martes, 27 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Automóviles.

EL SILENCIO

EL COCHE ERA excelente; tenía un motor poderoso y bien ajustado; tomaba las cuestas fácilmente, sin ratear. El camino trepaba la pendiente desde la salida del valle y corría entre huertos de naranjos y altos y frondosos nogales. Los huertos se extendían en ambos lados del camino por más de sesenta kilómetros, desde lo alto hasta el pie mismo de las montañas. Haciéndose recto, el camino atravesaba uno o dos pesqueros pueblos, y luego continuaba por el campo abierto, que ostentaba el color verde brillante de la alfalfa. Finalmente, dando de nuevo vueltas entre muchas ondulaciones, el camino nos llevó al desierto.

Era un camino llano; había escaso transito y el motor zumbaba sin cesar. Teníamos la atención intensamente ocupada con el campo, con los vehículos que pasaban ocasionalmente, con las señales camineras, con el claro azul del cielo, con las personas sentadas en el coche; pero la mente estaba muy quieta. No era la quietud de la fatiga, o del relajamiento, sino una tranquilidad muy alerta. Esa quietud de la mente no dependía de cosa alguna en particular; no existía el observador de esta tranquilidad; el experimentador estaba totalmente ausente. Aunque manteníamos una conversación intermitente, no había ninguna brecha en este silencio. Se oía el silbido del viento a medida que el coche avanzaba velozmente, y sin embargo este silencio era inseparable del sonido del viento, de los ruidos del vehículo, y de la conversación. La mente no tenía ninguna reminiscencia de quietudes anteriores, de aquellos silencios que había conocido; no se decía: “Esto es tranquilidad”. No había verbalización, que sólo es el reconocimiento y la afirmación de alguna experiencia similar. Y porque no había verbalización, el pensamiento estaba ausente. No había ningún recuerdo, y por eso el pensamiento no era capaz de recoger el silencio o de pensar en él; pues la palabra “quietud” no es la quietud. Cuando la palabra está ausente, la mente no puede obrar, y así el experimentador no puede acopiar con miras a nuevos deleites. No había proceso de acumulación en formación, ni de aproximación o asimilación. El movimiento de la mente estaba totalmente ausente.

El coche se detuvo delante de la casa. Los ladridos del perro la descarga del vehículo y el general alboroto, en modo alguno afectaron este extraordinario silencio. No había ninguna perturbación y la tranquilidad seguía. El viento soplaba entre los pinos, las sombras eran largas, y un gato montés se deslizó entre los matorrales. En este silencio había movimiento, y el movimiento no era una distracción. La atención no estaba fija en nada que la pudiera distraer. Hay distracción cuando el principal interés es cambiante; pero en este silencio había ausencia de interés, y por eso no había divagación. El movimiento no estaba fuera del silencio, sino que era parte de él. Era la quietud, no de la muerte, de la decadencia, sirio de la vida con total ausencia de conflicto. A la mayoría de nosotros, el embate del dolor y el placer, el afán de actividad, nos da la sensación de vida; y si se nos quitara ese afán, estaríamos perdidos y pronto nos desintegraríamos. Pero esta quietud y su movimiento era creación en permanente renovación por sí misma. Era un movimiento que no tenía comienzos y por eso no tenía fin; ni tampoco tenía continuidad. El movimiento implica tiempo; pero aquí no había tiempo. El tiempo es lo más y lo menos, lo cercano y lo lejano, el ayer y el mañana, pero en esta quietud toda comparación cesaba. No era un silencio que terminaba para empezar otra vez; no había repetición. Las muchas tretas de la mente astuta estaban totalmente ausentes.

Si este silencio fuera una ilusión la mente tendría alguna relación con él. Ya sea rechazándolo o apegándose a él, razonándolo o identificándose con él con sutil satisfacción; mas desde que no tiene ninguna relación con este silencio, la mente no pare e aceptarlo ni rechazarlo. La mente puede actuar sólo con sus propias proyecciones, con las cosas que son de ella misma; pero no tiene ninguna relación con las cosas que no son de su propio origen Este silencio no es de la mente, y por eso la mente no puede cultivarlo ni identificarse con él. El contenido de este silencio no puede ser medido por las palabras.


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SOBRE EL VIVIR
Primera serie del libro de notas de
J. KRISHNAMURTI
Recopilado por
D. RAJAGOPAL
EDITORIAL KIER, S.A.

domingo, 18 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti y Comentarios Sobre el Vivir.

LAS FACETAS DEL INDIVIDUO

VINO A VERNOS rodeado por sus discípulos. Estos pertenecían a todas las categorías sociales: el pudiente y el pobre, el alto funcionario público y la viuda, el fanático y el joven sonriente. Formaban un grupo alegre y feliz, y las sombras danzaban sobre las blancas casas. Los papagayos chillaban en el espeso follaje, y un ruidoso carretón acababa de pasar. El joven se hallaba impaciente e insistió sobre la importancia del gurú, del Maestro; los otros estaban de acuerdo con él y sonreían con deleite cuando expresaba sus puntos de vista, clara y objetivamente. El cielo estaba muy azul, y un águila de cuello blanco hacia círculos justo sobre nosotros con imperceptibles movimientos de ala. Era un día verdaderamente hermoso. ¡Cómo nos destruimos los unos a los otros el discípulo al gurú, y el gurú al discípulo! ¡Cómo nos conformamos, rompiendo un molde para tornar nuevas formas! Un pájaro picoteaba un largo gusano en la tierra húmeda.

Somos muchos y no uno. El uno no llega a ser hasta que los muchos cesan. Los clamorosos muchos están en guerra entre sí día y noche, y esta guerra es el tormento de la vida. Destruimos uno, pero otro surge en su lugar; y este proceso aparentemente interminable es nuestra vida. Tratamos de imponer al uno sobre los muchos, pero el uno pronto llega a ser los muchos. La voz del uno es la voz de los muchos, y asume autoridad; pero es todavía el parloteo de una voz. Somos las voces de los muchos, y tratamos de captar la silenciosa voz del uno. El uno es los muchos si los muchos están silenciosos para oír la voz del uno. Los muchos jamás pueden descubrir al uno.

Nuestro problema no es cómo oír la voz del uno sino comprender la composición, la estructura de los muchos que somos nosotros. Una faceta de los muchos no puede comprender a los muchos; una entidad no puede comprender a las muchas entidades que somos. Aunque una faceta procura controlar, disciplinar, modelar las otras facetas, sus esfuerzos conducen siempre a la restricción y al autoencierro. El todo no puede ser comprendido por la parte, y es por eso que nunca comprendemos. Jamás conseguimos ver el todo, jamás lo percibimos, porque estamos totalmente ocupados con la parte. La parte se divide a sí misma y se convierte en los muchos. Para percibir el todo, el conflicto de los muchos, es necesario comprender el deseo. Sólo existe la actividad del deseo; aunque haya variables y antagónicas demandas y persecuciones, todas ellas son el resultado del deseo. El deseo no debe ser sublimado ni suprimido; debe ser comprendido sin aquel que comprende. Si está la entidad que comprende, entonces ella es todavía la entidad del deseo. Comprender sin el experimentador es estar libre del uno y de los muchos.

Todas las actividades del conformismo y la negación, del análisis y la aceptación, sólo fortalecen al experimentador. El experimentador jamás puede comprender el todo. El experimentador es lo acumulado, y no hay comprensión dentro de la sombra del pasado. La dependencia del pasado podrá ofrecer una vía de acción, pero el cultivo de un medio no es comprensión. La comprensión es de la mente, del pensamiento; y si el pensamiento es disciplina o en el silencio para captar lo que no es de la mente, entonces aquello que se experimenta es la proyección del pasado. En la alerta percepción de este proceso total hay un silencio que no es del experimentador. Sólo en este silencio surge la comprensión.


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Primera serie del libro de notas de
J. KRISHNAMURTI
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D. RAJAGOPAL
EDITORIAL KIER, S.A.

sábado, 17 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti y Comentarios Sobre el Vivir.

CEREMONIAS Y CONVERSIÓN

EN UN AMPLIO lugar cercado, entre muchos árboles, había una iglesia. La gente, morena y blanca, estaba entrando. En su interior había más luz que en las iglesias europeas, pero los arreglos eran los mismos. La ceremonia se estaba desarrollando y tenía belleza. Cuando terminó, muy pocos morenos hablaron a los blancos, o blancos a los morenos y todos salimos por diferentes caminos.

