viernes, 25 de enero de 2008

Jiddu krishnamurti y "La Canción".

Krishnamurti, un genio espiritual sin par en el mundo ahora, ha estado “cantando su canción” por casi 50 años, enfatizando ahora una cierta nota, después otra y todavía otra. Miles y millones de gentes a través del mundo lo han escuchado, y si sus palabras les han traído nueva visión interna o ninguna, confusión, desengaños o claridad y propósitos, cualquiera haya sido la respuesta individual, no hay duda de que su principal tema ha sido constante y claro de principio a fin: liberar al individuo de la pesada carga de su ambiente, de su pensamiento condicionado, sus temores heredados, sus prejuicios paralizantes.

El ha dicho: “Están acostumbrados a escuchar la canción de otros y así sus corazones están vacíos y siempre lo estarán porque ustedes llenan sus corazones con la canción de otro; esa no es su canción; por lo tanto ustedes son meramente gramófonos cambiando los discos de acuerdo al humor, pero no son músicos. Y especialmente en tiempos de grandes trabajos y penalidades tenemos que ser músicos. Cada uno de nosotros; tenemos que recrearnos con nuestra canción, lo cual significa liberar, vaciar el corazón de aquellas cosas que han sido reunidas por la mente. Por lo tanto, tenemos que comprender las creaciones de la mente, y ver la falsedad de esas creaciones. Entonces, cuando el corazón esté vacío, no como en su caso, lleno con cenizas- porque cuando el corazón está vacío y la mente quieta, entonces hay una canción, la canción que no puede ser destruida o pervertida porque no ha sido compuesta por la mente”.

Muchos de nosotros lo hemos escuchado por toda una vida. Hemos discutido con él nuestros problemas, sobrecargándolo con nuestros íntimos “yoes”; hemos sido inspirados y renovados, hemos desechado muchos temores y prejuicios, hemos alcanzado alguna madurez. Algunos de nosotros probablemente hemos tenido atisbos de esa extradimensión que Krishnamurti ha llamado lo Desconocido. Pero estoy seguro de que, ninguno de nosotros ha tomado el fuego que quema en él. No estamos cantando nuestro propio canto. ¿Por qué es esto? ¿Es Krishnamurti único en su clase? Otros grandes maestros espirituales en el pasado parecen haber sido de esta clase: Buddha, Cristo, Lao-Tze. Krishnamurti probablemente rechazaría esta idea como una simple excusa una justificación para no abordarla nosotros mismos con completa atención. De todas maneras, yo una vez le pregunté por qué parecía no haber otro Krishnamurti en el mundo, aun cuando él había estado luchando por media canturria. Me contestó. “Un árbol necesita espacio a su alrededor para crecer hasta ser un gran árbol. No puede alcanzar su pleno crecimiento si está muy cerca de otro gran árbol”.

Quizá nosotros hemos estado abrumando al gran maestro, psicológicamente hablando, en nuestro muy urgente intento para cruzar al reino del no ego al cual él se refiere como el Ultimo Bien. Quizá, parafraseando sus propias palabras, porque nuestra mente-corazón no canta, en vez de eso perseguimos al cantor, perdiendo de esta manera el significado esencial del canto.

¿Acaso el legado espiritual de Krishnamurti al mundo sea otro Krishnamurti en el futuro para dar de nuevo voz al canto apasionado? Más realistamente, esto es como si hubiera una lenta y gradual transformación de la psiquis en algunas pocas gentes, aquí y allá, un pasivo y no enjuiciado estado consciente de sensitividad de la mente que percibe las cosas tal como son, una cualidad interna del espíritu que me aventuraría a llamar, “el ardiente escuchar”, término que el poeta John Keats usaba con gran visión interior en una estrofa de su largo poema Endymion:

And truly I Would rather be struck dumb
Than speak against this ardent listlessness:
For I have thought that it might bless
The world with benefits unknowingly;
As does the nightingale, up perched high.
And cloistered among con and bunched leaves.

Y en verdad preferiría de pronto enmudecer
Que pronunciarme en contra de este ardiente escuchar
Porque he pensado que podría bendecir
Al mundo con beneficios desconocidos;
Como lo hace el ruiseñor, parado en lo alto
Y enclaustrado entre hojas frescas y entrelazadas.

K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988

Jiddu Krishnamurti y George Arundale.

Castillo de Eerde, Holanda.


Los visitantes venían diariamente a ver a Krishnaji al castillo. Permanecían por unas cuantas horas o por dos o tres días. Entre ellos, en una visita breve, estuvieron dos de los “apóstoles” George Arundale había anunciado pomposamente hacía un año que había sido seleccionado entre otros, incluyendo a Arundale mismo, para ayudar al Instructor del Mundo a esparcir sus enseñanzas. Ellos eran la hermosa y joven Brahmín, señora Rukmini Devi, esposa de Arundale y el obispo James Wedgwood, un descendiente del maestro alfarero Josiah Wedgwood. Rukmini se veía hermosa en un sari hindú lleno de colorido. Era franca y amistosa. Agradable a todos. El obispo Wedgwood, alto y moreno, hermoso en su vestimenta eclesiástica, con su bien labrada y grande cruz pectoral y su anillo episcopal, que aparecían repulsivos entre los huéspedes habituales del castillo. El se veía tieso y lleno de un sentimiento de autoimportancia, rebosando arrogancia espiritual. Me sentí tan alejado de él que ni siquiera quise presentarle una carta de introducción que traía para él, de un buen amigo mío que lo conocía bien. Me sentí tan completamente alejado de este señor que ni siquiera me molesté en darle la mano.

Krishnaji había estado muy contrariado por el anuncio absurdo y sensacional hecho por George Arundale y el Obispo Wedgwood, con respecto a que ciertas personas habían sido escogidas para ser “Apóstoles de Krishnaji”. Arundale proclamó que el mensaje había venido de Lord Maitreya. Krishnaji rechazó enojado todo este asunto y declaró que él no tenía discípulos de ninguna clase. Aquellos que sabían cómo le disgustaba a él sentirse un elegido, nos sorprendimos de la moderación con la cual manejó el asunto en público, consciente de que su amor por la Doctora Besant, quien había sido mezclada en esto por su confianza en Arundale, le impedía decir algo drástico que pudiera mortificarla o herir sus sentimientos. Años más tarde, sin embargo, en Ojai, se expresó muy duramente sobre ese asunto, afirmando que tanto Arundale como Wedgwood habían tratado de usarlo a él para ampliar su situación. Yo discutí el asunto con Krishnaji personalmente y supe cuán ultrajado había sido por los métodos que ellos usaron para sus ulteriores fines egoístas.

K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988

Jiddu Krishnamurti y la Risa.


Ojai,  California.


Krishnaji, Rajagopal y yo habíamos comido juntos y nos dirigimos a Pasadena en el carro de Rajagopal. Después del arranque de hacia algunos días, yo me sentí maravillosamente tranquilo y feliz con él. Siempre era una gran diversión estar con Krishnaji cuando uno no sentía necesidad de discutir cosas serias, solamente agradable plática y chistes. A él le encantaban los buenos chistes, especialmente cuando ellos pinchaban a los egos grandes e inflados y siempre estaba divertido con las cosas tontas que dirían las gentes sobre el Instructor del Mundo. Se reía como un niño. Una explosión pura de diversión.

Como yo nunca había visto ni leído “Lázaro Río” no sabía lo que iba a pasar. Ni Krishnaji ni Rajagopal conocían algo acerca de ello, pero estuvimos de acuerdo en que si se hacía pesada la obra en la cuestión religiosa, nos saldríamos. Durante el intermedio nadie dijo nada acerca de irse. Con gusto volvimos a nuestros asientos para oír otra vez aquella maravillosa y vibrante risa de Irving Pichel cuando a Lázaro, al volver de la muerte, se le preguntó acerca de Dios. Era una risa que llenaba el auditorio como música y que decía diferentes cosas a diferentes personas.

De vuelta a casa platicamos sobre la obra. Yo pensé que había sido una representación inspirada, la cual me había tocado profundamente, no tanto por las palabras, las cuales a veces tenían gran poder, sino por la extraordinaria calidad de la risa de Lázaro. Krishnaji que no era particularmente afecto a las representaciones teatrales, parecía impresionado. Dijo algo sobre la profunda verdad de la tesis principal de la obra: que ningún ser humano puede formular pensamientos sobre Dios, pues no tiene otro recurso que responder con su risa.


K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988

Jiddu Krishnamurti y John Barrymore.

Año 1926, Ojai, California.


Su Packard había sido, o bien llevado al servicio o bien prestado a un amigo. De cualquier manera él estaba sin carro este fin de semana y yo voluntariamente me ofrecí a manejar para él después de las horas de escuela.

Estaba muy alegre de que yo manejara para él y me hizo sentir que le hacia un gran favor, cuando era lo contrario, realmente. Me preguntó si podría recogerlo en el Hotel Ambassador al día siguiente antes de la comida, alrededor de las seis. Me dio el número del cuarto al cual yo irla para recogerlo.

