domingo, 21 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y La Muerte.

“EL SIGNIFICADO DE LA MUERTE”

A la mañana siguiente, discutimos la muerte. Comencé el diálogo formulando el interrogante que subyace en las profundidades de la mente humana: la cuestión del “llegar a ser y el dejar de ser” la vida y la muerte­.

“Es en torno a estas dos cosas, la maravilla del nacimiento y el miedo a la muerte, que descansa la vida del hombre. En un nivel comprendemos el nacimiento y la muerte. Pero es sólo la mente superficial la que comprende. Es imperativo comprender en profundidad el problema de la existencia, aquello que está contenido entre el nacimiento y la muerte, y los temores, la oscuridad que se encuentra en el final de todas las cosas”.

Krishnaji escuchaba como siempre lo hace, con la totalidad del cuerpo y de la mente. Preguntó: “¿Por qué usa usted la palabra ‘problema’?”

“En sí mismos, el nacimiento y la muerte no son un problema; pero la mente no puede dejarlos ahí. Se aferra a uno y rechaza a la otra. El problema surge debido a las sombras que rodean la palabra ‘muerte’. Hay júbilo y esplendor en la palabra ‘nacimiento’, el llegar a ser, y existe el instinto de aferrarse a ello a cualquier costo, así como el instinto de evadir la ‘muerte’”. Yo estaba tratando de exponer el problema.

“Comprendo eso”.

“De esto surge el dolor, de esto surge el miedo, surgen todas las exigencias internas”, continué.

¿Cuál es, entonces, la pregunta?”, dijo Krishnaji.

“¿Cómo podemos explorar la palabra ‘muerte’? ¿Cómo podemos librarnos de las tinieblas que rodean la palabra? ¿Cómo puede la mente mirar con sencillez la muerte y verla tal como es?”

“¿Incluye usted en su pregunta todo el proceso del vivir, que es confusión, complejidades y el final de eso? ¿Le interesa descubrir todo lo que eso significa la muerte y este largo período de lucha, desdicha, etc., al cual nos aferramos-? ¿Formula usted una pregunta considerando todo el movimiento de la vida y la muerte?” Krishnaji ampliaba la pregunta para incluir una totalidad no fragmentada.

“Hay un movimiento total de la existencia que incluye la vida y la muerte”, dije. “Pero si usted amplía demasiado el campo, no podremos llegar a la profundidad del dolor que implica la terminación. Hay una angustia muy grande en algo que ‘es’ y en algo que ‘cesa de ser’. Algo que es maravilloso, que llena la vida de uno, y el dolor que acecha detrás de eso porque lo que es, tiene que terminar”.

“Bien, ¿qué implica el terminar?”, preguntó Krishnaji.

“Algo que existe y deja de ser deja eternamente de ser-”, contesté.

“¿Por qué usa la palabra ‘eternamente’?”

“Señor, algo ‘es’, y en la naturaleza misma de ese ‘ser’ acecha el fin de ello, la terminación de ello por la eternidad. En la terminación no hay un mañana”.

“Ahora espere un momento. ¿La terminación de qué?” El sondeo había comenzado.

“La terminación de aquello que perdura. El dolor es la terminación de aquello que perdura”.

“La terminación del dolor... ¿Pero no es eternidad la terminación?”

“No, el dolor que surge cuando algo que era tan maravilloso se termina”.

“Espere un momento. ¿Es eso tan maravilloso?”, preguntó K.

“Déjeme ser más directa. Usted es, y usted debe dejar de ser eso es una gran angustia-”, dije.

“Uno es y...” Krishnaji seguía vacilando, trataba de que yo lograra ver el problema con una claridad absoluta.

“No, usted, usted Krishnamurti, es, y esa afirmación contiene la tremenda angustia de Krishnamurti cesando de ser”, dije.

“¿Está usted hablando de la angustia de Krishnamurti terminando, o de Krishnamurti mismo terminando? ¿Entiende?”

Yo no entendía, y pregunté: “¿Por qué hace usted la distinción?”

“La muerte es inevitable para esta persona”, dijo K. “A él eso no le importa. No hay temor, no hay angustia. Pero usted mira a esa persona y dice. ‘Dios mío, un día va a morir’. De modo que el temor, la angustia, es su angustia”, dijo K.

“Si, es mi angustia”.

“¿Por qué?”

“Existe. ¿Por qué pregunta usted ‘por qué’?”

