, destruir ni edificar. Observaréis que un gran destructor nunca es persona mezquina sino que algo admirable hay en él. Tampoco es mediocre ni endeble un gran amador. Cuantos más sentimientos y emociones tengáis, tanto mejor; pero al propio tiempo habéis de aprender a dominarlas, porque las emociones son como las malas hierbas, que si no las escardáis infectarán el jardín. Si tenéis débiles emociones, pero las vais alimentando día tras día, acabarán por crecer y vigorizarse. La idea de que no debemos tener sentimientos ni emociones es absurda y contraria a la espiritualidad. Cuanto más fervorosos sean vuestros sentimientos, mejor; pero habréis de dominarlos so pena de sufrimiento. Si no los domináis os apartaréis de vuestra Intuición y os extraviaréis por vericuetos en vez de seguir el camino recto hacia vuestro ideal.

Tened formidables sentimientos y disfrutad de ellos. No seáis negativos, sino intrépidamente emprendedores. Digo esto con tanta vehemencia, porque todos tenemos propensión a ser de un mismo tipo, a pensar de una misma manera, a congregarnos en torno a la misma persona, y tememos no poder adelantar si no pertenecemos a tal o cual actividad. Pero, ¿qué es el adelanto? Es vuestra propia felicidad. El adelanto es tan solo una palabra. Yo preferiría ser feliz a cuantas mezquinas satisfacciones pueda el mundo dar. ¿Qué importa la religión a que pertenezcáis ni la fama de que gocéis mientras os sintáis verdaderamente felices y podáis mantener absolutamente claro y distinto vuestro ideal?

Imaginaos por un momento al señor Buda y Sus discípulos. Fueron las grandes excepciones de su época. Todos tenían un solo Maestro, una sola meta un solo ideal: Él. Y sin embargo, cada uno de ellos tenía la chispa del genio. No eran mediocres porque seguían a Quien era la excepción, la flor de la humanidad, y todos deben llegar a ser un tal ejemplo.



J. Krishnamurti
EL REINO DE LA FELICIDAD. (Extracto)
Editorial Sirio, s.a. - málaga
Libro publicado con subvención de la Junta de Andalucía.
Nuestro agradecimiento a D. Roberto Pla Sales, quien generosamente facilitó un ejemplar de El Reino de la Felicidad para que sirviera de base a la presente edición.
Los editores.

 

lunes, 12 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y el Buda.

Los bhikkus (monjes budistas) que viven en climas cálidos tienen la costumbre de llevar abanicos para abanicarse los cuerpos y las caras sudorosas. Existe un cierto tipo de abanico de hojas de palma que se asocia al clero budista. Cuando le ofrecí a K uno de estos abanicos lo rechazó. Y comentó en tono de broma: «¡No soy un sacerdote budista!»

Los monjes budistas, con su aspecto ascético, sus cabezas afeitadas y sus túnicas color azafrán se entremezclaban con el público para ver a K. En una reunión especial con los monjes budistas que se celebró en su residencia, le preguntaron a K si en realidad pensaba. K contestó que pensaba sólo cuando era necesario.

Tanto en asuntos mundanos como en todo lo que tiene que ver con la tecnología, pensar es obviamente necesario. Pensar es necesario en el proceso de adquirir una habilidad o aprender un lenguaje. Pero en el mundo de las percepciones, ¿no es el pensamiento un obstáculo y un factor que contribuye a la distorsión? A menos que se despoje constantemente a la mente de sus imágenes, ¿es posible ver con mirada nueva a las distintas personas que conocemos en nuestra vida diaria? Un espíritu cargado de imágenes no puede más que experimentar sufrimiento.

Unos monjes budistas conocieron a K. Fueron invitados por éste a sentarse a su lado en el estrado. Cuando se mostraron renuentes a estar cerca de él, K les dijo risueño: «¡No temáis, que no muerdo!»

Uno de los jóvenes monjes budistas declaró que su espíritu era tan libre como el de K.

«Si es usted libre» le dijo K con tono dubitativo, «¿por qué no se desprende de su túnica y se viste como un lego?»

El monje le contestó: «Señor Krishnamurti, si de veras es usted libre, ¿qué le impide llevar una túnica amarilla y afeitarse la cabeza?»

K respondió: «Señor, la libertad no consiste en conformarse. Un hombre libre no se amoldará a ningún maestro, idea o creencia».

Fuera donde fuera, K era recibido con afecto y veneración. Uno sospecha que no pocos veían a K teniendo como fondo la imagen que se habían formado de Buda e interpretaban las enseñanzas a la luz de la doctrina budista.

Una de las cosas que descubrí de K era que tenía en alta estima a Buda. En efecto, Buda era el único maestro religioso que respetaba. Cuando le planteé ciertas cuestiones filosóficas, K me hizo esta sorprendente observación: «¿Por qué me hace estas preguntas? ¿Por qué no profundiza usted en su propia literatura budista? Allí encontrará las respuestas».


Susanaga Weeraperuma
KRISHNAMURTI TAL COMO LE CONOCÍ
Traducción de Celia Filipetto
Verdaguer, 1 08786 Capellades (Barcelona)

 

sábado, 10 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y el Buda.

En abril de 1.984 me encontraba en Arya Vihara, Ojai. El libro de memorias estaba a punto de completarse, ¿pero cómo sería el final? El río estaba en plena creciente. ¿Era posible destilar la esencia de la enseñanza? A veces parecía tan lúcida, clara, sencilla, y después tan distante, inmensa, universal, que desafiaba una percepción unificada de la misma. Me encontré con Krishnaji en la Cabaña de los Pinos el 28 de abril. Su cabello estaba blanco, el tiempo había dejado su huella en el rostro, pero sus ojos que reflejaban los míos eran los del muchacho Krishnamurti en la fotografía tomada después de su primera iniciación ojos límpidos, incontaminados, ojos que nunca habían mirado hacia atrás en el tiempo.

Le pregunté cuál era la suma de su enseñanza. Para mí era inmensa. Integraba e incluía las enseñanzas de Buda y del Vedanta. Él podía negar el super-Atman, el Brahman, pero en la negación misma emanaba de él la energía que esas palabras comunicaban. Eso me condujo a la tan frecuentemente formulada pregunta: “¿Quién es Krishnamurti? ¿Cuál es su linaje?” ¿Era un punto de ruptura en la evolución? Tomaría siglos abarcar totalmente el reto que Krishnamurti le había planteado al cerebro humano -a la raíz de la mente humana.

De pronto Krishnaji tomó mi mano: “Quédese con eso quédese con el reto- trabaje con eso olvídese de la persona”. Su contacto estaba cargado con la fuerza de la naturaleza tal como se la encuentra en las tempestades de los océanos. “Mire lo que han hecho las religiones: se han concentrado en el instructor y han olvidado la enseñanza. ¿Por qué damos tanta importancia a la persona del instructor? El instructor puede ser necesario para manifestar la enseñanza, pero más allá de eso, ¿qué? El vaso contiene agua; uno tiene que beber el agua, no adorar el vaso. La humanidad adora el vaso, olvida el agua”. Mi cuerpo y mi mente respondieron: “Aun el hecho de comenzar una real investigación en la enseñanza, implica una ruptura en la conciencia”.

“Sí, así es”, dijo K. “La tendencia humana es concentrarlo todo en la persona del instructor no en la esencia de lo que dice, sino en la persona. Esa es la gran corrupción. Mire a los grandes instructores del mundo Mahoma, Cristo y también el Buda. ¡Vea lo que los seguidores han hecho de eso! Los monjes budistas son violentos, matan. Todo lo contrario de lo que el Buda ha dicho.

“La manifestación tiene que ocurrir a través de un cuerpo humano, naturalmente la manifestación no es la enseñanza. Tenemos que ser extraordinariamente impersonales en esto. Ver de no proyectar al instructor a causa de nuestro amor y afecto por la persona, olvidando así la enseñanza. Ver la verdad en la enseñanza, ver su profundidad, penetrar en ella, vivir con ella eso es lo importante. ¿Qué valor tiene si el mundo dice que K es una persona maravillosa? ¿A quién le importa? Pero si K es un punto de ruptura, la palabra no es su medida, La palabra no es importante. Si estuviéramos viviendo en los tiempos de Buda, yo podría sentirme atraído hacia él como ser humano, podría sentir un gran afecto por él, pero estaría más interesado en lo que él dice. Mire, Pupulji, nuestros cerebros se han empequeñecido tanto por las palabras que hemos utilizado. Cuando uno habla a un grupo de científicos, a especialistas en diversas disciplinas, ve que sus vidas se han vuelto muy triviales. Lo miden todo en términos de palabras, de experiencias. Las palabras son limitadas, todas las experiencias son limitadas. Cubren un área muy pequeña”.

Titubeó un poco. “Empecemos de nuevo. Él yo es un manojo de recuerdos. Él yo es la esencia del conocimiento. El conocimiento está siempre en el campo del tiempo. K está diciendo que el yo es memoria heredada y acumulada. Cuando el yo está ausente, no existe el tiempo. La energía no tiene pasado. Pero el hombre ha puesto énfasis en el pasado. Cuando existe esa energía no limitada por el yo, la energía no contiene tiempo. Es energía”.

“Pero en toda manifestación, ¿no nace un tiempo, limitado a esa manifestación?”, pregunté.

“Sí. La manifestación necesita del tiempo. Por lo tanto, habiéndose manifestado como una flor o un árbol, o como un ser humano, esa energía es limitada. Cuando el yo está ausente, existe un estado por completo libre del tiempo. Lo que me pregunto es si la evolución del cerebro ha de continuar como hasta ahora, modificándose, creciendo, acumulando más y más conocimientos. Veo algo muy interesante. La meditación tal como la conocemos, es práctica, disciplina, recitación de mantras. Se basa en el conocimiento. Por eso es un asunto muy insignificante. ¿Existe una meditación que no se base en el conocimiento, que no sea deliberada? En tanto exista la conciencia, la conciencia tiene que implicar manifestación. Tiene que haber tiempo. Por lo tanto, esta meditación sólo puede existir cuando la conciencia, tal como la conocemos, llega a su fin.

“En el último año, hay un estado que no es mensurable en palabras, que no se encuentra en el campo del conocimiento’ es inmenso, totalmente intemporal. Está ahí cuando cierro los ojos para hacer mis ejercicios, cuando doy un paseo. Soy escéptico, lo observo para ver si es una realidad o una fantasía”.

Krishnaji se había alejado liberándose de la discusión; un nuevo estado era evidente.

“Eso debe alterar totalmente la naturaleza del cerebro”, comenté.

“Probablemente lo hace”.

“¿Puede afectar el cerebro de la humanidad?”

“Sí, sí”. La voz de Krishnaji fluía, profunda y compasiva. Entonces, súbitamente me preguntó. “Pupulji, usted ha leído los textos antiguos, ha discutido con pandits; ¿con qué hace contacto?”

Dejé que la pregunta flotara; luego, vacilando, hablé: “Vea, Krishnaji, he leído los textos antiguos, pero introduzco en los textos el escuchar que ha surgido de escucharle a usted. De ese modo escucho los textos y, a causa de que existe ese estado, puedo entrar en contacto con algo, aproximarme a ello”.

“Por qué”. Habló K no era una pregunta, sino un modo de incorporarme al viaje.

“Porque el contacto con ‘aquello’ no reside en las palabras. Usted habla y la mente, debido a que está quieta, se siente próxima a ‘aquello’. Entonces, cuando leo los textos antiguos y la mente está quieta, o cuando me siento a solas en el jardín y escucho el canto de los pájaros, o el viento entre las hojas, puedo percibir cierta proximidad a ‘aquello’”.

“La persona de K, ¿se vuelve importante?”

“No. La energía que emana es, ciertamente, importante. Usted nos introduce dentro de ella en el momento que la mente está quieta. Comienzo a ver algo: la energía en esta mente, tal como es, no puede alcanzar ‘aquello’. Puede llegar hasta cierto punto y no más allá. También comprendo esto: al yo hay que dejarle el menor espacio posible”.

“Sí”. Krishnaji rió. “Dejarle representar su papel lo menos que se pueda”.

“Veo que ha quedado muy poco del Krishnamurti personal”.

“Sí”.

“Uno puede sentirlo en el instante que toca las puertas de acceso a su mente; la base de esa mente está saturada con ‘aquello’”.

“Sí”.

“En el último año usted ha tratado no, ‘tratado’ no es la palabra correcta- de traer a la gente más y más cerca de ‘aquello’”. Hice una pausa. “Pero entonces aparece el bloqueo de la evolución, que es el karma”.

“Como siembras, cosecharás”, Krishnaji volvió a reír.

“El karma, la esencia de: ‘lo que fuiste, eso eres y eso serás’. También veo que uno debe dejar correr el pensamiento, que sea muy fluido, no permitirle que cristalice. Y uno ha de desarraigar el pensamiento, desenterrarlo”.

“Desarraigarlo, eso es correcto”.

“De modo que se pose con levedad en la mente”.

Espere un momento”. K interrumpió mi flujo. “¿Cómo comunicaría usted lo que está diciendo, a cincuenta personas, o a cinco mil?”

