Año 1979.
En las discusiones explorábamos la naturaleza del observador y su relación con lo observado, un punto fundamental en la enseñanza de K. Krishnaji dijo: “En el propio acto de observar el objeto, está el proceso de nombrarlo, lo cual traba la percepción. En ese acto mismo, la naturaleza de lo observado experimenta un cambio”.
Habló del discernimiento instantáneo, y dijo que nacía de la mente observadora. Cuando la mente, el corazón y el cuerpo se vuelven una sola cosa en la atención, desaparece la división entre la percepción religiosa y la científica. “La libertad respecto de lo conocido, existe dentro de las células cerebrales. Cuando los hábitos arraigados dejan de existir, el cerebro está totalmente vivo. En este estado, hay una transformación física”.
En estas discusiones, Krishnaji negó su papel como maestro y el de sus oyentes como discípulos. Habló del ‘aprender’, un estado en el que la clásica relación entre maestro y discípulo sufre un cambio total. El aprender exige energía, curiosidad intensa y libertad para explorar. Esto llega con la observación, un estado donde cesan toda autoridad y toda jerarquía en términos de la psique. Habló de él como de un espejo en el cual el que escucha se ve a sí mismo, con una visión no distorsionada ni condicionada.
“El acto de aprender es el acto de vivir. El aprender es una cualidad de la mente, una actitud que en sí es más importante que aquello que uno aprende”.
En sus pláticas elaboraba él las futuras discusiones. Hablando del cerebro y de su demanda de seguridad, dijo: “El cerebro exige seguridad y orden, también requiere de armonía. Sin armonía no hay seguridad. La armonía significa orden, y el cerebro vive y ha vivido por miles de años en desorden, el cual implica contradicción. Por lo tanto, se halla en conflicto no sólo internamente, sino también externamente; y en este conflicto tanto interno como externo, el cerebro ha encontrado cierta clase de seguridad. Aunque genera un gran desorden, aunque se ocasiona destrucción a sí mismo, ha aceptado este caos, esta confusión, porque no sabe qué hacer. Ese cerebro que se ha condicionado por millones de años para aceptar los valores que realmente le ocasionan desastres a él mismo, acepta ese condicionamiento y vive en ese condicionamiento que él considera como su seguridad.
“Vean”, continuó Krishnaji, “ustedes han aceptado la nacionalidad, ¿no es cierto? Pero si lo observan, esa nacionalidad trae consigo tierras. Cuando aceptan el nacionalismo, y lo aceptan porque en él encuentran seguridad, observen que esa seguridad se destruye por completo a causa de que el nacionalismo invariablemente divide; y donde hay división tiene que haber conflicto. De modo que ese nacionalismo de ustedes, en el cual el cerebro ha encontrado su seguridad, está produciendo la destrucción del propio cerebro.
“Nuestro cerebro, las células cerebrales, se han condicionado por miles de millones de años. Y si no hay una ruptura en este condicionamiento, siempre habrá desastres, habrá dolor, habrá confusión, y jamás habrá armonía.
“Y el mundo está en llamas. La casa está ardiendo y ustedes tienen que responder a ello con una mente fresca no de acuerdo con el propio condicionamiento. Por lo tanto, nos preguntamos: ¿Puede el cerebro, puede toda esta estructura humana experimentar una revolución tremenda, una gran mutación, de modo que haya una mente nueva?” Hizo una pausa.
“Observen esto muy cuidadosamente. Ustedes han admitido el ideal de la no-violencia. Es uno de esos extraordinarios trucos que han jugado consigo mismos. Y todos los maestros y los mahatmas han enseñado interminablemente acerca de esa no-violencia. Ahora obsérvenlo, investíguenlo, aprendan al respecto, pongan en ello la mente y el corazón. Ustedes necesitan seguridad; ésa es la base misma del cerebro. De modo que buscan la seguridad en una idea o un ideal de no-violencia. Y así existe una división entre la violencia y el ideal; por lo tanto, hay contradicción y, en consecuencia, hipocresía, desorden y presunción. Cuando lo real es la violencia, pretenden ustedes que hay no-violencia. Y así las células cerebrales, de su propia incapacidad para habérselas con la violencia, tratan de obtener un ideal y, por consiguiente, a esto sigue la división y hay contradicción y conflicto.
“Vean, pues, que la seguridad sólo existe en la percepción de que la vida carece de seguridad, de que es un movimiento constante. Esa es la verdad, y en esa verdad hay seguridad.
“¿Han aprendido?”, preguntó. “En ese aprender acerca de la verdad, toda la estructura, toda la respuesta de las células cerebrales experimentan un cambio tremendo. Esa estructura vive en una dimensión total de movimiento, un movimiento total, no un movimiento fragmentario. El orden, que es armonía, carece de un plan previo. Adviene sólo cuando estamos libres del desorden. Y de ese aprender acerca del desorden no el aprender cómo producir orden dentro del desorden, cosa que jamás puede uno hacer de ese aprender surge, naturalmente, el orden”.