“Quiero saber por qué, cuando un ser humano, bello o feo, muere toda la existencia humana está contenida en eso- yo siento angustia. Él muere y eso es inevitable. Estimo a esa persona, amo a esa persona, esta muere y yo quedo sumido en la angustia. ¿Por qué? ¿Por qué estoy desesperado, por qué me siento solo, dolorido? No estamos hablando intelectualmente, sino de algo real. He perdido a esa persona, me era muy querida, era mi compañero, etc. y llega a su fin. Pienso que es realmente importante comprender la terminación, porque hay algo completamente nuevo cuando toda cosa se termina”, dijo K.

“¿No es inevitable la angustia esa persona era el perfume de mi existencia?”, dije.

“Si, yo la amaba. Con ella me sentía pleno, rico. Esa persona se termina”.

“¿No es dolor eso?”, pregunté.

“Lo es. Mi hijo, mi hermano muere, es un dolor tremendo. Es como si toda la existencia hubiera sido arrancada de cuajo, un árbol maravilloso derribado en un instante. Derramo lágrimas, hay ansiedades, y mi mente busca entonces consuelo y dice que se encontrará con el ser amado en la próxima vida. Y ahora me pregunto: ¿Por que debe el hombre arrastrar ese dolor con él? Vea, yo sufro porque jamás he comprendido profundamente que es terminar. He vivido cuarenta, cincuenta, ochenta años; durante este período no he comprendido jamás el significado del terminar. El poner fin a algo que estimo. La terminación total de ello no el terminar de ello para continuarlo en otra dirección...-”

“¿Qué hace que la mente sea incapaz de terminar? ¿Cuál es el obstáculo?”

“Es el miedo, por supuesto. ¿Puede uno terminar con algo sin ningún motivo ni dirección, sin el apego y todas sus complejidades, todos sus vínculos con el recuerdo, la experiencia, el conocimiento? Llega la muerte... Después de todo, es una terminación del conocimiento, o sea, de aquello a lo que uno se aferra el conocimiento de que una persona muere, y yo la he cuidado, la he estimado y en todo ello está involucrado el conflicto. ¿Puede uno terminar totalmente, absolutamente, para el recuerdo de eso?” Hizo una pausa. “Eso es la muerte”. Krishnaji hablaba muy lentamente, tanteando su camino en esta cuestión tan inmensa.

“¿Existe ahí, como usted ha dicho, ‘un entrar viviendo en la morada de la muerte’?”

“Si”, contestó.

“¿Qué significa eso exactamente?”

“Invitar a la muerte mientras uno vive. Esto no implica cometer suicidio, tomar una píldora y morir. Estoy hablando de terminar no sólo la profundidad de ello, sino el real terminar de algo que he estimado. Me aferro a ese recuerdo y vivo en ese recuerdo. Lo aprecio, y por eso nunca he descubierto qué significa terminar. Hay muchas cosas involucradas en ello. Terminar cada día con todo lo que uno ha acumulado psicológicamente”, dijo K.

“¿El apego tiene que terminar?”, pregunté.

“La muerte es eso”.

“Eso no es la muerte”, repliqué.

“¿A qué llamaría usted muerte? ¿El organismo que llega a su fin? ¿O el fin de la imagen que he construido con respecto a la persona que muere?”

“Si usted lo reduce a una imagen, entonces diré que es el fin de la imagen que he construido de usted. Pero es mucho más que eso”, dije.

“Hay mucho más que eso. Pero estoy investigando. Yo lo he estimado y su imagen está profundamente arraigada en mí. Usted muere y esa imagen adquiere fuerza, es natural. Pongo flores ante ella, le dedico palabras poéticas, y quedo sumido en el dolor. Estoy hablando de la terminación de esa imagen. Esta mente no puede penetrar en una dimensión totalmente nueva si acecha una sombra de recuerdo. Si la mente ha de entrar en lo intemporal, en lo eterno, no debe contener ni un solo elemento de tiempo. Pienso que esto es lógico. ¿Qué es lo que usted objeta?”

“La vida no es lógica, racional”, dije.

“Por supuesto que no. Pero sólo en la terminación de todo lo que uno ha acumulado, que es tiempo, puede comprender aquello que es eterno, intemporal. La mente tiene que estar libre de tiempo y, por lo tanto, tiene que haber una terminación”. Las palabras estaban perfectamente afinadas.

“¿No es posible, entonces, una exploración en el terminar mismo?”, pregunté.

