Krishnaji estaba muy interesado en lo que los jóvenes pensaban y sentían y me pidió si podía hacer alguna reunión entre mis compañeros. Esto era fácil. Con la mitad de la fama que ya tenía, todos querrían encontrarse con él, especialmente las jóvenes quienes lo consideraban como “un sueño”. La joven con quien yo andaba entonces, Dorothy Taft, una hermosa muchacha cuyo prominente padre negociaba con fincas urbanas y había desarrollado y fraccionado la mayor parte de Hollywood occidental, estaba encantada con el proyecto de encontrarse con el hermoso joven brahmín. Ella escogió un grupo de sus amigas que pertenecían a la exclusiva escuela Malrborough para señoritas, todas muy atractivas e impresionantes. Nos encontramos en su casa de Sunset Boulevard en una tibia tarde de domingo.
Krishnamurti estaba muy nervioso y vacilante sobre lo que diría a un grupo de muchachas jóvenes. Le dije que no se preocupara, que las muchachas probablemente no estaban tan interesadas en lo que él les dijera como en encontrarse con él reunidas en un mismo cuarto. Esto lo puso aún más inquieto. Los padres de Dorothy y su hermana actriz Sally, nos recibieron en la puerta de entrada. Después Dorothy escoltó a Krishnamurti, quien iba elegantemente vestido hacia el salón. Yo estaba detrás de él y pude oír las exclamaciones de ¡Ah! y ¡Oh! de las chicas excitadas cuando lo tuvieron a la vista. Krishnamurti fue presentado por Dorothy como si se tratara de presentar a una superestrella. El me miró aprensivamente y se sentó rodeado de un semicírculo de encantadoras y femeninas quinceañeras interesadas en agradarle y dispuestas a ser impresionadas por él, sentadas en las sillas y en cojines en el piso, clavando sus ojos en el joven hindú autoconsciente y turbado. El sacó su pañuelo y secó el sudor de su rostro. Así lo hice yo también. El silencio que siguió empezó a preocuparme. ¿Qué sucedería si él permaneciera sentado allí en completo silencio? pensé. Tenía yo la experiencia de cuán fácilmente Krishnamurti podía entrar en un largo y profundo silencio. Después, un súbito cambio ocurrió en él. Estaba ya calmado y sereno y empezó a hablar. Habló sobre el diferente estilo de vida de los jóvenes en América y en la India; sus diferentes actitudes hacia el noviazgo, el matrimonio y el establecimiento de una familia. Las muchachas parecían encantadas con la breve charla. Hubo preguntas después, a las cuales contestó muy adecuadamente. Algunas de las jóvenes habían comprado ejemplares de “A los Pies del Maestro” antes de la reunión y pidieron su autógrafo. Hubo refrescos, muchos agradecimientos y la insistencia de las muchachas de que fuera a su escuela y hablara a todo el cuerpo de estudiantes. Krishnamurti prometió que lo haría y nos marchamos. Ya dentro del carro él me preguntó si yo creía que había manejado bien la situación y le dije que lo había hecho muy bien y reflexioné por la primera vez sobre el interesante fenómeno que iba a ocurrir muchas veces en el futuro cuando el tímido, inseguro y autoconsciente joven se volvería súbitamente lleno de aplomo y autoridad, con una fuerza real y potente.
Llevándolo de regreso a casa de los Ingelmans le pregunté si había estado consciente de la fuerte atmósfera sexual que reinaba en el salón. Él dijo: “Por supuesto”.
-“Y eso, ¿no lo distrajo? pregunté. “¿Qué puede usted hacer acerca de eso?”
-“Usted guarda su fuerza sexual, no permite que lo perturbe”.
“Usted es diferente dije. Es muy difícil controlar los pensamientos. Ellos van a donde quieren ir. Estoy seguro de que cada muchacha en ese cuarto estaba fantaseando acerca de tenerlo a usted en su cama”.
“¡Oh, Dios mío!,” exclamó él.
K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988
Krishnamurti estaba muy nervioso y vacilante sobre lo que diría a un grupo de muchachas jóvenes. Le dije que no se preocupara, que las muchachas probablemente no estaban tan interesadas en lo que él les dijera como en encontrarse con él reunidas en un mismo cuarto. Esto lo puso aún más inquieto. Los padres de Dorothy y su hermana actriz Sally, nos recibieron en la puerta de entrada. Después Dorothy escoltó a Krishnamurti, quien iba elegantemente vestido hacia el salón. Yo estaba detrás de él y pude oír las exclamaciones de ¡Ah! y ¡Oh! de las chicas excitadas cuando lo tuvieron a la vista. Krishnamurti fue presentado por Dorothy como si se tratara de presentar a una superestrella. El me miró aprensivamente y se sentó rodeado de un semicírculo de encantadoras y femeninas quinceañeras interesadas en agradarle y dispuestas a ser impresionadas por él, sentadas en las sillas y en cojines en el piso, clavando sus ojos en el joven hindú autoconsciente y turbado. El sacó su pañuelo y secó el sudor de su rostro. Así lo hice yo también. El silencio que siguió empezó a preocuparme. ¿Qué sucedería si él permaneciera sentado allí en completo silencio? pensé. Tenía yo la experiencia de cuán fácilmente Krishnamurti podía entrar en un largo y profundo silencio. Después, un súbito cambio ocurrió en él. Estaba ya calmado y sereno y empezó a hablar. Habló sobre el diferente estilo de vida de los jóvenes en América y en la India; sus diferentes actitudes hacia el noviazgo, el matrimonio y el establecimiento de una familia. Las muchachas parecían encantadas con la breve charla. Hubo preguntas después, a las cuales contestó muy adecuadamente. Algunas de las jóvenes habían comprado ejemplares de “A los Pies del Maestro” antes de la reunión y pidieron su autógrafo. Hubo refrescos, muchos agradecimientos y la insistencia de las muchachas de que fuera a su escuela y hablara a todo el cuerpo de estudiantes. Krishnamurti prometió que lo haría y nos marchamos. Ya dentro del carro él me preguntó si yo creía que había manejado bien la situación y le dije que lo había hecho muy bien y reflexioné por la primera vez sobre el interesante fenómeno que iba a ocurrir muchas veces en el futuro cuando el tímido, inseguro y autoconsciente joven se volvería súbitamente lleno de aplomo y autoridad, con una fuerza real y potente.
Llevándolo de regreso a casa de los Ingelmans le pregunté si había estado consciente de la fuerte atmósfera sexual que reinaba en el salón. Él dijo: “Por supuesto”.
-“Y eso, ¿no lo distrajo? pregunté. “¿Qué puede usted hacer acerca de eso?”
-“Usted guarda su fuerza sexual, no permite que lo perturbe”.
“Usted es diferente dije. Es muy difícil controlar los pensamientos. Ellos van a donde quieren ir. Estoy seguro de que cada muchacha en ese cuarto estaba fantaseando acerca de tenerlo a usted en su cama”.
“¡Oh, Dios mío!,” exclamó él.
K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988
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