Mostrando las entradas con la etiqueta Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.. Mostrar todas las entradas

martes, 27 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

EL SILENCIO

EL COCHE ERA excelente; tenía un motor poderoso y bien ajustado; tomaba las cuestas fácilmente, sin ratear. El camino trepaba la pendiente desde la salida del valle y corría entre huertos de naranjos y altos y frondosos nogales. Los huertos se extendían en ambos lados del camino por más de sesenta kilómetros, desde lo alto hasta el pie mismo de las montañas. Haciéndose recto, el camino atravesaba uno o dos pesqueros pueblos, y luego continuaba por el campo abierto, que ostentaba el color verde brillante de la alfalfa. Finalmente, dando de nuevo vueltas entre muchas ondulaciones, el camino nos llevó al desierto.

Era un camino llano; había escaso transito y el motor zumbaba sin cesar. Teníamos la atención intensamente ocupada con el campo, con los vehículos que pasaban ocasionalmente, con las señales camineras, con el claro azul del cielo, con las personas sentadas en el coche; pero la mente estaba muy quieta. No era la quietud de la fatiga, o del relajamiento, sino una tranquilidad muy alerta. Esa quietud de la mente no dependía de cosa alguna en particular; no existía el observador de esta tranquilidad; el experimentador estaba totalmente ausente. Aunque manteníamos una conversación intermitente, no había ninguna brecha en este silencio. Se oía el silbido del viento a medida que el coche avanzaba velozmente, y sin embargo este silencio era inseparable del sonido del viento, de los ruidos del vehículo, y de la conversación. La mente no tenía ninguna reminiscencia de quietudes anteriores, de aquellos silencios que había conocido; no se decía: “Esto es tranquilidad”. No había verbalización, que sólo es el reconocimiento y la afirmación de alguna experiencia similar. Y porque no había verbalización, el pensamiento estaba ausente. No había ningún recuerdo, y por eso el pensamiento no era capaz de recoger el silencio o de pensar en él; pues la palabra “quietud” no es la quietud. Cuando la palabra está ausente, la mente no puede obrar, y así el experimentador no puede acopiar con miras a nuevos deleites. No había proceso de acumulación en formación, ni de aproximación o asimilación. El movimiento de la mente estaba totalmente ausente.

El coche se detuvo delante de la casa. Los ladridos del perro la descarga del vehículo y el general alboroto, en modo alguno afectaron este extraordinario silencio. No había ninguna perturbación y la tranquilidad seguía. El viento soplaba entre los pinos, las sombras eran largas, y un gato montés se deslizó entre los matorrales. En este silencio había movimiento, y el movimiento no era una distracción. La atención no estaba fija en nada que la pudiera distraer. Hay distracción cuando el principal interés es cambiante; pero en este silencio había ausencia de interés, y por eso no había divagación. El movimiento no estaba fuera del silencio, sino que era parte de él. Era la quietud, no de la muerte, de la decadencia, sirio de la vida con total ausencia de conflicto. A la mayoría de nosotros, el embate del dolor y el placer, el afán de actividad, nos da la sensación de vida; y si se nos quitara ese afán, estaríamos perdidos y pronto nos desintegraríamos. Pero esta quietud y su movimiento era creación en permanente renovación por sí misma. Era un movimiento que no tenía comienzos y por eso no tenía fin; ni tampoco tenía continuidad. El movimiento implica tiempo; pero aquí no había tiempo. El tiempo es lo más y lo menos, lo cercano y lo lejano, el ayer y el mañana, pero en esta quietud toda comparación cesaba. No era un silencio que terminaba para empezar otra vez; no había repetición. Las muchas tretas de la mente astuta estaban totalmente ausentes.

Si este silencio fuera una ilusión la mente tendría alguna relación con él. Ya sea rechazándolo o apegándose a él, razonándolo o identificándose con él con sutil satisfacción; mas desde que no tiene ninguna relación con este silencio, la mente no pare e aceptarlo ni rechazarlo. La mente puede actuar sólo con sus propias proyecciones, con las cosas que son de ella misma; pero no tiene ninguna relación con las cosas que no son de su propio origen Este silencio no es de la mente, y por eso la mente no puede cultivarlo ni identificarse con él. El contenido de este silencio no puede ser medido por las palabras.