“Oh, si, es posible”, dijo K.

“¿Qué es el terminar? ¿El fin para la continuidad la continuidad de un pensamiento particular, de un deseo particular? ¿O el fin de aquello que da vida a una continuidad? Entre el nacimiento y la muerte, en ese gran intervalo, hay una profunda continuidad. Es como un río, el volumen de agua es lo que hace a un río como el Ganges, el Rhin, el Amazonas. Pero nosotros vivimos en la superficie de este vasto río de la vida, y no podemos ver la belleza de las profundidades si estamos siempre en la superficie. La terminación de la continuidad es la terminación de la superficie.

Hubo una larga pausa. Para mí, había existido un sumergimiento en vastas profundidades. Desde allí, pregunté: “¿Qué es lo que muere?”

“Todo lo que he acumulado, tanto externa como internamente. He establecido un buen comercio, tengo una hermosa casa, una bella mujer e hijos, y mi vida da continuidad a eso. ¿Puede uno terminar con eso?”, dijo K.

“¿Quiere usted decirme que con la muerte del cuerpo de Krishnamurti, terminará la conciencia de Krishnamurti? Por favor, señor, esta pregunta es muy importante”, dije.

“Usted ha dicho dos cosas: la conciencia de Krishnamurti y el cuerpo. El cuerpo terminará eso es inevitable, enfermedad, accidente, etc. ¿Qué es, entonces, la conciencia de esa persona?”, preguntó.

“Una abundante e infinita compasión. Suponga que digo eso”, contesté.

“Yo no llamaría conciencia a eso”.

“Estoy usando la palabra ‘conciencia’ porque ese campo está vinculado con el cuerpo de Krishnamurti. No puedo pensar en otra palabra… ¿Puedo decir ‘la mente’ de Krishnamurti?”

“Aténgase a la palabra ‘conciencia’ y considerémosla. La conciencia de un ser humano es su contenido. El contenido es todo el movimiento del pensar, el aprendizaje de un idioma, las creencias, los rituales, los dogmas, la soledad, un movimiento desesperado de temor, todo eso es la conciencia. Si el movimiento del pensar se termina, la conciencia tal como la conocemos no existe”.

“Pero el pensamiento como un movimiento en la conciencia tal como la conocemos, no existe en la mente de Krishnamurti”, dije. “No obstante, hay un estado del ser que se manifiesta cuando estoy en contacto con él. Por lo tanto...”

“La conciencia como la conocemos es un movimiento del pensar, un movimiento del tiempo”, dijo K. “Vea eso claramente. Cuando el pensamiento llega a su fin, no en el mundo material sino en el psicológico, la conciencia tal como la conocemos no existe”.

“Usted puede usar cualquier otra palabra, pero hay un estado del ser que se manifiesta como Krishnamurti. ¿Qué palabra debo usar?”

“No le estoy pidiendo que cambie la palabra. Digo, por ejemplo, que en la verdadera meditación uno llega a un punto que es absoluto. Lo veo, lo siento, para mí es el más extraordinario de los estados. Establezco contacto con él. A través de usted siento esta inmensidad. Y todo mi impulso, mi energía, se dirige a la captación de eso. Usted lo tiene, no ‘usted’ está ahí- no es Pupulji quien lo tiene. No es suyo ni mío. Está ahí”, dijo K.

“¿Está ahí debido a usted?”, pregunté.

“No, no está ahí debido a mí. Está ahí”. Hubo otra vez una larga pausa. La mente estaba tocando algo”.

¿Dónde está?”, pregunté. Krishnaji escuchaba.

“No tiene un lugar”, dijo. “Ante todo, no es suyo ni mío”.

“Yo sólo sé que se manifiesta en la persona de Krishnamurti. Por lo tanto, cuando usted dice que no tiene un lugar, no puedo aceptarlo”, dije.

“¿A causa de que ha identificado a Krishnamurti con eso?”, preguntó K.

“¿Pero Krishnamurti es eso?”, respondí.

“Puede ser. Pero K dice que eso nada tiene que ver con Krishnamurti ni con nadie. Está ahí. La belleza no es suya ni mía. Está ahí, en el árbol, en la flor”.

“Pero, señor, la compasión y la cualidad sanadora que operan en Krishnamurti, no están ahí afuera. A eso me refiero”, dije.

“Pero esto no es Krishnamurti”. Señaló su cuerpo.

“Se manifiesta en Krishnamurti y cesará de manifestarse. Es de eso que estoy hablando”, dije.