Krishnaji exploró las palabras ‘vigilar’, ‘observar’, ‘aprender’. “¿Es el observador, el que aprende, diferente de la cosa que él observa o sobre la que aprende? El hecho de que siempre existan el observador y lo observado es, en esencia, división, desorden. En tanto exista el observador, el experimentador, el pensador, el que dice, ‘estoy aprendiendo’, y se separe a sí mismo de lo observado el experimentador y la cosa de la cual él está aprendiendo en tanto exista esta división, producirá invariablemente conflicto, como lo hacen todas las divisiones, y, por tanto, engendrará confusión y, en consecuencia, desorden”.
Después preguntó a sus oyentes si ellos observaban el desorden como observadores externos, o si veían que no hay observador en absoluto. “¿Ven que ustedes son el desorden?” Hablaba haciendo pausas en medio de su hablar. “Si uno es el observador que mira el desorden que hay dentro y alrededor de uno mismo, está separado del desorden; por lo tanto, el que está observando a fin de producir orden, lo que hace es producir desorden a causa de que hay separación.
“Lo que importa, pues, enormemente, es cómo mira uno el desorden. Si lo mira desde ‘afuera’ como si fuera independiente del desorden, como si no tuviera nada que ver con el desorden, o como si uno fuera a producir orden, el ‘uno’ es un fragmento de otros fragmentos. El ‘uno’ que mira el desorden, ¿es diferente del desorden? Uno forma parte de ese desorden; de otro modo no lo conocería; de otro modo uno no reconocería el desorden. Uno es parte de ese desorden; uno, el observador, es el creador de ese desorden.
“Si ustedes ven la verdad de ello, están libres. Porque es sólo la verdad que nada tiene que ver con el placer o el dolor es sólo el aprender y ver la verdad, lo que libera a las células cerebrales de su condicionamiento; el cerebro es, entonces, un nuevo cerebro.
“¿Ven ustedes la belleza de esto? Es como ver la belleza de una hoja de palmera en el claro cielo azul; verla, no como un observador con todo su conocimiento peculiar y su impotencia, sino mirarla sin el observador, ver el movimiento extraordinario de esa hoja de palmera... Así, del mismo modo, mirar es aprender. Y en el aprender está el movimiento total de la vida en el que no hay fragmentación. Por lo tanto, ésa es una vida de gran armonía, y la armonía significa amor”.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.
En las discusiones explorábamos la naturaleza del observador y su relación con lo observado, un punto fundamental en la enseñanza de K. Krishnaji dijo: “En el propio acto de observar el objeto, está el proceso de nombrarlo, lo cual traba la percepción. En ese acto mismo, la naturaleza de lo observado experimenta un cambio”.
Habló del discernimiento instantáneo, y dijo que nacía de la mente observadora. Cuando la mente, el corazón y el cuerpo se vuelven una sola cosa en la atención, desaparece la división entre la percepción religiosa y la científica. “La libertad respecto de lo conocido, existe dentro de las células cerebrales. Cuando los hábitos arraigados dejan de existir, el cerebro está totalmente vivo. En este estado, hay una transformación física”.
En estas discusiones, Krishnaji negó su papel como maestro y el de sus oyentes como discípulos. Habló del ‘aprender’, un estado en el que la clásica relación entre maestro y discípulo sufre un cambio total. El aprender exige energía, curiosidad intensa y libertad para explorar. Esto llega con la observación, un estado donde cesan toda autoridad y toda jerarquía en términos de la psique. Habló de él como de un espejo en el cual el que escucha se ve a sí mismo, con una visión no distorsionada ni condicionada.
“El acto de aprender es el acto de vivir. El aprender es una cualidad de la mente, una actitud que en sí es más importante que aquello que uno aprende”.
En sus pláticas elaboraba él las futuras discusiones. Hablando del cerebro y de su demanda de seguridad, dijo: “El cerebro exige seguridad y orden, también requiere de armonía. Sin armonía no hay seguridad. La armonía significa orden, y el cerebro vive y ha vivido por miles de años en desorden, el cual implica contradicción. Por lo tanto, se halla en conflicto no sólo internamente, sino también externamente; y en este conflicto tanto interno como externo, el cerebro ha encontrado cierta clase de seguridad. Aunque genera un gran desorden, aunque se ocasiona destrucción a sí mismo, ha aceptado este caos, esta confusión, porque no sabe qué hacer. Ese cerebro que se ha condicionado por millones de años para aceptar los valores que realmente le ocasionan desastres a él mismo, acepta ese condicionamiento y vive en ese condicionamiento que él considera como su seguridad.
