domingo, 21 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y Dios.

“LA NATURALEZA DE DIOS”

A principios de 1.981, Indira Gandhi me pidió que asumiera la presidencia del Comité Asesor fundado para organizar las celebraciones del Festival de la India en Inglaterra. (El Festival de celebraciones de la India, organizado por el gobierno de la India, era una importante manifestación cultural que incluía danza, música, teatro, exhibiciones de las artes clásicas y rurales, y de la vida, ciencia y tecnología, a través de expresiones callejeras, seminarios, películas, etcétera). En conexión con esto, visité Inglaterra en mayo. Cuando hube terminado mi labor oficial, fui a Brockwood Park para encontrarme con Krishnaji. Le pregunté si podíamos continuar nuestros diálogos y accedió. En la primera tarde discutimos “la naturaleza de Dios”. Estuvieron presentes unos pocos miembros de la Escuela de Brockwood Park.

Le pregunté si era posible inquirir en la naturaleza “de aquello que, llámese Dios, llámese creación, es la base del Ser”.

“Pienso que es posible”, respondió K, “si uno puede liberar la mente de toda creencia de toda aceptación tradicional de la palabra ‘Dios’ y de las implicaciones y consecuencias de esa palabra­. ¿Pueden el cerebro y la mente estar completamente libres para investigar aquello que los judíos llaman ‘lo Innominado’, los hindúes ‘el Brahman’, el ‘Principio Supremo’? Todo el mundo cree en la palabra ‘Dios’. ¿Podemos descartar todas las creencias? Sólo entonces es posible investigar”.

“Pero ‘Dios’ es una palabra en la que hay un gran depósito de contenido. Por lo tanto, cuando la mente dice que está libre de la creencia, ¿qué quiere decir exactamente?”, pregunté.

“Los seres humanos dicen que creen en Dios”, contestó K. “Dios es omnipotente y omnipresente, existe en todas las cosas. Hay una aceptación tradicional de esa palabra con todo su contenido. ¿Puede uno librarse del millón de años de esta tradición estar, tanto consciente como inconscientemente, libre de esa palabra­?”

“En un nivel”, dije, “es posible decir que uno está libre. Si usted fuera a preguntarme si creo en Dios, si realmente creo en Krishna, Rama o Shiva, le diría que no. Pero ése no es el final de la cosa”.

“No”, dijo K.

Continué: “Hay un sentimiento de que Dios está más allá de todas las palabras, que se integra con el hecho de la vida misma. Antes de penetrar en los orígenes de esa palabra, tengo que inquirir en el estado de mi mente que dice que ha excluido las creencias externas, porque existe la sensación de que sin ‘aquello’ nada podría existir. Aquello es la base de todo”.

“¿Discutiremos la base desde la cual todo se origina?” preguntó K. “¿Cómo descubre uno? Sólo es posible descubrir cuando hay completa libertad interna, de otro modo es imposible. Nuestra conciencia está muy cargada, muy atestada”.

Pregunté: “¿Hay una posibilidad del ser en la cual esté excluido todo movimiento como creencia, en la cual sea negada cualquier creencia en un Dios particular?”

“¿La niega uno verbalmente, o la niega profundamente, en la raíz misma del ser? ¿Puede uno decir, ‘no sé nada’, y detenerse ahí?”, preguntó K.

“Yo no puedo decir que no sé nada”, contesté. “Pero puedo decir que el movimiento de la creencia en un Dios particular no aparece en mi mente. Por lo tanto, no hay nada externo que deba negar como creencia. Pero todavía no conozco el estado de ‘nada sé’, que es un estado muy diferente del movimiento externo como creencia”.

“¿Cómo ha de proceder uno?” preguntó Krishnaji. ¿Podríamos negar por completo todo el proceso del conocimiento? ¿Negarlo todo, excepto el conocimiento necesario para manejar un automóvil, etc., y todo el conocimiento tecnológico? ¿Podríamos negar el sentimiento de que ‘uno sabe’? ¿Negar toda la experiencia acumulada del hombre, que dice que hay Dios, o que ha habido profetas y videntes, o seres que han dicho que Dios no existe? ¿Podemos negar todo el conocimiento?”