COMENTARIOS
SOBRE EL VIVIR
Primera serie del libro de notas de
J. KRISHNAMURTI
Recopilado por
D. RAJAGOPAL
EDITORIAL KIER, S.A.

domingo, 25 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Krishnamurti se encontraba en Ojai cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en Europa. Por casi ocho años vivió en Ojai en un relativo aislamiento. La guerra restringió sus movimientos, y ya no fue posible que siguiera viajando. Había sido citado por la Junta de Reclutamiento de los Estados Unidos, y tuyo que dar explicaciones detalladas de por qué no podía combatir y unirse al ejército. La Junta sugirió que regresara a la India. El estuvo de acuerdo y pidió que lo enviaran de regreso, pero no había transportes. De modo que le dejaron quedarse, pero se le prohibió ofrecer pláticas y tenía que presentarse regularmente a la policía.

Al cabo de un tiempo, Krishnamurti habría de referirse a estos años olvidados en Ojai. Él apreciaba sus paseos en el silencio de las montañas que rodean el Valle de Ojai. Caminaba “enormemente” por millas inacabables, pasando días enteros en la soledad, olvidado de la comida, escuchando y observando, sondeando el mundo interior y el que le rodeaba. Narró episodios de encuentros con osos salvajes y serpientes de cascabel que él enfrentaba sin movimiento alguno del cuerpo y de la mente. La bestia salvaje solía detenerse, con sus cautelosos y vigilantes ojos enfrentándose por varios minutos a los quietos ojos de K; el animal, percibiendo una total ausencia de temor, daba la vuelta y se alejaba.

La mente observadora de Krishnamurti, libre de cualquier tendencia o presión interna, florecía; y con ello una elemental percepción, una conciencia mente-cuerpo a través de la cual el suelo, las rocas, los árboles, las tiernas hojas, los insectos, los reptiles, los pájaros, los animales comunicaban la historia de la tierra y el misterio de un insondable abismo de tiempo. Él dijo:

“Cuando paseo no pienso, no hay pensamiento. Sólo observo... Considero que mis paseos solitarios tienen que haber servido para algo”.

Krishnamurti se recordaba cuidando el jardín en Arya Vihar, cultivando rosas y vegetales, ordeñando vacas, lavando platos. Su intenso interés en las cosas mecánicas, que él había desarrollado desde la niñez, habría de continuar; disfrutaba desarmando relojes y motores de automóviles para entender su funcionamiento, y armándolos después nuevamente. Algunos de sus amigos le habían obsequiado un automóvil. La gasolina era escasa, pero toda vez que podía, Krishnamurti gozaba manejando a una velocidad tremenda por los caminos del valle llenos de curvas.

Informaciones de la guerra y de la devastación ocasionada por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, lo llenaron de un horror inexpresable, pero despertaron intensas percepciones sobre la naturaleza de la violencia y el mal.

Esto se hizo especialmente vívido para él un día en que llegó hasta las proximidades de Santa Bárbara. Se le acercó una mujer ofreciéndole recuerdos del Japón. Krishnamurti rehusó, pero ella insistió mostrándole lo que llevaba en su caja la abrió poniendo al descubierto una oreja y una nariz humana disecadas­.

Miss Muriel Payne, que afirmaba haber cuidado a Krishnamurti en Ojai cuando estuvo muy enfermo, me contó que la respuesta de él a la devastación y crueldad de la guerra, había sido traumática. Preguntaba repetidamente: “¿Para qué sirve lo que hablo?” Y buscaba refugio en la soledad de las montañas, con los árboles y los animales. Pasó varias semanas sólo, en una choza en Wrightwood, en las montañas de San Gabriel cerca de Los Angeles, y en Sequoia, más al norte. Se había dejado crecer la barba.

Krishnaji rememoraba la rutina de su vida en la escasamente amueblada cabaña en medio del bosque. Solía despertarse temprano en la mañana, daba un largo paseo, se preparaba el desayuno, lavaba los platos y aseaba la casa, y por una hora todos los días meditaba escuchando la Novena Sinfonía de Beethoven (la única grabación que pudo conseguir). No había libros. Por las tardes cantaba himnos en sánscrito que recordaba de su temprana infancia. El favorito era uno dedicado a Daksinamunti-Shiva como el gurú supremo. El sonido del sánscrito surgía desde las profundidades de su vientre; era un sonido virgen que llenaba los bosques y que escuchaban los pinos y las antiguas secoyas, el zorrillo, el oso y la serpiente de cascabel. Una araña compartía la choza con él. Todas las mañanas Krishnamurti deshacía la telaraña, en la que estaban atrapadas moscas y otros insectos. Recogiendo cuidadosamente a la araña la colocaba fuera de la choza, pero cada mañana aquella había regresado y estaba otra vez hilando su tela(4). Un verso de los Upanishads, aprendido en la niñez, puede haber acudido a su mente: “Como una araña emerge desde sus propios hilos/ así también desde este ser toda vida alienta/ y todos los mundos, todos los dioses y todas las criaturas contingentes/ surgen y se expanden en todas las direcciones”.