En otro continente había un templo, y se cantaba un cántico sánscrito; se celebraba el puja, una ceremonia hindú. La congregación era de otro tipo cultural. La tonalidad de las palabras sánscritas es muy penetrante y poderosa; tiene un extraño peso y profundidad.

Podéis convertiros de una creencia a otra, de un dogma a otro, pero no podéis convertiros a la comprensión de la realidad. La creencia no es la realidad. Podéis cambiar vuestra mente, vuestra opinión, pero la verdad o Dios no es una convicción; es una experiencia no basada en ninguna creencia o dogma, en ninguna experiencia previa. Si tenéis una experiencia nacida de la creencia, vuestra experiencia es la respuesta condicionada de esa creencia. Si tenéis una experiencia sobre la primera, entonces la experiencia es una mera continuación de la memoria, que responde al contacto con el presente. La memoria está siempre muerta, y cobra vida sólo en contacto con el vivir presente.

La conversión es el cambio de una creencia o dogma a otro, de una ceremonia a otra más satisfactoria, y no abre la puerta a la realidad. Por el contrario, la satisfacción es un impedimento para la realidad. Y sin embargo eso es lo que intentan hacer las religiones organizadas y los grupos religiosos: convertiros a un más razonable o menos razonable dogma, superstición o esperanza. Os ofrecen una jaula mejor. Ella podrá o no ser confortable, según vuestro temperamento, pero en todo caso es una prisión.

Religiosa y políticamente, en diferentes niveles de cultura, esta conversión está ocurriendo continuamente. Las organizaciones, con sus dirigentes, procuran mantener al hombre en las normas ideológicas que ellas ofrecen, ya sean religiosas o económicas. En este proceso se apoya una mutua explotación. La verdad está fuera de todas las normas, temores y esperanzas. Si queréis descubrir la suprema felicidad de la verdad, deberéis romper con todas las ceremonias y con todas las normas ideológicas.

La mente halla seguridad y fuerza en las normas religiosas o políticas, y es esto lo que da vitalidad a las organizaciones. Siempre existen los veteranos y los nuevos reclutas. Estos mantienen las organizaciones, con sus inversiones y propiedades, con sus actividades; y el poder y el prestigio de las organizaciones atraen a aquellos que rinden culto al éxito y a la sabiduría mundana. Cuando la mente halla que los viejos moldes ya no son satisfactorios y vivificantes, se convierte a otras creencias y dogmas más reconfortantes y más vigorizantes. Así la mente es el producto del medio ambiente, recreándose y sosteniéndose con sensaciones o identificaciones; y es por esto que la mente se aferró a los códigos de conducta, a las normas de pensamiento, etc. En tanto la mente sea el resultado del pasado, jamás podrá descubrir la verdad o permitir que la verdad se revele. Al aferrarse a las organizaciones ella descarta la búsqueda de la verdad.

Obviamente, los ritos ofrecen a los participantes una atmósfera en la que se encuentran a gusto. Los ritos, tanto colectivos como individuales, dan una cierta quietud a la mente; ofrecen un vital contraste a la torpe vida cotidiana. Hay una cierta belleza y orden en las ceremonias, pero fundamentalmente son estimulantes; y como pasa con todos los estimulantes, pronto embotan la mente y el corazón. Los ritos se convierten en hábitos; se tornan una necesidad, y no se puede prescindir de ellos. Esta necesidad se considera una renovación espiritual, una manera de fortalecerse frente a la vida, una meditación semanal o diaria, etc.; pero si uno examina este proceso más detenidamente, descubre que los ritos son una vana repetición que ofrece un maravilloso y respetable escape para rehuir el conocimiento propio. Sin conocimiento propio, la acción tiene muy poco significado.

La repetición de cánticos, de palabras y frases, adormece la mente, por más que momentáneamente logre estimularla. En este estado soñoliento, ocurren experiencias, pero son autoproyectadas. Por más satisfactorias que sean estas experiencias son ilusorias. La vivencia de la realidad no adviene mediante ninguna repetición, mediante ninguna práctica. La verdad no es un fin, un resultado, una meta; no puede ser invitada, porque no es una cosa de la mente.


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Primera serie del libro de notas de
J. KRISHNAMURTI
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D. RAJAGOPAL
EDITORIAL KIER, S.A.

Jiddu Krishnamurti y Comentarios Sobre el Vivir.

DISCÍPULO Y MAESTRO

“USTED SABE, se me ha dicho que soy un discípulo de un cierto Maestro”, empezó a decir. “¿Cree Ud. que lo soy? Quisiera realmente saber lo que Ud. piensa de esto. Pertenezco a una sociedad que Ud. conoce, y los dirigentes exteriores que representan a los guías interiores o Maestros, me han dicho que por mi trabajo para la sociedad me habían admitido como discípulo. Me dijeron que tengo una oportunidad de llegar a ser un iniciado de primer grado en esta vida”. Él tomó todo esto muy en serio, y lo conversamos un buen rato.

La recompensa es sumamente agradable en cualquier forma; y especialmente lo es la recompensa llamada espiritual cuando uno es algo indiferente a los honores del mundo. O, cuando uno no tiene mucho éxito en este mundo, es muy satisfactorio pertenecer a un grupo especialmente elegido por alguien de quien se supone que es un ser espiritual altamente avanzado, porque entonces uno es parte de un equipo que trabaja por una gran idea, y naturalmente debe ser recompensado por su obediencia y por los sacrificios que ha hecho por la causa. Y si no es una recompensa en ese sentido, es un reconocimiento del propio progreso espiritual; o, como ocurre en una organización bien llevada, es el reconocimiento de la propia eficiencia como estímulo para que uno haga las cosas aún mejor.

En un mundo en que se rinde culto al éxito, esta clase de adelanto es entendido y estimulado. Pero que otro os diga que sois un discípulo de un Maestro, o pensar que lo sois, conduce evidentemente a muchas y feas formas de explotación. Desgraciadamente, tanto el explotador como el explotado se sienten exaltados en sus mutuas relaciones. Esta expansiva satisfacción propia se considera progreso espiritual, y se torna especialmente fea y brutal cuando existen intermediarios entre el discípulo y el Maestro, cuando el Maestro está en otro país o es de algún modo inaccesible y no estáis en directo contacto físico con él. Esta inaccesibilidad y la falta de contacto directo abren la puerta al autoengaño y a grandes pero infantiles ilusiones; y estas ilusiones son explotadas por los astutos, pero los que van tras la gloria y el poder.

La recompensa y el castigo existen únicamente cuando no hay humildad. La humildad no es un resultado final de prácticas y negaciones espirituales. La humildad no es una realización, no es una virtud que pueda ser cultivada. Una virtud que se cultiva deja de ser una virtud, porque entonces es simplemente otra forma de realización, un “récord” a establecer. Una virtud cultivada no es la negación del “yo”, sino una afirmación negativa del “yo”.

La humildad no conoce la división del superior y el inferior, del Maestro y el discípulo. Mientras haya una división entre el Maestro y el discípulo, entre la realidad y vosotros, no será posible la comprensión. En la comprensión de la verdad, no existe el Maestro o el discípulo, ni el adelantado o el atrasado. La verdad es la comprensión de lo que es de instante en instante sin la carga o el residuo del momento pasado.

La recompensa y el castigo sólo fortalecen el “yo”, que niega la humildad. La humildad está en el presente, no en el futuro. No podéis devenir humildes. El mismo devenir es la continuación de la propia importancia, que se oculta en la práctica de una virtud. ¡Qué fuerte es nuestro deseo de triunfar, de devenir! ¿Cómo pueden coexistir el éxito y la humildad? Sin embargo, eso es lo que persiguen el explotado y el explotador “espiritual”, y en eso hay conflicto y sufrimiento.

“¿Pretende Ud. decir que el Maestro no existe, y que el hecho de ser yo un discípulo es una ilusión, un engaño?”, preguntó él.

Que el Maestro exista o no es cosa trivial. Es importante para el explotador, para las escuelas y las sociedades secretas; pero para el hombre que busca la verdad —que es lo que trae la suprema felicidad— seguramente esta cuestión es muy vana. El hombre rico y el sirviente son tan importantes como el Maestro y el discípulo. Que los Maestros existan o no, que haya o no la distinción de Iniciados, discípulos, etc., no es importante, pero sí es importante comprenderse a sí mismo. Sin conocimiento propio, vuestro pensamiento, vuestro raciocinio, carecen de base. Sin antes conoceros a vosotros mismos, ¿cómo podéis saber qué es verdadero? Sin conocimiento propio la ilusión es inevitable. Es infantil que os digan y que aceptéis que sois esto o aquello. Desconfiad del hombre que os ofrece una recompensa en este mundo o en el otro.