“Uno ha comprendido el modo de negar el movimiento que emerge”, dije.

“¿Quiere usted decir el movimiento del pensar que emerge como creencia?”, preguntó K.

“Sí, pero las profundidades, lo que duerme, los millones de años que forman la matriz del ser... ¿cómo alcanza uno eso?”

“¿Podríamos empezar investigando, no si hay Dios, sino preguntándonos de qué modo la mente humana ha trabajado esforzándose en el devenir? El devenir no sólo externo, sino el interno. Un devenir que se basa en el conocimiento, en el movimiento constante y en ascenso el movimiento de llegar a ser ‘alguien’”­. K estaba penetrando en las profundidades de la pregunta.

“¿Están ambas cosas relacionadas? Empezamos con una investigación en la naturaleza de Dios y ahora hablamos de la matriz y el devenir. ¿Están ambos hechos relacionados?”

“¿Acaso no están relacionados?”, preguntó K. “Pienso que lo están. Veámoslo. Puedo estar equivocado. Mi ser se basa esencialmente en lo que he comprendido, no verbalmente, sino que hay en mí un sentimiento de que existe algo inmenso, increíblemente inmenso. Estoy alerta a esa parte de mi ser, a ese conocimiento, a esa tradición que es la matriz, el suelo sobre el que está uno parado. Mientras eso está ahí, uno no es realmente libre. ¿Podemos investigar eso?”

“Señor”, dijo Mary Zimbalist, “existe una herencia de eso en cada vida humana. ¿Es ello diferente del instinto humano al cual la herencia se apega? ¿Es sólo la herencia la que se transmite, o hay un movimiento profundo que es innato a la mente humana, aparte de todas las influencias?”

“¿Pregunta usted si esto es inherente en el hombre?”, quiso saber K.

“¿Hay inherente en cada ser humano un movimiento hacia algún ser desconocido que todos buscan? ¿Algo que está más allá de lo que a uno le han enseñado, más allá de lo que uno recibe de su herencia?”, preguntó ella.

“¿Es algo genético?”, preguntó otro.

“La genética involucra al tiempo y al movimiento de crecer la evolución­. Ahora bien, ¿puede uno estar vacío de todo eso, de la acumulación de un millón de años? Hablo de lo que se encuentra arraigado en lo más profundo, de algo inconsciente; las cosas profundas son siempre así. Pienso que si queremos investigar, también de eso tenemos que desprendernos”, dijo K.

“¿Puede uno llegar hasta el final de la mente inconsciente?”, pregunté. “¿Es acaso posible que eso se termine sin que lo inconsciente haya sido expuesto? ¿Cómo experimenta uno aquello que no puede formular? ¿Aquello que está más allá de todas las particularidades propias del conocimiento de cualquier persona?”

“¿No siente usted, no percibe en esta pregunta, que tiene que haber una completa negación de todas las cosas?”, preguntó K.

“Yo concibo la negación de todo lo que surge en el cerebro. ¿Pero puede uno negar las capas del inconsciente, el suelo mismo sobre el que estamos parados? Tal vez planteo la pregunta equivocada. Tal vez nunca puede haber una negación de eso. ¿Cómo podría uno negar eso?” Yo trataba de entender.

“Espere un momento. El hombre ha tratado por diversos medios de dar con esto. Ha ayunado, se ha torturado a sí mismo, pero siempre sigue anclado en algo”.

“Sí”.

“Uno puede librarse de las anclas de muchas cosas. ¿Puede uno estar libre de la pregunta?” preguntó Mary.

“Oh, sí, oh, sí”, respondió K.

“¿Entonces cómo puede Pupul formular la pregunta?”, quiso saber Mary.

