domingo, 11 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y su muerte.

 «Ese inmenso vacío»

En el vuelo de 24 horas a Los Ángeles, con cortas paradas en Singapur (donde cambiaron de avión) y en Tokio, K se sintió muy enfermo con agudos dolores de estómago. Mary Zimbalist lo recibió en el aeropuerto y, apenas estuvieron solos, mientras se alejaban en el automóvil (dejando a los otros para que trajeran el equipaje), K le dijo que los siguientes dos o tres días ella no debía dejarlo solo o él podría «escabullirse». Le dijo: «Aquello no quiere residir en un cuerpo enfermo, un cuerpo que no podría funcionar». Esa noche tuvo una temperatura de 38,5º C . (1)

(1) El último volumen de mi biografía de K La Puerta Abierta, ofrece un relato detallado de su última enfermedad y de su muerte, relato tomado de tres fuentes independientes: las anotaciones de Mary Zimbalist en su diario, el informe médico diario del Dr. Parchure y los recuerdos de Scott Forbes escritos después de la muerte de K El Dr. Deutsch confirmó posteriormente que los relatos eran exactos. Las mismas fuentes han sido utilizadas en este libro en forma más abreviada.

El 13 de enero, K tuvo una consulta con el Dr. Deutsch en Santa Paula y, como resultado de los detallados exámenes clínicos que se le hicieron en el Hospital de la Comunidad de Santa Paula, el médico dispuso que el día 20 se le efectuara una ecografía del hígado, vesícula y páncreas en el Hospital de Ojai. La ecografía mostró «un bulto en el hígado», de modo que se ordenó un examen CAT para el día 22. Pero a la 1 de la mañana del 22, K se despertó con mi dolor muy fuerte de estómago que no podía ser mitigado. Cuando el Dr. Deutsch llamó por teléfono, dijo que no estaba en condiciones de abordar el caso fuera del hospital. K accedió, después de pensarlo cuidadosamente, a que lo trasladaran, y ese mismo día fue admitido en una sala privada de la unidad de cuidados intensivos del Hospital de Santa Paula. Las radiografías revelaron una obstrucción en el intestino, y se le pasó un tubo por la nariz para bombear hacia afuera el fluido. Cuando se vio que estaba seriamente desnutrido, comenzaron a administrarle una hiperalimentación por vía endovenosa. Su peso había caído a poco más de 42 kilos. Después de que le hubieron hecho todas estas cosas desagradables, K dijo a Scott: «Tengo que aceptarlo. ¡He aceptado tanto!». (Cuando leí estas palabras después de su muerte, pensé enseguida en lo que Mrs. Kirby había escrito acerca de K en el campamento de Ommen de 1926: «¡Qué vida, pobre Krishnaji! No hay duda de que él es el Sacrificio»). Sin embargo, lo que aceptó con gratitud fueron las inyecciones de morfina que le dieron cuando todos los otros calmantes habían dejado de actuar. Puesto que nunca había tomado ninguna clase de calmantes durante toda la agonía del «proceso», K debe haber reconocido que este dolor de la enfermedad no era espiritualmente necesario; en realidad, habría de decir que «lo otro» no podía «pasar» cuando el dolor estaba ahí.

K permaneció en el hospital por ocho noches durante las cuales Mary, el Dr. Parchure y Scott se turnaban para dormir en el sillón reclinaba dentro de su cuarto, mientras Erna y Theodor Lilliefelt pasaron los días allí. El 23 fue un día crítico porque hubo peligro de que cayera en coma por una hepatitis. El Dr. Parchure le dijo que probablemente tenía cáncer, para lo cual no había ningún tratamiento. Esto trastornó a Mary y a Scott, que lo consideraron prematuro, hasta que el Dr. Parchure les explicó que hacía mucho tiempo había prometido a K que, si alguna vez advertía en él algún peligro de muerte, se lo diría inmediatamente: que ahora, ante el riesgo de un coma, había sentido que era justo cumplir con su promesa. Cuando después Scott y Mary entraron al cuarto de K, él les dijo: «Parece que voy a morir», como si no lo hubiera esperado tan pronto, pero aceptando el hecho como tantas otras cosas. Más tarde dijo: «Me pregunto por qué ‘lo otro’ no libera el cuerpo». También le dijo a Mary, refiriéndose a la muerte: «Estoy esperándola. Es de lo más curioso. ‘Lo otro’ y la muerte sostienen una lucha». Después de que se le diagnosticó definitivamente el cáncer, le dijo a Mary con extrañeza: «¿Qué he hecho mal?», como si de algún modo hubiera fallado en cuidar el cuerpo que había sido confiado a su cargo por «lo otro». Pidió a Mary y a Scott que permanecieran con él hasta el final, porque quería que cuidaran «el cuerpo» tal como él mismo lo había cuidado. Hizo este pedido sin la más leve traza de sentimentalismo o autocompasión.