Puntualmente a las seis me dirigí al Hotel Ambassador dejando el coche afuera y fui directamente al cuarto que él me había indicado, lleno de curiosidad por saber a quién había ido a ver. Mi mente imaginaba toda clase de cosas.

Toqué la puerta y esperé. Entonces oí algunos pasos que se aproximaban. La puerta se abrió. Me encontré cara a cara con John Barrymore. Me miró de arriba a abajo desdeñosamente. Dije que estaba allí para recoger al señor Krishnamurti. Este reconoció mi voz, vino y me presentó al gran actor, quien me dio un áspero “¿Cómo está usted?” volviéndome la espalda, probablemente preguntándose por qué Krishnamurti permitía a su chofer andar sin uniforme durante su trabajo.

De regreso a su casa Krishnamurti me dijo que el había conocido a Barrymore a través del agente del actor, Henry Hotchener, a quien yo conocía y que había estado casado con la anteriormente cantante de Opera, Marie Russak, una prominente teosófica amiga de Mrs. Besant.

A Krishnaji le gustaba Barrymore. Pensaba que era un hombre interesante y agudo. Le pregunté: “¿De qué habla usted con Barrymore?”

-“Principalmente de la vida de Buddha”- contestó Krishnaji. Me dijo que Barrymore se interesaba en el budismo y pensaba que la renunciación del Buddha era uno de los más dramáticos e inspiradores acontecimientos en la Historia. Le dijo a Krishnamurti que le gustaría representar el papel de Buddha en una película cuando fuera capaz de vender la idea a alguno de los magnates del cine.

Krishnaji que siempre ponía de relieve el lado positivo de una persona, se impresionó con el hecho de que Barrymore, un alcohólico, se abstenía por completo del licor en los fines de semana cuando su hijo, John, venía a visitarlo. Para Krishnamurti ése era un sacrificio de amor que demandaba respeto.

Krishnaji había invitado al célebre actor para ir a Arya Vihara en Ojai, para almorzar con él, una invitación la cual, según Krishnamurti que me contó la historia, Barrymore aceptó alegremente, después de prometer con solemnidad permanecer ese día como el más sobrio de su vida.

Libre de cualquier influencia alcohólica, en un día brillante y soleado, salió para Ojai para pasar el día con su distinguido amigo Krishnamurti. Mientras se dirigía hacia Ventura fue asaltado por una gran sed. Estacionó su costoso Lincoln convertible fuera de un bar y entró a pedir un vaso de agua, de acuerdo a su historia. El mesero le trajo en su lugar una cerveza. Usted nunca puede realmente confiar en los meseros dijo Barrymore a Krishnaji- que añadió al ver el fresco líquido dorado pensó: ¿Qué puede hacer una poca de cerveza a un hombre de propósitos? Otro poco de cerveza siguió y otro y otro. ¿Cuántos?, él no podía recordar. Algún tiempo después su sed se apagó, abandonó el bar, salió hasta su carro y milagrosamente llegó a Arya Vihara, con una hora de retraso para el almuerzo. Krishnaji, anfitrión, perfecto, lo había esperado. Barrymore salió tambaleándose de su carro y con paso inseguro subió las gradas del recibidor de Arya Vihara, tocó la puerta y prácticamente cayó en los brazos de Krishnaji.

Krishnaji, que estaba muy divertido con todo el incidente, me dijo que Barrymore, a despecho de su estado de intoxicación fue un perfecto caballero durante toda la visita, contando historietas cómicas en la mesa, burlándose de algunas de las estrellas principales de Hollywood y bebiendo galones de café negro.

Temeroso de que el notable visitante no fuera capaz de llegar a Hollywood, Krishnaji lo invitó a pasar allí la noche. Barrymore no quiso ni oírlo. Nunca sería capaz de causar a Krishnamurti tal inconveniencia. El había podido llegar a Ojai y sería una maldición que no pudiera regresar a Hollywood. Y así lo hizo.

Al día siguiente, dándose cuenta de que las cosas no habían ido de acuerdo a lo convenido, Barrymore escribió a Krishnamurti una carta disculpándose por haber caído de su gracia, e incluyendo una gran fotografía de él mismo dedicada: “Al único hombre que he encontrado que recorre el sendero del Gran Príncipe Hindú Siddartha Gautama”. En su carta Barrymore añadía que estaba aún más determinado que nunca a producir el film de la vida de Buddha con un ligero cambio en el reparto: Krishnaji representaría a Buddha, Barrymore representaría a Ananda, el discípulo favorito de Buddha.

Consciente de que Krishnaji no estaba entusiasmado acerca de representar el papel de Buddha en la pantalla, Barrymore decidió ahora que él haría el papel principal en la vida de Ananda, con Buddha relegado a un papel secundario. Krishnaji volvió a Hollywood. Había prometido llegar a comer, como muchas veces lo hacia entonces. El gozaba llegar a nuestra casa, le gustaba la comida vegetariana de mi madre, especialmente su arroz español: las historias de mi hermano John acerca de sus últimas aventuras amorosas y desde luego, ser tratado como un ser humano normal en una familia que lo amaba.



K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988

domingo, 13 de enero de 2008

Jiddu Krishnamurti y Fedor Dostoiewski.

EL GRAN INQUISIDOR

Por Fedor Dostoievski

El gran escritor ruso creador de Crimen y castigo albergó, en su fuero personal, una honda creencia en lo divino. Pero no todos los personajes de su literatura compartieron la esperanza en un garantía divina de la final felicidad y realización de la humanidad. El conflicto entre la creencia mística en la trascendencia y el escepticismo amargo y sin ilusiones vive en Los hermanos Karamazov. Un conflicto que encarnan Aliocha Karamazov, joven de místicos fervores, e Iván Karamazov, personaje negador de cualquier plenitud divina. En el libro V de Los Hermanos Karamazov Iván narra su famosa historia "El gran inquisidor". Cristo regresa a la tierra. De sus ojos y su presencia fluye la verdad, la luz intensa y la sanación. Pero los sacerdotes no celebrarán su regreso. El Gran Inquisidor ordenará su encarcelamiento. Y lo amenazará con quemarlo como hereje a no ser que abandone toda esperanza en la humanidad. El Inquisidor le reprochara al Hijo del Dios no haber entendido la naturaleza humana. El que resucitó a Lázaro difunde la libertad, pero ésta es una carga demasiada pesada. Los hombres no quieren ser libres. Por eso, con tono recriminador, el Inquisidor le señala al divino ser recién llegado: "En vez de coartar la libertad humana, le quitaste diques, olvidando, sin duda, que a la libertad de elegir entre el bien y el mal el hombre prefiere la paz, aunque sea la de la muerte".

En este nuevo momento de Recuerdo de lo Sagrado, acompañaremos ahora el extraño y simbólico encuentro entre el Cristo que vuelve y el Gran Inquisidor, la voz del cinismo y los engaños del poder.

E.I

EL GRAN INQUISIDOR

Por Fedor Dostoievski

Han pasado ya quince siglos desde que Cristo dijo: "No tardaré en volver. El día y la hora, nadie, ni el propio Hijo, las sabe". Tales fueron sus palabras al desparecer, y la Humanidad le espera siempre con la misma fe, o acaso con fe más ardiente aún que hace quince siglos. Pero el Diablo no duerme; la duda comienza a corromper a la Humanidad, a deslizarse en la tradición de los milagros. En el Norte de Germania ha nacido una herejía terrible que, precisamente, niega los milagros. Los fieles, sin embargo, creen con más fe en ellos. Se espera a Cristo, se quiere sufrir y morir como Él... Y he aquí que la Humanidad ha rogado tanto por espacio de tantos siglos, ha gritado tanto "¡Señor, dignáos, aparecérosnos!", que Él ha querido, en su misericordia inagotable, bajar a la tierra.

Y he aquí que ha querido mostrarse, al menos un instante, a la multitud desgraciada, al pueblo sumido en el pecado, pero que le ama con amor de niño. El lugar de la acción es Sevilla; la época, la de la Inquisición, la de los cotidianos soberbios autos de fe, de terribles heresiarcas, ad majorem Dei gloriam.

No se trata de la venida prometida para la consumación de los siglos, de la aparición súbita de Cristo en todo el brillo de su gloria y su divinidad, "como un relámpago que brilla del Ocaso al Oriente". No, hoy sólo ha querido hacerles a sus hijos una visita, y ha escogido el lugar y la hora en que llamean las hogueras. Ha vuelto a tomar la forma humana que revistió, hace quince siglos, por espacio de treinta años.

Aparece entre las cenizas de las hogueras, donde la víspera, el cardenal gran inquisidor, en presencia del rey, los magnates, los caballeros, los altos dignatarios de la Iglesia, las más encantadoras damas de la corte, el pueblo en masa, quemó a cien herejes. Cristo avanza hacia la multitud, callado, modesto, sin tratar de llamar la atención, pero todos le reconocen.

