sábado, 20 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti e Indira Gandhi.

Durante los meses que Krishnaji permaneció en la India, mantuvo a Indira en su conciencia. Me formuló preguntas acerca de ella y de su juventud. K se había sentido profundamente tocado por la capacidad que ella tenía para escuchar, y también por su negativa a reaccionar o a defenderse a sí misma. Me dijo que Indira era posiblemente la única persona en su posición que estaba dispuesta a escuchar. Casi todos, o bien eran arrogantes en sus posiciones y así no podían escuchar, o se derrumbaban y quedaban desechos ante la adversidad. Ella parecía diferente. Antes de abandonar Delhi, él habría de escribirle otra vez.

Años más tarde, después de la muerte de su hijo Sanjay, le pregunté a Indira si lloraba con facilidad. Pensó un rato y dijo: “No, el dolor no trae lágrimas. Pero cuando estoy profundamente conmovida, en especial por la gran belleza, entonces lloro”. Dijo que había llorado cuando conoció a Kamakoti Sankaracharya en Kancheepuram (El Kamakoti Sankaracharya de Kancheepuram se halla en la línea directa de los sucesivos maestros o preceptores que llegan hasta Adi Sankara, el primer Sankaracharya, quien impartió su enseñanza allá por el siglo VIII d.C, Kamakoti es el nombre de la aldea en el distrito de Kancheepuram, perteneciente a Tamil Nadu, India del sur, donde está situado su centro religioso), y que lloró copiosamente cuando vino a ver a Krishnaji en el 1 de King George’s Avenue, en noviembre de 1.976. “Sollozaba y no podía contener mis lágrimas. Por años no he llorado de esa manera”. También me contó algo de lo que ocurrió durante la conversación. Krishnaji y ella habían hablado de los sucesos habidos en la India durante los últimos meses, e Indira había dicho: “Estoy cabalgando sobre el lomo de un tigre, y no se cómo desmontar”. Krishnaji contestó “Si usted es más inteligente que el tigre, sabrá cómo habérselas con el tigre”. Ella le preguntó qué debía hacer. Él rehusó responder a esto, pero le dijo que debía mirar los conflictos, las acciones, las equivocaciones, como un solo y único problema, y después actuar sin ningún motivo subyacente. Agregó que no conocía los hechos, pero que ella tenía que actuar correctamente sin temor a las consecuencias.

Años más tarde, Indira me contó que el 28 de octubre de 1.978, día en que se encontró con Krishnaji por segunda vez, un frágil movimiento interno se había despertado en ella sugiriéndole que pusiera fin al estado de emergencia, cualesquiera que fueran las consecuencias de tal acción. Había meditado sobre este sentimiento, y después de hablar con unas cuantas personas cercanas a ella, decidió finalmente llamar a elecciones.

Krishnaji se encontraba en Bombay, a punto de viajar hacia Europa, cuando se hizo el anuncio de que Indira había ordenado la liberación de personas detenidas en virtud del mantenimiento de la Seguridad Interna, y que también proclamaba elecciones. Krishnaji se sintió muy feliz y habló largamente conmigo. Me dijo que le hubiera gustado ver a Indira antes de abandonar la India. Estaba incluso dispuesto a ir a Delhi, pero lo disuadí, sabiendo que ella estaría muy absorbida por la lucha que se avecinaba. El día anterior al de su partida, Krishnaji me pidió que lo mantuviera informado sobre Indira. Y súbitamente preguntó: “¿Qué pasa si ella pierde?”



Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

 

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