El día 24, la obstrucción intestinal comenzó a disiparse y retrocedieron los signos de ictericia. El cirujano cambió la conexión intravenosa, pasándola de una vena en la mano a un tubo más grande insertado bajo la clavícula, de modo que pudiera pasar más fluido, esto liberó ambas manos, lo cual fue un alivio, y cuando al día siguiente le sacaron el tubo de la nariz «se sintió como un hombre nuevo». También aceptó una transfusión de sangre que se le hizo para darle fuerzas. El 27 se le realizó un examen CAT en un gran camión que recorría los hospitales locales. Característico en él, se mostró intensamente interesado en el mecanismo de los procedimientos: cómo izaban la camilla para introducirla en el camión, etc. El examen confirmó que había un bulto en el hígado con calcificación del páncreas, sugiriendo que este último era la fuente primaria de la malignidad. Cuando el Dr. Deutsch le dijo esto, K pidió que se le permitiera volver a la Cabaña de los Pinos: no quería morir en el hospital.

Mientras aún estaba en el hospital, pidió a Scott que registrara en un grabador lo que quería que se hiciera con sus cenizas. Tenían que ser divididas en tres partes y llevadas a Ojai, Brockwood y la India. No quería ningún tipo de ceremonias ni «todo ese desatino», y el suelo donde se enterraran sus cenizas «no debería convertirse en un lugar santo donde la gente viniera para adorarlas y toda esa corrupción». (En la India, sus cenizas fueron esparcidas en el Ganges). Sin embargo, por pura curiosidad quiso que el Pandit Jagannath Upadhyaya le explicara cuál era en la India la manera tradicional de tratar el cuerpo muerto de un hombre «santo», por lo que se envió una carta solicitando esta información.

En la mañana del día 30, libre ya del dolor y habiendo recuperado gracias a la super-alimentación increíblemente seis kilos de peso, K volvió a la Cabaña de los Pinos. Habían colocado en su habitación una cama de hospital en lugar de su propia cama, la cual fue trasladada a un cuarto de vestir, y se contrató un servicio de enfermeras para las veinticuatro horas. Tan regocijado estaba de haber vuelto, que le pidió a Mary que pusiera un disco de Pavarotti con canciones napolitanas y quiso comer un sándwich de tomate y un poco de helado. Un solo bocado del sándwich le hizo vomitar (fue su último alimento por boca); el dolor volvió a la noche y hubo que darle morfina nuevamente.

Tan pronto K supo que iba a morir y mientras todavía se encontraba en el hospital, pidió que enviaran desde la India a cuatro personas: Radhika Herzberger, el Dr. Krishna (el nuevo Rector en Rajghat), Mahesh Saxena (a quien K había designado en Madrás como nuevo Secretario de la Indian Foundation) y R. Upasani (Director del Colegio Agrícola de Rajghat)(1) . Los cuatro eran miembros de la generación más joven, de los que K esperaba que llevaran adelante su labor en la India, y aún tenía cosas que quería decirles. Sin embargo, otras personas fueron a Ojai, no invitadas por él, cuando supieron que se estaba muriendo: Pupul Jayakar y su sobrino Asit Chandmal, en cuyo apartamento K se había alojado con frecuencia cuando estaba en Bombay, Mary Cadogan, Secretaria de la English Foundation y el Síndico del Brockwood Educational Trust (Trust Educacional de Brockwood), Dorothy Simmons, Jane Hammond, síndico de Inglaterra, mujer que había trabajado muchos años para K y, finalmente, mi marido y yo. Parecía imposible impedir esto y, aunque K nos recibió con beneplácito, es indudable que no nos necesitaba y que maestras vibraciones probablemente le hicieron más mal que bien, también debimos ser una carga para la amable gente de Ojai que tuvo que alimentarnos y, en general, cuidar de nosotros.

(1) Upasani no vino porque no pudo conseguir a tiempo un pasaporte.