“La clave para la comunicación es la observación. No se necesita nada más”.

“¿Cómo responde usted, quién es el observador?”

“La única respuesta es observar. Estar abierto, descubrir, ¡Qué extraordinario es este viaje de descubrimiento, las percepciones en lo infinito!”

Cuando dejé la habitación, la pregunta volvió a surgir en mi mente. ¿Quién es Krishnamurti? ¿Cuál es su gotra, su linaje? De la pregunta emergió la respuesta: Toda la humanidad. Porque en todos los seres humanos está la capacidad de abrirse paso a través del cautiverio; de pertenecer al linaje de la compasión impersonal.

Más adelante le pregunté cuál era la naturaleza de la palabra samadhi. Dijo: “El cerebro permanece en silencio durante el día; se dice una palabra, y el cerebro ve instantáneamente todo su contenido. El cerebro no acumula. Lo que surge es pleno. Dentro del cerebro no hay movimiento de tiempo, pero hay un movimiento infinito, el ritmo propio del cerebro. Hay un sentido de protección, de protección eterna, intemporal”.

El 11 de mayo de 1.985, Krishnamurti cumplió noventa años. Ese día yo estaba con él en Arya Vihara, Ojai, y por la mañana golpeé a la puerta de su habitación que tenía vista al pimentero, donde sesenta y tres años antes él había experimentado sus misteriosas transformaciones. A mi llamada Krishnaji abrió la puerta. Me incliné para tocar sus pies; pero él se echó a reír, y en lugar de eso me abrazó. Nada especial sucedió ese día. Krishnamurti tenía noventa años y transcurrió un día más.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.

 

Jiddu Krishnamurti y el Buda.

 Mientras se encontraba en Bombay, en enero de 1.983, Krishnaji comenzó a hablar de “la buena mente”. Nandini y yo estábamos cenando con él. Durante la tarde anterior, en su plática había preguntado: “¿Cómo miran ustedes el vasto movimiento de la vida? ¿Ven que cada uno es un ser humano relacionado con todos los otros seres humanos? El cuerpo no separa jamás. No dice, ‘yo soy’. Es el pensamiento el que separa”. Había estado hablando del caos en el mundo, y preguntó si el hombre cuestiona alguna vez la raíz de todo este caos”. ¿Cómo abordan ustedes el problema? ¿Cómo entran en contacto con un problema semejante?” Nos atraía hacia él para que estableciéramos contacto con su mente. “¿Pueden ustedes aproximarse y abrirse a la pregunta? Porque si permanecen alejados, no están abiertos, no están atentos a la pregunta. ¿Pueden abordar la pregunta sin ninguna dirección ni motivo? El motivo distorsiona la percepción. Para descubrir cuál es la raíz del caos, la mente tiene que ser libre”.

Nos dijo: “La mayoría considera que una buena mente es una mente que ha leído muchísimo, que está llena de conocimientos acerca de muchas cosas. Una mente como la de Aldous Huxley, Gerard Heard y otros ellos tenían mentes enciclopédicas. En la India, ¿la buena mente sería la mente brahmínica? Uso la palabra ‘brahmínica’ para incluir la corriente que el cerebro ha cultivado durante siglos para descubrir un cerebro que se ha vuelto, muy agudo, pero que no ha perdido internamente la cualidad de lo profundo. Uno puede fabricar un instrumento muy afilado; éste puede cortar, pero también ha de usarse para cosas delicadas. ¿Comprenden? Una mente así ¿es una buena mente?” Hubo una pausa. “La condición de una buena mente debe estar vinculada con la acción, con la relación, con la profundidad. Grandes científicos llevan a veces vidas de lo más vulgares. Son ambiciosos, codiciosos, se pelean entre sí por la posición y el aplauso. ¿Dirían ustedes que ellos tienen buenas mentes?”

Respondí: “Una buena mente no significa por fuerza una vida buena. El científico puede ser un gran científico, pero como ser humano puede ser un desastre. Vea, señor, una mente buena de verdad, debe ser capaz de penetrar meditativamente dentro de sí misma. Tal vez de esta meditación proviene el discernimiento”.

“Sí”. K continuó: “¿Diría usted que una buena mente carece de un centro a partir del cual esté actuando?” Hablaba haciendo muchas pausas, como siempre que discutíamos algo serio. “Siendo el centro, el yo”. Formuló la pregunta y la respondió él mismo: “Una buena mente no tiene yo. Cuando una mente se halla en estado de completa atención, atendiendo, escuchando, no hay en ella lugar para el yo. El yo se manifiesta después. La clave es el escuchar. Este escuchar es uno de los grandes sustentadores del cerebro”. K estuvo escuchando y ponderando lo expuesto; después habló nuevamente: “Vean, una buena mente debe tener compasión. Debe tener un gran sentido de la belleza y ser capaz de actuar; tiene que haber en ella una relación con lo verdadero, con lo justo. ¿Es imposible encontrar mentes así? Aristóteles, Sócrates... ellos tenían buenas mentes”.

Tenían mentes que podían cuestionar, penetrar en la materia, en la energía. Para ello la mente ha de poseer una condición de totalidad”. Yo retaba a Krishnaji.

“¿Diría usted que una buena mente es una mente holística?”, preguntó K.

“Cuando en la plática de ayer usted dijo que el cuerpo no separa, ésa fue una declaración que jamás había hecho antes”, dije. “Luego siguió diciendo que con esta mente, el instrumento adiestrado en lo tecnológico, en la comprensión de los grandes conocimientos, en el estudio de las técnicas para hacer cosas con esta mente técnica el hombre es propenso al dolor. Y así el dolor jamás se termina. Porque no hay relación alguna entre ambos. ¿Cómo surgen estas percepciones? Su mente lanza percepciones todo el tiempo. ¿Cómo surgen? ¿Surgen cuando usted se encuentra sobre el estrado, o desarrolla eso antes?”

“Las percepciones, el discernimiento, se manifiestan todo el tiempo”, K hizo una pausa. “Surgen constantemente cuando hay una conversación seria”. Otra vez permaneció en silencio. “Vea, si la define demasiado la buena mente- entonces lo elimina todo. No debemos, pues, definirla demasiado claramente. Eso la limita”.

“Y sin embargo la lógica es esencial la mente debe moverse paso a paso. Me pregunto qué harán de sus mentes en los siglos por venir”, comenté.

“¿Podemos decir que una mente sana, buena, posee una originalidad que va contra la corriente?” K ignoró mi comentario y continuó con la pregunta: “¿Sócrates? Él abogaba por algo”.

“Estamos hablando de una mente desde la cual fluye la compasión -de lo contrario, ¿qué importancia tiene?”, pregunté.

“¿Cómo se origina una mente así?” Otra vez K inquiría. “¿Es el resultado de la tremenda evolución de un grupo de mentes la mente inquisitiva, que ha cultivado el cerebro, la moralidad, la austeridad, por siglos y siglos? Pueden no haber sido todos austeros, pero se desarrollaba en lo profundo de ellos el movimiento interno. Tenemos que investigar si ese largo trasfondo de investigación da origen al Buda”.

“¿Hay densidad interna y discernimiento en el trasfondo racial de la mente?”, pregunté.

“Por supuesto”, dijo K. “O existe un depósito del bien que no tiene ninguna relación con el mal. Ese depósito existe y, dada la oportunidad, origina al Avatar, cualquier cosa que eso pueda significar. ¿De acuerdo? ¿O se trata de lo otro? ¿Una conciencia de grupo que por siglos ha pensado y pensado y pensado en ‘aquello’, y eso pudo haber producido al Buda?” Calló. “Estuve pensando el otro día... los egipcios tenían el calendario 4.500 años a.C. Eso no ocurrió de golpe. Tienen que haber tenido trasfondos tremendos para haber producido eso. Puede ser que los hindúes contribuyeron a ello. Puede ser la misma cosa estas inmensas percepciones”.

“¿La convergencia de ellas?”, pregunté.

“Pienso que la buena mente debe ser absolutamente libre. Puede conocer el temor, pero ha de haber una energía capaz de disiparlo. ¿Pueden los científicos almacenar una energía semejante?”

Le pregunté: “La ciencia, ¿nada tiene que ver con ‘lo otro’? ¿Puede el científico terminar con su interés egocéntrico? ¿Puede disiparlo? El problema es la actividad egocéntrica. ¿Depende ella de lo que uno hace?” Mi papel consistía en tratar de formular la pregunta correcta.

“No. Vea, dicen que el Buda abandonó su casa, se convirtió en un sannyasi, ayunó, y finalmente llegó al estado de Buda. Yo no acepto eso. El ayuno, las austeridades, nada tienen que ver con lo otro”.

“Los budistas sostendrían que el Buda pudo pasar por todo eso, pero que el estado de Buda no tiene nada que ver con eso”.

“Vea, hemos hecho de la austeridad un medio para llegar a ‘aquello’”

“¿Pero no es necesario reunir energía para ‘aquello’? ‘Aquello’ se vuelve posible sólo cuando uno empieza por ver que la energía no se disipe. Eso es esencial”, dije.

“Sea cauta. ‘Aquello’ significa un sentido de conocimiento propio y percepción alerta. No diga que para eso ‘uno necesita energía’”. Se revelaba la sutileza de la mente de K.

“Pero tiene que haber una preparación del terreno”.

“Por supuesto”.

“Sus ojos y oídos tienen que estar abiertos. Eso puede no tener nada que ver con la moralidad. Pero las energías que se disipan constantemente por el chismorreo, las trivialidades, la actividad egocéntrica, tienen que dejar de malgastarse”, dije.

“Eso sí”, respondió K. “Pero si usted dice que todas las actividades egocéntricas tienen que cesar, entonces hay una relación entre ‘aquello’ y lo otro. No existe tal relación”.

“Lo cual no significa que uno puede disipar la energía”.

“Uno no puede decir. ‘Eso tiene que terminarse’”. K permanecía firme.

“¿Qué es, entonces, lo que uno puede decir, señor?”, pregunté.

“Yo soy egocéntrico, y usted me dice: ‘Eso tiene que terminarse’ lo cual también es devenir”, K me apremiaba.

“De acuerdo. ¿Su enseñanza tiene que ser enfocada, entonces, de un modo diferente? ¿Es una enseñanza para el despertar de la vida, vida en la que se manifiesta la actividad egocéntrica el mundo exterior penetra y surge el dolor?”

“¿Y usted elimina todo eso?”, preguntó K.

“Todo lo que llega desde ahí es eliminado”, dije.

“No eliminado”, insistió K.

“Todo ‘lo que es’, es observado; hay un escuchar, un ver”.

“‘Lo que es’ no tiene intención ni devenir”. K se mostraba inconmovible.

“¿Pero es ello una corriente en la que todo existe?”

“Sí”.

“Veo que su enseñanza no es la terminación del devenir, sino la observación del devenir. Existe una diferencia entre la terminación del devenir y el ver ‘lo que es’ sea lo que fuere”.

“Sí, verlo y salirse de ello,” La mente de K era como una flor abierta.

Más tarde yo habría de comprender la naturaleza de esta aparente contradicción. La observación del río lleno de impurezas sin ningún tipo de exigencia, sin esperar cambiar su naturaleza disuelve las impurezas, dejando al río transparente e incontaminado. La sutileza de la enseñanza era absoluta.

Más adelante, consideramos en Bombay el reto que implicaba la biogenética y su posibilidad de transformar al hombre. Krishnamurti dijo: “Si es posible manipular los genes, ¿qué es, entonces, el hombre? Los seres humanos han sido programados en múltiples direcciones, y ahora los ingenieros genéticos quieren programar al hombre en otras direcciones. Pero de todos modos, el hombre sigue siendo programado”. K reflexionaba, meditaba.

“¿Existe algo como la evolución psicológica?”, preguntó. “Los ingenieros genéticos pueden interesarse en cambios de valores, pero ese es un viaje de lo conocido a lo conocido. ¿Puede la ingeniería genética conducir a una ampliación del cerebro y de sus capacidades operativas, o se ocupa de introducirle una serie de valores determinados por el hombre mismo? La ingeniería genética sólo puede operar con lo que está dentro de lo conocido”.

“Intervino Achyut Patwardhan: “Todos los científicos aceptan lo que ven como los límites de su telescopio”.

Pero las preguntas de Krishnamurti se dirigían a sí mismo. Dijo: “¿Es el ‘yo’ parte del proceso genético o forma parte del proceso psicológico?” Hizo una pausa permitiendo que la pregunta penetrara a fondo. “La misma mente tecnológica que en su evolución descubrió la bomba nuclear, está ahora planteándose la cuestión genética y emprendiendo la investigación en los genes. Pero es el mismo instrumento. La evolución tecnológica condujo a la bomba atómica, la evolución no ha cambiado al hombre. Sólo una porción del cerebro humano está operando. Este desequilibrio ocasiona grandes estragos. La pregunta que surge, entonces, es: ‘¿Puede ayudar la ingeniería genética a producir un cambio en el hombre?’”.