“No”, dijo K. “Ese es todo el punto. ¿Puede uno, en primer lugar, hacer esto? ¿Es posible estar así, totalmente, ‘sin movimiento’? De lo contrario, el movimiento es tiempo, pensamiento y todo eso. En esto están envueltas cosas muy complicadas. Ante todo, ¿por qué queremos descubrir el significado de Dios, el significado que hay detrás de todo esto?”

Contesté yo: “Hay una parte de nosotros que todavía sigue buscando”.

“Sí, de eso se trata. Nunca decimos ‘no sé’”. Hizo una pausa. “Pienso que ésa es una de nuestras dificultades. Todos queremos ‘saber’ lo cual implica poner a Dios en el mirador del conocimiento­”.

“Vea, señor, en el escuchar del oído, en el ver del ojo en la palabra pronunciada­ ¿no está todo el contenido de lo que es Dios? ¿No es necesario extirpar esta matriz?”, pregunté.

“¿Usted puede extirpar la matriz?”, preguntó K.

“No lo sé”.

“Cuando usa la palabra ‘matriz’, ¿qué quiere decir con eso?”

“Sólo sé que más allá de todos los horizontes de mi mente, de las creencias obvias, hay en mí profundidades y profundidades. Usted usa en alguna parte una frase muy significativa: ‘jugar con lo profundo’. Por lo tanto, también usted señala la existencia de profundidades que están más allá de lo que emerge en la superficie. ¿Se encuentra esta profundidad dentro de la matriz?”, pregunté.

“No, no no puede estarlo­”, dijo K. “Por eso es que pregunto por qué queremos descubrir si hay algo más allá de todo esto”.

“Porque, Krishnaji, no puedo hacer nada con respecto a la matriz”, dije.

“Me pregunto a qué llama usted la matriz”, insistió K.

“Esta profundidad que no puedo traer a la superficie, a la luz diurna de la conciencia, de la percepción, de la atención. Esta profundidad que no entra en la esfera de acción de mis ojos y oídos, pero que no obstante está ahí. Sé que está ahí. Es mi propio ser. No pudiendo verla, tocarla, tengo la sensación de que si escucho correctamente la verdad...” Yo trataba de comunicar algo.

“Investiguémoslo. ¿Es esa profundidad ­si puedo usar esa palabra por el momento­ es esa profundidad mensurable?”, preguntó K.

“No”, contesté.

“Entonces, ¿por qué usa la palabra ‘profundidad’? La profundidad implica lo mensurable”. “Uso la palabra profundidad con el significado de algo que está más allá de mi conocimiento. Vea, si está dentro de los límites de mi horizonte, si es accesible para mis sentidos, entonces es mensurable. Pero si no es asequible, nada puedo hacer al respecto. No tengo los instrumentos para alcanzar eso”.

“¿Cómo sabe usted que esta profundidad existe? ¿No es imaginación? ¿La conoce como una experiencia?”

“Sí”.

“¡Ah! Sea cauta, sea muy cauta”.

“El problema es que si digo sí, es una trampa, y si digo no, es una trampa”.

“Perdóneme, Pupulji, pero necesito tener muy en claro que ambos entendemos el significado de nuestras palabras”.

“Ciertamente, señor. Una palabra puede ser dicha desde la mente superficial, y puede ser dicha con un gran peso significativo tras ella. Yo digo que este suelo psicológico contiene toda la historia del hombre. Tiene gran peso y profundidad. ¿No puedo investigarlo sin que usted me pregunte si es imaginación mía? ¿Acaso no puede usted sentir esa profundidad?”

“Comprendo, Pupulji, pero vea...” Hizo una pausa. “Y esa profundidad... ¿es la profundidad del silencio? Lo cual implica que la mente, el cerebro, está totalmente silencioso no algo que viene y va­”.

“¿Cómo puedo responder a eso?”