Los de la India y los de Inglaterra arribaron el 31 de enero. Durante la semana en que mi marido y yo estuvimos ahí, K experimentó una remisión de su enfermedad y no pudimos evitar la esperanza de que hubiera ocurrido un milagro y fuera a recobrarse. Le dijo al Dr. Deutsch que el dolor, la ictericia, la morfina y las otras drogas no habían dejado ningún efecto en su cerebro. También estaba teniendo «meditaciones maravillosas» por las noches, lo que demostraba que «lo otro» seguía estando con él. El Dr. Parchure confirmó todo esto en su informe. Durante ese período, K sostuvo en su dormitorio dos reuniones que fueron grabadas por Scott Forbes. A la primera el 4 de febrero, asistimos sólo aquellos que teníamos algo que ver con la preparación y publicación de sus libros (Radhika y el Dr. Krishna acababan de convertirse en miembros del recientemente formado Comité Internacional de Publicaciones). K expresó de manera inequívocamente clara sus deseos con respecto a las publicaciones: quería que las de sus pláticas y escritos continuaran siendo publicadas en Inglaterra, mientras que la India debía concentrarse en traducir sus obras a los dialectos locales. Hacia el fin de la reunión dijo que los de la Fundación india sentían que ellos lo comprendían mejor que otros porque él había nacido en un cuerpo indio. «Vea, Dr. Krishna, yo no soy indio», dijo K. «Ni nosotros somos indios», interrumpió Radhika, «en ese sentido creo que yo tampoco soy india.» «Ni yo soy inglesa», intercaló Mary Cadogan .(2)

(2) De una grabación (AB).

Esa tarde K se sintió lo bastante bien como para salir. Fue conducido hacia abajo por los escalones de la galería en una silla de ruedas y, puesto que era un día hermoso, pidió que lo dejaran solo bajo el pimentero, que había crecido y ahora era enorme, desde allí tenía una perspectiva del valle hasta los cerros. Sin embargo, Scott se quedó a cierta distancia detrás de la silla por temor de que K pudiera inclinarse y caer hacia atrás, ya que se había ubicado sobre el asiento con las piernas cruzadas. K permaneció ahí perfectamente quieto por algún tiempo, antes de pedir que lo condujeran de vuelta a la Cabaña en su silla de ruedas. Fue la última vez que salió.

Al día siguiente, cuando el Dr. Deutsch vino a verle, K le preguntó si podría viajar nuevamente y ofrecer pláticas. «No como antes», contestó el médico, aunque podría escribir, dictar o sostener discusiones privadas. El médico ya se había hecho amigo de K y lo visitaba casi todos los días.

En la mañana del día 5, K llamó a otra reunión y le pidió a Scott que la grabara. En esta ocasión estuvimos presentes catorce de nosotros. K comenzó explicándonos que el médico le había dicho que no habría más pláticas ni viajes. En ese momento no tenía ningún dolor, dijo, y su cerebro estaba «muy, muy claro». Podría seguir en esta condición durante meses. «Mientras este cuerpo esté vivo», prosiguió diciendo, «sigo siendo el instructor. K está aquí como está sobre el estrado... Todavía soy la cabeza de todo ello. Quiero dejar esto muy, muy en claro. En tanto el cuerpo esté vivo, K está ahí. Lo sé porque tengo sueños maravillosos todo el tiempo... no sueños... lo que sea que ocurra». Quería que le informaran en detalle, dijo, qué estaba sucediendo en la India y en Brockwood. «No me digan que todo está muy bien».

Después rogó, lo más cortésmente posible, que todos los visitantes se fueran. Cuando muriera, no quería que la gente viniera «a saludar el cuerpo». Después le pidió a Scott que no se cambiaran las palabras que estaban siendo grabadas. Hizo que Scott, que se encontraba junto a la cama sosteniendo el micrófono, se volviera hacia nosotros y dijera: «juro que nada será alterado en ninguna de las cintas. Nada lo ha sido y nada lo será».

Nos sacudió bastante oírle decir a K: «Sigo siendo el instructor. K está aquí como está sobre el estrado». ¿Acaso alguien podría haber dudado de ello? Aunque en esta reunión su resistencia se había quebrado de cuando en cuando por pura debilidad física, K era arrolladoramente él mismo. Ninguno podrá decir jamás, con verdad, que él no estuvo «totalmente ahí» durante este período de remisión.

Acatando los deseos de K, mi marido y yo partirnos al día siguiente. Una vez que me despedí de él, sin creer realmente que nunca más volvería a verle, K envió a Mary afuera, muy característico en él, a fin de que viera qué clase de coche habíamos ordenado para que nos llevara al aeropuerto, se sintió satisfecho cuando supo que se trataba de un buen automóvil. Los demás visitantes partieron poco después. Asit Chandmal también se fue pero habría de regresar y permanecer hasta la muerte de K.