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Primera serie del libro de notas de
J. KRISHNAMURTI
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D. RAJAGOPAL
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Jiddu Krishnamurti y Comentarios Sobre el Vivir.

UNITOTALIDAD Y AISLAMIENTO

EL SOL SE HABÍA puesto y los árboles se destacaban sombríos y bellos contra el oscurecido cielo. El ancho y poderoso río estaba apacible y silencioso. La luna apenas aparecía sobre el horizonte; asomaba entre dos grandes árboles, pero todavía no proyectaba sombras.

Subimos por la escarpada orilla del río y tomemos un sendero que bordeaba los verdes trigales. Este sendero era un antiquísimo camino; muchos millares de personas lo habían transitado, y era rico en tradición y silencio. Serpenteaba entre prados y mangos, tamarindos y desiertos relicarios. Había anchos espacios de jardines, fragantes alverjillas que perfumaban deliciosamente el aire. Los pájaros se estaban acomodando para la noche, y un gran estanque comenzaba a reflejar las estrellas. La naturaleza no era comunicativa en ese anochecer. Los árboles estaban alejados, se habían sumido en su silencio y oscuridad. Algunos aldeanos pasaron charlando en sus bicicletas, y de nuevo hubo profundo silencio y esa paz que adviene cuando todas las cosas están solitarias.

Esta unitotalidad no es dolorosa, temible soledad. Es la unitotalidad del ser; es incorruptible, rica, completa. Ese tamarindo no tiene otra existencia que la de ser él mismo. Así es esta unitotalidad. Uno está solo, como el fuego, como la flor, pero no se da cuenta de su pureza y de su inmensidad. Uno puede verdaderamente entrar en comunión sólo cuando hay unitotalidad. Ser unitotal no es el resultado de la negación, del autoencierro. La unitotalidad es la extinción de todos los motivos, de todas las persecuciones del deseo, de todos los fines. La unitotalidad no es un producto final de la mente. No podéis desear ser unitotales. Tal deseo es simplemente un escape a la angustia de no ser capaz de comunión.

La soledad, con su miedo y su dolor, es aislamiento, la inevitable acción del “yo”. Este proceso de aislamiento, ya sea expansivo o restrictivo, produce confusión, conflicto y sufrimiento. Del aislamiento jamás puede nacer la unitotalidad; el primero debe cesar para que la otra sea. La unitotalidad es indivisible y la soledad es separación. Aquello que es unitotal es flexible y por ende duradero. Unicamente lo unitotal puede entrar en comunión con aquello que carece de causa, lo inconmensurable. Para lo unitotal, la vida es eterna; para lo unitotal no hay muerte. Lo unitotal jamás puede cesar de ser.

La luna estaba justamente asomando sobre las copas de los árboles, y las sombras eran densas y oscuras. Un perro empezó a ladrar cuando pasábamos por la pequeña aldea y regresábamos por la orilla del río. El río estaba tan sereno y reflejaba sobre sus aguas las estrellas y las luces del largo puente. Parados en lo alto de la orilla unos niños reían, y un bebé lloraba. Los pescadores limpiaban y recogían sus redes. Un ave nocturna cruzó en silencio. Alguien empezó a cantar en la otra orilla del ancho río, y sus palabras eran claras y penetrantes. Y de nuevo sobrevino la unitotalidad que compenetra la vida.


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Primera serie del libro de notas de
J. KRISHNAMURTI
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EDITORIAL KIER, S.A.

martes, 13 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti contando chistes.

“There are three monks, who had been sitting in deep meditation for many years amidst the Himalayan snow peaks, never speaking a word, in utter silence. One morning, one of the three suddenly speaks up and says, ‘What a lovely morning this is.’ And he falls silent again. Five years of silence pass, when all at once the second monk speaks up and says, ‘But we could do with some rain.’ There is silence among them for another five years, when suddenly the third monk says, ‘Why can’t you two stop chattering?”


http://www.katinkahesselink.net/kr/jokes.html

domingo, 11 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti y los "Maestros".

 Año 1979.

Krishnaji continuó hablando de la India como de la tierra donde lo sagrado podía florecer, aun cuando la hubieran destruido la fealdad de la política, la corrupción y destrucción de los valores. La India era el suelo donde la semilla había sido sembrada. A pesar de todo lo ocurrido, la tierra sembrada aún estaba ahí. K dijo que sentía que algo estaba aguardando. Le pregunté si el suelo de que hablaba era el suelo físico o si quería decir alguna otra cosa. Dijo que se refería a la tierra y su santidad. Él percibía que este suelo había sido preparado.

La atmósfera era intensa, viva, palpitante. En un punto dijo: “Ellos me proporcionaron dos ángeles- he reunido muchos más a través de los años­-”. Rió; era una risa amplia, y en medio de ella exclamó: “Lo digo muy en serio”. No se había reído de esta manera por años. “Ahora descubro que soy capaz de arreglármelas sin algunos de ellos”. Se volvió hacia Radha y dijo: “¿Puedo darle dos?” Reía, gozoso, pero profundamente serio, sugiriendo algo.

Contó que muchas personas le habían dicho que no fuera más a la India. El siempre había percibido lo sagrado del país, y le gustaba venir. Algo se había destruido en la India, pero una presencia aguardaba ahí. “La bendición de lo intemporal está aguardando, el suelo está preparado. ¿Podemos crear algo que pertenezca a esta bendición?”

Lo que surgió de esto fue una gran profundidad, una inmensidad. Era el vaticinio de que una energía sagrada estaba despierta nuevamente en el suelo de la India.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

 

Jiddu Krishnamurti y los Sanyasis.

En la primavera de 1926, Mrs. Besant acompañó a Krishnaji de regreso a Inglaterra. Él estaba proponiéndose seriamente tomar votos de sannyasa (Sannyasa es un estado del ser, un estado de morir para el mundo y la sociedad. El sannyasin toma votos de sannyas. Iniciado por un gurú, se le da la túnica azafranada, deja de ser un miembro de la sociedad y está fuera de su estructura, sin tener casi ningún interés en leyes sociales, ritos, rituales, sacramentos, etc. El sannyasin renuncia a la casta, a la familia y adopta un nuevo nombre, que significa un renacimiento). y hablaba de ello con algunos amigos.

Más tarde, en julio, K fue a Ommen. Aunque Annie Besant estaba presente, fue él quien ofreció las pláticas junto a la hoguera en el campamento de Ommen. Krishnamurti expresó una desbordante alegría y un sentimiento de unidad con el universo. Sus palabras no dejaron conforme a la enseñanza teosófica ortodoxa, y Wedgwood, que estuvo presente, se sintió muy perturbado. Le susurró a Mrs. Besant que no era el Señor Maitreya el que estaba hablando a través de Krishnamurti, sino un poderoso mago negro. Después, Annie Besant misma habló de esto con el joven Instructor. Sacudido por sus manifestaciones, Krishnamurti le dijo que si ella creía esta historia, él jamás volvería a hablar nuevamente. Ella retiró sus comentarios, y en la noche siguiente Krishnamurti habló a los asistentes del campamento: “Paseando por los cerros de la India durante el último invierno, se apareció delante de mí un Ideal, mi Bienamado, mi Gurú, mi Gran Maestro, y desde que tuve esa visión, me parece ver a través de Ella todos los árboles, todas las montañas, todos los pequeños estanques, todos los minúsculos insectos; y desde que tuve tal visión, esa comprensión de las cosas se ha mantenido”3. Esta unidad con el gurú y con el misterio de la vida, continuó siendo el tema de sus pláticas.

En la última plática Krishnamurti dijo “He cambiado mucho durante las dos últimas semanas tanto interna como externamente­, mi cuerpo, mi rostro, mis manos, todo mi ser ha cambiado. El único modo de respirar el aire puro de la vida es por medio de este cambio constante, de la constante agitación, de la constante inquietud”4.

Al escribir acerca del Campamento de Ommen de 1926, Esther Bright decía:

Así, A.B. se sentaba junto a él durante las Hogueras del Campamento, con un cálido afecto en el corazón, maravillándose, amándolo, admirándolo, no siempre comprendiéndolo, pero con la fe más admirable de que él era el Heraldo de la Nueva Era y de que, con el tiempo, todo se aclararía. Y juntos atravesaban la gran multitud de hombres y mujeres, descendiendo por el sendero que conducía al centro, donde se habla dispuesto la hoguera grandes cantidades de ramas, pilas de troncos y varillas, y juntos les prendían fuego­ la magna y anciana cabeza blanca y la cabeza negra con las finas, pensativas facciones de Krishnaji, inclinándose ambas al mismo tiempo. Las llamas se elevaban de un salto, y por un rato todos permanecían en silencio...