Por días continuó el ritual entre la araña y Krishnamurti, una comunicación sin palabras; entonces un día Krishnamurti le dijo a la araña: “Paz, compartamos la choza”.

(4) De mis diarios.


Biografía de J. Krishnamurti. Pupul Jayakar. Editorial Kier.



sábado, 3 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

 Año 1967.

Antes de emprender vuelo desde Ginebra a París el 5 de septiembre, K había persuadido a Mary Zimbalist para que cambiara su Jaguar por un Mercedes, la marca de automóvil que él prefería, y que habrían de entregarles al año siguiente. Mary se había adelantado a K yendo en automóvil a París. Se alojaron por unos días en el Hotel Westminster antes de continuar a Londres, donde se había alquilado nuevamente la casa en Ullswater Close, Kingston Vale. Allí se reunió con ellos Alain Naudé, que vino manejando directamente desde Gstaad. Este año Mary se ocupó del gobierno de la casa, ayudada por una sirvienta italiana. Durante esta visita, se decidió que la nueva escuela iba a establecerse en Londres, principalmente porque Mrs. Simmons, que iba a ser la directora, no podría dirigirla tan eficientemente en un país extranjero.

KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

 

viernes, 19 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Visité a Krishnaji en Gstaad durante el verano de 1965. Le habían entregado un Mercedes para su uso personal. Me llevó a dar un paseo; pese a su falta de práctica, conducía con magistral control y estabilidad en las curvas cerradas del camino. Era maravilloso observarlo manejando la máquina.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

 

miércoles, 17 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Año 1955.

Kitty Shiva Rao había dispuesto que uno de sus sirvientes, Diwan Singh, y Tanappa, subieran desde Rajghat a Ranikhet y prepararan la casa para Krishnaji. Había que viajar algo más de doscientas millas. Como Krishnaji no podía soportar el calor, salimos a las 5 de la mañana.

Krishnaji se sentó en el asiento delantero con mi esposo que manejaba, y Madhavachari y yo nos sentamos atrás. El aire tempranero de la mañana era fresco, y cubrimos la mayor parte del viaje hasta el pie de los cerros, antes de que el sol se tornara demasiado caliente. Krishnaji siempre había sido un buen conductor. Su amplia percepción podía sentir el peligro antes de que ocurriera algún choque catastrófico. Pero como conductor acompañante era muy fastidioso. Durante todo el viaje estuvo dándole instrucciones a Jayakar para que hiciera esto y no hiciera aquello, advirtiéndole de los peligros próximos. Varias veces mi esposo le sugirió a Krishnaji que se sentara atrás con nosotros, pero él tenía el propósito de permanecer donde estaba.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

 

domingo, 14 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Año 1927.
En las mañanas enseñaba a Mary a conducir. Habían cambiado su Lincoln por un Packard, y recientemente el Packard se había cambiado por otro Lincoln azul pálido. K se había vuelto tan irritable con Mary debido a su nerviosidad, que un día ella, por desquitarse, se llevó el auto sola. Después de recorrer cierta distancia, se vio obligada a regresar a pie a la casa, ya que no sabía cómo dar marcha atrás. Entonces ella se sintió despreciable al darse cuenta de la ansiedad que había causado a K.