Lo que K esperaba con interés eran las visitas del Dr. Deutsch, aunque le preocupaba la cantidad de tiempo que les quitaba a los otros pacientes. El médico aceptó, como amigo y no como médico, el hermoso reloj Pathek Philippe que K le obsequió. (El Dr. Deutsch jamás mandó una cuenta por el tratamiento de K durante su enfermedad final). Al enterarse de que K era aficionado a Clint Eastwood como él, le trajo algunas películas de Eastwood que había pasado a video, y también transparencias del Valle de Yosemite, sabiendo lo mucho que a K le gustaban los árboles y las montañas.

En la mañana del día 7, Mary Zimbalist preguntó a K si se sentía como para contestar una pregunta que Mary Cadogan había formulado por escrito para él. K pidió a Mary que se la leyera. Era ésta: «Cuando Krishnaji muere, ¿qué es lo que realmente ocurre con ese extraordinario foco de comprensión y energía que es K?» La respuesta inmediata de K, que Mary garabateó en el papel, fue: «Se ha ido. Si alguien penetra plenamente en las enseñanzas, tal vez pueda alcanzar eso, pero no puede tratar de alcanzarlo». Luego, al cabo de un momento agregó: «¡Si sólo supieran todos ustedes lo que se han perdido... ese inmenso vacío».

Es probable que la pregunta de Mary Cadogan aún estuviera en la mente de K cuando, a media mañana, envió por Scott y le pidió que registrara en el grabador algo que quería decir. «Su voz era débil», anotó Mary, «pero habló con intenso énfasis». Había pausas entre casi todas sus palabras, como si le costara un esfuerzo emitirlas:

Les estuve diciendo esta mañana... por setenta años esa super energía... no... esa inmensa energía, esa inmensa inteligencia, ha estado usando este cuerpo. No creo que la gente se de cuenta de la tremenda energía e inteligencia que pasaron por este cuerpo... hay un motor de doce cilindros. Y por setenta años... fue un tiempo considerablemente largo... Y ahora el cuerpo ya no puede soportar más. Nadie, a menos que el cuerpo haya sido preparado muy cuidadosamente, protegido, etcétera... nadie puede comprender lo que pasó por este cuerpo. Nadie. Que nadie lo pretenda. Nadie. Repito esto: Nadie entre nosotros o el público, sabe lo que ocurrió. Sé que no lo saben. Y ahora, después de setenta años, eso ha llegado a su fin. No es que esa inteligencia y, energía... En cierto modo está aquí, todos los días, especialmente por la noche. Y después de setenta años, el cuerpo no puede aguantar más. No puede. Los hindúes tienen un montón de condenadas supersticiones acerca de esto... que uno lo dispone y el cuerpo prosigue... y toda esa clase de tonterías. Ustedes no encontrarán otro cuerpo como éste... o esa suprema inteligencia operando en un cuerpo... no lo encontrarán por muchos cientos de años. No verán eso otra vez. Cuando él se va, ello se va. Ninguna conciencia queda detrás de esa conciencia, de ese estado. Todos ellos pretenderán o tratarán de imaginar que pueden entrar en contacto con eso. Tal vez lo hagan en cierto modo si viven las enseñanzas. Pero nadie lo ha hecho. Nadie. Y eso es todo .(1)

(1) De una grabación (AB). (Trascripción fidedigna).

Cuando Scott le pidió que clarificara algo de lo que había dicho, por temor de que ello fuera mal entendido, K «se enfadó mucho» con él y dijo: «Usted no tiene derecho a interferir con esto». Al decirle a Scott que no interfiriera, parece evidente que K quería que esta declaración fuera conocida por todos los que se interesaran en ella.

A K le quedaban sólo nueve días más de vida. Él quería morir y preguntó qué ocurriría si te quitaran el tubo de alimentación. Se le dijo que el cuerpo podría deshidratarse rápidamente. Él sabía que tenía el derecho legal de pedir que le quitaran la sonda de alimentación, pero no quiso cansar posibles dificultades a Mary o al médico; además, «el cuerpo» estaba todavía a su cargo; por lo tanto, continuo cuidándolo hasta el final: limpiando sus dientes, como siempre lo había hecho, tres o cuatro veces por día, incluso el paladar y la lengua, haciendo sus ejercicios cotidianos Bates para la vista, colocando en su ojo izquierdo las gotas contra el glaucoma. Citando el Dr. Deutsch le dijo que el soplar dentro de un guante quirúrgico anidaría a limpiar el líquido que se había acumulado en la base del pulmón como resultado de su permanencia en cama, él inflaba el guante cada hora hasta que no tuvo más fuerzas para soplar.

