viernes, 5 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

Después de su regreso a los Estados Unidos, yo lo llamé en Ojai e hicimos una cita para encontrarnos en la casa del señor y la señora John Ingelman, donde siempre se alojaba cuando estaba en Hollywood. Yo seguía sintiéndome muy autoconsciente y tímido con él y como él nunca ha sido conocido como gran extrovertido, nuestra conversación era necesariamente de alguna manera elaborada. Hubo sin embargo un tema que inmediatamente lo interesó y ayudó a establecer una fácil comunicación: automóviles. Descubrí que él conocía mucho acerca de automóviles y le gustaban los caros y rápidos carros europeos. Tenía un gran Lincoln, me dijo, pero iba a cambiarlo por un Packard, el cual en su opinión, era el mejor carro americano y me ofreció manejarlo. Se interesó sobre la clase de carro que yo llevaba y me acompañó afuera para verlo. No era un Packard ni un Lincoln, pero para un muchacho de 16 años era un carro del cual podía sentirse orgulloso, este elegante y vistoso Jordán, que hace mucho desapareció del mercado, y que estaba parado en la curva. Había sido construido especialmente para la célebre diva de la Opera Metropolitana, Geraldine Farrar, y mi padre lo había comprado en Hollywood para mi hermano y para mí por una fracción de su precio original.

Algunas semanas más tarde lo visité en Arya Vihara en Ojai. El había ya adquirido su Packard y con gusto me mostró todas sus especiales características. Era hermoso, azul cielo, pulido roadster convertible. El no me pidió que lo manejara y me sentí aliviado. La idea de dañar a esta hermosura me estremeció con aprehensión. Me dijo orgullosamente el tiempo que había hecho en su primer viaje entre Hollywood a Ojai. Me sentí envidioso. Me preguntó qué tiempo hacía yo. Vacilé en admitirlo pero era mucho mayor que el suyo. Me prometí hacer algo acerca de esto. Me quedé para el lunch y encontré a Rama Rao, una persona muy fina y gentil con suaves y amables ojos que brillaban con humor.

Un par de semanas más tarde hice a Krishnamurti otra visita en Arya Vihara. Esta vez usaba el Cadillac de la familia. (Mi padre nunca me prestaría este nuevo Cadillac por algún otro motivo que no fuera el ir a ver a Krishnamurti en Ojai). Yo me las arreglé para hacer un tiempo menor al anterior, de dos minutos y medio. El se sorprendió un tanto escéptico. Estaba preparado para esto: le mostré a él el marcador que había puesto al salir de mi casa en Hollywood y el tiempo que marcó al llegar a Arya Vihara. Se convenció y me dio una pequeña plática de la velocidad, a lo cual de alguna manera le faltó convicción. Le prometí tomarlo con calma. Después de todo, no había razón de velocidad ahora: el récord había sido hecho.

Entramos a la casa y ahí me encontré a Rajagopal por la primera vez. Me agradó. Tenía una mente rápida y sentido del humor. Tomamos el almuerzo y Krishnaji durmió su siesta. Más tarde salimos para una larga caminata atrás de Arya Vihara y tuvimos nuestra primera plática seria. Le pregunté si estaba en contacto con Nitya en el otro lado. “Nitya está aquí dijo él- envía su amor”. Pero no se extendió más. Cuando lo presioné para una explicación él se detuvo en seco sobre la marcha y me miró directamente. Dijo que lo importante no era si la personalidad sobrevivía al cuerpo o no tras la muerte, sino la calidad de la relación aquí y ahora.

“¿Ha sido usted siempre clarividente?” Le pregunté esperando que él se extendiera sobre este tema.

“La clarividencia realmente no ayuda dijo él. Yo puedo ver a mi familia en la India cada vez que quiera. Todos ellos están en la miseria”.

Cuando regresamos a Arya Vihara, el Topa Topa, el pico más alto de esta quebrada cadena de montañas que acuna el valle, fue bañado por breves momentos por un suave rosa púrpura que no se hubiera encontrado en la paleta de ningún pintor.

Regresé a Arya Vihara un par de semanas más tarde. Krishnaji se veía muy bien. Hoy estaba radiante. Estaba afuera haciendo algo de jardinería y vino directamente a mi carro, antes de que yo tuviera la oportunidad de bajarme. Me dijo alegremente que unos pocos días antes había manejado su Packard hasta Hollywood y había roto mi récord por buenos dos minutos. Antes de que yo pudiera decir algo, exclamó: ¡Fúmate eso!

¿No ha tenido usted una boleta de infracción a causa de la velocidad? le pregunté- esperando que así hubiera sido.

El se rió y sacudió su cabeza como un muchacho que hubiera hecho una desobediencia y se hubiera salido con la suya: luego dijo que eso había sido temprano en la mañana. Apenas si había tráfico en la carretera. No obstante, había sido un logro impresionante.

Sabía yo cuán rápido había manejado para alcanzar mi récord y cuáles dificultades había afrontado.

“Yo no puedo competir con usted. Usted tiene a los Maestros de su parte”.

Krishnaji se rió y apuntando a su Packard en el garaje dijo: “Este es el que está de mi parte”.

De esta manera terminó mi competencia de velocidad con Krishnamurti. Un brillante Packard roaster y lo que yo consideraba la protección de la Fraternidad Blanca, eran ventajas que yo no podía vencer.


K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988



 

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