El pueblo, impelido por un irresistible impulso, se agolpa a su paso y le sigue. Él, lento, una sonrisa de piedad en los labios, continúa avanzando. El amor abrasa su alma; de sus ojos fluyen la Luz, la Ciencia, la Fuerza, en rayos ardientes, que inflaman de amor a los hombres. Él les tiende los brazos, les bendice. De Él, de sus ropas, emana una virtud curativa. Un viejo, ciego de nacimiento, sale a su encuentro y grita: "¡Señor, cúrame para que pueda verte!" Una escama se desprende de sus ojos, y ve. El pueblo derrama lágrimas de alegría y besa la tierra que Él pisa. Los niños tiran flores a sus pies y cantan Hosanna, y el pueblo exclama: "¡Es Él! ¡Tiene que ser Él! ¡No puede ser otro que Él!"

Cristo se detiene en el atrio de la catedral. Se oyen lamentos; unos jóvenes llevan en hombros a un pequeño ataúd blanco, abierto, en el que reposa, sobre flores, el cuerpo de una niña de diecisiete años, hija de un personaje de la ciudad.

-¡Él resucitará a tu hija! -le grita el pueblo a la desconsolada madre.

El sacerdote que ha salido a recibir el ataúd mira, con asombro, al desconocido y frunce el ceño.

Pero la madre profiere:

-¡Si eres Tú, resucita a mi hija!

Y se prosterna ante Él. Se detiene el cortejo, los jóvenes dejan el ataúd sobre las losas. Él lo contempla, compasivo, y de nuevo pronuncia el Talipha kumi (Levántate, muchacha).

La muerta se incorpora, abre los ojos, se sonríe, mira sorprendida en torno suyo, sin soltar el ramo de rosas blancas que su madre había colocado entre sus manos. El pueblo, lleno de estupor, clama, llora.

En el mismo momento en que se detiene el cortejo, aparece en la plaza el cardenal gran inquisidor. Es un viejo de noventa años, alto, erguido, de una ascética delgadez. En sus ojos hundidos fulgura una llama que los años no han apagado. Ahora no luce los aparatosos ropajes de la víspera; el magnífico traje con que asistió a la cremación de los enemigos de la Iglesia ha sido reemplazado por un tosco hábito de fraile.

Sus siniestros colaboradores y los esbirros del Santo Oficio le siguen a respetuosa distancia. El cortejo fúnebre detenido, la muchedumbre agolpada ante la catedral le inquietan, y espía desde lejos. Lo ve todo: el ataúd a los pies del desconocido, la resurrección de la muerta... Sus espesas cejas blancas se fruncen, se aviva, fatídico, el brillo de sus ojos.

-¡Prendedle! -les ordena a sus esbirros, señalando a Cristo.

Y es tal su poder, tal la medrosa sumisión del pueblo ante él, que la multitud se aparta, al punto, silenciosa, y los esbirros prenden a Cristo y se lo llevan. Como un solo hombre, el pueblo se inclina al paso del anciano y recibe su bendición.

Los esbirros conducen al preso a la cárcel del Santo Oficio y le encierran en una angosta y oscura celda.

Muere el día, y una noche de luna, una noche española, cálida y olorosa a limoneros y laureles, le sucede.

De pronto, en las tinieblas, se abre la férrea puerta del calabozo y penetra el gran inquisidor en persona solo, alumbrándose con una linterna. La puerta se cierra tras él. El anciano se detiene a pocos pasos de umbral y, sin hablar palabra, contempla, durante cerca de dos minutos, al preso. Luego, avanza lentamente, deja la linterna sobre la mesa y pregunta:

-¿Eres Tú, en efecto?

Pero, sin esperar la respuesta, prosigue:

-No hables, calla. ¿Qué podrías decirme? Demasiado lo sé. No tienes derecho a añadir ni una sola palabra a lo que ya dijiste. ¿Por qué has venido a molestarnos?... Bien sabes que tu venida es inoportuna. Mas yo te aseguro que mañana mismo... No quiero saber si eres Él o sólo su apariencia; sea quien seas, mañana te condenaré; perecerás en la hoguera como el peor de los herejes. Verás cómo ese mismo pueblo que esta tarde te besaba los pies, se apresura, a una señal mía, a echar leña al fuego. Quizá nada de esto te sorprenda...

Y el anciano, mudo y pensativo, sigue mirando al preso, acechando la expresión de su rostro, serena y suave.

-El Espíritu terrible e inteligente -añade, tras una larga pausa-, el Espíritu de la negación y de la nada, te habló en el desierto, y la Escrituras atestiguan que te "tentó". No puede concebirse nada más profundo que lo que se te dijo e aquellas tres preguntas o, para emplear el lenguaje de la Escritura, en aquellas tres "tentaciones". ¡Si ha habido algún milagro auténtico, evidente, ha sido el de las tres tentaciones! ¡El hecho de que tales preguntas hayan podido brotar de unos labios, es ya, por sí solo, un milagro! Supongamos que hubieran sido borradas del libro, que hubiera que inventarlas, que forjárselas de nuevo. Supongamos que, con ese objeto, se reuniesen todos los sabios de la tierra, los hombres de Estado, los príncipes de la Iglesia, los filósofos, los poetas, y que se les dijese: "Inventad tres preguntas que no sólo correspondan a la grandeza del momento, sino que contengan, en su triple interrogación, toda la historia de la Humanidad futura", ¿crees que esa asamblea de todas las grandes inteligencias terrestres podría forjarse algo tan alto, tan formidable como las tres preguntas del inteligente y poderoso Espíritu? Esas tres preguntas, por sí solas, demuestran que quien te habló aquel día no era un espíritu humano, contingente, sino el Espíritu Eterno, Absoluto. Toda la historia ulterior de la Humanidad está predicha y condensada en ellas; son las tres formas en que se concretan todas las contradicciones de la historia de nuestra especie. Esto, entonces, aún no era evidente, el porvenir era aún desconocido; pero han pasado quince siglos y vemos que todo estaba previsto en la Triple Interrogación, que es nuestra historia.¿Quién tenía razón, di? ¿Tú o quien te interrogó?...

Si no el texto, el sentido de la primera pregunta es el siguiente: "Quieres presentarte al mundo con las manos vacías, anunciándoles a los hombres una libertad que su tontería y su maldad naturales no les permiten comprender, una liberad espantosa, ¡pues para el hombre y para la sociedad no ha habido nunca nada tan espantoso como la libertad!, cuando, si convirtieses en panes todas esas piedras peladas esparcidas ante tu vista, verías a la Humanidad correr, en pos de ti, como un rebaño, agradecida, sumisa, temerosa tan sólo de que tu mano depusiera su ademán taumatúrgico y los panes se tornasen piedras." Pero tú no quisiste privar al hombre de su libertad y repeliste la tentación; te horrorizaba la idea de comprar con panes la obediencia de la Humanidad, y contestaste que "no sólo de pan vive el hombre", sin saber que el espíritu de la tierra, reclamando el pan de la tierra, había de alzarse contra ti, combatirte y vencerte, y que todos le seguirían, gritando: "¡Nos ha dado el fuego del cielo!" Pasarán siglos y la Humanidad proclamará, por boca de sus sabios, que no hay crímenes y, por consiguiente, no hay pecado; que sólo hay hambrientos. "Dales pan si quieres que sean virtuosos." Esa será la divisa de los que se alzarán contra ti, el lema que inscribirán en su bandera; y tu templo será derribado y, en su lugar, se erigirá una nueva Torre de Babel, no más firme que la primera, el esfuerzo de cuya erección y mil años de sufrimientos podías haberles ahorrado a los hombres. Pues volverán a nosotros, al cabo de mil años de trabajo y dolor, y nos buscarán en los subterráneos, en las catacumbas donde estaremos escondidos -huyendo aún de la persecución, del martirio-, para gritarnos: "¡Pan! ¡Los que nos habían prometido el fuego del cielo no nos lo han dado!" Y nosotros acabaremos su Babel, dándoles pan, lo único de que tendrán necesidad. Y se lo daremos en tu nombre. Sabemos mentir. Sin nosotros, se morirían de hambre. Su ciencia no les mantendría. Mientras gocen de libertad les faltará el pan; pero acabarán por poner su libertad a nuestros pies, clamando: "¡Cadenas y pan!" Comprenderán que la libertad no es compatible con una justa repartición del pan terrestre entre todos los hombres, dado que nunca -¡nunca!- sabrán repartírselo. Se convencerán también de que son indignos de la libertad; débiles, viciosos, necios, indómitos. Tú les prometiste el pan del cielo. ¿Crees que puede ofrecerse ese pan, en vez del de la tierra, siendo la raza humana lo vil, lo incorregiblemente vil que es? Con tu pan del cielo podrás atraer y seducir a miles de almas, a docenas de miles, pero ¿y los millones y las decenas de millones no bastante fuertes para preferir el pan del cielo al pan de la tierra? ¿Acaso eres tan sólo el Dios de los grandes? Los demás, esos granos de arena del mar; los demás, que son débiles, pero que te aman, ¿no son a tus ojos sino viles instrumentos en manos de los grandes?... Nosotros amamos a esos pobres seres, que acabarán, a pesar de su condición viciosa y rebelde, por dejarse dominar. Nos admirarán, seremos sus dioses, una vez sobre nuestros hombros la carga de su libertad, una vez que hayamos aceptado el cetro que -¡tanto será el miedo que la libertad acabará por inspirarles!- nos ofrecerán. Y reinaremos en tu nombre, sin dejarte acercar a nosotros. Esta impostura, esta necesaria mentira, constituirá nuestra cruz.