KRISHNAMURTI
Los Años del Despertar
MARY LUTYENS
EDITORIAL ORIÓN
M É X I C 0
1 9 7 9

 

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

K y Mary estuvieron en Brockwood por más de nueve semanas. K parecía sentirse muy dichoso, aparte de los sufrimientos que le producía la fiebre de heno. El 11 de mayo fue su septuagésimo quinto cumpleaños, pero desechó cualquier mención del mismo. El 16 ofreció la primera de cuatro pláticas vespertinas en la Friends Meeting House. Salía por la mañana, merendaba dentro del automóvil y descansaba en la casa de Mrs. Bindley antes de ir al salón de reuniones a las siete; luego, inmediatamente después de la plática, regresaba a Brockwood.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

 

sábado, 13 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Año 1967.
Antes de emprender vuelo desde Ginebra a París el 5 de septiembre, K había persuadido a Mary Zimbalist para que cambiara su Jaguar por un Mercedes, la marca de automóvil que él prefería, y que habrían de entregarles al año siguiente. Mary se había adelantado a K yendo en automóvil a París. Se alojaron por unos días en el Hotel Westminster antes de continuar a Londres, donde se había alquilado nuevamente la casa en Ullswater Close, Kingston Vale. Allí se reunió con ellos Alain Naudé, que vino manejando directamente desde Gstaad. Este año Mary se ocupó del gobierno de la casa, ayudada por una sirvienta italiana. Durante esta visita, se decidió que la nueva escuela iba a establecerse en Londres, principalmente porque Mrs. Simmons, que iba a ser la directora, no podría dirigirla tan eficientemente en un país extranjero.

KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Año 1966.
K llegó a Inglaterra con Alain el 22 de abril. Doris Pratt les había alquilado una casa en el 4 de Ullswater Close, Kingston Vale; como de costumbre Anneke Korndorffer vino para ocuparse de la casa y Joan Wright de las compras. K podía ahora hacer sus regulares paseos de los atardeceres en el parque Richmond en vez de Wimbledon Common. Mary Zimbalist llegó a Londres el día 25 y le entregaron un nuevo Jaguar que había encargado, en el cual conducía a K hacia donde éste tuviera que dirigirse todos los días durante las tres semanas que ella permaneció en Kingston Vale semanas en las que K ofreció cinco pláticas así como numerosas entrevistas privadas . También grabó una radiodifusión que más tarde, ese mismo año, se transmitió en el Tercer Programa de la BBC, y asimismo grabó su primer disco fonográfico titulado El cese del sufrimiento.

En mayo, mi esposo y yo nos encontrábamos un fin de semana en nuestra casa de Sussex cuando, al volver de un paseo vespertino, vimos tres figuras que se aproximaban a nosotros por el sendero. Resulta ser K, Alain Naudé y Mary Zimbalist, que habían venido a vernos inesperadamente después de una excursión en el auto. El nuevo Jaguar se veía incongruentemente grande a la puerta de nuestra casita de campo. Este fue mi primer encuentro con Mary Zimbalist. Lo que más me impresionó de ella fue su extrema elegancia y su voz tranquila con un levísimo acento norteamericano. Había pasado una gran parte de su vida en Europa y tenía muchos amigos en Inglaterra. Era verdaderamente cosmopolita y hablaba con fluidez el francés y el italiano. K parecía sumamente feliz y cómodo con estos nuevos compañeros. Desde ese momento en adelante, mi amistad con Mary y Alain creció firmemente, aunque más rápidamente con Alain a causa de nuestra relación por correspondencia.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

 

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Año 1965.
Cuando K y Alain llegaron a Gstaad desde París el 5 de junio, Mary Zimbalist ya estaba instalada allí a sugerencia de K, ocupando una parte del Chalet Les Caprices. Vanda Scaravelli se encontraba en EE.UU. donde vivía su hija casada, y no llegó hasta el 5 de julio; mientras tanto, había reabierto Tanneg para K y Alain, y envió a su cocinero para que se ocupara de ellos. Un automóvil Mercedes nuevo acababa de recibirse como obsequio al Comité de Saanen por parte de un generoso amigo, aunque estaba destinado al uso personal de K. Después de conducir en él a Mary hasta el Château d'Oex el primer viaje del automóvil K lo lavó y lustró con infinito cuidado.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)
 

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Año 1963.
El 28 de mayo K partió de Londres para Gstaad. En junio, mi marido y yo nos detuvimos una noche en Gstaad durante nuestro viaje a Venecia en automóvil. Subimos a Tanneg para ver a K, que se encontraba solo excepto por el cocinero italiano de la Signora. Se mostró muy acogedor, estuvo encantado de enseñarnos todo el chalet y luego nos llevó a un paseo por las montañas en el Mercedes adquirido por el Comité de Saanen. Tuvimos la impresión de que el automóvil se usaba muy raramente, y de que K lo apreciaba, lavándolo y puliéndolo cada vez que volvía de un viaje por corto que fuera. Continuando en Italia nos detuvimos en el hotel castillo de Pergine, donde todos habíamos estado juntos con Nitya en el verano de 1924 y donde el «proceso» de K había sido tan angustioso. Le envié una postal de la torre redonda donde él se había alojado. K contestó: «No puedo recordar absolutamente nada al respecto; podría haber ocurrido en cualquier otro castillo, tanto se ha borrado eso de mi mente».