La respuesta de Krishnaji fue rápida. “Yo cuestiono eso. Aquello puede manifestarse a través de X. Lo que se manifestó o se está manifestando, no pertenece a X”.

“Puede no pertenecer a X...”, comencé.

“No tiene nada que ver con X”.

“Puede no pertenecer a Krishnamurti. Pero Krishnamurti y aquello son inseparables”, dije.

“Sí. Pero vea, cuando identifica aquello con la persona, estamos entrando en algo muy delicado”. El tentáculo sondeaba.

“Quiero investigar eso muy despacio”, dije. “Tomemos al Buda; cualquier cosa que haya sido la conciencia de Buda, aquello se manifestaba a través de él, y cesó de existir”.

“Yo cuestiono que la conciencia de Buda cesara cuando él murió. Se manifestaba a través de él, y usted dice que cuando él dejó de existir, aquello desapareció”.

“No tengo suficiente conocimiento al respecto como para afirmar que desapareció, pero ya no se pudo entrar en contacto con aquello”.

“Naturalmente, no”, dijo K.

“¿Qué quiere usted decir con ‘naturalmente, no’?”, pregunté.

“Porque él era un iluminado. Por tanto, aquello vino a él. Fue. No había división. Y cuando él murió, sus discípulos dijeron: ‘Él está muerto, y con su muerte se terminó toda la cosa’. Yo digo que no. Lo que es bueno, nunca puede desaparecer. Como el mal si puedo usar esa palabra sin asignarle demasiada oscuridad- como el mal continúa en el mundo. ¿Correcto? El mal es por completo diferente del bien. El bien se manifiesta, el bien existe siempre; como el mal que no es el opuesto del bien- continúa”.

“Usted dice que la gran compasión iluminada no desaparece, ¿pero puedo ahora conectarme con ello?”, insistí.

“Sí. Pero usted sólo puede conectarse Con ello cuando la persona no está ahí. Ese es todo el punto. Krishnamurti no tiene nada que ver con eso”.

“Cuando usted dice, ‘sea una luz para sí mismo’, ¿involucra eso el conectarse con ‘aquello’ sin la persona?”

“No conectarse, sino recibirlo, vivir con ello. Está ahí para que usted extienda los brazos y lo reciba. Pero el pensamiento, como esta conciencia que conocemos, tiene que llegar a su fin. El pensamiento es realmente el enemigo de aquello. El pensamiento es el enemigo de la compasión. Y para tener esta llama no se requiere sacrificio alguno, ni esto, ni lo otro, sino una inteligencia despierta que ve el movimiento del pensar, y esa misma percepción lúcida le pone fin. Esa es la verdadera meditación”.

“¿Qué significado tiene en esas condiciones la muerte?”, pregunté.

“Ninguno. No significa nada, porque uno está viviendo con la muerte todo el tiempo. Porque uno pone fin a todo constantemente. No creo que veamos la belleza e importancia del terminar. Sólo vemos la continuidad con sus ondas de belleza, su superficialidad”.

“Yo me voy mañana, ¿me separo completamente de usted?”, pregunté.

“No, usted se separa de esa eternidad con toda su compasión si me convierte en un recuerdo”. Hizo una pausa. “Me encuentro con el Buda. Le he escuchado muy profundamente. Toda la verdad de lo que dice permanece en mí, y él se marcha. Me ha dicho muy solícitamente: ‘Se una luz para ti mismo’. La semilla está floreciendo. Puedo perderlo a él. Él era un amigo, alguien a quien yo realmente amaba. Pero lo que verdaderamente importa es esa semilla de la verdad que él ha plantado debido a mi estado de alerta, a mi atención, a mi intenso escuchar, esa semilla florecerá. De otro modo, ¿qué sentido tiene que alguien tenga aquello? Si X tiene esa extraordinaria iluminación, un sentido de inmensidad, de compasión, y todo eso, si sólo él lo tiene y muere, ¿cuál es el sentido de todo eso? ¿Cuál?”

“¿Puedo hacer una pregunta? ¿Cuál es, entonces, la razón de la existencia de X?”, pregunté.