“Pienso que uno puede hacerlo si no hay sentido alguno de apego a ello­. Si no involucra de ningún modo a la memoria. Pupulji, comencemos de nuevo. Todo el mundo cree en Dios. En Ceilán se mostraron muy perturbados cuando dije que la palabra ‘Dios’ ha sido creada por el pensamiento. ¿Recuerda? Todo el mundo cree en Dios. Desafortunadamente, yo no sé qué es Dios. Probablemente nunca lo descubriré”. Calló. Después dijo: “Y no me interesa descubrirlo. Pero lo que sí me concierne descubrir es sí la mente, el cerebro, puede estar total y completamente libre del conocimiento acumulado, de la experiencia. Porque si no lo está, funcionará siempre dentro de su propio campo, expandíéndose-contrayéndose, verticalmente, horizontalmente, pero siempre dentro de esa área. No importa cuánto acumula uno, ello siempre estará dentro de esa área. Y si la mente se mueve desde esa área y dice: ‘Debo descubrir’, entonces continúa llevando consigo el mismo movimiento. ¿Me expreso claramente?” Había grandes pausas entre las palabras dé K.

Continuó: “De modo que mi interés está en descubrir si el cerebro, la mente, puede estar completamente libre de la contaminación del conocimiento. Para mí, eso es tremendamente importante, porque si no lo está, jamás se hallará fuera de esa área, jamás”.

“Usted habla de cualquier movimiento de la mente cualquier movimiento­”.

“Sí. Cualquier movimiento desde esa área implica encontrar que el cerebro continúa anclado en el conocimiento y busca más conocimiento acerca de Dios. Digo, pues, que mi interés está en descubrir si el cerebro es capaz de estar completamente inmóvil. Cuando usted plantea un interrogante de ese tipo, o bien dice, ‘no es posible’ o dice, ‘es posible’. Pero si niega tanto la posibilidad como la imposibilidad de ello, ¿qué es lo que queda? ¿Entiende? ¿Puede tener una percepción, profundidad de percepción en el proceso del conocimiento, de modo que esa percepción instantánea detenga el movimiento? No ‘yo que detengo el movimiento’ ni ‘el cerebro que detiene el movimiento’. Entonces eso es la terminación del conocimiento y el comienzo de algo diferente. Por eso estoy interesado sólo en la terminación del conocimiento ­lúcidamente, profundamente­. Existe este inmenso sentido de unidad que adviene, una unidad armónica; pero si eso es fingido, entonces no tiene significación alguna, uno se perpetúa a sí mismo ­¿correcto?­” Hizo una nueva pausa, escuchando.

“El ‘yo’ es la esencia del conocimiento”, continuó. “Yo dudo de todo cuanto el hombre ha producido, dudo incluso de mí mismo. Esa es una actitud muy purificadora. Por lo tanto, comenzamos con el extraordinario sentimiento de no saber nada. Si pudiéramos decir, ‘no sé nada’, decirlo en el más profundo sentido de la palabra, entonces eso está ahí, no tenemos que hacer nada al respecto”.

Krishnaji me propuso un reto: “Vea, Pupulji, suponga que esta persona no estuviera aquí. ¿Cómo encararía usted este problema? ¿Cómo abordaría esta cuestión de Dios, de la creencia? ¿Cómo la abordaría realmente, sin ninguna referencia a nadie?”

“Sí, hacer eso aún es posible”, respondí.

“Movámonos desde ahí. Cada uno de nosotros es totalmente responsable. No nos referimos a las autoridades del pasado o a los santos. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de contestar esta pregunta. Usted tiene que responder a ella”.

“¿Por qué debo yo responder a ella?”, pregunté.

“Le diré por qué. Usted es parte de la humanidad, y la humanidad está formulando esta pregunta. Todos los santos, todos los filósofos, todos los seres humanos, en alguna parte de sus profundidades, están formulando esta pregunta”.

“Señor, ¿no es esta pregunta, en cierto sentido, una pregunta equivocada?”, preguntó Mary.