K hablaba lentamente, sondeando el problema en profundidad. Se suscitaron algunas preguntas en medio de la discusión. K dejó que se expresaran, y de pronto interrumpió diciendo: “¿Podemos descartar la evolución?” Los participantes quedaron en silencio, y luego comenzaron los cuestionamientos.

“Eso vendría a ser un salto cuántico. ¿En qué dirección? El conocimiento es necesario”. Y, “Si continúa habiendo un salto en la evolución, el hombre que determina la evolución genética ya debe haber dado el salto para saber lo que hace”. De nuevo, K interrumpió: “¿Es posible cambiar al hombre instantáneamente, y no a través del proceso genético? ¿Es posible detener la evolución en cualquiera de sus direcciones?”

“Puede ser posible con el individuo, pero no con la masa”, fue la respuesta.

“¿Qué es la masa?” preguntó K.

“Los muchos”.

“¿Por qué se interesa usted en los muchos? ¿Está separado de la masa?”, K replicaba. Otra vez se hizo el silencio.

“¿Es posible detener el tiempo, que es evolución?” K había reunido los hilos e investigaba la pregunta a fondo. “¿Qué implica eso? La ingeniería genética necesita tiempo. Este es parte de la evolución. La crisis está ahora aquí. ¿Es física o psicológica? ¿Está en la conciencia del hombre? ¿Dónde está la crisis? ¿En el mundo tecnológico? Una crisis es un fuego, y la mente ha de tener la inmensidad que la crisis exige”.

Prosiguió: “El intenso impulso del pensamiento en la dirección de la tecnología, ha llevado a descubrimientos tremendos. Parece no haber fin para este impulso de resolver problemas. Usamos el mismo impulso para abordar los problemas psicológicos tales como la codicia, el odio, el miedo. En la psique no hay evolución. La codicia y el miedo, no pueden disolverse en sus opuestos. Esta es la falacia y la gran ilusión. El devenir es ilusión. La codicia sólo puede aumentar y fortalecer su propia naturaleza; jamás puede llegar a ser no-codicia.

“¿Es posible, entonces, descartar la idea de evolución en la psique? ¿Puede uno dejar de pensar en términos de tiempo como devenir? La mutación es eso. En eso hay un cambio fundamental”.

Durante su estada en Bombay, habló de “vivir mesuradamente, como un huésped en la propia casa, o en el propio cuerpo. Ser un huésped es no tener sentido alguno de apego; caminar con levedad sobre la tierra”.

También habló de un nuevo uso de los sentidos, “de modo que al funcionar, los órganos de los sentidos no destruyan la energía sino que la dejen fluir. La Eternidad”, dijo gravemente, “es ese fluir intemporal”.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.

Jiddu Krishnamurti y el Buda.

 Año 1981.

Regresé a Nueva Delhi y me encontraba en el aeropuerto para recibir a Krishnaji, cuando éste llegó con Achyut desde Varanasi; era el último día de diciembre de 1.981. Ambos se alojaron en mi casa, el 11 de Safdarjung Road. Era la primera vez que Krishnaji, Achyut y yo estábamos solos y juntos, parando en la misma casa, y Krishnaji hizo un comentario al respecto.

A la mañana siguiente, después del desayuno, fuimos al salón y comenzamos a hablar de Mrs. Besant y Leadbeater. Su gran amor por Mrs. Besant era evidente. Nos contó que, cuando niño, él tenía muchos poderes extrasensorios la capacidad de leer el pensamiento, o lo que estaba escrito en una carta sin abrir. También podía materializar objetos, tener visiones y predecir el futuro. Tenía el poder de curar. Pero había descartado naturalmente todos estos poderes. Nunca había sentido ningún interés en ellos. Tratamos de proseguir con el tema, cuando de repente nos preguntó: “¿Creen ustedes en el misterio?”

“Si”, dije. “Cuando le veo a usted y le hablo seriamente, surge una atmósfera misteriosa”.

Krishnaji dijo: “Si, así es”.

Yo dije: “Hay una sensación de contacto con algo, sin que nadie se encuentre ahí -una sensación de presencia”.

“Está en esta habitación”, dijo Krishnaji. “No sé si ustedes lo perciben -¿qué es eso?” Y entonces una mirada extraña apareció en sus ojos. “Tengo que ser terriblemente cuidadoso acerca de esto”. Súbitamente dejó de hablar, y después dijo: “Pregunten ustedes yo no preguntaré”.

Dije: “¿Qué es eso?”

“Tenga cuidado. Cuando hablamos de esto, o estamos imaginándolo o...”

“¿Qué ocurre se vincula eso con usted?”

“Si, obviamente”. La disposición de Krishnaji estaba cambiando, hablaba desde una gran profundidad, como si viajara velozmente por vastos espacios internos. “Pienso que hay una fuerza que los teósofos habían tocado, pero trataron de convertirla en algo concreto. No obstante, ‘algo’ había que ellos tocaron y después intentaron traducirlo en sus símbolos y su vocabulario, y así lo perdieron. Este sentimiento profundo ha proseguido durante toda mi vida no está...”

“... ¿vinculado con la conciencia?”, interrumpió Achyut.

“No, no. Cuando hablo de ello, ocurre algo tremendo. No puedo formularle ninguna pregunta”, dijo K.

El silencio se derramó a través de puertas y ventanas.

“Todas sus enfermedades han sido muy extrañas. Cada enfermedad seria fue seguida por una fuente de energía nueva”, dije. Hubo una larga pausa.

De pronto, Krishnaji preguntó: “¿De qué estamos hablando?”

“¿Es algo externo a usted? ¿Le protege?” Hablé con vacilación.

“Si, si de eso no hay duda absolutamente”.

“Cada vez que ocurre, ¿cambia la naturaleza de aquello?”

“No, no...”

“¿Se intensifica?”

“Si, se intensifica”. Otra vez hubo una larga pausa. Después, como si titubeara en el uso de las palabras, dijo: “¿Es algo externo que manifiesta su acción internamente? ¿Es el universo que se derrama dentro y el cuerpo no puede permanecer demasiado con ello? Mientras estoy hablando, eso es muy intenso. Hace cinco minutos no estaba ahí. Cuando era un muchacho ellos me dijeron: ‘Se completamente como un canal abierto no resistas’. Sólo más tarde me pregunté quiénes eran ‘ellos’”

“¿Tiene eso alguna relación con las palabras Bodhisattva Maitreya?”, preguntó Achyut.

“¿Es imaginario el Bodhisattva Maitreya? ¿Lo inventó C.W.L.? ¿Vivió el muchacho inconscientemente con ese nombre? ¿O es algo por completo diferente de su adoctrinamiento?” Krishnamurti parecía totalmente absorto en su indagación.

“¿Significa algo para usted la palabra Maitreya?”, pregunté.

“No”, contestó Krishnaji.

Persistí. “¿Por qué dice usted ‘No’? ¿Por qué, si sostiene que no hay memoria psicológica, las palabras ‘Buda Maitreya’ tienen efecto sobre usted?”

“¿Recuerda el ‘Buda’ de Abanendranath Tagore? ese cuadro tenía un efecto extraordinario sobre el muchacho. El no sabía qué era el Budismo”. Hizo una pausa. “No obstante, el sentimiento del Buda siempre ha estado ahí. Un sentimiento de inmensidad”.

“¿Un sentimiento de inmensidad? ¿Podemos proseguir con eso? ¿Está ese sentimiento fuera de usted? ¿O es algo interno? ¿Es el cuerpo incapaz de recibirlo?”

“No piense que estoy loco. Jamás he sentido como siento ahora. Que el universo está tan cercano como si mi cabeza estuviera incrustada en el universo. ¿Suena absurdo?” Krishnaji sonrió tímidamente.

“¿Dice usted que todas las barreras han cesado?”

“Vea, las palabras ‘Buda’, ‘Maitreya’ han perdido su significación. Percibo que ha cesado toda sensación verbal”.

“Usted dijo algo de estar muy próximo al universo...”

Krishnaji rió: “Si, mi cabeza está dentro de él”.

“Eso se manifiesta en las pláticas. El núcleo de su enseñanza se ha movido hacia una posición cósmica”, dije.

Después usó palabras extrañas: “O puede no ser nada en absoluto. Puede ser un tentáculo que tantea en torno. No alcanzo la plena claridad de ello. Ahora llena esta habitación. Sea lo que fuere, está vibrando con ello. Cuanto más observo, más está ahí la intensidad de ello. Puedo permanecer sentado aquí con ustedes dos y al mismo tiempo ‘irme’. Estar con esa cosa inmensa y dejarla operar. Es un misterio; en el momento que el misterio se comprende, deja de ser misterio. Uno no puede comprender lo misterioso es demasiado infinito.

“Tengo el curioso sentimiento de que deseo penetrar ese misterio. ¿Entienden? Y sin embargo, hay cierta vacilación en acercarme a él. Uno no puede tocarlo. Está ahí. Es misterioso. En el estrado es algo diferente... O probablemente sea la misma cosa”.



Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.

 

Jiddu Krishnamurti y el Buda.

 Año 1981.

En el almuerzo estuvo presente Jagannath Upadhyaya. Acababa de recibir una beca Nehru y se aprestaba para su primer viaje al extranjero a fin de visitar centros budistas en varios países. Krishnaji le preguntó cómo se comunicaría con los académicos, puesto que Panditji no dominaba el inglés, aunque podía entender la palabra hablada. Panditji contestó que conversaría con sus interlocutores en sánscrito, Enseguida Krishnaji comenzó a aconsejar al Pandit sobre las ropas que debía vestir en Europa. Jagannath Upadhyaya se mostró perplejo y abrumado cuando Krishnaji le pidió a Achyut que hiciera una lista del vestuario que debía llevar, incluidos calzones interiores largos de lana. A Krishnaji le preocupaba mucho que Upadhyaya sufriera por no poder soportar el invierno extranjero.

Después consideramos la plática de la mañana. Upadhyayaji dijo que había discutido la plática con sus amigos, y que ellos sentían que, por primera vez, habían establecido un contacto real con lo que Krishnamurti decía. Al comienzo de los años 50, cuando los pandits de Varanasi escucharon por vez primera a K, los budistas sostuvieron que Krishnamurti hablaba de budismo: los vedantistas, que estaba en la corriente del Vedanta. Tiempo después, Upadhyayaji sintió que Krishnamurti estaba más en la corriente de Nagarjuna. Pasado un largo período, comenzó a sentir que las palabras de Krishnaji eran las que Nagarjuna habría pronunciado de haber vivido en nuestros días. Eran pertinentes para el momento contemporáneo. Desde el último año en Madrás, Panditji había estado reconsiderando todo nuevamente. Ya no podía afirmar nada con respecto a Krishnamurti; seguía indagando.

Krishnaji dijo que había hablado muchísimo; existía una gran cantidad de libros. La gente se refería a ellos como “Las enseñanzas de Krishnamurti”. “Las enseñanzas no son el libro”, dijo. “Las únicas enseñanzas son, ‘mírese a sí mismo, investigue dentro de sí mismo... y vaya más allá’. No existe la comprensión de las enseñanzas, sólo la comprensión de uno mismo. Las palabras de K son para señalar el camino. La única enseñanza es la comprensión de uno mismo”.

Interrogado Jagannath Udadhyaya, le explicó a Krishnaji la naturaleza de la negación de Nagarjuna. Era la negación de toda doctrina, de toda creencia, incluyendo la doctrina de Buda. Krishnaji estaba muy interesado. Más adelante le preguntó a Udadhyayaji: “¿Cómo aborda usted un problema?” El pandit no pudo responder. Krishnaji continuó inquiriendo: “La respuesta está en el modo de abordarlo, no fuera”. Jagannath Upadhyaya dijo que comprendía verbalmente.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
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Jiddu Krishnamurti y el Buda.

“EL SIGNIFICADO DE LA MUERTE”

A la mañana siguiente, discutimos la muerte. Comencé el diálogo formulando el interrogante que subyace en las profundidades de la mente humana: la cuestión del “llegar a ser y el dejar de ser” la vida y la muerte­.

“Es en torno a estas dos cosas, la maravilla del nacimiento y el miedo a la muerte, que descansa la vida del hombre. En un nivel comprendemos el nacimiento y la muerte. Pero es sólo la mente superficial la que comprende. Es imperativo comprender en profundidad el problema de la existencia, aquello que está contenido entre el nacimiento y la muerte, y los temores, la oscuridad que se encuentra en el final de todas las cosas”.

Krishnaji escuchaba como siempre lo hace, con la totalidad del cuerpo y de la mente. Preguntó: “¿Por qué usa usted la palabra ‘problema’?”

“En sí mismos, el nacimiento y la muerte no son un problema; pero la mente no puede dejarlos ahí. Se aferra a uno y rechaza a la otra. El problema surge debido a las sombras que rodean la palabra ‘muerte’. Hay júbilo y esplendor en la palabra ‘nacimiento’, el llegar a ser, y existe el instinto de aferrarse a ello a cualquier costo, así como el instinto de evadir la ‘muerte’”. Yo estaba tratando de exponer el problema.

“Comprendo eso”.

“De esto surge el dolor, de esto surge el miedo, surgen todas las exigencias internas”, continué.

¿Cuál es, entonces, la pregunta?”, dijo Krishnaji.