“Pero tú eres un instructor”, le dijo un día en Ommen su fiel amigo Rajagopal, cuando un grupo de nosotros se había reunido discutiendo difíciles problemas. Krishnaji permaneció un rato en silencio, y después simplemente dijo: “Yo extiendo una luz para ustedes”5.

Annie Besant y Krishnamurti permanecieron juntos en Ojai desde agosto de 1926 hasta abril de 1927. Fue quizás el tiempo más largo que pasaron juntos desde la juventud de él. Intuyendo que su presencia era de algún modo necesaria, Annie Besant canceló su regreso a la India y los numerosos compromisos que le aguardaban allá. Mientras estuvo en Ojai, ella y Krishnamurti plantaron árboles, y ella se ocupó personalmente de adquirir tierras en el Valle de Ojai para lo que después fue la Happy Valley Foundation (Fundación del Valle Feliz). Viviendo en estrecha proximidad con Krishnamurti, ella pudo advertir cuánto se había alejado él de la ortodoxia teosófica.

Mrs. Besant veía a un nuevo Krishnamurti. Se daba cuenta cada vez más de que la primitiva profecía acerca de que el cuerpo de Krishnamurti iba a ser el vehículo a través del cual se manifestaría un fragmento de la conciencia de Maitreya, era incorrecta, y que probablemente la conciencia de Krishnamurti y la del Señor Maitreya habrían de fusionarse. Confirmó esto en una carta del 12 de octubre dirigida a Arundale: “J.K. está cambiando todo el tiempo, pero no es como si él saliera y el Señor entrara; es más como si hubiera una fusión armoniosa de ambas conciencias”6.

Se estaba haciendo más y más evidente que ni los años formativos en la Sociedad Teosófica bajo la guía de Leadbeater, ni los rigores de su vida en Gran Bretaña durante los años de la guerra, ni el tiempo que había pasado en el corazón de la aristocracia británica, habían moldeado el cerebro de Krishnamurti. El no podía ser programado; permanecía vacío, observando, escuchando.

Después de una larga gestación, la mente de Krishnamurti dejó caer las capas superficiales que habían aceptado y respondido vagamente al ritual y a la jerarquía teosófica, y emergió prístina, sin una sola cicatriz. Se necesitaba una conciencia volcánica para poner al descubierto la raíz de la mente humana para cuestionar, percibir y negar la estructura de la conciencia humana, para penetrar en el corazón profundo del pensamiento y del sentimiento mientras estos operaban, para romper con todo conocimiento y percibirlo todo de nuevo­. La austeridad y una vida de ascetismo no sólo eran esenciales para su persona sino que, como él mismo diría, eran “necesarias para conservar la energía”7.

Su despertar fue luminoso Sus palabras tenían una sencillez asombrosa. El 9 de febrero Krishnamurti escribió a Leadbeater:

Conozco mi destino y mi trabajo. Sé con certeza que estoy fundiéndome en la conciencia del Maestro y que Él ha de ocupar completamente mi ser. Percibo y también sé que mi copa está casi llena hasta los bordes y que pronto se derramará. Hasta entonces debo aguardar serenamente y con anhelante paciencia. Deseo fervientemente hacer a todos felices y lo haré8.


3 Mary Lutyens, Los Años del Despertar.
4 Ibid.
5 Esther Bright, Viejos recuerdos y Cartas de Annie Besant.
6 Annie Besant en carta a George Arundale, 10/12/1926. La Teosofía en la India (1933).
7 De mis diarios.
8 Lutyens, Los Años del Despertar.
 
Biografía de J. Krishnamurti. Pupul Jayakar. Editorial Kier.

sábado, 10 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti y Aldous Huxley.

Aldous Huxley was born on 26 July 1894. His grandfather was a famous biologist, his brother a renowned zoologist, his mother a novelist and his great-uncle was a poet. His mother died when he was 14 and his brother committed suicide a few years later.

Huxley lost almost all his sight as a teenager. He worked as a teacher at Eton and published four books of poetry before writing his first novel. He published his most famous novel, Brave New World in 1932. It depicted a dark picture of the future.

In 1937 he moved to the United States where he wrote film scripts and became friends with famous actors, writers and scientists.

The range of Huxley's interests included Greek history, Polynesian anthropology, translations from Sanskrit and Chinese of Buddhist texts, scientific papers on pharmacology, neurophysiology, psychology and education, together with novels, poems, critical essays, travel books, political commentaries and conversations with all kinds of people, from philosophers to actresses.

One of the philosophers that deeply influenced Huxley was Jiddu Krishnamurti. He was drawn to his liberating message. "Artists, visionaries and mystics refuse to be enslaved to the culture-conditioned habits of feeling, thought and action which their society regards as right and natural," said Huxley. "Whenever this seems desirable, they deliberately refrain from projecting upon reality those hallowed word patterns with which all human minds are so copiously stocked. They know as well as anyone else that culture and the language in which any given culture is rooted, are absolutely necessary and that, without them, the individual would not be human. But more vividly than the rest of mankind they also know that, to be fully human, the individual must learn to decondition himself, must be able to cut holes in the fence of verbalized symbols that hems him in."

Huxley was an early environmentalist as well as a pacifist. He was refused American citizenship because he would not say his pacifism was a matter of his religion, which might have made him an acceptable conscientious objector.

He lost all his books and papers in a fire at his home after which he called himself "a man without a past".

Huxley remained nearly blind all his life. He died November 22, 1963, the same day that President John F. Kennedy was assassinated. He was cremated, and his ashes were buried in his parents' grave in England.


http://www.becoming.8m.net/krish03.htm

Jiddu Krishnamurti y Laura Huxley.

KRISHNAMURTI: ON WHAT IS A RELIGIOUS MAN

Laura Huxley recalls her meeting with Krishnamurti
at the home of yoga master, Vanda Scaravelli.

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At the Signora S.'s we had a delicious luncheon— the regime was completely vegetarian. Anyone can successfully prepare the good classic American dinner in fifteen minutes— salad, steak, frozen peas, and ice cream; it is nutritious, unimaginative, and satisfying. But a completely vegetarian dinner is very often a failure— understandably so— for to achieve variety and nutrition without meat, fish, eggs, and milk products requires imagination and knowledge, patience, and above all a really Epicurean perception of Nature's gifts.

At Signora S.'s the food was natural, alive, and varied. Aldous and I praised it and were told that the order and combination of the courses had been made according to the famous Dr. Bircher-Benner of a nearby clinic in Zurich. From recipes for food, we went on to speak of my "Recipes for Living and Loving." I had been very active in psychotherapy that year and had almost finished my book. Aldous spoke about the origin of the word ''recipes''— it is the imperative of the Latin word recipere, to receive— and told our hosts how my recipes had succeeded with some people for whom the orthodox methods had failed. Krishnamurti asked a few questions and listened intently. We spoke about vitamins and imagination, solitary confinement, LSD, alcoholism, and the congress on extrasensory perception that Aldous had recently attended in the South of France.

After lunch Signora S. tactfully suggested that I might want to speak alone with Krishnamurti. She and Aldous went into the living room. A large French window opened onto the terrace, where Krishnamurti and I were left alone. The French window was closed, but, as I realized later, Aldous could see us silhouetted against the sweeping view of the Alps. An hour or two later, when we left our hosts, Aldous could not wait to ask, "What in the world happened between you and Krishnaji? You two were gesticulating with such animation and excitement— it almost looked as though you were having a fight. What happened?"

The silent pantomime Aldous had seen through the French window must have been descriptive of our conversation— an extraordinary conversation against an extraordinary panorama. Krishnamurti and I had stood, walked, and sat on the terrace of the Swiss chalet, enveloped by high peaked mountains and pine woods of all gradations of green, light exhilarating green, and the deeper green of the vast mountain pastures. Brightness again, in luminous sky and in shining flowers, in sensuous undulating valleys, in Krishnamurti. Brightness everywhere.