Todas las tardes, a sugerencia del Dr. Deutsch, llevaban ahora a K en su silla de ruedas a la gran sala de estar, donde se sentaba contemplando las llamas de una estufa de leños. La primera vez que entró ahí pidió que le dejaran solo pero permitió que Scott permanecerá a sus espaldas por si se deslizaba cayendo hacia atrás. Más tarde, Scott escribió: «El hizo algo en la sala. Uno podía verle haciéndolo, y la sala no fue la misma después. El tenía todo el poder y la magnificencia que siempre había tenido. Aunque estaba sentado en su andador de ruedas, completamente cubierto por las mantas, alimentado por vía endovenosa desde estas botellas, era no obstante inmenso y majestuoso y llenaba absolutamente el lugar y hacía que todo vibrara». Cuando, después de una media hora, quiso regresar a la cama, asombró a todos caminando de vuelta a su habitación sin ninguna ayuda.

El día 10, llegó la respuesta del Pandit Jagannath Upadhyaya a la pregunta de K acerca del tratamiento dado al cuerpo de un hombre religioso después de la muerte. Al saberlo, K dijo que no quería nada de eso. No quería que nadie viera su cuerpo después de la muerte y debía haber la menor cantidad posible de personas en su cremación.

Cuando estuvo demasiado débil para subir a la silla de ruedas, lo llevaban al sofá de la sala de estar en una hamaca hecha con las ropas de cama. El día 14 volvió el dolor y le dieron morfina nuevamente. Durante los diez minutos que ésta tardó en actuar, le dijo a Mary: «Demasiado bueno para ser cierto... dolor, creía que te había perdido». Mary está completamente segura de que lo que quiso decir con esto fue: «Creía que había perdido el sufrimiento pero era demasiado bueno para ser cierto». Al día siguiente, empezó hablándole a Scott sobre el estado del mundo y preguntó: «¿Piensa que el Dr. Deutsch sabe todo acerca de esto? ¿Piensa que él lo ve? Tengo que hablar con él acerca de ello». Es lo que hizo cuando el médico vino esa tarde. Scott registró lo siguiente:

Lo que Krishnaji dijo al Dr. Deutsch en esa ocasión, fue una extraordinaria síntesis de diez o quince minutos que abarcó mucho de lo que él dice acerca de la naturaleza del mundo. Fue elocuente, concisa y completa, y yo estaba ahí asombrado e impresionado, escuchando a los pies de la cama, mientras que el Dr. Deutsch se encontraba sentado junto a él al costado de la misma. La única cosa que recuerdo bien de las que Krishnaji le dijo al Dr. Deutsch, es: «No tengo miedo de morir porque he vivido con la muerte toda mi vida. Jamás he guardado ninguna clase de recuerdos». Más tarde, el doctor diría: «Siento que soy el último discípulo de Krishnaji». Fue algo realmente bello. También fue extraordinariamente conmovedor que Krishnaji, tan débil y tan cerca de la muerte como estaba, hubiera podido convocar la fuerza necesaria para hacer la síntesis que hizo, y es también una indicación del afecto que sentía por el Dr. Deutsch.

K murió mientras dormía, justo después de la medianoche del 17 de febrero. El fin llega en las palabras de Mary:

Parchure, Scott y yo nos encontrábamos ahí como de costumbre y como de costumbre K pensaba en el bienestar de los otros. Me urgió: «Vaya a acostarse, buenas noches, vaya a la cama, vaya a dormir». Dije que lo haría, pero que quería estar por allí cerca. Se durmió, y cuando me moví para sentarme a su izquierda y tomarle la mano, eso no lo inquietó. Levantaron la parte superior de la cama para que de esta manera estuviera más cómodo, y sus ojos se hallaban entreabiertos. Estábamos sentados junto a él, Scott a su derecha y yo a su izquierda; el Dr. Parchure iba y venía vigilando silenciosamente; el enfermero, Patrick Linville, permanecía en la habitación contigua. Lentamente, el sueño de Krishnaji se profundizó hasta entrar en un coma, su respiración se hizo más lenta. El Dr. Deutsch llegó silencioso y repentinamente alrededor de las once. En algún momento de la noche, el desesperado anhelo que una tenía de que él mejorara tuvo que cambiarse por un deseo de que al fin quedara libre de su sufrimiento. El Dr. Deutsch, Scott y yo estábamos allí cuando el corazón de Krishnaji cesó de latir diez minutos después de la medianoche.

De acuerdo con sus deseos, sólo unas pocas personas le vieron después de su muerte y únicamente un puñado de amigos estuvo presente en su cremación, que tuvo lugar en Ventura a las ocho de esa misma mañana.


Vida y Muerte de KRISHNAMURTI.
MARY LUTYENS.
Traducido del inglés por
ARMANDO CLAVIER.
Editorial KIER, S.A.
Santa Fe 1260 (1059) Buenos Aires

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