“¿Cómo podemos explorar la palabra ‘muerte’? ¿Cómo podemos librarnos de las tinieblas que rodean la palabra? ¿Cómo puede la mente mirar con sencillez la muerte y verla tal como es?”

“¿Incluye usted en su pregunta todo el proceso del vivir, que es confusión, complejidades y el final de eso? ¿Le interesa descubrir todo lo que eso significa la muerte y este largo período de lucha, desdicha, etc., al cual nos aferramos-? ¿Formula usted una pregunta considerando todo el movimiento de la vida y la muerte?” Krishnaji ampliaba la pregunta para incluir una totalidad no fragmentada.

“Hay un movimiento total de la existencia que incluye la vida y la muerte”, dije. “Pero si usted amplía demasiado el campo, no podremos llegar a la profundidad del dolor que implica la terminación. Hay una angustia muy grande en algo que ‘es’ y en algo que ‘cesa de ser’. Algo que es maravilloso, que llena la vida de uno, y el dolor que acecha detrás de eso porque lo que es, tiene que terminar”.

“Bien, ¿qué implica el terminar?”, preguntó Krishnaji.

“Algo que existe y deja de ser deja eternamente de ser-”, contesté.

“¿Por qué usa la palabra ‘eternamente’?”

“Señor, algo ‘es’, y en la naturaleza misma de ese ‘ser’ acecha el fin de ello, la terminación de ello por la eternidad. En la terminación no hay un mañana”.

“Ahora espere un momento. ¿La terminación de qué?” El sondeo había comenzado.

“La terminación de aquello que perdura. El dolor es la terminación de aquello que perdura”.

“La terminación del dolor... ¿Pero no es eternidad la terminación?”

“No, el dolor que surge cuando algo que era tan maravilloso se termina”.

“Espere un momento. ¿Es eso tan maravilloso?”, preguntó K.

“Déjeme ser más directa. Usted es, y usted debe dejar de ser eso es una gran angustia-”, dije.

“Uno es y...” Krishnaji seguía vacilando, trataba de que yo lograra ver el problema con una claridad absoluta.

“No, usted, usted Krishnamurti, es, y esa afirmación contiene la tremenda angustia de Krishnamurti cesando de ser”, dije.

“¿Está usted hablando de la angustia de Krishnamurti terminando, o de Krishnamurti mismo terminando? ¿Entiende?”

Yo no entendía, y pregunté: “¿Por qué hace usted la distinción?”

“La muerte es inevitable para esta persona”, dijo K. “A él eso no le importa. No hay temor, no hay angustia. Pero usted mira a esa persona y dice. ‘Dios mío, un día va a morir’. De modo que el temor, la angustia, es su angustia”, dijo K.

“Si, es mi angustia”.

“¿Por qué?”

“Existe. ¿Por qué pregunta usted ‘por qué’?”

“Quiero saber por qué, cuando un ser humano, bello o feo, muere toda la existencia humana está contenida en eso- yo siento angustia. Él muere y eso es inevitable. Estimo a esa persona, amo a esa persona, esta muere y yo quedo sumido en la angustia. ¿Por qué? ¿Por qué estoy desesperado, por qué me siento solo, dolorido? No estamos hablando intelectualmente, sino de algo real. He perdido a esa persona, me era muy querida, era mi compañero, etc. y llega a su fin. Pienso que es realmente importante comprender la terminación, porque hay algo completamente nuevo cuando toda cosa se termina”, dijo K.

“¿No es inevitable la angustia esa persona era el perfume de mi existencia?”, dije.

“Si, yo la amaba. Con ella me sentía pleno, rico. Esa persona se termina”.

“¿No es dolor eso?”, pregunté.

“Lo es. Mi hijo, mi hermano muere, es un dolor tremendo. Es como si toda la existencia hubiera sido arrancada de cuajo, un árbol maravilloso derribado en un instante. Derramo lágrimas, hay ansiedades, y mi mente busca entonces consuelo y dice que se encontrará con el ser amado en la próxima vida. Y ahora me pregunto: ¿Por que debe el hombre arrastrar ese dolor con él? Vea, yo sufro porque jamás he comprendido profundamente que es terminar. He vivido cuarenta, cincuenta, ochenta años; durante este período no he comprendido jamás el significado del terminar. El poner fin a algo que estimo. La terminación total de ello no el terminar de ello para continuarlo en otra dirección...-”

“¿Qué hace que la mente sea incapaz de terminar? ¿Cuál es el obstáculo?”

“Es el miedo, por supuesto. ¿Puede uno terminar con algo sin ningún motivo ni dirección, sin el apego y todas sus complejidades, todos sus vínculos con el recuerdo, la experiencia, el conocimiento? Llega la muerte... Después de todo, es una terminación del conocimiento, o sea, de aquello a lo que uno se aferra el conocimiento de que una persona muere, y yo la he cuidado, la he estimado y en todo ello está involucrado el conflicto. ¿Puede uno terminar totalmente, absolutamente, para el recuerdo de eso?” Hizo una pausa. “Eso es la muerte”. Krishnaji hablaba muy lentamente, tanteando su camino en esta cuestión tan inmensa.

“¿Existe ahí, como usted ha dicho, ‘un entrar viviendo en la morada de la muerte’?”

“Si”, contestó.

“¿Qué significa eso exactamente?”

“Invitar a la muerte mientras uno vive. Esto no implica cometer suicidio, tomar una píldora y morir. Estoy hablando de terminar no sólo la profundidad de ello, sino el real terminar de algo que he estimado. Me aferro a ese recuerdo y vivo en ese recuerdo. Lo aprecio, y por eso nunca he descubierto qué significa terminar. Hay muchas cosas involucradas en ello. Terminar cada día con todo lo que uno ha acumulado psicológicamente”, dijo K.

“¿El apego tiene que terminar?”, pregunté.

“La muerte es eso”.

“Eso no es la muerte”, repliqué.

“¿A qué llamaría usted muerte? ¿El organismo que llega a su fin? ¿O el fin de la imagen que he construido con respecto a la persona que muere?”

“Si usted lo reduce a una imagen, entonces diré que es el fin de la imagen que he construido de usted. Pero es mucho más que eso”, dije.

“Hay mucho más que eso. Pero estoy investigando. Yo lo he estimado y su imagen está profundamente arraigada en mí. Usted muere y esa imagen adquiere fuerza, es natural. Pongo flores ante ella, le dedico palabras poéticas, y quedo sumido en el dolor. Estoy hablando de la terminación de esa imagen. Esta mente no puede penetrar en una dimensión totalmente nueva si acecha una sombra de recuerdo. Si la mente ha de entrar en lo intemporal, en lo eterno, no debe contener ni un solo elemento de tiempo. Pienso que esto es lógico. ¿Qué es lo que usted objeta?”

“La vida no es lógica, racional”, dije.

“Por supuesto que no. Pero sólo en la terminación de todo lo que uno ha acumulado, que es tiempo, puede comprender aquello que es eterno, intemporal. La mente tiene que estar libre de tiempo y, por lo tanto, tiene que haber una terminación”. Las palabras estaban perfectamente afinadas.

“¿No es posible, entonces, una exploración en el terminar mismo?”, pregunté.

“Oh, si, es posible”, dijo K.

“¿Qué es el terminar? ¿El fin para la continuidad la continuidad de un pensamiento particular, de un deseo particular? ¿O el fin de aquello que da vida a una continuidad? Entre el nacimiento y la muerte, en ese gran intervalo, hay una profunda continuidad. Es como un río, el volumen de agua es lo que hace a un río como el Ganges, el Rhin, el Amazonas. Pero nosotros vivimos en la superficie de este vasto río de la vida, y no podemos ver la belleza de las profundidades si estamos siempre en la superficie. La terminación de la continuidad es la terminación de la superficie.

Hubo una larga pausa. Para mí, había existido un sumergimiento en vastas profundidades. Desde allí, pregunté: “¿Qué es lo que muere?”

“Todo lo que he acumulado, tanto externa como internamente. He establecido un buen comercio, tengo una hermosa casa, una bella mujer e hijos, y mi vida da continuidad a eso. ¿Puede uno terminar con eso?”, dijo K.

“¿Quiere usted decirme que con la muerte del cuerpo de Krishnamurti, terminará la conciencia de Krishnamurti? Por favor, señor, esta pregunta es muy importante”, dije.

“Usted ha dicho dos cosas: la conciencia de Krishnamurti y el cuerpo. El cuerpo terminará eso es inevitable, enfermedad, accidente, etc. ¿Qué es, entonces, la conciencia de esa persona?”, preguntó.

“Una abundante e infinita compasión. Suponga que digo eso”, contesté.

“Yo no llamaría conciencia a eso”.

“Estoy usando la palabra ‘conciencia’ porque ese campo está vinculado con el cuerpo de Krishnamurti. No puedo pensar en otra palabra… ¿Puedo decir ‘la mente’ de Krishnamurti?”

“Aténgase a la palabra ‘conciencia’ y considerémosla. La conciencia de un ser humano es su contenido. El contenido es todo el movimiento del pensar, el aprendizaje de un idioma, las creencias, los rituales, los dogmas, la soledad, un movimiento desesperado de temor, todo eso es la conciencia. Si el movimiento del pensar se termina, la conciencia tal como la conocemos no existe”.

“Pero el pensamiento como un movimiento en la conciencia tal como la conocemos, no existe en la mente de Krishnamurti”, dije. “No obstante, hay un estado del ser que se manifiesta cuando estoy en contacto con él. Por lo tanto...”

“La conciencia como la conocemos es un movimiento del pensar, un movimiento del tiempo”, dijo K. “Vea eso claramente. Cuando el pensamiento llega a su fin, no en el mundo material sino en el psicológico, la conciencia tal como la conocemos no existe”.

“Usted puede usar cualquier otra palabra, pero hay un estado del ser que se manifiesta como Krishnamurti. ¿Qué palabra debo usar?”

“No le estoy pidiendo que cambie la palabra. Digo, por ejemplo, que en la verdadera meditación uno llega a un punto que es absoluto. Lo veo, lo siento, para mí es el más extraordinario de los estados. Establezco contacto con él. A través de usted siento esta inmensidad. Y todo mi impulso, mi energía, se dirige a la captación de eso. Usted lo tiene, no ‘usted’ está ahí- no es Pupulji quien lo tiene. No es suyo ni mío. Está ahí”, dijo K.

“¿Está ahí debido a usted?”, pregunté.

“No, no está ahí debido a mí. Está ahí”. Hubo otra vez una larga pausa. La mente estaba tocando algo”.

¿Dónde está?”, pregunté. Krishnaji escuchaba.

“No tiene un lugar”, dijo. “Ante todo, no es suyo ni mío”.

“Yo sólo sé que se manifiesta en la persona de Krishnamurti. Por lo tanto, cuando usted dice que no tiene un lugar, no puedo aceptarlo”, dije.

“¿A causa de que ha identificado a Krishnamurti con eso?”, preguntó K.

“¿Pero Krishnamurti es eso?”, respondí.

“Puede ser. Pero K dice que eso nada tiene que ver con Krishnamurti ni con nadie. Está ahí. La belleza no es suya ni mía. Está ahí, en el árbol, en la flor”.

“Pero, señor, la compasión y la cualidad sanadora que operan en Krishnamurti, no están ahí afuera. A eso me refiero”, dije.

“Pero esto no es Krishnamurti”. Señaló su cuerpo.

“Se manifiesta en Krishnamurti y cesará de manifestarse. Es de eso que estoy hablando”, dije.

La respuesta de Krishnaji fue rápida. “Yo cuestiono eso. Aquello puede manifestarse a través de X. Lo que se manifestó o se está manifestando, no pertenece a X”.

“Puede no pertenecer a X...”, comencé.

“No tiene nada que ver con X”.

“Puede no pertenecer a Krishnamurti. Pero Krishnamurti y aquello son inseparables”, dije.

“Sí. Pero vea, cuando identifica aquello con la persona, estamos entrando en algo muy delicado”. El tentáculo sondeaba.

“Quiero investigar eso muy despacio”, dije. “Tomemos al Buda; cualquier cosa que haya sido la conciencia de Buda, aquello se manifestaba a través de él, y cesó de existir”.

“Yo cuestiono que la conciencia de Buda cesara cuando él murió. Se manifestaba a través de él, y usted dice que cuando él dejó de existir, aquello desapareció”.

“No tengo suficiente conocimiento al respecto como para afirmar que desapareció, pero ya no se pudo entrar en contacto con aquello”.

“Naturalmente, no”, dijo K.

“¿Qué quiere usted decir con ‘naturalmente, no’?”, pregunté.

“Porque él era un iluminado. Por tanto, aquello vino a él. Fue. No había división. Y cuando él murió, sus discípulos dijeron: ‘Él está muerto, y con su muerte se terminó toda la cosa’. Yo digo que no. Lo que es bueno, nunca puede desaparecer. Como el mal si puedo usar esa palabra sin asignarle demasiada oscuridad- como el mal continúa en el mundo. ¿Correcto? El mal es por completo diferente del bien. El bien se manifiesta, el bien existe siempre; como el mal que no es el opuesto del bien- continúa”.