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Año 1934.
Rajagopal había construido ahora oficinas en Ojai, cerca de Arya Vihara, con cuartos para vivienda en la parte superior; también vivía allí Byron Casselberry, un antiguo discípulo de Leadbeater, que por un tiempo había editado el Boletín de la Estrella en Eerde y que ahora ayudaba a Rajagopal en sus tareas administrativas. K seguía durmiendo en la Cabaña de los Pinos y tomaba sus comidas en Arya Vihara. Antes del campamento de Ojai en junio, fue con los Rajagopal al Lago del Gran Oso (Big Bear Lake), en las montañas de San Bernardino, a unas ciento cincuenta millas de Ojai y a una altitud de 7000 pies. Había estado allí dos veces anteriormente.

Para diciembre se había planeado una larga gira por Sudamérica. A fin de prepararse para ella, Rajagopal tomó un descanso completo en Hollywood, acompañado de Rosalind y la niña, durante todo el mes de agosto. K, que se había quedado solo en Ojai, se sentía particularmente feliz, como siempre que estaba solo: «Lo estoy pasando muy bien solo le escribió a Lady Emily el 14 de agosto , escribo, leo, y cuando anochece salgo a caminar». Era un verano muy caluroso. Algunos días la temperatura llegó a los 114 °F (45 °C) a la sombra. Cuando el calor se volvía excesivo, él solía salir en automóvil con algunos amigos en gira campestre nocturna en las playas de Ventura, donde la diferencia de temperatura era tan grande que tenían que encender fuego.



 KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

viernes, 12 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Con todo esto, yo nunca he conocido a nadie con tan poco interés por su cuerpo como K. Se ocupa de él porque tiene que servirle para su trabajo. Lo cuida como lo hace con un automóvil. Es inconcebible pensar que podría salir a viajar en su propio automóvil sin que éste hubiera sido lavado y lustrado. Uno siempre se esfuerza, cuando va a verle, por tener el mejor aspecto, porque él advierte todo, no con espíritu crítico o de desaprobación, sino a causa de su penetrante observación que en él es un hábito.

Esta pulcritud en la apariencia y el excesivo cuidado, puede que parezcan incompatibles con la naturaleza vaga y soñadora de K, así como el interés que durante toda su vida ha demostrado por las maquinarias. Un reloj Pathek Philippe que le obsequiaron hace muchos años, es la única posesión que parece apreciar realmente; y no obstante, aun esto sería capaz de regalarlo. Entregaría todas sus ropas a alguien que tuviera necesidad de ellas. Una vez obsequió su único sobretodo. Emerson ha dicho: «Una tonta congruencia es el espantajo de mentes insignificantes, glorificado por pequeños estadistas, filósofos y sacerdotes. Un alma grande, simplemente nada tiene que ver con la congruencia». Aunque no fuera más que por eso, las incongruencias en el carácter de K harían de él un alma grande.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

 

jueves, 11 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Recuerdo bien a Krishna en los años de la guerra de 1914-l918. Yo tenía dos años cuando él vino por primera vez a Inglaterra, de modo que le he conocido desde los albores de mi memoria. Su naturaleza era entonces, creo, la que siempre ha sido desde el comienzo afectiva, generosa, tímida, recatada, soñadora, dócil, humilde . A veces no tenía absolutamente expresión alguna y estaba ajeno a cuanto le rodeaba. Era completamente incorrupto, podría decirse que permanecía inconmovible ante toda la adulación que había recibido desde que lo «descubrieron» por primera vez . Le gustaba la poesía Keats, Shelley, Shakespeare y algunas partes del Viejo Testamento que Lady Emily le leía en voz alta. También disfrutaba leyendo a P. G. Wodehouse y Stephen Leacock, y le gustaban las comedias ligeras que veía en el teatro y las películas emocionantes; pero sus ocupaciones favoritas eran jugar al golf (llegó a ser un jugador muy bueno) e intentar la reparación de su motocicleta. Siempre le han gustado las cosas mecánicas-relojes, cámaras fotográficas, automóviles-un rasgo inesperado en su carácter.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

 

miércoles, 10 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Año 1923.