“Dije eso. Pero usted tiene que responder a ella sin ninguna referencia a lo que se haya dicho en un sentido u otro. Yo vengo a usted con estas preguntas. Se las formulo a usted como ser humano. Para mí, estas preguntas son inmensamente importantes”.

“Intervine en el diálogo: “¿Puedo preguntar algo? ¿Cómo toma uno una pregunta como ésta y la deja en la conciencia?”

“Pupulji, o bien usted nunca ha pensado en ello, o lo ha hecho y ha reunido una tremenda información de los libros puede que ésta sea la primera vez que se enfrenta a esta pregunta­. Vaya despacio, vaya despacio”.

“Usted tiene un modo de tomar una pregunta, de formularla, y después, sin ningún movimiento de la mente, permanecer con ella”. Yo rehusaba ser desviada de mi posición.

“Si, eso sería correcto”.

“Y eso es lo que quiero saber. Uno formula la pregunta y existe un movimiento de la mente hacia ella. Con usted, cuando se plantea una pregunta semejante, no hay ningún movimiento de la mente hacia esa pregunta”.

“Es verdad. ¿Y quiere saber, entonces, cómo lograr eso?”, preguntó K.

“Se que no puedo lograrlo”, dije.

“No. Usted está en lo correcto al preguntar eso”. Se dirigió a todos: “¿Comprenden lo que Pupulji dijo? Háganlo, háganlo. Yo les formulo esa pregunta a ustedes como seres humanos, y los seres humanos se han formulado estas preguntas por un millón de años. Vengo a ustedes y planteo esta pregunta ¿están prontos para contestarla o permanecen quietamente con la pregunta?­ Conténganla, ¿comprenden? Y de ese mismo contenerla sin reacción alguna, sin ninguna réplica, llega la respuesta. ¿De acuerdo?”

“¿Podría usted decirnos algo sobre ese ‘contener’?”, preguntó Scott Forbes, miembro del cuerpo docente en la Escuela de Brockwood Park.

“Una copa contiene agua. Un estanque es un receptáculo que contiene agua; un contener sin ninguna onda, sin ningún motivo o movimiento, sin sentido alguno de intentar obtener una respuesta”.

“Señor”, dijo Mary, “con la mayoría de nosotros ocurre que podemos no tratar de encontrar una respuesta; podemos primero permanecer quietamente con una pregunta no respondida, pero tarde o temprano llega una respuesta que puede provenir de los profundos pozos del inconsciente, y el contenido de los pozos sube para llenar ese espacio”.

“Lo sé. Ahora espere un momento. Yo le formulo una pregunta: ‘¿Cree usted en Dios?’ Le estoy preguntando eso. ¿Dice usted que no sabe, que no cree, o dice que puede ser que exista? Sin decir nada al respecto, ¿puede observar la pregunta? ¿Puede? Si uno le hiciera la pregunta a un devoto cristiano, inmediatamente diría: ‘¡Por supuesto que creo en Dios!’ Si uno fuera a la India a preguntarlo, habría inmediatamente una reacción. Es como presionar un botón. En cuanto a mí, no sé realmente si Dios existe o no”.

“En ese contener la pregunta, ¿no hay un inquirir?”, Scott habló nuevamente.

“Vea, a menos que usted comprenda esto, puede llevarlo a muchos malentendidos. Señor, las computadoras pueden ser programadas, por diez profesores diferentes, con una gran cantidad de conocimientos. Estos pueden contener una información tremenda. Nuestro cerebro se ha adiestrado de ese modo; ha sido programado por miles de años, y ese cerebro responde inmediatamente a una pregunta. Si el cerebro no está programado, observa, está alerta. ¿Pueden, entonces, nuestros cerebros no estar programados?”

“Pero esta actividad de estar alerta, ¿no es el contener de que hablábamos? ¿Puede usted decir algo acerca de ese contener la pregunta?”, continuó Scott.

“Dígalo usted”. K apremiaba.