Como ves, la primera de la tres preguntas encerraba el secreto del mundo. ¡Y tú la desdeñaste! Ponías la libertad por encima de todo, cuando, si hubieras consentido en tornar panes las piedras del desierto, hubieras satisfecho el eterno y unánime deseo de la Humanidad; le hubieras dado un amo. El más vivo afán del hombre libre es encontrar un ser ante quien inclinarse. Pero quiere inclinarse ante una fuerza incontestable, que pueda reunir a todos los hombres en una comunión de respeto; quiere que el objeto de su culto lo sea de un culto universal; quiere una religión común. Y esa necesidad de la comunidad en la adoración es, desde el principio de los siglos, el mayor tormento individual y colectivo del género humano. Por realizar esa quimera, los hombres se exterminan. Cada pueblo se ha creado un dios y le ha dicho a su vecino: "¡Adora a mi dios o te mato!" Y así ocurrirá hasta el fin del mundo; los dioses podrán desaparecer de la tierra, mas la Humanidad hará de nuevo por los ídolos lo que ha hecho por los dioses. Tú no ignorabas ese secreto fundamental de la naturaleza humana y, no obstante, rechazaste la única bandera que te hubiera asegurado la sumisión de todos los hombres: la bandera del pan terrestre; la rechazaste en nombre del pan celestial y de la libertad, y en nombre de la libertad seguiste obrando hasta tu muerte. No hay, te repito, un afán más vivo en el hombre que encontrar en quien delegar la libertad de que nace dotada tan miserable criatura. Sin embargo, para obtener la ofrenda de la libertad de los hombres, hay que darles la paz de la conciencia. El hombre se hubiera inclinado ante ti si le hubieras dado pan, porque el pan es una cosa incontestable; pero si, al mismo tiempo, otro se hubiera adueñado de la conciencia humana, el hombre hubiera dejado tu pan para seguirle. En eso, tenías razón; el secreto de la existencia humana consiste en la razón, en el motivo de la vida. Si el hombre no acierta a explicarse por qué debe vivir preferirá morir a continuar esta existencia sin objeto conocido, aunque disponga de una inmensa provisión de pan. Pero ¿de qué te sirvió el conocer esa verdad? En vez de coartar la libertad humana, le quitaste diques, olvidando, sin duda, que a la libertad de elegir entre el bien y el mal el hombre prefiere la paz, aunque sea la de la muerte. Nada tan caro para el hombre como el libre albedrío, y nada, también, que le haga sufrir tanto. Y, en vez de formar tu doctrina de principios sólidos que pudieran pacificar definitivamente la conciencia humana, la formaste de cuanto hay de extraordinario, vago, conjetural, de cuanto traspasa los límites de las fuerzas del hombre, a quien, ¡tú que diste la vida por él!, diríase que no amabas. Al quitarle diques a su libertad, introdujiste en el alma humana nuevos elementos de dolor. Querías ser amado con un libre amor, libremente seguido. Abolida la dura ley antigua, el hombre debía, sin trabas, sin más guía que tu ejemplo, elegir entre el bien y el mal. ¿No se te alcanzaba que acabarías por desacatar incluso tu ejemplo y tu verdad, abrumado bajo la terrible carga de la libre elección, y que gritaría: "Si Él hubiera poseído la verdad, no hubiera dejado a sus hijos sumidos en una perplejidad tan horrible, envueltos en tales tinieblas?" Tú mismo preparaste tu ruina: no culpes a nadie. Si hubieras escuchado lo que se te proponía... Hay sobre la tierra tres únicas fuerzas capaces de someter para siempre la conciencia de esos seres débiles e indómitos -haciéndoles felices-: el milagro, el misterio y la autoridad. Y tú no quisiste valerte de ninguna. El Espíritu terrible te llevó a la almena del templo y te dijo: "¿Quieres saber si eres el Hijo de Dios? Déjate caer abajo, porque escrito está que los ángeles tomarte han en las manos." Tú rechazaste la proposición, no te dejaste caer. Demostraste con ello el sublime orgullo de un dios; ¡pero los hombres, esos seres débiles, impotentes, no son dioses! Sabías que, sólo con intentar precipitarte, hubieras perdido la fe en tu Padre, y el gran Tentador hubiera visto, regocijadísimo, estrellarse tu cuerpo en la tierra que habías venido a salvar. Mas, dime, ¿hay muchos seres semejantes a ti? ¿Pudiste pensar un solo instante que los hombres serían capaces de comprender tu resistencia a aquella tentación? La naturaleza humana no es bastante fuerte para prescindir del milagro y contentarse con la libre elección del corazón, en esos instantes terribles en que las preguntas vitales exigen una respuesta. Sabías que tu heroico silencio sería perpetuado en los libros y resonaría en lo más remoto de los tiempos, en los más apartados rincones del mundo. Y esperabas que el hombre te imitaría y prescindiría de los milagros, como un dios, siendo así que, en su necesidad de milagros, los inventa y se inclina ante los prodigios de los magos y los encantamientos de los hechiceros, aunque sea hereje o ateo.

Cuando te dijeron, por mofa: "¡Baja de la cruz y creeremos en ti!", no bajaste. Entonces, tampoco quisiste someter al hombre con el milagro, porque lo que deseabas de él era una creencia libre, no violentada por el prestigio de lo maravilloso; un amor espontáneo, no los transportes serviles de un esclavo aterrorizado. En esta ocasión, como en todas, obraste inspirándote en una idea del hombre demasiado elevada: ¡es esclavo, aunque haya sido creado rebelde! Han pasado quince siglos: ve y juzga. ¿A quién has elevado hasta ti? El hombre, créeme, es más débil y más vil de lo que tú pensabas. ¿Puede, acaso, hacer lo que tú hiciste? Le estimas demasiado y sientes por él demasiado poca piedad; le has exigido demasiado, tú que le amas más que a ti mismo. Debías estimarle menos y exigirle menos. Es débil y cobarde. El que hoy se subleve en todas partes contra nuestra autoridad y se enorgullezca de ello, no significa nada. Sus bravatas son hijas de una vanidad de escolar. Los hombres son siempre unos chiquillos: se sublevan contra el profesor y le echan del aula; pero la revuelta tendrá un término y les costará cara a los revoltosos. No importa que derriben templos y ensangrienten la tierra: tarde o temprano, comprenderán la inutilidad de una rebelión que no son capaces de sostener. Verterán estúpidas lágrimas; pero, al cabo, comprenderán que el que les ha creado rebeldes les ha hecho objeto de una burla y lo gritarán, desesperados. Y esta blasfemia acrecerá su miseria, pues la naturaleza humana, demasiado mezquina para soportar la blasfemia, se encarga ella misma de castigarla.