The first thing I asked Krishnamurti, continuing our table conversation about psychotherapy, was how he dealt with the problem of alcoholism. He said nonchalantly that it had happened quite often that people, after one or two interviews with him, stopped drinking. When I asked how this came about, he said he did not know. He dismissed the subject and asked me whether LSD, mescaline, and the psychedelic substances in general were really of any benefit or just gave a temporary illusion. I told him of the medical research done in Canada in the field of alcoholism— of unexpected and successful results reported by Canadian doctors with a number of hopeless alcoholics who stopped drinking after only one or two administrations of LSD, and without further therapy. Krishnamurti seemed surprised.

He was silent for a few moments. There was something that he was going to say; also I had the feeling that his inner intensity was too powerful for the medium of words. I had no idea what was coming, but I knew something was about to happen. Silently he was holding my eyes with his dark burning look. Then with an extremely tense voice, he exploded, "You know, I think that those people who go about helping other people .. ." He stopped— then, with an even more piercing gaze, he spat out the next words like bullets of contempt: "those people ... they are a curse!"

After the conversation at the table I had no doubt that "those people" included me. The accusation and the fire with which he flung it at me were for an instant paralyzing. Then, almost without thinking, I asked, "What about you? What do you think you are doing? You go about helping other people."

As though he had never thought of himself as belonging to that cursed category, Krishnamurti was taken aback for a moment, totally surprised and perplexed. Then, with disarming simplicity and directness, he said, "But I don't do it on purpose!"

It was the most extraordinary of statements. Aldous was enormously impressed by it, and also very touched and amused. Of course he understood it. But I must have looked bewildered, for Krishnamurti, in a softer, calmer way, said, "It just happens, do you see?" Alas, I did not see very well. Krishnamurti continued, "I am not a healer, or a psychologist, or therapist, or any of those things." The words "healer," "psychologist," "therapist" burst from him like projectiles ejected by compressed power. "I am only a religious man. Alcoholics or neurotics or addicts— it doesn't matter what the trouble is— they get better quite often— but that is not important; that is not the point— it is only a consequence."

"What is wrong with such a consequence?" I asked. "I only give people techniques or recipes or tools to help them to do what they need to do— what is wrong in using the transformation of energy to change those miserable feelings into constructive behavior?" That had been what we had discussed at lunch. I knew that Krishnamurti was violently opposed to dogmas, rites, gurus, and Ascended Masters— to all the gadgetry of those organized powers whose aim is to impress the masses with keeping the godhead and its graces as their supreme and private monopoly. But I had no idea that he also objected to psycho-physical exercises, such as my recipes. Unaware of this fact, I had innocently exposed myself and my work. Now I realized that he had restrained himself during lunch, tactfully waiting until we were alone. He did not restrain himself now; vehemently, with unspeakable intensity, he spoke.

"No! No! Techniques— transformation— no— rubbish! One must destroy— destroy... everything!" Fleetingly a thought crossed my mind: how easily such a man can be misunderstood, misinterpreted! I wanted to understand— I knew that he wanted me to understand, but how to ask— that was the question. "But what do you do?" I repeated.

And he repeated: "Nothing— I am only a religious man."

It had the sound of a final statement, a baffling one to me. Six words, I thought, but hundreds of different meanings, according to each person's conditioning. Perhaps he was simply restating what Christ had said:

But rather seek ye the kingdom of God; and all these things shall be added unto you.

But I was not thinking about Christ— I wanted to know what Krishnamurti meant by "a religious man."

"What is a religious man?"

Krishnamurti changed his tone and rhythm. He spoke now calmly, with incisiveness. "I will tell you what a religious man is. First of all, a religious man is a man who is alone— not lonely, you understand, but alone— with no theories or dogmas, no opinion, no background. He is alone and loves it— free of conditioning and alone— and enjoying it. Second, a religious man must be both man and woman— I don't mean sexually— but he must know the dual nature of everything; a religious man must feel and be both masculine and feminine. Third," and now his manner intensified again, "to be a religious man, one must destroy everything— destroy the past, destroy one's convictions, interpretations, deceptions— destroy all self-hypnosis— destroy until there is no center; you understand, no center. " He stopped.

No center?

After a silence Krishnamurti said quietly, "Then you are a religious person. Then stillness comes. Completely still."

Still were the immense mountains around us.

Infinitely still.


Laura Archera Huxley
This Timeless Moment: A Personal View of Aldous Huxley
Celestial Arts, Millbrae, California, 1968, p. 83


http://www.wisdomportal.com/Enlightenment/Krishnamurti-ReligiousMan.html

jueves, 8 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti en Latinoamérica.

Año 1934.

Rajagopal había tenido una operación del seno frontal derecho, a comienzos de noviembre. K, que había estado con él durante la operación que se efectuó en un hospital de Hollywood, la describió como «bastante horrible». Rajagopal sufrió muchísimo. Una segunda operación en el seno izquierdo tuvo que posponerse porque no estaba en condiciones de soportarla. Tuvo que guardar cama por tres semanas. Durante ese tiempo K permaneció con él en Hollywood, y una gran parte de cada día la pasaba corrigiendo sus propias pláticas. «Estoy haciéndolo sin ayuda relataba , estoy aprendiendo. Es una tarea larga y tediosa». También estaba tratando de aprender español por medio de un «linguaphone», preparándose para la gira por América del Sur, que se había postergado hasta marzo de 1935. Aparte del inglés, K sólo podía hablar francés (más tarde habría de aprender italiano). Había olvidado por completo su nativo dialecto telegu y no conocía otros idiomas índicos, excepto lo suficiente de sánscrito como para poder cantar en esa lengua.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

domingo, 4 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti y su vestimenta.

K: Todos estos años se ha formado usted una imagen de mí y ahora descubre que esa imagen no se corresponde con la realidad. Creía que K se viste y actúa de una determinada manera y ahora se siente decepcionado. ¿Por qué tiene una imagen de K? ¿No se da cuenta de que en cuanto se forma usted una imagen se convierte en prisionero de ella? ¡Olvídese de las imágenes! Yo no tengo ninguna imagen de mí mismo. ¿Ha intentado alguna vez despojar su mente de todas las imágenes acumuladas en ella?

SW: Para usted estará muy bien filosofar, pero ¿no siente pena por el pobre hombre que cayó inconsciente? Krishnaji, estoy seguro de que conoce usted los aspectos médicos del boxeo y la lucha libres En Inglaterra hay una campaña para prohibir estos deportes por el gran riesgo que corren los que lo practican de sufrir daños cerebrales.

K: ¿Qué medidas se toman para impedir el daño psicológico causado por la costumbre de tener imágenes? Señor, por favor, no se quede usted ahí de pie. Siéntese y discutamos de las cosas que lo preocupan. ¿Empezamos por los tejanos? (Risas.) Me han regalado varios pares de tejanos. Son unos pantalones magníficos para pasear por el bosque. ¿Quiere usted un par?

SW: Se lo agradezco, Krishnaji, pero usted y yo usamos tallas distintas. Tengo que rechazar su generosa oferta.

K: El otro día, un caballero indio que asistió a una de mis charlas, me preguntó airado por qué en Inglaterra no me visto con kurtas y pijamas.

SW: ¿Y qué le contestó?

K: Estoy seguro de que ya sabe por qué no llevo ropa india en Inglaterra. En este país hace frío. Uno ha de vestirse según el clima. Además, la ropa india llama mucho la atención. Vivir adecuadamente es un arte. Deberíamos hacerlo de manera que nadie notara nuestra presencia. Vivir rectamente sin hacer ostentación de la propia rectitud.


Susanaga Weeraperuma
KRISHNAMURTI TAL COMO LE CONOCÍ
Traducción de Celia Filipetto
Verdaguer, 1 08786 Capellades (Barcelona)

 

Jiddu Krishnamurti y su vestimenta.

Se le ha criticado a menudo por vestir tan bien. Muchas personas están condicionadas para pensar que «un hombre santo» no debería preocuparse por su apariencia externa; esperan ver a un swami con taparrabo, cabello y barba desordenados. K, por el contrario, cree en la necesidad de cuidar el cuerpo en todas las formas posibles viendo que tenga el alimento adecuado, la adecuada cantidad de ejercicio y descanso, que esté escrupulosamente acicalado y que vista no sólo bien sino con la ropa apropiada . Por eso en Europa y EE.UU. viste ropas europeas traje y corbata en las ciudades y vestimentas informales en el campo que cambia por atuendos hindúes tan pronto llega a la India. Su buen gusto en la ropa, como en todas las cosas, es natural en él. Siempre ha acudido a los mejores sastres y confeccionadores de camisas, y sus zapatos están hechos a la medida una necesidad que se debe a la extrema estrechez de sus pies. Él cuida sus ropas como lo hace con el cuerpo, colgando sus trajes apenas se los quita, no dejando jamás de poner sus zapatos en la horma (siempre calza zapatos de color marrón, que lustra él mismo hasta que brillan como castañas de Indias). Los taxistas de Londres se detienen invariablemente al verlo, tomándole por un príncipe o un millonario.