“No tengo nada que decir”.

“Empuje, empuje”, dijo K.

“Como la copa contiene el agua, o la tierra contiene el estanque, ¿hay ‘algo’ que contiene, como la copa y la tierra?”

“No. Pupulji me formuló una pregunta. Usted recibió esa pregunta. ¿Cuál fue su respuesta?”

“¿Cuál pregunta, señor?”, dijo Scott”.

Acerca de lo profundo capa tras capa, desde lo profundo, el suelo psicológico­. Ahora bien, ¿cuál fue su reacción a eso?”

“Vea, señor”, intervine, “cuando normalmente se formula una pregunta, es como granos de azúcar que uno deja caer en el suelo las hormigas acuden desde todas partes a ellos­. Es lo mismo con la mente; cuando se formula una pregunta, hay movimientos, respuestas que despiertan y acuden hacia la pregunta. El interrogante es, entonces, si la pregunta puede formularse sin que se produzcan estos movimientos”.

“Sin las hormigas, sí. Me dijeron que cuando el cerebro no está operando cuando está quieto­ tiene un movimiento que le es propio. Hablamos del cerebro que está en movimiento constante y cuya energía es el pensamiento. ¿Es el pensamiento el problema? ¿Cómo abordará usted esta pregunta? ¿Puede cuestionar completamente el pensamiento? No lo complique, le estoy formulando una pregunta. No la conteste inmediatamente. Obsérvela, conténgala. Esto no es un examen. ¿Puede uno tener una mente capaz de no reaccionar inmediatamente a una pregunta? ¿Puede haber una acción retardada, tal vez un contener la pregunta indefinidamente?

“Volvamos atrás, Pupulji. ¿Existe un estado de la mente que se halle fuera del tiempo? ¿Es ése un estado de meditación profunda? Una meditación en que no hay impulso alguno de logro, nada. Esa puede ser la base, el origen de todas las cosas, un estado en que el meditador no existe”.

“¿Puedo hacer una pregunta? ¿El meditador no es la base?”

“Obviamente no”.

“¿Puede existir la base sin el meditador?”

“Si el meditador está ahí, la base no está”.

“Pero sin el meditador, ¿puede haber meditación?”, pregunté.

“Hablo de la meditación sin meditador”.

“La meditación es un proceso humano”, dije.

“No”, respondió K.

“Investiguemos esto si es posible. La meditación no puede estar exenta del ser individual. No puede haber meditación sin un meditador. Lo que usted puede decir es que el meditador no es la base”.

“No, espere un momento. En tanto yo trate de meditar, la meditación no existe”, dijo K.

“De acuerdo”, dije.

“Por lo tanto, sólo existe un cerebro, una mente que se halla en estado de meditación”.

“Si”.

“Entonces ésa es la base. El Universo se halla en estado de meditación, y ésa es la base, es el origen de todas las cosas. Eso sólo es posible cuando no hay un meditador”.

“Y eso sólo es posible cuando no hay anclas”.

“Absolutamente. En eso existe una libertad absoluta respecto del dolor. Ese estado de meditación llega con la completa terminación del yo. El comenzar puede que sea el proceso eterno ­e1 comenzar, un eterno comenzar­. ¿Cómo es esto posible? ¿Es de algún modo posible para un cerebro, para un ser humano estar así, completa y totalmente libre del meditador? Entonces no es cuestión de si Dios existe o no existe. Entonces esa meditación es la meditación del Universo”. Hizo una pausa.

“¿Es posible estar así, completamente libre? Formulo la pregunta. No contesten, contengan esa pregunta dentro de ustedes. ¿Saben lo que quiero decir? Déjenla operar. En el acto de contenerla, la energía se acumula, y es esa energía la que actuará, no serán ustedes los que estén actuando. ¿Comprenden?” Después de una larga pausa, Krishnaji dijo: “Bien, ¿han comprendido la naturaleza de Dios?”


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

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