“Usted dice que la gran compasión iluminada no desaparece, ¿pero puedo ahora conectarme con ello?”, insistí.

“Sí. Pero usted sólo puede conectarse Con ello cuando la persona no está ahí. Ese es todo el punto. Krishnamurti no tiene nada que ver con eso”.

“Cuando usted dice, ‘sea una luz para sí mismo’, ¿involucra eso el conectarse con ‘aquello’ sin la persona?”

“No conectarse, sino recibirlo, vivir con ello. Está ahí para que usted extienda los brazos y lo reciba. Pero el pensamiento, como esta conciencia que conocemos, tiene que llegar a su fin. El pensamiento es realmente el enemigo de aquello. El pensamiento es el enemigo de la compasión. Y para tener esta llama no se requiere sacrificio alguno, ni esto, ni lo otro, sino una inteligencia despierta que ve el movimiento del pensar, y esa misma percepción lúcida le pone fin. Esa es la verdadera meditación”.

“¿Qué significado tiene en esas condiciones la muerte?”, pregunté.

“Ninguno. No significa nada, porque uno está viviendo con la muerte todo el tiempo. Porque uno pone fin a todo constantemente. No creo que veamos la belleza e importancia del terminar. Sólo vemos la continuidad con sus ondas de belleza, su superficialidad”.

“Yo me voy mañana, ¿me separo completamente de usted?”, pregunté.

“No, usted se separa de esa eternidad con toda su compasión si me convierte en un recuerdo”. Hizo una pausa. “Me encuentro con el Buda. Le he escuchado muy profundamente. Toda la verdad de lo que dice permanece en mí, y él se marcha. Me ha dicho muy solícitamente: ‘Se una luz para ti mismo’. La semilla está floreciendo. Puedo perderlo a él. Él era un amigo, alguien a quien yo realmente amaba. Pero lo que verdaderamente importa es esa semilla de la verdad que él ha plantado debido a mi estado de alerta, a mi atención, a mi intenso escuchar, esa semilla florecerá. De otro modo, ¿qué sentido tiene que alguien tenga aquello? Si X tiene esa extraordinaria iluminación, un sentido de inmensidad, de compasión, y todo eso, si sólo él lo tiene y muere, ¿cuál es el sentido de todo eso? ¿Cuál?”

“¿Puedo hacer una pregunta? ¿Cuál es, entonces, la razón de la existencia de X?”, pregunté.

“¿Cuál es la razón de su existencia? ¿Manifestar aquello?” Hubo una pausa, y después Krishnaji dijo: “¿Ser la personificación de aquello? ¿Por qué tendría que haber una razón? Una flor no tiene razón alguna para ser, ni la tiene el amor existen. Cuando trato de encontrar una razón, ya no es la flor la que está ahí. No intento hacer un misterio de esto. Ello está ahí para que cualquiera extienda los brazos y lo tenga. De modo que, Pupulji, la muerte y el nacimiento que debe ser un acontecimiento extraordinario para una madre, y tal vez para un padre- el nacimiento y la muerte son puestos a gran distancia el uno de la otra, y entonces está todo el esfuerzo de la continuidad, que es la desdicha del hombre. Sólo cuando la continuidad termina cada día, estamos viviendo con la muerte. Esa es una renovación total. Es algo que no tiene continuidad. Por eso es importante comprender el significado que tiene la completa terminación. ¿Puede haber una terminación para la experiencia, o para aquello que se ha experimentado y queda en la mente como recuerdo? “Hizo una pausa”. ¿Podríamos investigar esta pregunta: Puede un ser humano vivir sin el tiempo y el conocimiento aparte del conocimiento físico?”

Yo seguía retándolo: “¿No es el vivir terminando de día en día, el núcleo de esta pregunta? O sea, cuando la mente es capaz de vivir así es capaz de vivir con la terminación del tiempo y del conocimiento. ¿Es que uno nada puede hacer al respecto? ¿Es que hay que observar y escuchar y no hacer nada más? Estoy llegando ahora a algo bastante difícil. Está la corriente del conocimiento. Cuando pregunto: ‘¿Puedo estar libre de la corriente?’ ¿No es un elemento de la corriente del conocimiento el que formula esa pregunta?”

“Por supuesto, por supuesto”, contestó K.

“Entonces en eso no hay ninguna significación. La corriente del conocimiento, al ser retada, responde. La única acción posible es escuchar la respuesta. ¿Hay alguna otra cosa que el hombre puede hacer más que estar despierto a este surgimiento de la corriente?”

“¿Y a la cesación? ¿Está usted preguntando para realmente comprender la... la llamaremos ‘bondad’ por el momento? ¿Puede uno hacer algo? ¿Es eso lo que usted pregunta?”

“Eso es lo que quiero saber dígamelo”.

“Descubrámoslo. Usted podría experimentar con el sondeo tentativo de la mente”.

“O hacer algo, en cuyo caso la pregunta siguiente sería: ¿Qué puedo hacer?’”.

“¿Qué es lo que le hace decir a uno que no puede hacer nada?”, preguntó K. “Investiguemos juntos. ¿Qué le hace decir a uno que no puede hacer nada al respecto? ¿Con respecto a qué?”

“Con respecto a este surgimiento desde la corriente. Es de eso que estamos hablando. Hay una corriente del conocimiento. O estoy separada de esa corriente...”

“... que no lo está”, interrumpió K.

“Al investigarlo, veo que no lo estoy”.

“Comprendo eso. Si usted declara, ‘yo soy la corriente del conocimiento y nada puedo hacer al respecto’, entonces está jugando con las palabras”.

“¿Qué es posible hacer, entonces? ¿Cuál es el estado de la mente?”

“Eso está mejor”, dijo K.

“La mente que es sensible al surgimiento y a la cesación de la corriente”, dije.

“Si es sensible, no hay surgimiento ni cesación”, dijo K.

“Nosotros no conocemos ese ‘estado’ el hecho es que hay un surgimiento”, dije.

“¿No puede usted hacer algo con respecto al surgimiento? ¿No puede hacer algo sin tratar de cambiarlo, de modificarlo o de escapar de ello? ¿Puede uno ver el surgimiento de la ira y estar lúcidamente atento a eso? ¿Puede uno dejarla florecer y terminar? ¿Puede uno ver surgir la ira y no volverse violento al respecto? ¿Puede uno observar el movimiento de ello, dejarlo florecer, y ver que cuando florece se marchita y muere?”

“Si la mente es capaz de observar, ¿cómo puede surgir la ira en absoluto?”

“Puede ser que la mente no haya comprendido todo el movimiento de la violencia”, dijo K.

“Ahora bien, ¿cómo observa uno algo sin el observador?”, pregunté.

“La mente humana se ha separado a sí misma como el observador y lo observado”, dijo K.

“Yo puedo observar cómo surge la ira, vigilar sus manifestaciones no interferir con sus manifestaciones- y observar cómo se aquieta”. “Entonces puede hacer algo al respecto”.

“La mente que llamamos despierta, es eso lo que hace”, dije.

“Sólo la mente que ve que nada puede hacer, está inmóvil.

“Bien, ¿hemos comprendido, entonces, en este diálogo, el significado de la muerte?”


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

  

viernes, 9 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y el Buda.

Año 1980.

Una mañana le solicité a Krishnaji una reunión, pues necesitaba respuestas para algunos interrogantes que me desconcertaban. El se encontraba en un estado extraño, parecía hallarse ‘fuera’ de sí mismo. Lo interrogué respecto a su posición de que no había senderos hacia la verdad. Dije: “Casi todos los otros sistemas de meditación señalan la necesidad de un apoyo en las primeras etapas. Usted ha sostenido repetidamente que no hay pasos previos ni niveles. El primer paso es el último paso. Pero al investigar su pasado histórico, así como al recordar conversaciones casuales, observo que usted ha pasado por todos los kriyas acciones bien conocidas en la tradición religiosa­. Se ha probado a sí mismo, ha negado sus sentidos ha atado una venda sobre sus ojos para comprobar qué es estar ciego­. Ha ayunado durante días, ha observado silencio, ‘maun’ por más de un año en 1.951. ¿Cuál fue la razón que tuvo para este silencio?”

“Probablemente fue para averiguar si podía permanecer callado”, dijo K.

“¿Le ayudó eso de algún modo?”

“En lo más mínimo”.

“¿Por qué lo hizo?”

“He hecho cosas absurdas alimentarme de modo que no se mezclaran proteínas con almidón, comiendo sólo vegetales y después sólo proteínas­”.

“¿Coloca el silencio en la misma categoría?”, preguntó Nandini.

“Usted quiere decir que yo no hablé con nadie... ¿está segura? Eso nunca fue nada serio. No hubo una intención espiritual detrás de ese silencio”.

“En la experiencia que tuvo lugar en Ooty, usted aún tenía visiones. ¿Actualmente tiene visiones alguna vez?”, le pregunté.

“No...” Pareció inseguro. “Espere un momento. A veces las tengo. ¿Qué entiende usted por visiones cuadros, imágenes­? Vea, debe haber sido una cosa muy extraña cuando éstas entablaron una conversación conmigo. Hasta donde puedo recordar, el Maestro K.H. y el Buda siempre estuvieron ahí en alguna parte de mi mente. Sus imágenes me acompañaron por un tiempo considerable”.

“Usted ha hablado de un rostro que le acompañaba, que se fundía con su rostro”.

“Es verdad”.

“Se lo pregunto hoy; ¿Está ese rostro todavía con usted?”

“Sí, ocasionalmente. Tengo que investigar esto. ¿Qué es lo que desea averiguar con todas estas preguntas?”

“Quiero escribir un relato exacto, no sólo de acontecimientos; los acontecimientos son de poca importancia desde mi punto de vista”.

“Desde el comienzo mismo, C.W.L. y Amma decían que el rostro había sido creado por muchas, muchas vidas. Yo era demasiado joven para saber lo que querían decir, pero al parecer el rostro los impresionó tremendamente. Dijeron que era el rostro del Bodhisattva Maitreya. Solían repetir esto, pero para mí no tenía ningún significado, absolutamente ninguno. Muchos, muchos años más tarde, después de la muerte de mi hermano, mucho, mucho después de eso no puedo decirles cuándo­ una mañana de pronto vi el rostro, un rostro extraordinariamente bello que solía acompañarme, y así lo hizo por muchos años. Luego, poco a poco, ese rostro desapareció. Todo eso comenzó después de la muerte de mi hermano”.

“Prosigamos con la cuestión de las visiones”, dije.

“Por muchos, ‘muchos años, yo ‘no estaba realmente ahí’. A veces, aun ahora, no estoy del todo ahí. Lo de Ojai fue por completo independiente de Leadbeater. En Ootacamund, fue por completo independiente de Rajagopal y Rosalind. Cuando me fui de Ojai después de 1.947 o 1.948­ comenzaron a ocurrir cosas, como el ver este rostro extraordinario. Solía verlo todos los días en sueños, despierto, paseando­. No era una visión. Era como ese cuadro, un hecho real”.

“¿Lo veía aun estando despierto?”, preguntó Nandini.

“Por supuesto, durante mis paseos estaba ahí”.

“Nosotras lo vimos en Ooty. Un cambio tremendo que tuvo lugar en su rostro”, dije.

Eso es cierto”.

“Y usted dijo que el Buda había estado ahí. Ahora dice que ocasionalmente tiene visiones”.

“La otra noche, en Madrás, me desperté con este rostro”.

“Entonces aún está ahí”.

“Desde luego”.

“Me gustaría poder captar el sentido de eso”, dije.

“Sí. O sea, no se trata de una visión. No es algo imaginado. Lo he puesto a prueba. No es algo que yo anhele. No me digo, ‘¡Qué rostro tan bello!’ no hay deseo alguno de tenerlo­”.

“¿Qué le ocurre cuando capta estas visiones?”

“Miro el rostro”.

“¿A usted le sucede algo?”

“No lo sé. Es como una purificación del cuerpo y del rostro y del aire. He visto el rostro en la oscuridad, a plena luz mientras paseaba...Ustedes podrán decir que todo esto es una chifladura, pero es así como ocurre. Jamás he hecho nada por un motivo espiritual”.

. “Antes del proceso místico que tuvo lugar en Ojai, ¿en sus cartas a Lady Emily le decía que usted meditaba diariamente?”, le preguntó Mary Zimbalist.

“Toda la meditación estaba dentro de los lineamientos de la Sociedad Teosófica. La hacía porque me habían dicho que la hiciera. Formaba parte de la creencia teosófica, pero para mí no significaba nada. Todo eso lo hacía automáticamente”.

“Cuando usted ‘creció’, cuando ‘llegó’, ¿fue en un destello, o fue algo que maduró sin que usted lo supiera?”, pregunté.

“En un destello, naturalmente. Yo solía sentir horror por los votos, los ayunos, los votos de celibato, las promesas de no irritarme. Jamás tomé ninguna clase de votos. Si yo no quería algo, ése era el fin de ello. Si lo quería, continuaba con ello”.

“Cuando uno lee el Diario y después lee las pláticas de 1.948, descubre que ha habido un importante salto en la enseñanza. ¿Hay un salto que ocurre todo el tiempo?”