Con todo esto, yo nunca he conocido a nadie con tan poco interés por su cuerpo como K. Se ocupa de él porque tiene que servirle para su trabajo. Lo cuida como lo hace con un automóvil. Es inconcebible pensar que podría salir a viajar en su propio automóvil sin que éste hubiera sido lavado y lustrado. Uno siempre se esfuerza, cuando va a verle, por tener el mejor aspecto, porque él advierte todo, no con espíritu crítico o de desaprobación, sino a causa de su penetrante observación que en él es un hábito.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

Jiddu Krishnamurti y su vestimenta.

En noviembre de 1951 comenzó nuevamente la ronda de los viajes, aunque no las charlas públicas. El día 10 K llegó a Londres, donde le había precedido Rajagopal. Lady Emily ya no tenía lugar para él en el piso más pequeño al que se había mudado, de modo que K se alojó por primera vez con Mrs. Jean Bindley en el Nº 50 de Sheffield Terrace, lejos de Notting Hill Gate. Sin embargo, veía a Lady Emily todos los días. Fue probablemente durante esta visita que el hijo de Mrs. Bindley le presentó a su propio sastre, Huntsman, en Savile Row. Hasta entonces, los sastres de K habían sido Myer & Mortimer en Conduit Street; que ahora habían cerrado sus puertas. En adelante K habría de vestirse exclusivamente con Huntsman.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

sábado, 3 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti y la Clarividencia.

Regresé a Nueva Delhi y me encontraba en el aeropuerto para recibir a Krishnaji, cuando éste llegó con Achyut desde Varanasi; era el último día de diciembre de 1.981. Ambos se alojaron en mi casa, el 11 de Safdarjung Road. Era la primera vez que Krishnaji, Achyut y yo estábamos solos y juntos, parando en la misma casa, y Krishnaji hizo un comentario al respecto.

A la mañana siguiente, después del desayuno, fuimos al salón y comenzamos a hablar de Mrs. Besant y Leadbeater. Su gran amor por Mrs. Besant era evidente. Nos contó que, cuando niño, él tenía muchos poderes extrasensorios la capacidad de leer el pensamiento, o lo que estaba escrito en una carta sin abrir. También podía materializar objetos, tener visiones y predecir el futuro. Tenía el poder de curar. Pero había descartado naturalmente todos estos poderes. Nunca había sentido ningún interés en ellos. Tratamos de proseguir con el tema, cuando de repente nos preguntó: “¿Creen ustedes en el misterio?”


Biografía de J. Krishnamurti. Pupul Jayakar. Editorial Kier.

Jiddu Krishnamurti y Maitreya.

Regresé a Nueva Delhi y me encontraba en el aeropuerto para recibir a Krishnaji, cuando éste llegó con Achyut desde Varanasi; era el último día de diciembre de 1.981. Ambos se alojaron en mi casa, el 11 de Safdarjung Road. Era la primera vez que Krishnaji, Achyut y yo estábamos solos y juntos, parando en la misma casa, y Krishnaji hizo un comentario al respecto.

A la mañana siguiente, después del desayuno, fuimos al salón y comenzamos a hablar de Mrs. Besant y Leadbeater. Su gran amor por Mrs. Besant era evidente. Nos contó que, cuando niño, él tenía muchos poderes extrasensorios la capacidad de leer el pensamiento, o lo que estaba escrito en una carta sin abrir. También podía materializar objetos, tener visiones y predecir el futuro. Tenía el poder de curar. Pero había descartado naturalmente todos estos poderes. Nunca había sentido ningún interés en ellos. Tratamos de proseguir con el tema, cuando de repente nos preguntó: “¿Creen ustedes en el misterio?”

“Si”, dije. “Cuando le veo a usted y le hablo seriamente, surge una atmósfera misteriosa”.

Krishnaji dijo: “Si, así es”.

Yo dije: “Hay una sensación de contacto con algo, sin que nadie se encuentre ahí -una sensación de presencia”.

“Está en esta habitación”, dijo Krishnaji. “No sé si ustedes lo perciben -¿qué es eso?” Y entonces una mirada extraña apareció en sus ojos. “Tengo que ser terriblemente cuidadoso acerca de esto”. Súbitamente dejó de hablar, y después dijo: “Pregunten ustedes yo no preguntaré”.

Dije: “¿Qué es eso?”

“Tenga cuidado. Cuando hablamos de esto, o estamos imaginándolo o...”

“¿Qué ocurre se vincula eso con usted?”

“Si, obviamente”. La disposición de Krishnaji estaba cambiando, hablaba desde una gran profundidad, como si viajara velozmente por vastos espacios internos. “Pienso que hay una fuerza que los teósofos habían tocado, pero trataron de convertirla en algo concreto. No obstante, ‘algo’ había que ellos tocaron y después intentaron traducirlo en sus símbolos y su vocabulario, y así lo perdieron. Este sentimiento profundo ha proseguido durante toda mi vida no está...”

“... ¿vinculado con la conciencia?”, interrumpió Achyut.

“No, no. Cuando hablo de ello, ocurre algo tremendo. No puedo formularle ninguna pregunta”, dijo K.

El silencio se derramó a través de puertas y ventanas.

“Todas sus enfermedades han sido muy extrañas. Cada enfermedad seria fue seguida por una fuente de energía nueva”, dije. Hubo una larga pausa.

De pronto, Krishnaji preguntó: “¿De qué estamos hablando?”

“¿Es algo externo a usted? ¿Le protege?” Hablé con vacilación.

“Si, si de eso no hay duda absolutamente”.

“Cada vez que ocurre, ¿cambia la naturaleza de aquello?”

“No, no...”

“¿Se intensifica?”

“Si, se intensifica”. Otra vez hubo una larga pausa. Después, como si titubeara en el uso de las palabras, dijo: “¿Es algo externo que manifiesta su acción internamente? ¿Es el universo que se derrama dentro y el cuerpo no puede permanecer demasiado con ello? Mientras estoy hablando, eso es muy intenso. Hace cinco minutos no estaba ahí. Cuando era un muchacho ellos me dijeron: ‘Se completamente como un canal abierto no resistas’. Sólo más tarde me pregunté quiénes eran ‘ellos’”

“¿Tiene eso alguna relación con las palabras Bodhisattva Maitreya?”, preguntó Achyut.

“¿Es imaginario el Bodhisattva Maitreya? ¿Lo inventó C.W.L.? ¿Vivió el muchacho inconscientemente con ese nombre? ¿O es algo por completo diferente de su adoctrinamiento?” Krishnamurti parecía totalmente absorto en su indagación.

“¿Significa algo para usted la palabra Maitreya?”, pregunté.

“No”, contestó Krishnaji.

Persistí. “¿Por qué dice usted ‘No’? ¿Por qué, si sostiene que no hay memoria psicológica, las palabras ‘Buda Maitreya’ tienen efecto sobre usted?”

“¿Recuerda el ‘Buda’ de Abanendranath Tagore? ese cuadro tenía un efecto extraordinario sobre el muchacho. El no sabía qué era el Budismo”. Hizo una pausa. “No obstante, el sentimiento del Buda siempre ha estado ahí. Un sentimiento de inmensidad”.

“¿Un sentimiento de inmensidad? ¿Podemos proseguir con eso? ¿Está ese sentimiento fuera de usted? ¿O es algo interno? ¿Es el cuerpo incapaz de recibirlo?”

“No piense que estoy loco. Jamás he sentido como siento ahora. Que el universo está tan cercano como si mi cabeza estuviera incrustada en el universo. ¿Suena absurdo?” Krishnaji sonrió tímidamente.

“¿Dice usted que todas las barreras han cesado?”

“Vea, las palabras ‘Buda’, ‘Maitreya’ han perdido su significación. Percibo que ha cesado toda sensación verbal”.

“Usted dijo algo de estar muy próximo al universo...”

Krishnaji rió: “Si, mi cabeza está dentro de él”.

“Eso se manifiesta en las pláticas. El núcleo de su enseñanza se ha movido hacia una posición cósmica”, dije.

