Cuando llegamos a la casa de Rogers en la Avenida Argyle en Hollywood, nos detuvimos en la puerta observando por un momento a las jóvenes parejas bailar. Esto era lo “in” en aquellos días: bailar tan juntos como se pudiera. Después de un momento de contemplar la escena, Krishnaji me lanzó una mirada perpleja. Precisamente el dueño de la casa nos reconoció y vino a saludarnos. La música se detuvo. Después la señora Rogers, una dama encantadora y afable, tomó a Krishnaji de la mano y lo presentó a la multitud de jóvenes. Las muchachas estaban emocionadas e inmediatamente rodearon al hermoso Brahmín. La música empezó de nuevo: ¿Querría él bailar? -le preguntaron. ¿Les hablaría más tarde? ¿Querría un poco de pastel y ponche? Tímidamente Krishnaji se mantuvo atrás de la insistente bandada femenina yendo a refugiarse directamente hacia la pared del salón. Arrinconado, buscaba ansiosamente una salida, cuando una chica grande y floreciente se llegó hasta él, lo tomó del brazo y lo invitó a bailar. Krishnaji protestó diciendo que él no sabía; ella hizo caso omiso de la objeción. Ella lo enseñaría. Diciendo esto la muchacha puso su brazo firmemente a su alrededor y literalmente lo arrastró a la sala del baile. moviendo todo el tiempo sus caderas al ritmo de la música. Las otras parejas sintiendo que ocurría algo poco usual. se replegaron discretamente hacia los lados esperando observar al Instructor del Mundo bailando el fox-trot.
La robusta muchacha continuó urgiéndolo, pero Krishnamurti no se movió; se volvió hacia mí pidiendo auxilio. Yo, listo para bailar, no había nada que pudiera o quisiera hacer. Entonces, de un solo impulso, se libró de los brazos de la muchacha y volviéndose determinadamente hacia mí -“Sidney, ¡llévame a casa!” dijo él bruscamente, disculpándose por su abrupta y violenta partida.
-¡Dios mío, la forma en qué bailan! exclamó ya en el carro.
Esta es la manera en que todos los jóvenes bailan.
Esa es una forma sexual dijo él sentenciosamente.
K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988
La robusta muchacha continuó urgiéndolo, pero Krishnamurti no se movió; se volvió hacia mí pidiendo auxilio. Yo, listo para bailar, no había nada que pudiera o quisiera hacer. Entonces, de un solo impulso, se libró de los brazos de la muchacha y volviéndose determinadamente hacia mí -“Sidney, ¡llévame a casa!” dijo él bruscamente, disculpándose por su abrupta y violenta partida.
-¡Dios mío, la forma en qué bailan! exclamó ya en el carro.
Esta es la manera en que todos los jóvenes bailan.
Esa es una forma sexual dijo él sentenciosamente.
K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988
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