“Si, está sucediendo todo el tiempo, en mi cerebro, dentro de mí. Después de viajar esta vez de Londres a Bombay y luego a Madrás, esa primera noche en Madrás sentí que el cerebro explotaba; había una cualidad extraordinaria, luz, belleza. Esto ocurre todo el tiempo, pero no todos los días decir eso sería mentir­. Lo que se necesita es quietud...

“Advierto que las cosas pasan cuando usted está solo. Ocurrieron cuando se suponía que se encontraba ‘enfermo’ en 1.959, primero en Srinagar y después en Bombay. Nunca he estado segura si entonces estuvo enfermo o si se trató de alguna otra cosa. Al final de toda enfermedad seria, usted ofrece pláticas extraordinarias”.

“La enfermedad puede ser una purificación”, dijo K.

“Sé que estando en Bombay, estuvo usted enfermo en dos ocasiones. Yo me encontraba presente. Hay una atmósfera extraña cuando usted está enfermo”.

“Recuerdo cuando estuvo enfermo en Bombay. Usted tenía bronquitis. Tuvimos que cancelar las pláticas. Tenía entre 39° y 40º de temperatura. De pronto sintió necesidad de vomitar. Corrí a traerle una palangana. Sostuve su mano y vi que estaba a punto de desmayarse. Grité y usted exclamó, ‘No, no’. Su voz había cambiado. Su rostro había cambiado. La persona que se sentó en la cama era diferente de la persona que estuvo a punto de desmayarse. Usted estaba curado.

“Me dijo que no había que dejar el cuerpo solo; simplemente había que estar ahí. Dijo: ‘Jamás se sienta ansiosa estando cerca de mí, no se preocupe, no permita que se aproximen muchas personas. En la India nunca dejan en paz a una persona enferma’. Me pidió que me sentara tranquilamente y después prosiguió: ‘Tengo que decirle algo. ¿Sabe cómo ayudar a morir a una persona? Si sabe que una persona está por morir, ayúdela a permanecer tranquila, ayúdela a olvidar sus acumulaciones, a librarse de sus preocupaciones, de sus problemas, a desprenderse de sus apegos, de todas sus posesiones’. Permaneció callado, su rostro resplandecía. Después dijo. ‘Si uno no puede hacer eso, está donde está, se queda donde está’”.

Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.


 

Jiddu Krishnamurti y el Buda.

Al comenzar el verano de 1.978, me encontraba en Brockwood Park, Londres. Estando allí, mantuve dos diálogos con Krishnaji. Desde alrededor de 1.970, yo había percibido un cambio en la enseñanza de Krishnamurti. Su contacto con la comunidad científica a través de seminarios y discusiones, había introducido una mayor precisión en su vocabulario. Examinaba el significado etimológico de las palabras; definía cuidadosamente el sentido que él daba a las palabras cerebro, mente, conciencia. Ya no exploraba paso a paso en la naturaleza del pensamiento o en problemas tales como el miedo, los celos, la ira. Las expresiones que había usado en las décadas de los años 40 y 50 “el pensador y el pensamiento son una sola cosa”; o, “la necesidad de observar el pensamiento, de ver cómo surge y cómo desaparece, de perseguirlo hasta que se termina”; o, “escuchar y percibir el instante decisivo en que surge el pensamiento”­ no se manifestaban en las pláticas posteriores a los años 70. Hacia 1.978, Krishnamurti hablaba de una totalidad del ver, de un ver holístico.

Le dije que le había escuchado por treinta años, y que percibía la existencia de un cambio en las enseñanzas. “¿Puede lo holístico surgir sin una observación gradual de la conciencia?”, pregunté. “¿Se ha distanciado usted desde entonces? ¿Ha habido una expansión, o un cambio?”

Krishnaji reflexionó sobre mi pregunta y después dijo: “Expansión sería la palabra correcta; la enseñanza tiene la misma orientación, es holística antes que un examen detallado. Es directa, sencilla y completa”.

Le pregunté si la total inmovilidad de la mente, de la que ahora hablaba, era posible sin una observación previa, sin cuestionar y examinar. Krishnaji escuchaba atentamente, como siempre lo hacía en los diálogos. Dijo: “La cesación del pensamiento es inmovilidad, es silencio; el pensamiento como tiempo tiene que terminar”.

Pregunté: “Si el tiempo es el movimiento del devenir, sin la observación de ese movimiento en la conciencia, ¿puede cesar el devenir? ¿No hay un cambio fundamental en la enseñanza?”

La respuesta de Krishnaji fue sorprendente. Dijo: “¿Puede usted mirar desde el hoy los treinta años del pasado? ¿Y no desde los treinta años mirar el hoy?”

Por un momento quedé confundida ante la distinción que hacía. “Sin el ayer, ¿puede uno mirar hacia atrás el ayer?”

“Cuando desde el hoy usted mira el ayer, mira con una mente distinta, con ojos en los que no conserva el ayer”, dijo.

“Yo tuve un ayer”, contesté. “Por eso, desde el hoy puedo mirar hacia atrás el ayer”.

“¿Cómo mira usted el pasado desde el hoy?”, preguntó Krishnaji. “Insisto, en ello está el ver holístico. Ese ver y escuchar el ayer desde el hoy, es inmovilidad. El presente contiene la totalidad del pasado. ¿Es así?” Krishnaji inquiría. “¿Y qué es lo que entendemos por el presente? ¿Es posible aprehender, tener una percepción de la totalidad instantáneamente?” Krishnaji se interrogaba a sí mismo a medida que surgían sus respuestas.

“Sin la exploración, el examen, el conocimiento gradual de la conciencia, ¿cómo es eso posible?” Yo rehusaba apartarme de mi posición. Luego, súbitamente, lo capté. Ver desde el hoy los treinta años, era terminar con lo lineal, con lo secuencial. Era ver con profundidad dentro de la profundidad. Ver desde atrás, o sea, ver desde los treinta años hacia hoy, era un ver gradual, un ver con el tiempo como medida.

“¿Cómo exploraremos entonces?”, preguntó K.

“Treinta años atrás nos tomaba usted de la mano y exploraba en la conciencia; hoy, ha retirado usted su mano”, dije.

“Somos más maduros”.

“Esa madurez, ¿qué la produjo? ¿Los treinta años?”, pregunté.

“No, no, no”.

Dije que vera tres períodos distintos en la enseñanza: Los primeros tiempos, cuando Krishnamurti hablaba del conocimiento de uno mismo, del pensador y el pensamiento como una sola cosa, de estar libres de todo juicio y condena. En los años 60, se había desplazado hacia una negación del individuo como algo separado de la corriente de la humanidad. De la aproximación gradual, Krishnamurti había pasado a la urgencia de una revolución en la corriente humana. Había dejado de referirse a ciertos problemas específicos como la codicia y el odio. Anteriormente, estuvo usando palabras tales como cerebro, mente, pensamiento, conciencia, intercambiándolas con palabras como pasado, memoria. En los años 70, su terminología se había vuelto más precisa. Sondeaba en la naturaleza de la observación y en la ilusión que sustentaba la división entre el observador y lo observado. En 1.978, parecía interesarse en lo universal y en una percepción holística.

“Cuando K dice que la percepción holística es posible ‘ahora’, ¿qué es lo que eso provoca? ¿Qué es lo que da madurez al ojo y al oído para que escuchen sin el pasado de los treinta años?”, pregunté.

“¿Cómo puede un ciego ver la luz?”, preguntó K a su vez. “¿Puede existir un ver holístico sin preparación previa? Sin una exploración detallada, ¿puede uno ver lo total de la existencia? ¿Puede uno abarcar de una mirada la conciencia en su totalidad? Yo digo que sí, que eso es posible”.

“La posición de hace treinta años, ¿no era, entonces, verdadera?”, pregunté.

“Yo no diría eso”, contestó. “La posición de entonces era verdadera”.

“La percepción del pensador y el pensamiento como una sola cosa, ¿era una percepción total, tan verdadera como ésta de hoy?”, pregunté.

“Pero yo cuestiono que K haya pasado por todo eso. Lo que él decía entonces surgía de lo total, igual que lo que dice ahora. El examen detallado nacía de una totalidad de percepción”, fue su respuesta.

Yo no estaba satisfecha y proseguir inquiriendo. “¿Puede la persona que llega por primera vez a la enseñanza, comprender el devenir sin ver al devenir como un movimiento en la conciencia?”

“¿Usted pregunta si tiene que pasar por la escuela, el colegio, etc., antes del examen final?”, respondió K.

“Se que usted dirá que el proceso es tiempo. Ello era total entonces como lo es ahora. Si usted dice que uno puede hacer un viaje directo en el ver holístico, ¿puede mostrárnoslo ahora tal como nos lo mostraba entonces?” Yo retaba a K.

Respondió: “¿Puede uno observar sin el pasado? ¿Puede uno tener discernimiento sin el peso del ayer? El discernimiento es instantáneo. La percepción de la totalidad es una percepción instantánea. Si es así, ¿qué necesidad hay de una preparación?” Uno podía percibir el orden de la mente silenciosa. “El discernimiento sólo es posible en el instante. El instante no está contenido en el tiempo. X no puede ver eso. El dice: ‘Dígame qué debo hacer’. Y K dice: ‘Observe al pensador y al pensamiento como una sola cosa’. ¿Está X escuchando, o lo que tiene lugar es un proceso de abstracción que aleja a X de la percepción instantánea?”

“Usted puede negar los treinta años, pero están ahí. Es la mente que ha escuchado por treinta años, la que tiene capacidad de recibir lo que usted dice hoy”.

Preguntó: “¿Qué es escuchar? ¿Por qué la gente no ha comprendido cuando esta persona dice: ‘La percepción instantánea es totalidad’?”

“Es como pedirle a usted, ‘déme discernimiento’”, respondí.

“Nadie puede darle discernimiento a otro. Usted pregunta, ‘¿puede dármelo?’ ¿Cuál es su reacción cuando uno afirma: ‘Ningún tiempo, ninguna evolución pueden darle ese discernimiento?’

“Si, así es”, dije.

A eso K dice: ‘Escuche, nadie puede darle discernimiento.’ Si usted escucha, eso tiene que tener un efecto tremendo. Toda su atención se concentra en el acto de escuchar. En el escuchar no interviene el tiempo”.

“¿Piensa usted que es posible escuchar así sin antes haber sondeado, investigado?”, pregunté.

Krishnaji hablaba Con pasión y con un sentido de gran urgencia. “El sondear no traerá consigo el escuchar. ¿Qué le ha ocurrido a su mente cuando usted escucha? Ello significa que ha de abandonarlo todo. Toda la dependencia que ha cultivado por milenios”.

“¿Dice usted, entonces, que no ha habido un cambio en la enseñanza?”, pregunté.

Ninguno en absoluto”, dijo K.

La habitación estaba en silencio. “¿Ha habido un cambio interno en usted durante estos años?” Yo hablaba con mucha vacilación. Hubo una larga pausa. Krishnaji parecía estar mirando profundamente dentro de sí.

“Déjeme observar. Nunca me he formulado esta pregunta. ¿Ha habido un cambio interno desde el principio, o desde hace treinta años? No”, dijo, “pienso que no ha habido ningún cambio fundamental. Eso es inmovilidad”.

Otra vez hubo un lapso de silencio. Después K se volvió hacia su médico personal, el Dr. Parchure y hacia G. Narayan, y les preguntó: “¿Qué dicen ustedes a esta declaración de que la percepción de lo total es instantánea? El tiempo no es necesario. La preparación no es necesaria. Preguntan ustedes, ‘¿qué hemos de hacer, cuál es la próxima lección?’ Entonces la respuesta a eso sería: ‘Escuchen’. ¿Han escuchado exactamente esa declaración? El tiempo, la preparación, todo el proceso de la evolución son innecesarios. Si escuchan, tienen una percepción total”.

Luego se volvió hacia mí. “El hecho es, Pupulji, que toda nuestra actitud se basa en la evolución devenir, crecer, lograr, hasta la realización final­. Considero que esa suposición básica es radicalmente falsa.

“Veo la verdad de eso. Puedo escucharlo sin que se forme una sola onda en la conciencia”, dije.

Si escucha así, ¿qué ocurre?” Se sentía fluir la quietud. Desde una gran profundidad, Krishnaji habló: “¿Qué ocurre si el Buda le dice: ‘La terminación del dolor es la bienaventuranza de la compasión’? Usted es uno de los que le escuchan. No examina esta declaración. No la traduce a su propia forma de pensar. Sólo escucha en un estado de atención aguda y total. No hay nada más. Porque esa declaración contiene una verdad inmensa, tremenda. Y eso basta. Entonces yo le digo al Buda: ‘No tengo la capacidad de escuchar con esa intensa cualidad de atención, así que por favor, ayúdeme’, y la respuesta es: ‘Primero escucha lo que estoy diciendo. No hay ningún agente externo de los que han inventado la mente o el pensamiento’. Pero yo tengo miedo, porque veo que eso significa abandonar todas las cosas a las que me aferro. Así que pregunto: ‘¿Cómo he de desapegarme?’ En el momento que pregunto ‘cómo’, estoy perdido. Él dice: ‘Desapégate’, pero yo no estoy escuchando. Siento una gran reverencia por él pero no escucho. Porque el apego ocupa en mi vida un lugar tremendo. Entonces él dice: ‘Despréndete de ello, despréndete en un instante’”, K hizo una larga pausa. “En el momento que uno tiene una percepción en el hecho, está libre del hecho”.