Después usó palabras extrañas: “O puede no ser nada en absoluto. Puede ser un tentáculo que tantea en torno. No alcanzo la plena claridad de ello. Ahora llena esta habitación. Sea lo que fuere, está vibrando con ello. Cuanto más observo, más está ahí la intensidad de ello. Puedo permanecer sentado aquí con ustedes dos y al mismo tiempo ‘irme’. Estar con esa cosa inmensa y dejarla operar. Es un misterio; en el momento que el misterio se comprende, deja de ser misterio. Uno no puede comprender lo misterioso es demasiado infinito.

“Tengo el curioso sentimiento de que deseo penetrar ese misterio. ¿Entienden? Y sin embargo, hay cierta vacilación en acercarme a él. Uno no puede tocarlo. Está ahí. Es misterioso. En el estrado es algo diferente... O probablemente sea la misma cosa”.



Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

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viernes, 2 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti y Comentarios Sobre el Vivir.

TRES PIADOSOS EGOISTAS

EL OTRO DÍA vinieron a verme tres devotos egoístas. El primero era un sanyasi, un hombre que había renunciado al mundo; el segundo era un orientalista que creía firmemente en la fraternidad; y el tercero era un convicto forjador de una maravillosa utopía. Cada uno de los tres luchaba con ardor por su propia obra y miraba con desdén las actitudes y actividades de los otros. Cada uno se afirmaba en su propia convicción, se sentía ardientemente apegado a su forma particular de creencia, y los tres, por extraño que parezca, eran crueles.

Me dijeron, especialmente el utopista, que estaban dispuestos a negarse o sacrificarse a sí mismos y a sus amigos por aquello en que creían. Parecían humildes y suaves, particularmente el hombre de la fraternidad, pero había en ellos dureza de corazón y esa peculiar intolerancia que es característica del superior. Eran los escogidos, los intérpretes; sabían y estaban seguros.

En el transcurso de una seria conversación, el sanyasi dijo que estaba preparándose para su próxima vida. Esta vida, declaró, tenía muy poco que ofrecerle, pues él había visto a través de todas las ilusiones mundanas y había abandonado los caminos del mundo. Tenía algunas debilidades personales y cierta dificultad para concentrarse, añadió, pero en su próxima vida alcanzaría el ideal que había fijado para sí mismo.

Todo su interés y vitalidad reposaban en su convicción de que iba a ser algo en su próxima vida. Conversamos un buen rato, y su énfasis estaba siempre en el mañana, en el futuro. Dijo que el pasado existía, pero siempre en relación al futuro. Dijo que él era más que un pasaje al futuro, y el hoy interesaba únicamente por el mañana. Si no hubiera mañana, preguntó, ¿para qué esforzarse? Valdría lo mismo vegetar o ser como la apacible vaca.

Toda la vida era un continuo movimiento del pasado hacia el futuro a través del momentáneo presente. Debemos usar el presente, dijo, para ser algo en el futuro: para ser sabios, para ser fuertes, para ser compasivos. Tanto el presente como el futuro eran transitorios, pero mañana la fruta estará madura. Insistió en que el hoy no es más que un peldaño y que no deberíamos estar demasiado ansiosos o demasiado particularizados con él; debemos mantener claro el ideal del mañana y tratar de hacer la jornada con éxito. En síntesis, el presente le causaba impaciencia.

El hombre de la fraternidad era más instruido, y su lenguaje más poético; era experto en el manejo de las palabras, y completamente suave y convincente. También había esculpido un nicho divino para sí en el futuro. Tenía que ser algo. Esta idea le llenaba el corazón, y había reunido discípulos para ese futuro. La muerte, dijo, era una cosa hermosa, porque nos aproxima a ese nicho divino que hacía posible para él vivir en este triste y feo mundo.

Sostenía la necesidad de cambiar y embellecer el mundo, y trabajaba con ardor por la fraternidad humana. Consideraba que la ambición, con su secuela de crueldades y corrupciones, era inevitable en un mundo en el que es preciso hacer las cosas; y que por desgracia, si uno deseaba realizar ciertas actividades orgánizativas, tenía que ser un poco severo. La obra era importante porque estaba ayudando a la humanidad, y cualquiera que se opusiese tenía que ser separado —suavemente, por supuesto. Para ese trabajo la organización era de la mayor importancia y no debía ser estorbada. “Otros tienen sus senderos”, dijo, “pero el nuestro es esencial y quienquiera que se nos interponga no es de los nuestros”.

El utopista era una extraña mezcla de idealista y de hombre práctico. Su Biblia no era la antigua sino la nueva. Creía en la nueva implícitamente. Conocía de antemano el desarrollo del futuro, pues el nuevo libro lo predecía. Su plan era confundir, organizar y realizar. El presente, dijo, está corrompido, debe ser destruido, y fuera de esta destrucción lo nuevo debe construirse. El presente tenía que ser sacrificado por el futuro. El hombre futuro era lo que importaba, no el hombre presente.

“Nosotros sabemos cómo crear ese hombre futuro”, dijo, “podemos plasmar su mente y corazón; pero necesitamos llegar al poder para hacer algo bueno. Estamos dispuestos a sacrificarnos y a sacrificar a otros para traer un nuevo orden. Mataremos a cualquiera que se interponga en el camino, pues los medios carecen de importancia; el fin justifica los medios”.

Para la paz final, cualquier forma de violencia podía ser usada; para la final libertad individual, la tiranía en el presente era inevitable. “Cuando tengamos el poder en nuestras manos”, declaró, “emplearemos toda forma de compulsión para hacer posible un nuevo mundo sin distinciones de clase, sin sacerdotes. Nunca nos apartaremos de nuestra tesis central, estaremos fijos ahí, pero nuestra estrategia y nuestras tácticas variarán de acuerdo con las cambiantes circunstancias. Planeamos, organizamos y actuamos para destruir al hombre presente en aras del hombre futuro”.

El sannyasi, el hombre de la fraternidad y el utopista, viven todos para el mañana, para el futuro. No son ambiciosos en el sentido mundano, no desean altos honores, riquezas o reconocimiento, pero son ambiciosos en una forma mucho más sutil. El utopista se ha identificado como un grupo que, según piensa, tendrá el poder de reorientar al mundo; el hombre de la fraternidad aspira a ser exaltado, y el sannyasi a alcanzar su meta. Todos están preocupados con su propio devenir, con su propia realización y expansión. No ven que ese deseo niega la paz, la fraternidad y la suprema felicidad.

La ambición en cualquier forma —para el grupo, para la salvación individual o para la realización espiritual— es acción postergada. El deseo es siempre del futuro; el deseo de llegar a ser es inacción en el presente. El ahora tiene más importancia que el mañana. En el ahora está todo el tiempo, y comprender el ahora es estar libre del tiempo. El devenir es la continuación del tiempo, del dolor. Devenir no contiene ser. Ser es siempre en el presente, y ser es la forma más elevada de transformación. Devenir es mera continuidad modificada, y sólo hay transformación radical en el presente, en ser.


COMENTARIOS
SOBRE EL VIVIR
Primera serie del libro de notas de
J. KRISHNAMURTI
Recopilado por
D. RAJAGOPAL
EDITORIAL KIER, S.A.

jueves, 1 de marzo de 2007

Jiddu Krishnamurti y sus Libros.

LA EDITORIAL KRISHNAMURTI Y SU LABOR

Las primeras obras de Krishnamurti que se publicaron en español las editó la Editorial Maynadé en España, entre los años 1925 y 1929. Se trata de A los Pies del Maestro, El Reino de la Felicidad y La Vida Liberada. La Revista de la Estrella, entre los años 1928 y 1931, publicó también en España las siguientes obras: El Sendero, La Búsqueda, El Amigo Inmortal, El Canto de la Vida, Mensaje de Krishnamurti 1927-1930 y Anales de Krishnamurti 1931. La Fundación Hispanoamericana Sapiencia, que nació en Madrid, España, y que a partir de la guerra civil española se trasladó a Buenos Aires, a cargo del Sr. José Carbone y del Sr. Modesto Escobar, publicó obras en español desde 1933 hasta 1949.

El Sr. Enrique Biascoechea y el que suscribe habían hablado en varias ocasiones con K y con Rajagopal, de la necesidad de infundir mayor actividad a la publicación y difusión de las traducciones en español de las pláticas de K. Invariablemente, K nos decía que tratáramos ese asunto con Rajagopal, y así lo hicimos en cada caso. Finalmente, Rajagopal accedió a nuestra solicitud, y en 1953 se estableció en Puerto Rico la primera Editorial Krishnamurti.

