viernes, 2 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y Candles in the Sun.

Año 1961.

En las reuniones de Wimbledon K accedió por primera vez a usar un micrófono y a permitir que sus pláticas se grabaran. A petición de Rajagopal, llevó las grabaciones consigo cuando emprendió vuelo a EE.UU. en la segunda quincena de junio. Un día después de su partida, Doris Pratt le escribió a Rajagopal que, aun cuando había encontrado a K mejor de salud que el año anterior; había algunos extrañísimos y difíciles momentos cuando toda vida y energía parecían escurrirse de su cuerpo y se ponía «débil y enfermo» hasta un grado alarmante. Estas ocasiones duraban en esencia solamente unos pocos momentos, pero requerían un descanso posterior. En muy pocas ocasiones solía gritar fuerte de noche, y una o dos veces Anneke le escuchó y se preocupó mucho. En otras ocasiones él recordaba y contaba en el desayuno que había estado llamando en voz alta y que esperaba no habernos perturbado con ello. De modo similar, en varias oportunidades durante las comidas dejaba caer de pronto el cuchillo y el tenedor y parecía como transfigurado por un momento o dos, después de lo cual quedaba tan flácido y desfallecido que una pensaba que podía caerse al suelo. Yo le interrogué al respecto, porque quería saber si había alguna cosa que podían hacer quienes presenciaban esto. Él contestó que no había nada que pudiéramos hacer excepto permanecer tranquilos, relajados y sin preocuparnos, pero también sin tocarlo en absoluto. Lo apremié un poco más y dijo que, si bien él mismo sabía exactamente lo que pasaba, era incapaz de explicárnoslo. Dijo que ello se vinculaba a los acontecimientos que se describían en el texto no expurgado del libro de Lady Emily [la versión no publicada de Candles in the Sun]. Durante las ocho semanas que estuve viviendo en la misma casa, sentí en múltiples ocasiones que yo era una espectadora del más profundo y tremendo misterio. Aquí había un hombre que, en la plataforma, mirando directamente dentro de la mente y el corazón humano, edificaba, viga por viga, un magnífico andamiaje que se elevaba vertiginosamente hasta los mismos cielos, expandiendo la capacidad de todas las personas presentes de modo tal, que muchos sentían que habían puesto una mano en la mano de Dios. Después estaba el hombre que impartía bruscamente estrictas y concisas instrucciones acerca de las reuniones, los registros magnetofónicos, etc., y que no solía admitir ningún tipo de tonterías. Estaba el hombre tierno como una madre con alguien que se encontrara en un verdadero estado de aflicción. También estaba el hombre que se interesaba profundamente por la comida, por la dieta apropiada y la salud, tratando frenética y concienzudamente así me parecía de combatir los impedimentos físicos que al parecer le acosaban. A veces la fiebre del heno era verdaderamente aterradora. Después estaba el viajero incesante, que rezongaba consigo mismo acerca de la pesadilla que implicaba viajar, empacar, y la fastidiosa necesidad de poseer ropas convenientes para los distintos climas. Y luego estaba el hombre que durante el período de su meditación matutina, extendía un manto de quietud sobre la casa que incluso un rinoceronte como yo podía percibir. Y después estaban esos misteriosos ataques y algunas igualmente misteriosas curas. Usted seguramente debe saber bien qué problema profundo y serio parece ser todo este viajar, ver a la gente, mantener reuniones y sostenerse físicamente. Necesita realmente toda su ayuda, porque las cosas se le van a hacer más y más difíciles.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

No hay comentarios.:

Etiquetas