A principios de marzo, K confió a Mrs. Besant que John Ingleman, el doctor sueco con quien había estado en Hollywood el año anterior, le había dado un automóvil, pero como no quería que nadie supiera de este obsequio tan costoso, pidió a Dwarkanath Telang que fuera él “propietario oficial”. Dwarkanath estaba en Adyar y K se propuso enviarle el auto allá cuando próximamente fuera a la India, (de hecho no lo hizo). El automóvil llegó a Ojai el 2 de marzo y causó gran excitación, pues era el primer automóvil propio que había tenido. Era un convertible azul claro de siete asientos, marca Lincoln, con los faros plateados, “tan bueno como un Rolls, escribió a Lady Emily, “hace con facilidad 70 millas por hora y sube como un pájaro”. Esta fue la única alegría que tuvo durante esos meses de agonía, aparte del hecho de que, a pesar de la tensión, Nitya parecía estar completamente libre de su enfermedad.

KRISHNAMURTI
Los Años del Despertar
MARY LUTYENS
EDITORIAL ORIÓN
M É X I C 0
1 9 7 9



 

viernes, 5 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Después del almuerzo caminamos despreocupadamente hacia mi carro que estaba parado cerca del garaje donde él me mostró el nuevo Mercedes Benz de Mrs. Zimbalist. Era un hermoso sedan de dos puertas verde botella, el cual acababa de llegar de Europa. El dijo que quería darle una buena pulida, y como siempre había admirado lo limpio y pulido que estaba mi viejo Buick Riviera, me preguntó si le sentiría la misma cera que yo usaba para pulir. A la semana siguiente regresé y le traje la cera que él deseaba. El acababa de lavar el Mercedes y estaba esperándome. Inmediatamente hicimos la aplicación, pasamos la lata de cera atrás y adelante del lado del carro que cada uno escogió. Krishnamurti era meticulosamente cuidadoso al aplicar el pulimento y examinando mi lado del carro descubrió un par de manchas muy pequeñas en la defensa trasera donde la cera no había sido parcialmente aplicada y llamó mi atención sobre ello. Después vino el extenuante trabajo de pulir, el cual Krishnamurti atacaba con celo profesional. El carro brilló como una esmeralda recién cortada. La señora Zimbalist vino y nos pidió que fuéramos a tomar una taza de té, y se detuvo admirando nuestro trabajo manual. Nos aseguró que podríamos contar con su recomendación como un par de buenos pulidores de carros.

El carro fue llevado al garaje y la puerta fuertemente cerrada. Cuando pregunté sobre esta extrema precaución a plena luz del día, Krishnaji replicó, “Hay que cuidarlo de las ratas”. Después explicó que hacia unos días, cuando habían traído el carro de la agencia, un mecánico había encontrado una enorme rata cómodamente instalada debajo del carro, cerca del radiador. El discriminado roedor había conseguido algunos hilachos viejos y hecho su nido allí. Aparentemente había estado muy feliz paseando con Krishnaji todos esos días en gran estilo.


K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988



Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Después de su regreso a los Estados Unidos, yo lo llamé en Ojai e hicimos una cita para encontrarnos en la casa del señor y la señora John Ingelman, donde siempre se alojaba cuando estaba en Hollywood. Yo seguía sintiéndome muy autoconsciente y tímido con él y como él nunca ha sido conocido como gran extrovertido, nuestra conversación era necesariamente de alguna manera elaborada. Hubo sin embargo un tema que inmediatamente lo interesó y ayudó a establecer una fácil comunicación: automóviles. Descubrí que él conocía mucho acerca de automóviles y le gustaban los caros y rápidos carros europeos. Tenía un gran Lincoln, me dijo, pero iba a cambiarlo por un Packard, el cual en su opinión, era el mejor carro americano y me ofreció manejarlo. Se interesó sobre la clase de carro que yo llevaba y me acompañó afuera para verlo. No era un Packard ni un Lincoln, pero para un muchacho de 16 años era un carro del cual podía sentirse orgulloso, este elegante y vistoso Jordán, que hace mucho desapareció del mercado, y que estaba parado en la curva. Había sido construido especialmente para la célebre diva de la Opera Metropolitana, Geraldine Farrar, y mi padre lo había comprado en Hollywood para mi hermano y para mí por una fracción de su precio original.