La inquietud, la duda, la desgracia: he aquí el lote de los hombres por quienes diste tu sangre. Tu profeta dice que, en su visión simbólica, vio a todos los partícipes de la primera resurrección y que eran doce mil por cada generación. Su número no es corto, si se considera que supone una naturaleza más que humana el llevar tu cruz, el vivir largos años en el desierto, alimentándose de raíces y langostas; y puedes, en verdad, enorgullecerte de esos hijos de la libertad, del libre amor, estar satisfecho del voluntario y magnífico sacrificio de sí mismos, hecho en tu nombre. Pero no olvides que se trata sólo de algunos miles y, más que de hombres, de dioses. ¿Y el resto de la Humanidad? ¿Qué culpa tienen los demás, los débiles humanos, de no poseer la fuerza sobrenatural de los fuertes? ¿Qué culpa tiene el alma feble de no poder soportar el peso de algunos dones terribles? ¿Acaso viniste tan sólo por los elegidos? Si es así, lo importante no es la libertad ni el amor, sino el misterio, el impenetrable misterio. Y nosotros tenemos derecho a predicarles a los hombres que deben someterse a él sin razonar, aun contra los dictados de su conciencia. Y eso es lo que hemos hecho. Hemos corregido tu obra; la hemos basado en el "milagro", el "misterio" y la "autoridad". Y los hombres se han congratulado de verse de nuevo conducidos como un rebaño y libres, por fin, del don funesto que tantos sufrimientos les ha causado. Di, ¿hemos hecho bien? ¿Se nos puede acusar de no amar a la Humanidad? ¿No somos nosotros los únicos que tenemos conciencia de su flaqueza; nosotros que, en atención a su fragilidad, la hemos autorizado hasta para pecar, con tal de que nos pida permiso? ¿Por qué callas? ¿Por qué te limitas a mirarme con tus dulces y penetrantes ojos? ¡No te amo y no quiero tu amor; prefiero tu cólera! ¿Y para qué ocultarte nada? Sé a quién le hablo. Conoces lo que voy a decirte, lo leo en tus ojos... Quizá quieras oír precisamente de mi boca nuestro secreto. Oye, pues: no estamos contigo, estamos con Él...; nuestro secreto es ése. Hace mucho tiempo -¡ocho siglos!- que no estamos contigo, sino con Él. Hace ocho siglos que recibimos de Él el don que tú, cuando te tentó por tercera vez mostrándote todos los reinos de la tierra, rechazaste indignado; nosotros aceptamos y, dueños de Roma y la espada de César, nos declaramos los amos del mundo. Sin embargo, nuestra conquista no ha acabado aún, está todavía en su etapa inicial, falta mucho para verla concluida; la tierra ha de sufrir aún durante mucho tiempo; pero nosotros conseguiremos nuestro objeto, seremos el César y, entonces, nos preocuparemos de la felicidad universal. Tú también pudiste haber tomado la espada de César; ¿por qué rechazaste tal don? Aceptándole, hubieras satisfecho todos los anhelos de los hombres sobre la tierra, les hubieras dado un amo, un depositario de su conciencia y, a la vez, un ser en torno a quien unirse, formando un inmenso hormiguero, ya que la necesidad de la unión universal es otro de los tres supremos tormentos de la Humanidad. La Humanidad siempre ha tendido a la unidad mundial. Cuanto más grandes y gloriosos, más sienten los pueblos ese anhelo. Los grandes conquistadores, los Tamerlán, los Gengis Kan que recorren la tierra como un huracán devastador, obedecen, de un modo inconsciente, a esa necesidad. Tomando la púrpura de César, hubieras fundado el imperio universal, que hubiera sido la paz del mundo. Pues, ¿quién debe reinar sobre los hombres sino el que es dueño de sus conciencias y tiene su pan en las manos?

Tomamos la espada de César y, al hacerlo, rompimos contigo y nos unimos a Él. Aún habrá siglos de libertinaje intelectual, de pedantería y de antropofagia -los hombres, luego de erigir, sin nosotros, su Torre de Babel, se entregarán a la antropofagia-; pero la bestia acabará por arrastrarse hasta nuestros pies, los lamerá y los regará con lágrimas de sangre. Y nosotros nos sentaremos sobre la bestia y levantaremos una copa en la que se leerá la palabra "Misterio". Y entonces, sólo entonces, empezará para los hombres el reinado de la paz y de la dicha. Tú te enorgullecerás de tus elegidos, pero son una minoría: nosotros les daremos el reposo y la calma a todos. Y aun de esa minoría, aun de entre esos "fuertes" llamados a ser de los elegidos, ¡cuántos han acabado y acabarán por cansarse de esperar, cuántos han empleado y emplearán contra ti las fuerzas de su espíritu y el ardor de su corazón en uso de la libertad de que te son deudores! Nosotros les daremos a todos la felicidad, concluiremos con las revueltas y matanzas originadas por la libertad. Les convenceremos de que no serán verdaderamente libres, sino cuando nos hayan confiado su libertad. ¿Mentiremos? ¡No! Y bien sabrán ellos que no les engañamos, cansados de las dudas y de los terrores que la libertad lleva consigo. La independencia, el libre pensamiento y la ciencia llegarán a sumirles en tales tinieblas, a espantarlos con tales prodigios y exigencias, que los menos suaves y dóciles se suicidarán; otros, también indóciles, pero débiles y violentos, se asesinarán, y otros -los más-, rebaño de cobardes y de miserables, gritarán a nuestros pies: "¡Sí, tenéis razón! Sólo vosotros poseéis su secreto y volvemos a vosotros! ¡Salvadnos de nosotros mismos!"

No se les ocultará que el pan -obtenido con su propio trabajo, sin milagro alguno- que reciben de nosotros se lo tomamos antes nosotros a ellos para repartírselo, y que no convertimos las piedras en panes. Pero, en verdad, más que el pan en sí, lo que les satisfará es que nosotros se lo demos. Pues verán que, si no convertimos las piedras en panes, tampoco los panes se convierten, vuelto el hombre a nosotros, en piedras. ¡Comprenderán, al cabo, el valor de la sumisión! Y mientras no lo comprendan, padecerán. ¿Quién, dime, quién ha puesto más de su parte para que dejen de padecer? ¿Quién ha dividido el rebaño y le ha dispersado por extraviados andurriales? Las ovejas se reunirán de nuevo, el rebaño volverá a la obediencia y ya nada le dividirá ni lo dispersará. Nosotros, entonces, les daremos a los hombres una felicidad en armonía con su débil naturaleza, una felicidad compuesta de pan y humildad. Sí, les predicaremos la humildad -no, como Tú, el orgullo. Les probaremos que son débiles niños, pero que la felicidad de los niños tiene particulares encantos. Se tornarán tímidos, no nos perderán nunca de vista y se estrecharán contra nosotros como polluelos que buscan el abrigo del ala materna. Nos temerán y nos admirarán. Les enorgullecerá el pensar la energía y el genio que habremos necesitado para domar a tanto rebelde. Les asustará nuestra cólera, y sus ojos, como los de los niños y los de las mujeres, serán fuentes de lágrimas. ¡Pero con qué facilidad, a un gesto nuestro, pasarán del llanto a la risa, a la suave alegría de los niños! Les obligaremos, ¿qué duda cabe?, a trabajar; pero los organizaremos, para sus horas de ocio, una vida semejante a los juegos de los niños, mezcla de canciones, coros inocentes y danzas. Hasta les permitiremos pecar -¡su naturaleza es tan flaca! Y, como les permitiremos pecar, nos amarán con un amor sencillo, infantil. Les diremos que todo pecado cometido con nuestro permiso será perdonado, y lo haremos por amor, pues, de sus pecados, el castigo será para nosotros y el placer para ellos. Y nos adorarán como a bienhechores. Nos lo dirán todo y, según su grado de obediencia, les permitiremos o les prohibiremos vivir con sus mujeres o sus amantes y les consentiremos o no les consentiremos tener hijos. Y nos obedecerán, muy contentos. Nos someterán los más penosos secretos de su conciencia, y nosotros decidiremos en todo y por todo; y ellos acatarán, alegres, nuestras sentencias, pues les ahorrarán el cruel trabajo de elegir y de determinarse libremente.

Todos los millones de seres humanos serán así felices, salvo unos cien mil, salvo nosotros, los depositarios del secreto. Porque nosotros seremos desgraciados. Los felices se contarán por miles de millones, y habrá cien mil mártires del conocimiento, exclusivo y maldito, del bien y del mal. Morirán en paz. pronunciando tu nombre, y, más allá de la tumba, sólo verán la oscuridad de la muerte. Sin embargo, nos lo callaremos; embaucaremos a los hombres, por su bien, con la promesa de una eterna recompensa en el cielo, a sabiendas de que, si hay otro mundo, no ha sido, de seguro, creado para ellos. Se vaticina que volverás, rodeado de tus elegidos, y que vencerás; tus héroes sólo podrán envanecerse de haberse salvado a sí mismos, mientras que nosotros habremos salvado al mundo entero. Se dice que la fornicadora, sentada sobre la bestia y con la "copa del misterio" en las manos, será afrentada y que los débiles se sublevarán por vez postrera, desgarrarán su púrpura y desnudarán su cuerpo impuro. Pero yo me levantaré entonces y te mostraré los miles de millones de seres felices que no han conocido el pecado. Y nosotros que, por su bien, habremos asumido el peso de sus culpas, nos alzaremos ante ti, diciendo: "¡Júzganos, si puedes y te atreves!" No te temo. Yo también he estado en el desierto; yo también me he alimentado de langostas y raíces; yo también he bendecido la libertad que les diste a los hombres y he soñado con ser del número de los fuertes. Pero he renunciado a ese sueño, he renunciado a tu locura para sumarme al grupo de los que corrigen tu obra. He dejado a los orgullosos para acudir en socorro de los humildes. Lo que te digo se realizará; nuestro imperio será un hecho. Y te repito que mañana, a una señal mía, verás a un rebaño sumiso echar leña a la hoguera donde te haré morir, por haber venido a perturbarnos. ¿Quién más digno que Tú de la hoguera? Mañana te quemaré. Dixi.