“¿Es cuestión de ver, sin las palabras, la totalidad de esa declaración del Buda, ‘Desapégate’?”, pregunté.

“Por supuesto, la palabra no es la cosa. Tiene que haber libertad con respecto a la palabra. El quid de ello es la intensidad del escuchar”, dijo K.

“¿Qué es lo que le da a uno esa intensidad?”, inquirí nuevamente.

“Nada”. La afirmación fue absoluta. “Todo nuestro modo de pensar se basa en el devenir, en la evolución. Eso nada tiene que ver con la iluminación.

“El cerebro está densamente condicionado. No escucha. K dice algo que es totalmente verdadero. Es algo inconmovible, irrevocable, y tiene un peso vital tremendo, como un río que tiene tras sí inmensos volúmenes de agua. Pero X no escucha esa declaración extraordinaria. Usted formuló una pregunta: ‘¿Ha habido un cambio fundamental en K desde los años 30 y 40?’
“Yo digo que no. Hubo cambios considerables en la expresión. Ahora bien, si usted escucha con intensidad, ¿qué ocurre cuando se hace una declaración así que el tiempo, el proceso, la evolución, incluso el conocimiento, deben abandonarse­? ¿Lo escuchará usted? Si lo hace, entonces abandona verdaderamente todo eso. A fin de cuentas, el escuchar, el ver totalmente, es como un rayo que todo lo destruye. Pasar por todo el proceso no implica negar esta cosa instantánea”.

“¡Eso es! ahora lo ha dicho usted­”.

“¿Qué?”, preguntó K.

“Eso significa pasar por todo el proceso sin negar lo instantáneo”, dije. “Lo cual no quiere decir que el tiempo esté involucrado”.

“Pero el hombre traduce eso como tiempo”, dijo Krishnaji.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.


Jiddu Krishnamurti y el Buda.

 Año 1949.

La casa en que Krishnaji vivía en Rajghat, Varanasi, la luminosa ciudad de los peregrinos, estaba emplazada en el lugar del antiguo Kasi, las altas tierras que se levantaban cerca del Sangam, la confluencia de los ríos Ganges y Varuna. Era en este sitio, el punto más sagrado de su viaje hacia el mar, que el río tomaba una gran curva y se precipitaba hacia su origen en el norte. Fue probablemente aquí, cerca del antiguo lugar del templo Adi Kesava, que el Buda, habiendo alcanzado la iluminación en Bodh Gaya, cruzó el río sagrado viajando en una barca, para poner el pie en la otra orilla. Y fue quizás a lo largo de esta antigua senda de los peregrinos, que el Buda caminó hasta el parque de los ciervos en Saranath para predicar su primer sermón. El río Varuna dividía en dos partes la tierra, separando el Varanasi urbano de la zona rural.

A través de los siglos, los profetas de este país habían venido hasta las márgenes del Ganges en Kasi, dejando en el suelo la semilla latente de sus enseñanzas. El Buda, Kapila Muni, Adi Shankara, estos grandes maestros, se habían sentado bajo la sombra de los nudosos árboles, en los ghats o a lo largo de las márgenes. Las aldeas tenían nombres que daban testimonio de esas presencias.

Kasi era una ciudad conocida por su erudición y sus investigaciones, por el escepticismo, la duda y la intensa brillantez de la mente dialéctica, y fue a Kasi donde Adi Shankara había venido para establecer su supremacía. Durante siglos los iconoclastas habían arrasado con la ciudad, destruyendo templos y santuarios; pero la semilla de la duda, de la investigación, y la esencia de las grandes enseñanzas que no residía en templo ni en libro alguno, había sido conservada por los eruditos y los grandes sacerdotes. En cónclaves secretos, ellos mantuvieron vivos y vibrantes los pétalos de una sabiduría perenne. A lo largo de las márgenes de este río se habían desarrollado el diálogo y la indagación en las recónditas profundidades de la naturaleza y de la mente.


Mangos, florecientes alcornoques e higueras, crecían en las sagradas orillas del Ganges. Las ruinas de los templos y de los ashrams estaban cubiertas por altos pastos y enredaderas silvestres. En cada amanecer Krishnaji permanecía en las penumbras de la galería de su casa, aguardando a que el fuego del sol naciente creara de nuevo el mundo. A lo lejos flotaba una barca con las velas desplegadas. Cadáveres hinchados humanos y animales, con buitres posados sobre los cuerpos­ eran arrastrados por las aguas. Todo se movía lentamente, apaciblemente; las corrientes del monzón habían cesado con su frenesí y su devastación; el agua del río, como la pobre gente que vivía en sus orillas, tenía dignidad, cualquiera que fuera la carga que llevara.

Achyut y Rao Sahib Patwardhan, Maurice Friedman, Sanjeeva Rao, Nandini, y yo con Radhika, mi hija de diez años, estábamos en Varanasi. Todas las tardes íbamos a pasear con Krishnaji por la senda de los peregrinos. Las flores blancas de los alcornoques que bordeaban el camino hacia la ribera del río, esparcían su fragancia, y bajo nuestros pies se extendían pimpollos de un blanco perfecto. Con las lluvias abundantes, el río había desbordado sus orillas, y el destartalado puente de barro y bambú que aparecía durante los meses secos, aún no había sido levantado. Teníamos que cruzar el río en un trasbordador manejado por un barquero. En Kasi se descubría la sensación del ritmo jamás cambiante de la vida humana. Un sentido de lo arcaico se infiltraba en el país y en la gente. El interminable pasado se reflejaba en los ágiles barqueros de piel oscura que navegaban por el río, en las mujeres que llevaban los cacharros con agua sobre sus cabezas, en los pescadores que arrojaban sus redes.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.

Jiddu Krishnamurti y el Buda.

En enero de 1.980, Krishnaji sostuvo una discusión en Vasanta Vihar con amigos que habían estado estrechamente vinculados con él por varios años, Hablamos de la Escuela del Valle de Rishi y de sus estudiantes, y de lo que allí tenía que hacerse. Súbitamente, la cualidad de la discusión se transformó con la urgencia y la pasión que emanaban de sus preguntas. Dichas con la pureza del fuego, las palabras de Krishnaji quemaban las acumulaciones que nublaban la mente. Habló de una negación completa de todo aquello que el hombre había pensado, dicho o hecho.

Comenzó con una pregunta sencilla: “¿Cómo hará Narayan para ayudar realmente a los estudiantes no sólo hablándoles, sino despertando su inteligencia, comunicándoles aquello que ha de penetrar a gran profundidad­?”

Narayan replicó: “Voy a reunirme con ellos todos los días en grupos más pequeños, tanto de maestros como de estudiantes”. El sabía que esto no podía satisfacer a Krishnaji, pero no había nada más que pudiera decir.

“¿Cómo lo hará usted? El mero hablarles o sostener discusiones, no va a producir esto. ¿Cómo hará para que sean sensibles, alertas?”

“Tiene que haber una sensibilidad y un orden básicos”. Narayan continuaba dando rodeos.

Krishnaji prosiguió indagando: “En todo eso tiene que existir un elemento diferente. Tiene que haber un cerebro extraordinariamente bueno. Pero eso no es suficiente. Lo que se necesita es producir un genio. La exigencia es que haya un buen cerebro, capaz de argumentar sostenidamente; un ser humano dotado de gran afecto, de amor. Aparte de todo esto, tiene que haber en él algo totalmente no terrenal. ¿Cómo lo logrará K? ¿Comprende mi pregunta?”

Intervine yo: “Usted ha formulado esta pregunta en distintas oportunidades. Pero yo nunca he comprendido bien su aplicabilidad. No se sabe cómo dio Krishnamurti con ello, ¿pero cómo puede sucedernos a algunos de nosotros?

“¿Es K un fenómeno biológico?” Krishnaji proseguía investigando.

“No puedo contestar a eso”, dije. “Puede que lo sea. Yo encuentro que usted indaga y penetra a mayor profundidad que antes. ¿Es que ha alcanzado un nuevo hito en sus enseñanzas? Usted acostumbraba decir. ‘Si uno viaja al sur, ¿puede cambiar su dirección y viajar al norte?’ Ahora pregunta: ‘¿Puede la mente de Narayan, la mente de Sunanda, encontrarse básicamente en el mismo estado que la mente de K?’”.

Krishnaji continuó con su sondeo: “¿Podemos comunicarle a un muchacho o a una niña un sentido de libertad, el sentimiento de que se hallan ‘protegidos’? ¿De que tienen un papel especial en la vida, de que son seres humanos especiales? Estoy tratando de descubrir, Pupul, cuál es el catalizador, qué cosa es la que cambia toda la mente, la totalidad del cerebro.

“Pregunto: ¿Puede haber una cualidad de lo otro? ¿Puede existir la otra dimensión, de modo que la mente y el cerebro sean rápidos y los sentidos estén alertas? ¿De modo que no haya jamás un punto en que el cerebro se detenga, sino que esté moviéndose y moviéndose y moviéndose? Me gustaría que el estudiante tuviera un movimiento así. Discutiría esto con él. Pasearía con él, me sentaría silenciosamente con él. Haría físicamente cualquier cosa que fuera necesaria para encender esta llama en él. ¿Pero se movería él? ¿O lo material, el propio cerebro material, es tan lento que no puede seguir esto rápidamente, funcionar con rapidez? ¿Es posible para Narayan, que es un estudiante en el Valle de Rishi, convertirse en un ser humano extraordinario, sensible y alerta a los árboles, al sentimiento de la tierra, y también poseer un cerebro extraordinariamente rápido? ¿Puede él prestar atención a algo que es verdadero? ¿Puede haber una ruptura total de modo que exista un sentido de vitalidad, de impulso, de energía? Me gustaría que él tuviera esto, y me pregunto a mí mismo qué debo hacer y si es que puedo hacer algo para que él lo tenga”.

Nuevamente permaneció en silencio, y después preguntó: “¿Está eso de algún modo en mis manos? ¿O hay una puerta que tiene que ser abierta por ambos? Una puerta que no es la puerta de él ni la mía, pero hay una puerta que tiene que abrirse. Tengo la sensación de que algo aguarda para entrar, un Espíritu Santo está aguardando; la cosa espera que uno abra la puerta, y entonces entrará. No sé si estoy comunicando algo.

“Así que le digo a Narayan que haga estas cosas. Que permanezca quieto, que vea cómo se comporta, cómo mira un árbol, a una mujer... que pase por todo eso. Pero eso no es suficiente. Hay un sentido de bendición que aguarda, y nosotros no nos movemos hacia ello. Nos agitamos alrededor, nos reunimos alrededor. Lo que usted hace es necesario, pero no es suficiente”.

Rajesh interrumpió: “¿Cuál es el estado de la mente que se da cuenta que no es suficiente lo que hace?”

“Es obvio, señor. Millones han meditado. Los monjes católicos, los sannyasis han meditado, pero no han traído esta bendición.

“Ahora bien, ¿qué puedo hacer en mi relación con Narayan? Él es mi estudiante. Está dispuesto a hacer todas las cosas de que hablo observar, permanecer en silencio, hablar, leer, estar alerta, percibir la belleza de la tierra­. Pero existe otra cualidad que está exigiendo algo, y eso no puede hallarse en su hablar, en su discutir, en el ver. Y la bendición no entra”.

Se había ahondado la intensidad en cada uno de nosotros. Narayan preguntó: “Usted dice que la puerta tiene que abrirse; ¿puede explicar qué significa eso?”

“Me interesa profundamente que esto le ocurra a Narayan”, dijo K, “y pregunto qué puedo hacer para precipitar esta cosa”.

“Quizás haya algo de nuestra parte que nos está bloqueando. En usted hay una cualidad ilimitada, inexpresable, y yo siento que nosotros no extendemos nuestras manos hacia ello”, dijo Achyut.

“Ustedes sí extienden las manos, pero eso no ocurre. Puede que estemos condenados y que aquello sea para muy, muy pocos. Con el Buda, después de cincuenta años sólo hubo dos: Sariputta y Mogallanna. Puede que ése sea el destino del hombre”, reflexionó K.

“¿Es necesaria alguna cualidad de renunciación?”, preguntó Achyut.

“No creo que eso tenga nada que ver con la renunciación. El ser humano ha pasado hambre; ha permanecido solo en las montañas; lo ha hecho todo para tener aquello; pero al parecer no ocurre de ese modo. Digo, pues, que tal vez deba pasar rápidamente por este vigilar, este observar silencio, etc., y terminar con ello. Y pregunto: ¿Qué es lo más importante? ¿Es la energía? El misionero tiene una energía inmensa cuando va por ahí predicando, y no obstante, esa cosa no está ahí”. Krishnaji se interrogaba profundamente a sí mismo.

