Más o menos por esta época, conversé con Indira sobre la posibilidad de que Krishnaji hablara en la India durante el invierno de 1.976. Ella dijo: “Es muy bienvenido en la India y puede hablar libremente”. Ella sabía del apasionado interés de Krishnaji por la libertad; K era un revolucionario religioso, y para él la vida sin libertad era muerte. Krishnaji arribó a la India en octubre de 1.976 y se hospedó conmigo en el 1 de King George’s Avenue.
El 27 de octubre Indira llegó a mi casa para cenar a las 19,30 hs. Vestía un sari verde impreso en tonos suaves de rosa. Los otros invitados incluían a Achyut; Nandini con su hija Devi y su nieta Aditi, joven y exquisita bailarina; Sunanda y Pama Patwardhan; y L.K. Jha, Indira nos dijo que, de acuerdo con el calendario indio, era su cumpleaños. Expresó el deseo de hablar con Krishnaji, y estuvo con él en su sala de estar hasta las nueve.
Durante la cena se mantuvo muy silenciosa, dándose apenas cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Achyut, que se había mostrado apasionadamente crítico, con respecto al estado de emergencia, se mantuvo callado, hasta torvo. L.K. Jha y Krishnaji fueron los que más hablaron. Krishnaji no miró a Indira ni le habló durante toda la cena. Sentía la vulnerabilidad de ella y no quiso molestarla.
Para disminuir la tensión, Krishnaji empezó relatando sus numerosas anécdotas sobre San Pedro y el paraíso. Recuerdo una en particular. Un hombre muy rico que había hecho muchas obras de caridad, murió. Cuando llegó hasta las puertas del paraíso, se encontró con San Pedro que custodiaba la entrada. El hombre entregó sus credenciales, y Pedro dijo que podía cruzar las puertas; pero antes de que lo hiciera, Pedro le preguntó: “¿No te gustaría ver lo que hay allá abajo?” El hombre rico contestó: “Seguro, ¿es fácil llegar allá?” Pedro dijo: “Sólo aprieta el botón y el ascensor te llevará abajo”. Cuando llegó abajo, las puertas del infierno se abrieron y el hombre rico vio un jardín lleno de flores, con agua surgente y bellas mujeres que le aguardaban para recibirlo con vinos selectos y raros manjares. Después de pasar un tiempo en los más maravillosos ambientes, regresó adonde estaba Pedro para decirle que el infierno era un lugar mejor, más divertido, y que había decidido ir allá. Pedro dijo: “Claro, pensé que lo sentirías así”. De modo que el hombre rico presionó el botón y descendió de vuelta al infierno. Cuando se abrió la puerta, el jardín se había esfumado y dos corpulentos rufianes lo estaban esperando y empezaron a golpearlo. El hombre trató de detenerlos; entre golpe y golpe alcanzó a jadear: “¿Qué ha ocurrido? ¡Vine aquí hace sólo cinco minutos y me recibieron con los brazos abiertos!” “Ah”, dijo el rufián propinándole otro golpe, “entonces eras un turista”.
Todos rieron, e incluso Indira no pudo evitar una sonrisa aunque parecía muy preocupada y distante. Después Indira se unió a la conversación y contó una historia de astronautas que, a su regreso del espacio exterior, fueron a visitar a Kruschev, quien los interrogó en secreto preguntándoles: “Cuando ustedes se encontraban muy alto en los cielos, ¿vieron luces misteriosas, seres extraños? ¿Vieron una figura grande, misteriosa, de barba blanca y rodeada de luz?” Los astronautas contestaron: “Sí, camarada, la vimos”. Y Kruschev dijo: “Me lo temía”. Después les previno: “Esto es sólo entre nosotros, no hablen de ello con nadie”. Más adelante, los astronautas viajaron por el mundo y visitaron al Papa. Terminadas las formalidades devotas, el Papa los llevó aparte y les dijo: “Hijos míos, cuando os encontrabais allá arriba, ¿visteis luces o disteis con una gran figura de barba blanca?” Contestaron: “No, padre, no vimos luces ni vimos ninguna figura barbada”. Y el Papa dijo: “¡Ah, hijos míos, ya me parecía! Pero por vuestras almas, no habléis de esto con nadie”. Todos los que estábamos en la mesa reímos, pero L.K. Jha parecía desconcertado porque Krishnaji le había contado esta historia a él, él a su vez se la había repetido a la Primera Ministra, y ahora ella la había devuelto a Krishnaji.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.