“Vean”, continuó Krishnaji, “ustedes han aceptado la nacionalidad, ¿no es cierto? Pero si lo observan, esa nacionalidad trae consigo tierras. Cuando aceptan el nacionalismo, y lo aceptan porque en él encuentran seguridad, observen que esa seguridad se destruye por completo a causa de que el nacionalismo invariablemente divide; y donde hay división tiene que haber conflicto. De modo que ese nacionalismo de ustedes, en el cual el cerebro ha encontrado su seguridad, está produciendo la destrucción del propio cerebro.
“Nuestro cerebro, las células cerebrales, se han condicionado por miles de millones de años. Y si no hay una ruptura en este condicionamiento, siempre habrá desastres, habrá dolor, habrá confusión, y jamás habrá armonía.
“Y el mundo está en llamas. La casa está ardiendo y ustedes tienen que responder a ello con una mente fresca no de acuerdo con el propio condicionamiento. Por lo tanto, nos preguntamos: ¿Puede el cerebro, puede toda esta estructura humana experimentar una revolución tremenda, una gran mutación, de modo que haya una mente nueva?” Hizo una pausa.
“Observen esto muy cuidadosamente. Ustedes han admitido el ideal de la no-violencia. Es uno de esos extraordinarios trucos que han jugado consigo mismos. Y todos los maestros y los mahatmas han enseñado interminablemente acerca de esa no-violencia. Ahora obsérvenlo, investíguenlo, aprendan al respecto, pongan en ello la mente y el corazón. Ustedes necesitan seguridad; ésa es la base misma del cerebro. De modo que buscan la seguridad en una idea o un ideal de no-violencia. Y así existe una división entre la violencia y el ideal; por lo tanto, hay contradicción y, en consecuencia, hipocresía, desorden y presunción. Cuando lo real es la violencia, pretenden ustedes que hay no-violencia. Y así las células cerebrales, de su propia incapacidad para habérselas con la violencia, tratan de obtener un ideal y, por consiguiente, a esto sigue la división y hay contradicción y conflicto.
“Vean, pues, que la seguridad sólo existe en la percepción de que la vida carece de seguridad, de que es un movimiento constante. Esa es la verdad, y en esa verdad hay seguridad.
“¿Han aprendido?”, preguntó. “En ese aprender acerca de la verdad, toda la estructura, toda la respuesta de las células cerebrales experimentan un cambio tremendo. Esa estructura vive en una dimensión total de movimiento, un movimiento total, no un movimiento fragmentario. El orden, que es armonía, carece de un plan previo. Adviene sólo cuando estamos libres del desorden. Y de ese aprender acerca del desorden no el aprender cómo producir orden dentro del desorden, cosa que jamás puede uno hacer de ese aprender surge, naturalmente, el orden”.
Krishnaji exploró las palabras ‘vigilar’, ‘observar’, ‘aprender’. “¿Es el observador, el que aprende, diferente de la cosa que él observa o sobre la que aprende? El hecho de que siempre existan el observador y lo observado es, en esencia, división, desorden. En tanto exista el observador, el experimentador, el pensador, el que dice, ‘estoy aprendiendo’, y se separe a sí mismo de lo observado el experimentador y la cosa de la cual él está aprendiendo en tanto exista esta división, producirá invariablemente conflicto, como lo hacen todas las divisiones, y, por tanto, engendrará confusión y, en consecuencia, desorden”.
Después preguntó a sus oyentes si ellos observaban el desorden como observadores externos, o si veían que no hay observador en absoluto. “¿Ven que ustedes son el desorden?” Hablaba haciendo pausas en medio de su hablar. “Si uno es el observador que mira el desorden que hay dentro y alrededor de uno mismo, está separado del desorden; por lo tanto, el que está observando a fin de producir orden, lo que hace es producir desorden a causa de que hay separación.
“Lo que importa, pues, enormemente, es cómo mira uno el desorden. Si lo mira desde ‘afuera’ como si fuera independiente del desorden, como si no tuviera nada que ver con el desorden, o como si uno fuera a producir orden, el ‘uno’ es un fragmento de otros fragmentos. El ‘uno’ que mira el desorden, ¿es diferente del desorden? Uno forma parte de ese desorden; de otro modo no lo conocería; de otro modo uno no reconocería el desorden. Uno es parte de ese desorden; uno, el observador, es el creador de ese desorden.
“Si ustedes ven la verdad de ello, están libres. Porque es sólo la verdad que nada tiene que ver con el placer o el dolor es sólo el aprender y ver la verdad, lo que libera a las células cerebrales de su condicionamiento; el cerebro es, entonces, un nuevo cerebro.
“¿Ven ustedes la belleza de esto? Es como ver la belleza de una hoja de palmera en el claro cielo azul; verla, no como un observador con todo su conocimiento peculiar y su impotencia, sino mirarla sin el observador, ver el movimiento extraordinario de esa hoja de palmera... Así, del mismo modo, mirar es aprender. Y en el aprender está el movimiento total de la vida en el que no hay fragmentación. Por lo tanto, ésa es una vida de gran armonía, y la armonía significa amor”.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.
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