La Junta Directiva de Editorial Krishnamurti la componían los esposos Enrique e Isabel Biascoechea, la Dra. Engracia Cerezo de Ponce y los esposos Salvador y Clara Sendra. La responsabilidad de las traducciones al español estaba en manos de la Junta, pero dicho trabajo lo hacían Clara y la Dra. Ponce. Ambas eran profesoras de la Universidad de Río Piedras, Puerto Rico.

De las obras de K en español se hacían dos ediciones. La primera se hacía en Buenos Aires y estaba a cargo de los amigos José Carbone y Modesto Escobar. José Carbone era un italiano-argentino que hacía años estaba radicado en Buenos Aires, se interesó mucho en las enseñanzas de K y dedicó tiempo y dinero a la difusión de las mismas. Modesto Escobar era hijo de padres y familiares que habían sido siempre Recaudadores de la Contribución en Málaga, España, donde él había nacido. Eran personas de muy buena posición económica, pero como Escobar estaba interesado en la Masonería, las enseñanzas de K etc., se vio obligado a emigrar a la Argentina. Durante los años en que hubo mayor represión en España, Carbone y Escobar organizaron desde el mismo Buenos Aires y crearon por toda España las llamadas bibliotecas ambulantes para dar a conocer las obras de K en español. Este trabajo también lo hicieron en la propia Argentina, una labor tan extraordinaria que se ganó la admiración y la gratitud de todos los que la conocieron.

Tan pronto como se hacía la primera edición de las obras de K en Buenos Aires, se enviaba un ejemplar a Editorial Orión en México para reproducirlo por el proceso “Offset”, y así se completaba la segunda edición. La distribución de esos libros en Latinoamérica y España de aquel entonces era responsabilidad nuestra.

Los esposos Biascoechea habían tenido conocimiento de que el Dr. Arturo Orzábal Quintana se había visto obligado a salir de la Argentina debido a la situación política de su país. Por esa razón, hicimos las gestiones pertinentes a fin de que el Dr. Orzábal Quintana viniese a Puerto Rico a hacerse cargo de la traducción al español de las obras de Krishnamurti. Debo señalar que el Dr. Orzábal Quintana había sido el mejor traductor que había tenido Krishnamurti durante su gira por Sur América en 1935. Todos los que vimos la labor que él estaba realizando, estuvimos de acuerdo que sus traducciones directas de las pláticas en inglés al español eran excelentes.

La labor del Dr. Orzábal Quintana en Puerto Rico era digna de admiración, pues trabajaba incansablemente de día y de noche para cumplir con la responsabilidad que los directivos de la Editorial Krishnamurti le habían confiado.

El que escribe sentía tanta admiración por la obra que el Dr. Orzábal Quintana estaba realizando, y sus servicios eran tan útiles, que sugirió a la Secretaría de Instrucción de Puerto Rico que se le nombrara traductor oficial. Además de este trabajo, el Dr. Orzábal Quintana desempeñó el cargo de Profesor de Derecho Internacional en la Universidad Interamericana de San Juan. Posteriormente él se estableció definitivamente en la isla y trajo para Puerto Rico a toda su familia. El buen amigo don Arturo murió en el año 1969, pero sus familiares se quedaron viviendo en Puerto Rico ocupando cargos de relieve en la Universidad de Río Piedras. Su hijo Oscar, que en Buenos Aires era director artístico, pronto pudo ocupar un cargo en su profesión, y en ella se ha distinguido por su pericia en la televisión y en la industria del cine.

El Dr. Orzábal Quintana figura entre los primeros latinoamericanos que estableció una estrecha amistad con Krishnamurti. Don Arturo me contaba que en la década de los 10 y los 20 mientras él cursaba sus estudios de Derecho Internacional en París, con frecuencia él se unía a las excursiones que hacía Krishnamurti por Francia. También me decía que en varias ocasiones había jugado tenis con Krishnamurti, un deporte que éste último cultivó bastante en los años de su juventud en Francia. He destacado la obra que realizó don Arturo como traductor de J. Krishnamurti, porque ésta resultó ser una etapa de gran intensidad en su vida y a ella le dedicó lo mejor de su talento intelectual.

Además del Dr. Orzábal Quintana, la tarea de traducir del inglés al español las obras de Krishnamurti la compartieron posteriormente algunos amigos periodistas, como el Sr. Pedro A. Sánchez, del periódico Ya de Madrid, así como el Sr. Noé Llorens, culto periodista de Puerto Rico. También participó en esta labor el Sr. Rafael de la Paz Hernández, poeta puertorriqueño que hizo una admirable traducción de la obra El Amigo Inmortal. Estos amigos de España y de Puerto Rico contribuyeron con gran eficiencia a la difusión del mensaje de Krishnamurti en los países de habla hispana. Es justo dejar constancia de ello, pues hicieron este valioso aporte con mucho empeño e interés.

Después de esa primera etapa, como las ediciones de las obras de K en español iban en aumento, se consideró que era mejor y más eficiente que la distribución de las publicaciones estuviesen a cargo de la Editorial Orión de México, que en aquel momento estaba ampliando su radio de acción por toda Latinoamérica y España. Así es que poco a poco el aspecto comercial y la distribución de las publicaciones que requerían tanta atención de mi parte- pasó totalmente a la Editorial Orión. Esto me permitió proseguir con mayor libertad y tiempo para viajar por Latinoamérica en el trabajo de difusión.

En 1965 viajé a Ojai, California, en compañía de Clara, a fin de visitar a Rajagopal y solicitar que permitiera a la Editorial Krishnamurti seguir editando las obras de K en español. Rajagopal estaba profundamente afectado, pues la autoridad que él había estado ejerciendo en materia de publicaciones y en la organización de todo el trabajo de K estaba tocando a su fin, y además se sentía muy resentido con los amigos europeos de K que integraban el Comité de Saanen. No obstante esta situación, nuestra entrevista con Rajagopal resultó cordial y él estuvo conforme en que la Editorial Krishnamurti siguiese siendo responsable de la publicación en español de todas las obras que él tenía a su cargo.

El Sr. León de Vidas, dirigente del Comité de Saanen, me escribió una carta en contestación a otra mía en la que le comunicaba del resultado de nuestra entrevista con Rajagopal. De Vidas me decía que había informado a K de la entrevista con Rajagopal y que el primero se había sentido satisfecho del acuerdo logrado. En nombre de K el Sr. de Vidas me autorizaba también a seguir dándole el frente a la Editorial Krishnamurti.

Durante la década de los 60, la publicación de las obras de K en español alcanzó gran auge y Puerto Rico pasó a ser el centro internacional a cargo de la traducción y publicación de las obras de K en español. La responsabilidad que al inicio había asumido España en cuanto a publicaciones, había pasado ahora a Puerto Rico que con la colaboración de México y Argentina- desempeñaba plenamente esta labor.

La situación política de España empezó a liberarse a partir de la década de los 70. Sin embargo, en la década anterior los libros de K que se publicaban en Barcelona por encargo de la Editorial Krishnamurti siempre había que someterlos previamente a la censura gubernamental que era bastante estricta.

Para amortiguar en lo posible los efectos de la censura en las obras de K que se publicaban en Barcelona, contábamos con la cooperación decidida de algunos buenos amigos residentes en Madrid que estaban muy bien relacionados con las esferas culturales de la capital española donde radicaba la oficina principal de la censura. En este delicado trabajo participaron con mucha efectividad y a ambos les estaremos siempre muy agradecidos- los amigos J. Vidal Zapater y don Roberto Plá.

En esta época casi todas las obras de K se editaban en España, a excepción de unos pocos títulos que los editaba otra editorial en Buenos Aires que mantenía relaciones directas con Rajagopal.

Tanto la Editorial Krishnamurti primero, como Ediciones Krishnamurti después, se sostenían con las donaciones anónimas que hacían los amigos de España principalmente, y por las aportaciones de los amigos de K en Puerto Rico.

Como no tenía ningún sentido que la Editorial Krishnamurti continuara como entidad exportadora, terminamos por disolverla. Por supuesto, el grupo que la componía seguía teniendo la responsabilidad de velar por la pureza y la exactitud de las traducciones en español.


SALVADOR SENDRA
IMPACTO DE KRISHNAMURTI
RESPUESTAS DE ESPAÑA, PORTUGAL E
IBEROAMÉRICA
EDITORIAL ORIÓN
MEXICO
1987

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