“¿Es mi pasión la que puede transformar a Narayan? Si Narayan permaneciera conmigo, si participara en todas las discusiones, indagando, planteándose retos internos todo el tiempo, ¿haría algo eso? ¿Comprenden?” Permaneció nuevamente en silencio. Luego, desde una vasta profundidad, dijo: “¿O tiene que haber una negación de todo el papel del sannyasi, el monje que guarda silencio durante toda su vida, que permanece solo consigo mismo... ha de ser desechado todo eso­? ¿Pueden ustedes negar todo eso?

“Por siglos el hombre ha luchado y, no obstante, lo otro no se ha producido. ¿Y puede Narayan decir: ‘Veo todo eso y no lo tocaré, se ha terminado’?” De pronto hubo una aceleración inmensa. “Yo soy el santo; yo soy el monje; soy el hombre que dice, ‘ayunaré, me torturaré físicamente, negaré todo lo que sea sexo’; soy ese hombre. Y digo que he terminado con todo eso, pero soy todo eso porque mi mente es la mente humana que ha experimentado con todo eso y, no obstante, no ha dado con esta bendición. Por lo tanto, ya no tocaré nada de eso. Se terminó.

“¿Entienden? ¿Pueden ustedes hacer esto? ¿Comprende lo que estoy diciendo, Rajesh?”

“Sólo estoy escuchando”.

“Eso no es suficiente. Yo no tengo que quedarme callado por el resto de mi vida. Los monjes trapenses lo han hecho, ¿pero por qué debo hacerlo yo? Veo a los santos, a las personas que se matan de hambre, que se torturan, que estudian grandes libros, que meditan; veo que soy todo eso. Debido a que ellos lo han hecho, mi cerebro forma parte de esa acción. Por lo tanto, ya lo he hecho, no tengo que pasar por todo eso”. El discernimiento despierto investigaba.

“¿Es posible negar eso con la misma urgencia que el hombre que estudia, que toma votos? ¿Es con el mismo sentido de urgencia que usted ve esto y lo niega? Pero después de negarlo, ¿la urgencia permanece?”


“Puede ser, señor, que cuando negamos, también estamos negando la urgencia. ¿Qué es lo que queda al final de la negación?”, pregunté.

“Entiendo lo que quiere decir, Mire, yo veo todo el hombre lo ha visto todo y lo ha hecho todo desde el principio de los tiempos­. Lo ha hecho todo por alcanzar esta bendición, lo innominable. Veo eso frente a mí, pero no puedo aproximarme a ello. No puedo hacer nada al respecto”. Krishnaji era inconmovible.

“Usted ha hablado también durante todos estos años del ‘conocimiento propio’, del florecimiento de ‘lo que es’. Nos ha dicho: observen, examinen, investiguen. Ahora parece usted llegar a un punto en que niega todo eso”.

Con intensa pasión y un sentido de urgencia, Krishnaji dijo: “Lo he negado. Veo que todo eso no lleva a ninguna parte. ¿Comprende lo que he hecho? He negado todo cuanto el hombre ha hecho con el fin de alcanzar aquello. ¿Entiende lo que estoy diciendo? Y me digo a mí mismo: ¿Puede Narayan hacer esto? Él es mi estudiante en el Valle de Rishi, y yo me pregunto: ¿Puede él hacerlo?

“¿No indica esa negación una madurez, una tremenda madurez? ¿No es verdadera madurez decir que todas las cosas que el hombre ha hecho no han originado esa bendición, y que por lo tanto uno no va a pasar por todo eso?

“¿Es eso lo que hemos perdido? ¿El sentido de la gran madurez que implica no pasar por todo eso?

“Veo a los gurús con la gran inmadurez que los acompaña. Y veo que no debo seguirlos. Pero al ver eso, ¿me detengo y comienzo a descender cuesta abajo? ¿Me vuelvo indolente y perezoso?

“El hombre que dice, ‘he intentado todo eso y lo he negado’, se está moviendo. Si no nos movemos o nos movemos en un círculo estrecho y perdemos el tiempo comparando lo que dice K con lo que dice Buda, al final de ello, ¿qué nos queda?

“Tenemos que negar el conocimiento, negarlo todo”.

“¿Puedo enseñarle a Narayan, mi estudiante en el Valle de Rishi, este acto de negación total?”


“¿Quiere decir que he de negarlo a usted? Vea lo que está diciendo”. No pude evitar interrumpirle.

“Si, usted tiene que negarme”, fue la respuesta de K. “Lo que yo digo es que uno no puede negar la verdad, pero tiene que negar todo lo demás. Yo niego todo lo que el hombre ha buscado para lograr aquello. Niego al santo que se ha torturado a sí mismo, a los monjes trapenses que han guardado un silencio absoluto, ellos lo han hecho todo en el ejercicio de aquello, y yo niego lo que ellos han hecho. ¿Puede usted negar de ese modo? ¿Es la falta de una negación total la razón de que la puerta no se abra?”

“En mi juventud, cuando usted rompió con todos los métodos y sistemas y dijo que la verdad no tiene senderos, me sentí realmente confundido. Ahora estoy llegando a lo mismo, porque siento que no hay sendero alguno que pueda conducir a lo que usted dice”, se lamentó Achyut

“Comenzamos preguntándonos si los maestros del Valle de Rishi podrían comunicarse con los estudiantes y ayudarles a despertar. Narayan dijo que discutiría con ellos en grupos pequeños. Si fuera necesario, se sentaría con ellos en silencio, observando los pájaros, siendo sensible. Pero yo veo que eso no trae consigo aquel perfume. Veo lo que los monjes y otros seres humanos han hecho para lograr esta inteligencia extraordinaria, sin conseguirlo. Entonces, ¿por qué tenemos que pasar por todo eso? Así que niego todas las cosas que el hombre ha tratado de hacer para lograr aquello. De modo que mi mente, mi cerebro está libre para experimentar”. Krishnaji estaba abriendo las ventanas de su mente. “Pienso que ésa es la pista. Esas personas han experimentado por años en los bosques, pero no han dado con aquello, ¿Por qué tengo que pasar yo por todo eso?”

“Lo que usted dice es que la mente tiene que hallarse en un estado exento de dirección alguna hacia la cual volverse, un estado sin ninguna de las investigaciones que el pensamiento ha estado persiguiendo”, dije.

“En ese estado, vea lo que el cerebro es. Ya no se encuentra más en un estado de experimentación o investigación”. El hablaba, pero no había movimiento alguno fuera de la profundidad y pasión de sus percepciones. “Hay quienes han investigado y han fracasado todos ellos. Hay otros que lo han intentado mediante la bebida, el sexo, las drogas... Veo eso. ¿Por qué tengo que pasar por todo ello? Por lo tanto, veo y niego. No es una negación ciega. La negación tiene tras de sí una razón, una lógica tremenda. Y así mi mente, el cerebro, es totalmente maduro. ¿Entienden lo que digo? ¿Se encuentran ustedes en ese estado? Por favor, contéstenme. Este es un reto. Tienen que responder. ¿Todavía están experimentando?” Hizo una pausa.

“En esta negación incluyo a los teósofos con sus jerarquías, con sus Maestros. He terminado con todo eso.

“¿No es, acaso, necesaria esta negación total para ayudar al muchacho, al estudiante, a fin de que vea y salte fuera de ello? Entonces el cerebro es totalmente estable, puesto que no está mirando en ninguna dirección. Ha dado la espalda completamente a todas las direcciones. ¿Que dice usted, Narayan? Usted es mi estudiante en el Valle de Rishi”.


“Comienzo a notar la falta de fuerza en el cuerpo y en la mente”, contestó Narayan.

Krishnaji dijo: “Tengo ochenta y cinco años, y le digo que tiene que negar. Por siglos el hombre ha dicho que debe controlar su cuerpo, conseguir que éste no interfiera. ¿Puede usted negar todo eso? Si no puede negar así, yo le pregunto. ¿Por qué no puede hacerlo?”

“¿Vuelve usted al conocimiento, a la discusión, etc.?”
Narayan, incapaz de enfrentarse a la negación absoluta, eludía la pregunta. Krishnaji dijo. “Esa es una trivialidad. Mi interés está en ver que el estudiante no pase por toda esta lucha. Que la mente sea madura, que esté viva. ¿Puedo hacer esto con diez muchachos o chicas? Si es así, entonces estoy dando origen a un grupo de jóvenes por completo diferentes”.

“¿Cómo se enfrenta uno a todos los problemas de la adolescencia?” Otra vez Narayan trataba de alejarse.

Krishnaji dijo: “Un muchacho que ha estado con nosotros desde los cinco años, cambia súbitamente cuando llega a los trece más o menos. Yo quiero impedir eso. Voy a descubrir qué ocurre. Quiero impedir que se vuelva tosco, vulgar.

“Ningún educador ha hecho esto”, fue el comentario de Narayan.

Krishnaji respondió: “Voy a negar a todos los educadores. Quiero descubrir de qué se trata. ¿Es la pubertad, el sexo? ¿Es un sentido de hombría el que vuelve vulgar al muchacho? Uno puede ver la transformación en ese período de su vida. Quiero evitar eso. Pienso que es posible evitarlo. Para ello uno puede advertir que en lo físico, el niño madura muy, muy lentamente”.

“¿Eso qué significa?”, preguntó Rajesh”.

¿No sabe usted lo que significa? ¿Por qué un niño o una niña, hasta cierta edad irradian una sensación luminosa, y después se vuelven tan burdos? ¿Se debe a algo del organismo físico que se relaciona con la procreación? ¿Es eso lo que origina al cambio? Si es así, ¿puede eso ocurrir más tarde en la vida? Narayan, yo lamento estar intimidándolo, pero ¿puede usted negar todo lo que conoce?”

“Yo seguiría estudiando”.

“Estudie”, dijo Krishnaji. “Pero usted sabe que, al cabo de cuarenta años, está donde está, ¿no es así? Estudie, practique abstinencia, celibato, tome votos; haga todo eso, pero no lo llevará a ninguna parte. ¿Por qué tengo que pasar por todo ello? Formo parte del ser humano que ya ha hecho todo eso”.

Achyut comentó: “Yo siento, señor, que todas estas cosas tienen efectos limitados. No me conducirán a aquello. Hago prácticas, etcétera, pero no me conducen a aquello”. Hizo una pausa y continuó: “Uno cuida su cuerpo, lo vigila. Hay equilibrio. Todo eso tiene su lugar. Hay una gran diligencia”.

Achyut intentaba disipar la energía acumulada. Pero Krishnaji era inconmovible. “Esa diligencia no llega a través de ninguna de estas cosas. Mi cerebro es el cerebro de la humanidad. Estoy absolutamente seguro de eso. Por lo tanto, siendo el cerebro de la humanidad, mi cerebro ha hecho todo esto. No tengo que experimentarlo. ¿Sabe usted lo que eso significa?”

Los Vedas hablan del gran maestro que lleva a su discípulo dentro de sí, como un embrión. Por tres noches lo conserva en la oscuridad de su interior, mientras los dioses se reúnen para presenciar el nacimiento. En cierto sentido, Krishnaji estaba haciendo eso con nosotros, atrayendo estrechamente hacia sí a las personas sentadas a su alrededor, posibilitando que las mentes de ellas tocaran de manera directa su mente, poniendo así fin a toda división. Krishnaji dijo: “Pienso que estamos abriendo ligeramente la puerta. ¿Ven ustedes lo que estamos haciendo? Nos movemos. Este capítulo no ha sido estudiado hasta ahora. K no ha pasado por todas estas disciplinas. ¿Por qué debería hacerlo?”

“¿Dónde obtiene usted sus percepciones?”, preguntó Narayan.

“No haciendo nada de esto”.

“¿No haciéndolo las obtendré yo?”, volvió a preguntar Narayan.

La voz de Krishnaji llegó desde una inmensa profundidad de eones. “No. El cerebro mismo dice que es muy viejo, que no continuará más con el conocimiento. ¿No ve usted lo que ha ocurrido con este cerebro? Es inconmovible como una roca. Es firme, estable, lo cual no quiere decir que sea estático. No se duerme. ¿Percibe usted lo que le sucede a un cerebro que dice: ‘Soy la humanidad, y lo que la humanidad ha hecho, lo he hecho’? Y veo que eso no produce la bendición y, por lo tanto, todo lo hecho no tiene sentido”. Hubo una larga pausa. Luego dijo: ¿Hay una pista en todo esto? Vea lo que le ha ocurrido al cerebro. Se ha movido fuera de su círculo. Hágalo ahora. Muévase fuera del círculo que el hombre ha tejido alrededor de sí mismo.

“Ahora bien, ¿puede transmitir esto al estudiante? ¿Puede usted crear algo, una escuela que nunca haya existido antes?”


Pocos días después, Krishnaji me llevó a su habitación y me dijo: “Estaba deseando decirle algo. En el Valle de Rishi ocurrió una cosa extraña. Una noche desperté sintiendo que todo el universo convergía dentro de mí. Un penetrar de todas las cosas, y el viajar más y más profundo en una profundidad sin final”. Mientras hablaba, su rostro, inmensamente serio, irradiaba luz.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.

 

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