El inquisidor calla. Espera unos instantes la respuesta del preso. Aquel silencio le turba. El preso le ha oído, sin dejar de mirarle a los ojos, con una mirada fija y dulce, decidido evidentemente a no contestar nada. El anciano hubiera querido oír de sus labios una palabra, aunque hubiera sido la más amarga, la más terrible. Y he aquí que el preso se le acerca en silencio y da un beso en sus labios exangües de nonagenario. ¡A eso se reduce su respuesta! El anciano se estremece, sus labios tiemblan; se dirige a la puerta, la abre y dice:

-¡Vete y no vuelvas nunca..., nunca!

Y le deja salir a las tinieblas de la ciudad. El preso se aleja. (*)

(*) Fuente: Fedor Dostoievski, "El gran inquisidor", en capítulo V de Los hermanos Karamazov. Versión de Biblioteca Digital Ciudad Seva.

http://www.temakel.com/rs30dostoievski.htm

Jiddu Krishnamurti y Radha Burnier.

J. Krishnamurti, Theosophy and the Theosophical Society

    (Radha Burnier, International President of the TS, answers questions from young Theosophists, San Rafael Theosophical Centre, Argentina, April 2004. Originally published in The Theosophist, August 2005.)

1. Many people say that, when he left the TS, Krishnamurti betrayed the TS and the Masters who instructed him. What do you think about this?

Not many people, but some people say this. I think it is a wrong idea. There was no question of Krishnamurti betraying the TS or the Masters who instructed him. In the TS at that time, there was a group of people who claimed to have contact with the Masters, and who assumed authority for themselves. They believed they were in a position to declare: ‘You have been put on probation; someone else has become a pupil of the Master’, or ‘Now you are an Initiate’. But it could be seen by the behaviour of these people that they did not fulfil the qualifications which are described in The Masters and the Path and other books about what a true disciple of the Master or Initiate would be like. So it became like a drama, a farce, and Krishnamurti disliked all this very much.

Dr Annie Besant was old, and Krishnamurti himself said that for many years she had worked too much — constantly working for the Theosophical Society, for India’s political freedom, and for many other causes, such as women’s upliftment, the antivivisection movement to protect animals, and scouting. The number of causes she championed was amazing; nobody else could have done it. Krishnaji said that when the body became old, she failed to have the same kind of intellectual power that she had previously. So, when this group of people around her were saying all these things, she neither interfered nor put an end to it. My father, who was Annie Besant’s secretary for some time, and who knew her well in the last years, said that she had a very trustful nature. She trusted all people who worked with her — that may have been one reason why she did not oppose these beliefs. Although Krishnaji felt that the Society was going in the wrong direction, he was not able to stop this trend, and therefore left the Society. I believe Annie Besant was not so much upset as deeply concerned about how he would look after himself, for he had not been prepared to look after himself in the turmoil of the world. So she advised some members of the TS to look after him and work for him.

I think the idea that he betrayed the Masters is ridiculous. My personal opinion is that he was in constant touch with the Masters. He knew far better what the Masters were than most of the people who talked much about the Masters and claimed to be their agents. According to Krishnaji, the mistake made in the TS at that time was that the sacred and holy were brought down to a personal and material level. Swami T. Subba Row objected even to HPB talking as much as she did about the Masters, because of the danger of degrading the concept of the Masters. God is said to be made in the image of man; similarly people attribute to the Masters what is familiar to themselves, but it has little to do with what they actually are: very holy, pure, wise people. Madame Blavatsky also made it clear that those who want to contact the Masters must rise to their level, it being impossible to bring them down to the worldly level. But the bringing down was what was happening. Krishnaji rejected the ideas about the Masters, but not the existence of liberated ones.

According to Pupul Jayakar’s account of Krishnaji’s life, when the ‘process’ was taking place, he sometimes said: ‘They are here.’ Who are the ‘they’? ‘They’ were doing something to his brain, and so on. Even just before he died, it is reported that he remarked: ‘I am ready to go. They are waiting for me.’ Another side to the matter was that in the TS too much was made about where the Masters lived, what kind of colour of hair each one had, and that kind of thing. These details, even if accurate, concern only the outer appearance; the Master is really a state of consciousness. He may wear a certain body at some time, and another body at another time. Thinking of the appearance and the physical body as the Master is completely wrong. HPB wrote that the people who say they want to contact the Master do not know what they are talking about, because the body is only a mask, not the real thing. This is true even in our case; the body is a mask, concealing a different reality. In the case of the Mahatmas, the reality is a certain level and quality of consciousness. Perhaps Krishnaji did not like reducing the Masters to these details, and thinking about them as being somewhat like ourselves.

2. Did Krishnamurti keep in touch with the TS in some way?

After he left the TS, there were people in the TS who felt he was creating a disturbance, but there were also people in the TS who felt he was saying something profound and valuable. It is because of them that the ambience was created for Krishnaji to come back much later into contact with the TS. He himself told me that Mr Jinarâjadâsa (whom he called Râjâ) was always very nice to him. They did not have the same ideas; Bro. Râjâ’s conventional Theosophy and Krishnaji’s new presentation did not agree on many things. But he told me that Râjâ was always so affectionate, he would take books and other things for him, send his car and give him money. In those days, Krishnaji was not so well known. When my father became President, he deftly brought a change within the Society in favour of understanding what Krishnamurti was talking about.

3. Did Krishnamurti deny the Mahatmas? Did he deny the path of discipleship?

He used a vocabulary which is not the traditional one. He did not use such words as ‘the path’. In fact, he said ‘Truth is a pathless land’, and many people are still puzzled by it. But from the Theosophical point of view, every Monad is unique and, entering the material plane, follows its own unique path. The development that takes place in every individual is unlike any other — the whole of Nature is like this. Some years ago they said the thumb-print of every one of the millions of human beings is different and identifiable. Now they say they can identify a person by the teeth, the vocal cords, the hair, and so on. That kind of uniqueness exists even at the physical level. So each person has to proceed through his own understanding to the truth. Nobody else can say ‘This is the path you must tread’.

Krishnaji did not talk about either the path or discipleship, because a disciple is supposed to obey; and obedience, particularly if it is blind, is a barrier to the development of true intelligence and intuition for which he used the word ‘insight’. People get set ideas about the meaning of words, and perhaps he used different words to encourage listeners to examine the meaning afresh.

4. Some members of the TS say that Krishnamurti’s work is not related to occultism, which was a word used by HPB and the Mahatmas.

What is occult is what is hidden. There are innumerable things which are hidden from our eyes, ears and other senses which have a limited range. A few hundred years ago, if you had turned the knob of an instrument in order to hear music flow from two thousand miles away, they would have called it magic, but now it is science. When you understand Nature and her laws, more and more of the occult ceases to be so. But the so-called occult may also be what people do not know for themselves, but think they know. They may disseminate wrong information or falsehoods for the sake of gain. Therefore, in the TS we do not encourage too much interest in so-called occult things. Alice Bailey writes about the Rays. How many people know what they are and whether what she says is correct? It is best to keep an open mind on these questions. The same thing applies to Leadbeater, or Madame Blavatsky. We need not reject or accept what is said, but keep an open mind. Holding one’s judgement in sus-pense is very important.

The Buddha’s illustration of a poisoned arrow piercing a person’s flesh must be recalled. Should he be dis-cussing from what direction the arrow came, who was the carpenter who made it, and at what velocity it flew? That would be absurd. He must first remove the arrow and heal the wound. So the Buddha did not talk about abstruse or occult things. Krishnamurti’s approach was similar. He said, ‘Your house is burning’, meaning the world itself is in great danger. Should not attention be directed to this, and not to talking about the occult? He did not allow people to distract themselves. But he was an en-lightened person who knew many things not known to us about the depths and mysteries of life.

5. What do you think Krishnamurti’s feelings were towards the TS?

I think his feeling was friendly, which does not mean that he agreed with what TS members in general said and thought, because, as you know, even among mem-bers, there are all sorts of varying ideas since the TS stands for freedom of thought. Some people hold Theosophy is what Blavatsky wrote and nothing else. This is not different from the Muslim idea that Muhammed was the last and only prophet: ‘After Muhammed, there is nothing further.’ Anything other than Blavatsky is not Theosophy, or should be called pseudo-Theosophy. But others maintain that the wisdom that is Theosophy can come from many sources, in many ages. Even people who are not enlightened may say some things which are wise. So the only reasonable attitude is what HPB described as ‘the open mind, the pure heart’. This needs to be encouraged.

Krishnaji spoke of unconditioning the mind. The TS works for universal brotherhood — without distinction of race, religion and all that divides people, every form of conditioning — the universal mind, the unconditioned mind. I think — I cannot of course speak for Krishnaji — that he appreciated some fundamental approaches of the Theosophical Society. On one occasion, he said to me with a smile: ‘You know, I like the TS.’

6. In your opinion, were the foundation of the TS and Krishnamurti’s work part of the same plan of the Mahatmas, or were these two different things?