El 27 de octubre Indira llegó a mi casa para cenar a las 19,30 hs. Vestía un sari verde impreso en tonos suaves de rosa. Los otros invitados incluían a Achyut; Nandini con su hija Devi y su nieta Aditi, joven y exquisita bailarina; Sunanda y Pama Patwardhan; y L.K. Jha, Indira nos dijo que, de acuerdo con el calendario indio, era su cumpleaños. Expresó el deseo de hablar con Krishnaji, y estuvo con él en su sala de estar hasta las nueve.
Durante la cena se mantuvo muy silenciosa, dándose apenas cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Achyut, que se había mostrado apasionadamente crítico, con respecto al estado de emergencia, se mantuvo callado, hasta torvo. L.K. Jha y Krishnaji fueron los que más hablaron. Krishnaji no miró a Indira ni le habló durante toda la cena. Sentía la vulnerabilidad de ella y no quiso molestarla.
Para disminuir la tensión, Krishnaji empezó relatando sus numerosas anécdotas sobre San Pedro y el paraíso. Recuerdo una en particular. Un hombre muy rico que había hecho muchas obras de caridad, murió. Cuando llegó hasta las puertas del paraíso, se encontró con San Pedro que custodiaba la entrada. El hombre entregó sus credenciales, y Pedro dijo que podía cruzar las puertas; pero antes de que lo hiciera, Pedro le preguntó: “¿No te gustaría ver lo que hay allá abajo?” El hombre rico contestó: “Seguro, ¿es fácil llegar allá?” Pedro dijo: “Sólo aprieta el botón y el ascensor te llevará abajo”. Cuando llegó abajo, las puertas del infierno se abrieron y el hombre rico vio un jardín lleno de flores, con agua surgente y bellas mujeres que le aguardaban para recibirlo con vinos selectos y raros manjares. Después de pasar un tiempo en los más maravillosos ambientes, regresó adonde estaba Pedro para decirle que el infierno era un lugar mejor, más divertido, y que había decidido ir allá. Pedro dijo: “Claro, pensé que lo sentirías así”. De modo que el hombre rico presionó el botón y descendió de vuelta al infierno. Cuando se abrió la puerta, el jardín se había esfumado y dos corpulentos rufianes lo estaban esperando y empezaron a golpearlo. El hombre trató de detenerlos; entre golpe y golpe alcanzó a jadear: “¿Qué ha ocurrido? ¡Vine aquí hace sólo cinco minutos y me recibieron con los brazos abiertos!” “Ah”, dijo el rufián propinándole otro golpe, “entonces eras un turista”.
Todos rieron, e incluso Indira no pudo evitar una sonrisa aunque parecía muy preocupada y distante. Después Indira se unió a la conversación y contó una historia de astronautas que, a su regreso del espacio exterior, fueron a visitar a Kruschev, quien los interrogó en secreto preguntándoles: “Cuando ustedes se encontraban muy alto en los cielos, ¿vieron luces misteriosas, seres extraños? ¿Vieron una figura grande, misteriosa, de barba blanca y rodeada de luz?” Los astronautas contestaron: “Sí, camarada, la vimos”. Y Kruschev dijo: “Me lo temía”. Después les previno: “Esto es sólo entre nosotros, no hablen de ello con nadie”. Más adelante, los astronautas viajaron por el mundo y visitaron al Papa. Terminadas las formalidades devotas, el Papa los llevó aparte y les dijo: “Hijos míos, cuando os encontrabais allá arriba, ¿visteis luces o disteis con una gran figura de barba blanca?” Contestaron: “No, padre, no vimos luces ni vimos ninguna figura barbada”. Y el Papa dijo: “¡Ah, hijos míos, ya me parecía! Pero por vuestras almas, no habléis de esto con nadie”. Todos los que estábamos en la mesa reímos, pero L.K. Jha parecía desconcertado porque Krishnaji le había contado esta historia a él, él a su vez se la había repetido a la Primera Ministra, y ahora ella la había devuelto a Krishnaji.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.
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