Algunas semanas más tarde lo visité en Arya Vihara en Ojai. El había ya adquirido su Packard y con gusto me mostró todas sus especiales características. Era hermoso, azul cielo, pulido roadster convertible. El no me pidió que lo manejara y me sentí aliviado. La idea de dañar a esta hermosura me estremeció con aprehensión. Me dijo orgullosamente el tiempo que había hecho en su primer viaje entre Hollywood a Ojai. Me sentí envidioso. Me preguntó qué tiempo hacía yo. Vacilé en admitirlo pero era mucho mayor que el suyo. Me prometí hacer algo acerca de esto. Me quedé para el lunch y encontré a Rama Rao, una persona muy fina y gentil con suaves y amables ojos que brillaban con humor.

Un par de semanas más tarde hice a Krishnamurti otra visita en Arya Vihara. Esta vez usaba el Cadillac de la familia. (Mi padre nunca me prestaría este nuevo Cadillac por algún otro motivo que no fuera el ir a ver a Krishnamurti en Ojai). Yo me las arreglé para hacer un tiempo menor al anterior, de dos minutos y medio. El se sorprendió un tanto escéptico. Estaba preparado para esto: le mostré a él el marcador que había puesto al salir de mi casa en Hollywood y el tiempo que marcó al llegar a Arya Vihara. Se convenció y me dio una pequeña plática de la velocidad, a lo cual de alguna manera le faltó convicción. Le prometí tomarlo con calma. Después de todo, no había razón de velocidad ahora: el récord había sido hecho.

Entramos a la casa y ahí me encontré a Rajagopal por la primera vez. Me agradó. Tenía una mente rápida y sentido del humor. Tomamos el almuerzo y Krishnaji durmió su siesta. Más tarde salimos para una larga caminata atrás de Arya Vihara y tuvimos nuestra primera plática seria. Le pregunté si estaba en contacto con Nitya en el otro lado. “Nitya está aquí dijo él- envía su amor”. Pero no se extendió más. Cuando lo presioné para una explicación él se detuvo en seco sobre la marcha y me miró directamente. Dijo que lo importante no era si la personalidad sobrevivía al cuerpo o no tras la muerte, sino la calidad de la relación aquí y ahora.

“¿Ha sido usted siempre clarividente?” Le pregunté esperando que él se extendiera sobre este tema.

“La clarividencia realmente no ayuda dijo él. Yo puedo ver a mi familia en la India cada vez que quiera. Todos ellos están en la miseria”.

Cuando regresamos a Arya Vihara, el Topa Topa, el pico más alto de esta quebrada cadena de montañas que acuna el valle, fue bañado por breves momentos por un suave rosa púrpura que no se hubiera encontrado en la paleta de ningún pintor.

Regresé a Arya Vihara un par de semanas más tarde. Krishnaji se veía muy bien. Hoy estaba radiante. Estaba afuera haciendo algo de jardinería y vino directamente a mi carro, antes de que yo tuviera la oportunidad de bajarme. Me dijo alegremente que unos pocos días antes había manejado su Packard hasta Hollywood y había roto mi récord por buenos dos minutos. Antes de que yo pudiera decir algo, exclamó: ¡Fúmate eso!

¿No ha tenido usted una boleta de infracción a causa de la velocidad? le pregunté- esperando que así hubiera sido.

El se rió y sacudió su cabeza como un muchacho que hubiera hecho una desobediencia y se hubiera salido con la suya: luego dijo que eso había sido temprano en la mañana. Apenas si había tráfico en la carretera. No obstante, había sido un logro impresionante.

Sabía yo cuán rápido había manejado para alcanzar mi récord y cuáles dificultades había afrontado.

“Yo no puedo competir con usted. Usted tiene a los Maestros de su parte”.

Krishnaji se rió y apuntando a su Packard en el garaje dijo: “Este es el que está de mi parte”.

De esta manera terminó mi competencia de velocidad con Krishnamurti. Un brillante Packard roaster y lo que yo consideraba la protección de la Fraternidad Blanca, eran ventajas que yo no podía vencer.


K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988



 

Etiquetas