When C. W. Leadbeater saw Krishnaji for the first time, there were several people on the Adyar beach. Krishnaji was with his younger brother, and — probably due to malnutrition — looked dull, some people even thought sub-normal in intelligence. His younger brother was brighter and got good marks in school, which Krishnaji could not. He may have been too sensitive to bear what is called the brunt of life. But when Leadbeater saw him, he unhesitatingly said: ‘This is a highly evolved soul, untainted by selfishness and in many incarnations he has had contact with the Masters.’ After Leadbeater wrote to Annie Besant that the two motherless boys were not properly looked after, she made arrangements for them to be taken care of. She and Leadbeater felt that he would be the vehicle of the World Teacher. Even earlier, Annie Besant had been lecturing on the coming of the World Teacher. Before Krishnaji was discovered, another boy had been identified as the vehicle, so some said Leadbeater did not really know, which may not be true; he may have simply realized that he had made a mistake. But when he saw Krishnaji he was absolutely certain and so was Annie Besant, and they did everything they thought fit for Krishnaji.

One common idea which many people have is also wrong — that they said Krishnaji was the World Teacher. They did not say that. He was to be the vehicle of the World Teacher, and at some point his consciousness would blend with that of the World Teacher. On 12 January 1910, Annie Besant wrote to Leadbeater: ‘It is definitely fixed that the Lord Maitreya takes this dear child’s body. It seems a very heavy responsibility to guard and help it, so as to fit it for Him, as He said, and I feel rather overwhelmed . . . .’ (Mary Lutyens, Years of Awakening, ch. I). In 1926, Krishnaji wrote to Leadbeater: ‘I know my destiny and my work. I know with certainty that I am blending into the consciousness of the one Teacher, and that he will completely fill me.’

On one occasion Mrs Jayakar asked Krishnaji: ‘If Theosophists had not dis-covered you, what would have happened?’ He answered: ‘I would have died.’ She replied: ‘No, you would not have died. You would have been like Ramana Maharshi, and people would have come to you.’ Krishnaji said: ‘No’; it sounded as if there was a plan and purpose ac-cording to which his father was brought to Adyar. If Krishnaji had remained in the circle of an orthodox Brâhman family, he may not have been able to feel at ease with the whole world nor, outside the TS, would he have had the necessary inter-national contacts. I am inclined to think that the course of his life was part of the Plan. It is said all the details of the Plan are not fixed in advance, but the general Plan was worked out.

Krishnaji had great admiration and love for Dr Annie Besant. She looked after him and spoke of him as somebody who would be a great teacher even when people laughed at her or upbraided her. Some of her friends in India told her: If you want to sponsor somebody, there are better boys than Krishnamurti. They were angry with her, but she did not change. Krishnaji himself related that at an important banquet in England, where liberal politicians like Lord Lansbury who supported India’s freedom were present, Bernard Shaw taunted Annie Besant, who took Krishnaji with her. Shaw, who always made fun of everything, said: ‘Annie, is this your little Messiah?’, and everybody laughed. But she did not flinch. She did not care what other people’s attitude was, because she was so certain that a great message would be given to the world through Krishnaji. He mentioned this particular incident and said she supported him unfailingly until the end.

http://www.austheos.org.au/topics/RB-TS-and-K.htm

sábado, 12 de enero de 2008

Jiddu Krishnamurti y Who Brings the Truth?.

Who Brings the Truth?

By

J. Krishnamurti.

An address delivered at Eerde, the International Headquarters of the Order of the Star, August 2,1927.

WHEN I began to think for myself, which has been now for some years past I found myself in revolt. I was not satisfied by any teachings, by any authority; I want­ed to find out for myself what the World­-Teacher meant to me and what the Truth was behind the form of the World-Teacher. Before I began to think for myself1 before I had the capacity to think for myself, I took it for granted that I, Krishnamurti, was the vehicle of the World-Teacher because many people maintained that it was so. But when I began to think, I wanted to find out what was meant by the World-Teacher, what was meant by the taking of a vehicle by the World-Teacher, and what was meant by His manifestation in the world. I am going to be purposely vague, because although I could quite easily make it definite, it is not my intention to do so, because once you define a thing it becomes dead; if you make a thing definite - at least that is what I maintain -you are trying to give an interpretation which in the minds of others will take a definite form and hence they will be bound by that form from which they will have to liberate them­selves.

What I am going to tell you is not on authority, and you must not obey, but under­stand. lt is not a question of authority, nor of set lines which you must follow blindly - that is what most of you are wanting - you want me to lay down the law, you want me to say: I am so and so; so that you can say: all right, we will work for you. That is not the reason why I am explaining, but it is in order that we should understand each other, that we should help each other. I would make you see things now which you may see for yourselves, perhaps in this life or in some future life.

Now, when I was a small boy I used to see Shri Krishna, with the flute, as He is pictured by the Hindus, because my mother was a devotee of Shri Krishna. She used to talk to me about Shri Krishna, and hence I created an image in my mind of Shri Krishna, with the flute, with all the devotion, all the love, all the songs, all the delight - you have no idea what a tremendous thing that is for the boys and girls of India. When I grew older and met with Bishop Leadbeater and the Theo­sophical Society. I began to see the Master K. H. - again in the form which was put before me, the reality from their point of view - and hence the Master K. H. was to me the end. Later on, as I grew, I began to see the Lord Maitreya. That was two years ago, and I saw Him then constantly in the form put before me. I am telling you all this, not to obtain authority nor to create belief, but only in order to strengthen your own beliefs, your own hopes, your own minds and your own hearts. It has been a struggle all the time to find the Truth, because I was not satisfied by the authority of another, or the imposition of another, or the enticement of another; I wanted to discover for myself. and naturally I had to go through sufferings to find out. Now lately. it has been the Buddha whom I have been seeing, and it has been my delight and my glory to be with Him. I have been asked what I mean by the Beloved" - I will give a meaning, an explanation, which you will inter­pret as you please. To me it is all; it is Shri Krishna, it is the Master K. H., it is the Lord Maitreya, it is the Buddha, and yet it is beyond all these forms. What does it matter what name you give? You are fighting over the World-Teacher as a name. The world does not know about the World-Teacher; some of us know individually; some of us believe on authority; others have experience of their own, and knowledge of their own. But this is an individual thing and not a question about which the world will worry. What you are troubling about is whether there is such a person as the World-Teacher, who has manifested Himself in the body of a certain person, Krishnamurti; but in the world nobody will trouble about this question. So you will see my point of view when I speak of my Beloved. It is an unfortunate thing that I have to explain, but I must. I want it to be as vague as possible, and I hope I have made it so. My Beloved is the open skies, the flower, every human being.

I said to myself: until I become one with all the Teachers, whether They are the same is not of great importance: whether Shri Krishna, Christ. the Lord Maitreya, are one is again a matter of no great consequence. I said to myself: as long as I see Them outside as in a picture, an objective thing, I am separate, I am away from the centre; but when I have the capacity, when I have the strength, when I have the determination, when I am purified and ennobled, then that barrier, that separation, will disappear. I was not satisfied till that barrier was broken down, till that separate­ness was destroyed. Till I was able to say with certainty, without any undue excitement, or exaggeration in order to convince others, till I was one with my Beloved, I never spoke. I talked of vague generalities which every­body wanted. I never said: I am the World-Teacher: but now that I feel I am one with the Beloved, I say it - not in order to impress my authority on you, nor to convince you of my greatness, nor of the greatness of the World-Teacher, nor even of the beauty of life, the simplicity of life - but merely to awaken the desire in your own hearts and in your own minds to seek out the Truth. if I say, and I will say, that I am one with the Beloved, It is because I feel and know it. I have found what I longed for, I have become united, so that henceforth there will be no separation, because my thoughts, my desires, my longings - those of the individual self - have been destroyed.

Hence I am able to say that I am one with the Beloved - whether you interpret it as the Buddha, the Lord Maitreya, Shri Krishna, or any other name.

For sixteen years you have worshipped the picture which has not spoken, which you have interpreted as you pleased, which has inspired you, given you tranquility, given you inspi­ration in moments of depression. You were able to hold to that picture because that picture did not speak. it was not alive, there was nothing to be kept alive; but now that the picture, which you have worshipped, which you have created for yourselves, which has inspired you, becomes alive and speaks, you say: Can that picture, which I worshipped, be right? Can it speak? Has it any authority? Has it the power to represent the World-Teacher? Has it the magnitude of His wisdom, the great­ness of His compassion, fully developed and can It be manifest in one individual? These of course are questions which you must solve for your­selves. You remember the well-known story by Dostoievsky in which the Christ reappears? He had been preaching and He went at last to Rome, and the Pope invited Him, and in secrecy fell on his knees and worshipped and adored Him, but kept Him imprisoned. He said: "We worship you in secrecy; we admit that you are the Christ; but if you go outside, you will cause so much trouble; you will create doubts, when we have tried to quell them."

