sábado, 8 de marzo de 2008

Jiddu Krishnamurti y Jean-Michel Maroger.

Antes de ir a Gstaad este verano, K y Mary permanecieron en París por una semana, alojándose en un piso situado sobre el restaurante Tour d'Argent, que les había cedido el hermano de Mary. Prácticamente todos los días veían a Jean-Michel Maroger, quien era síndico de la English Foundation desde 1980, y a su esposa Marie-Bertrande. Las hijas de ambos habían estudiado en la Escuela de Brockwood. Jean-Michel era consejero de la marina y poseía una hermosa casa en Pontlevoy cerca de Blois, así como un apartamento en París. Había tenido una institutriz inglesa y podía hablar un inglés perfecto; Marie-Bertrande lo hablaba casi tan bien como él, y ambos eran de gran valor en la traducción de los libros de K al francés. Jean-Michel también traducía las pláticas de K en Saanen. Fue su madre quien lo introdujo en la obra de K, y en 1976 ella había alquilado un chalet cerca de Saanen a fin de que la familia pudiera asistir a las pláticas de K. Después de la muerte de K, Jean-Michel me escribió:

Debo decir que lo primero que me impresionó, más que lo que él decía, fue el hombre, su carisma, su intensidad, la emoción que uno podía percibir en el auditorio, toda la atmósfera. Probablemente yo era entonces más sensible al aspecto no-verbal de la comunicación; lo demás vino más adelante. Recuerdo que al final de la segunda o tercera plática, salí corriendo de la carpa, subí hasta donde él estaba, tomé su mano y le di las gracias con lágrimas en los ojos.

No puedo resistir la tentación de recordar algunos acontecimientos que nutrieron mi fascinación por Krishnaji. En octubre de 1979, vino con Mary a pasar unos días en La Mahaudiére. Yo había ido a recogerlos en el aeropuerto Ch. de Gaulle y me impresionó el intenso interés con que él lo observaba todo, las escaleras mecánicas, el moderno sistema de transporte de equipaje, etc. Nada escapaba a su atención, era como un joven muy despierto descubriendo todo lo que le rodeaba.

En nuestro camino a casa, yo conducía, Mary estaba sentada a mi lado y Krishnaji viajaba sólo en el asiento trasero. Pasábamos por la planicie de Beauce, y a la derecha el sol se ponía en una gloria de colores. De pronto, escuchamos un canto en sánscrito que venía de la parte posterior del automóvil. Llegamos algo tarde, pero él insistió en cenar con nosotros en el comedor, e incluso probó nuestro vino local. Para mí, para todos nosotros, su estancia fue una bendición, y tal vez sepa usted que las primeras doce Cartas a las Escuelas se dictaron aquí.

KRISHNAMURTI
La puerta abierta
MARY LUTYENS

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