Now that picture is beginning to get alive, and you cannot have anything real, you cannot have anything true, which is not alive. You may worship a tree in the winter-time, but it is much more beautiful in the spring, when the buds, when the bees and the birds, when all the worlds, begin to be alive. Through the years of winter you have been silent and not questioning yourselves very sincerely, it has been comparatively easy; but now you must decide for yourselves what it all means. Before, It was easy to say that you expected a World-Teacher and it meant very little; but now you are face to face with the problem of that picture coming to life. Whether you are going to worship continually a mere pic­ture, or worship the reality of that picture, must. of course, be left to the individual. But do not, please, try to use your authority to persuade another, as I do not use mine to convince you of the truth of that picture being alive. To me It Is alive. Though I used to worship that picture. I was not satisfied in the mere worshipping; I wanted to find out, to get behind the frame of that picture, to look through the eyes, think through the mind, feel through the heart of that picture. I was not satisfied, and because of my dissatisfac­tion, because of my discontentment, because of my sorrows, I was able to identify myself with the picture and hence I am the picture. There is nothing very complicated about it, nothing very mysterious, nothing to be exci­ted about in order to convince others. It is when you are willing to put yourself under some authority that you will be broken -and quite rightly - because authority varies from day to day. One day it will be one person, another day it will be another, and woe to the man that bends to any or all of them. That is the very thing that we must not have, and that. Is what you are trying to bring about. You want an authority that will give you courage, that will make you develop more-fully; but no external authority will ever give you the power to develop. Whether the truth which the picture speaks. when it has come to life, is of importance or not must be examined by yourselves.

It has been my practice to listen to everybody, always. I desired to learn, from the gardener, from the pariah, from the untouch­able, from my neighbour, from my friend, from everything that could teach, in order to become one with the Beloved. When I had listened to all, and gathered the Truth wher­ever I found it, I was able to develop myself fully. Now you are waiting for the Truth to come - out of one person; you are waiting for that Truth to be developed, to be forced upon you by authority, and you are worshipping that person instead of the Truth. When Krishnamurti dies, which is inevitable, you will make a religion, you will set about forming rules in your minds, because the individual, Krishnamurti, has represented to you the Truth; so you will build a temple, you will then begin to have ceremonies, to invent phrases.,dogmas, systems of beliefs, creeds, and to create philos­ophies. If you build great foundations upon me, the individual, you will be caught in that house, in that temple, and so you will have to have another Teacher to come and extricate you from that temple, pull you out of that narrowness in order to liberate you; but the human mind is such that you will build another temple round Him, and so it will go on and on. But those who understand, who do not depend on authority, who hold all peoples in their hearts, will not build temples - they will really understand. It is because a few have truly desired to help other people, that they have found it simple. Others who have not understood, although they talk a great deal about it, and of how they will interpret the teaching, will have difficulties. It is perfectly simple for me to go out into the world and teach. The people of the world art not concerned with whether it is a manifes­tation, or an in-dwelling, or a visitation into the tabernacle prepared for many years, or Krishnamurti himself. What they are going to say is: I am suffering, I have my passing pleasures and changing sorrows; have you anything lasting to give? You say you have found Happiness and Liberation; can you give me of that, so that I can enter into your kingdom, into your world? That is all they are concerned about and not the badges, the orders, the regulations, the books. They want to see the living waters that flow under the bridge of human beings, so that they can swim with those waters into the vast ocean. And what you are concerned with all the time is how you are going to interpret. You have not found the Truth for yourselves, you are limited, and yet you are trying to set other people free. How are you going to do it? How are you going to discover what is true, what is false, what is the World-Teacher, what is reality, if you have not cleared the stagnation from the pool so that it will reflect the Truth?

I have always in this life, and perhaps in past lives, desired one thing: to escape, to be beyond sorrow, beyond limitations, to dis­cover my Guru or my Beloved - which is your Guru and your Beloved, the Guru, the Beloved who exists In everybody, who exists under every common stone, every blade of grass that is trodden upon. It has been my desire, my longing, to become united with Him so that I should no longer feel that I was separate, no longer be a different entity with a separate self; and when I was able to destroy that self utterly, I was able to unite myself with my Beloved. Hence, because I have found my Beloved, my Truth, I want to give it to you.

I am as the flower that gives scent to the morning air; it does not concern itself with who Is passing by. It gives its scent, and those who are happy, who are suffering, will breathe that scent; but those who are contented, who are not longing, who do not care, who have no idea of the delights of the scent, will pass by unheed­ing. Are you going to compel them to stop and breathe that scent? You are concerned with how you are going to convince them. Why should you convince them? You will only con­vince those who are really searching. It is because you are doubting in your own search, that you are not searching truly; you are satis­fied with your little knowledge, your little authorities. You want those authorities to speak. to save you from your doubts. Suppose a certain person was able to tell you that I am the World-Teacher, in what way would It help, in what way would it alter the Truth? In what way would understanding come to your heart and knowledge come to your mind? If you depend on authority, you will be build­ing your foundations on the sands, and the wave of sorrow will come and wash them away; but if you build your foundations in stone, the stone of your own experience, of your own knowledge, of your own sorrows and your own sufferings. if you are able to build your house on that, brick by brick, experience upon experience, then you will be able to convince others. Up till now you have been depending on the two Protectors of the Order for authority, on someone else to tell you the Truth, whereas the Truth lies within you. In your own hearts, in your own ex­perience, you will find the Truth, and that is the only thing of value. That alone will satisfy your afflictions, that alone will clear away your sorrows, and that is why I feel I have got to speak of these things. I could not have said last year, as I can say now, that I am the Teacher; for had I said it then it would have been insincere, it would have been untrue. Because I had not then united the Source and the Goal, I was not able to say that I was the Teacher. But now I can say it. I have become one with the Beloved, I have been made simple. I have become glorified because of Him, and because of Him I can help. My purpose is not to create dis­cussions on authority, on manifestations in the personality of Krishnamurti, but to give the waters that shall wash away your sorrows, your petty tyrannies, your limitations, so that you will be free, so that you will eventually join that ocean where there, is no limitation, where there is the Beloved.

I hope I have made it clear; and to the minds that will understand, it should be clear. The minds and the hearts that have groped, that have searched, that have longed to find the Truth - they will find it. You are not going to convince, to alter the mode of life in those who do not desire to alter; but as I have changed and become one with the Beloved, as I have found my end, which is the end for all, and as I have become united with the end, because I have affection - and without affec­tion you cannot attain the end - because I bear love, because I have suffered and seen and found all, naturally it is my. duty, it is my pleasure, my dharma, to give it to those who have not. Whether I give it through the Order of the Star, or through any other body, that is of no value. People are not going to be concerned through what body it comes; they are only going to be satisfied if their sorrows, their pleasures, their passing vanities, their fleeting desires, can be killed and a greater thing than these established.

When once you understand the truth of this Liberation and of this Happiness. it will set you free from yourselves, from all your vani­ties, pleasures, afflictions and sorrows. As I have attained Liberation, I want to give of it; but you say: You must give it in a certain fashion; you must be able to give it in a certain phraseology, in a certain fashion of language. Does it really matter out of what glass you drink the water, so long as that water is able to quench your thirst? Does it really matter who feeds you, so long as by that food you are satisfied and strengthened? Because you have been accustomed for centuries to labels, you want life to be labelled. You want Krishnamurti to be labelled, and in a definite manner, so that you can say: Now I can under-stand - and then there will be peace within you. I am afraid it is not going to be that way. Can you bind the waters of the sea? People have tried, but there is always disaster. I do not want to be bound, because that means limitation. You cannot bind the air; you can hold it, you can pollute it, you can put poison in that air, but the air which is outside, which is for all, you can never control. I am not going to be bound by anyone; I am going on my way, because that is the only way. I have found what I wanted; I have been united with my Beloved, and my Beloved arid I will wander together the face of the earth.

You will never be able to force people, whatever authority, whatever dread, whatever threats of damnation you may use. That age is past; this is an age of revolution and of turmoil; there is a desire to know everything for oneself, and because you have not that desire inside you, you are being kept in the world of limitation. You think you have found, but you have not found. Because you have been made certain in your little uncertainties, you think you can convert the world.

When the Eiffel Tower was built, it thought itself the most beautiful, the most wonderful, the highest thing in the world, till a small aeroplane came flying over it. You are all thinking that you can run with the deer and roar with the lion, but you can only run with the deer and roar with the lion when you have become united with the Beloved. It is no good asking me who is the Beloved. Of what use is expla­nation? For you will not understand the Be­loved until you are able to see Him in every animal, in every blade of grass, in every per­son that is suffering, in every individual.

So, friends, the only thing that matters is that you should give the waters that will quench the thirst of the people - the people who are not here, who are in the world. And the water that will give satisfaction, that will purify their hearts, ennoble their minds. is this: the finding of the Truth, and the establishing in their own minds and in their own hearts of Liberation and Happiness.

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