“¿Cuál es la razón de su existencia? ¿Manifestar aquello?” Hubo una pausa, y después Krishnaji dijo: “¿Ser la personificación de aquello? ¿Por qué tendría que haber una razón? Una flor no tiene razón alguna para ser, ni la tiene el amor existen. Cuando trato de encontrar una razón, ya no es la flor la que está ahí. No intento hacer un misterio de esto. Ello está ahí para que cualquiera extienda los brazos y lo tenga. De modo que, Pupulji, la muerte y el nacimiento que debe ser un acontecimiento extraordinario para una madre, y tal vez para un padre- el nacimiento y la muerte son puestos a gran distancia el uno de la otra, y entonces está todo el esfuerzo de la continuidad, que es la desdicha del hombre. Sólo cuando la continuidad termina cada día, estamos viviendo con la muerte. Esa es una renovación total. Es algo que no tiene continuidad. Por eso es importante comprender el significado que tiene la completa terminación. ¿Puede haber una terminación para la experiencia, o para aquello que se ha experimentado y queda en la mente como recuerdo? “Hizo una pausa”. ¿Podríamos investigar esta pregunta: Puede un ser humano vivir sin el tiempo y el conocimiento aparte del conocimiento físico?”

Yo seguía retándolo: “¿No es el vivir terminando de día en día, el núcleo de esta pregunta? O sea, cuando la mente es capaz de vivir así es capaz de vivir con la terminación del tiempo y del conocimiento. ¿Es que uno nada puede hacer al respecto? ¿Es que hay que observar y escuchar y no hacer nada más? Estoy llegando ahora a algo bastante difícil. Está la corriente del conocimiento. Cuando pregunto: ‘¿Puedo estar libre de la corriente?’ ¿No es un elemento de la corriente del conocimiento el que formula esa pregunta?”

“Por supuesto, por supuesto”, contestó K.

“Entonces en eso no hay ninguna significación. La corriente del conocimiento, al ser retada, responde. La única acción posible es escuchar la respuesta. ¿Hay alguna otra cosa que el hombre puede hacer más que estar despierto a este surgimiento de la corriente?”

“¿Y a la cesación? ¿Está usted preguntando para realmente comprender la... la llamaremos ‘bondad’ por el momento? ¿Puede uno hacer algo? ¿Es eso lo que usted pregunta?”

“Eso es lo que quiero saber dígamelo”.

“Descubrámoslo. Usted podría experimentar con el sondeo tentativo de la mente”.

“O hacer algo, en cuyo caso la pregunta siguiente sería: ¿Qué puedo hacer?’”.

“¿Qué es lo que le hace decir a uno que no puede hacer nada?”, preguntó K. “Investiguemos juntos. ¿Qué le hace decir a uno que no puede hacer nada al respecto? ¿Con respecto a qué?”

“Con respecto a este surgimiento desde la corriente. Es de eso que estamos hablando. Hay una corriente del conocimiento. O estoy separada de esa corriente...”

“... que no lo está”, interrumpió K.

“Al investigarlo, veo que no lo estoy”.

“Comprendo eso. Si usted declara, ‘yo soy la corriente del conocimiento y nada puedo hacer al respecto’, entonces está jugando con las palabras”.

“¿Qué es posible hacer, entonces? ¿Cuál es el estado de la mente?”

“Eso está mejor”, dijo K.

“La mente que es sensible al surgimiento y a la cesación de la corriente”, dije.

“Si es sensible, no hay surgimiento ni cesación”, dijo K.

“Nosotros no conocemos ese ‘estado’ el hecho es que hay un surgimiento”, dije.

“¿No puede usted hacer algo con respecto al surgimiento? ¿No puede hacer algo sin tratar de cambiarlo, de modificarlo o de escapar de ello? ¿Puede uno ver el surgimiento de la ira y estar lúcidamente atento a eso? ¿Puede uno dejarla florecer y terminar? ¿Puede uno ver surgir la ira y no volverse violento al respecto? ¿Puede uno observar el movimiento de ello, dejarlo florecer, y ver que cuando florece se marchita y muere?”

“Si la mente es capaz de observar, ¿cómo puede surgir la ira en absoluto?”

“Puede ser que la mente no haya comprendido todo el movimiento de la violencia”, dijo K.

“Ahora bien, ¿cómo observa uno algo sin el observador?”, pregunté.

“La mente humana se ha separado a sí misma como el observador y lo observado”, dijo K.

“Yo puedo observar cómo surge la ira, vigilar sus manifestaciones no interferir con sus manifestaciones- y observar cómo se aquieta”. “Entonces puede hacer algo al respecto”.

“La mente que llamamos despierta, es eso lo que hace”, dije.

“Sólo la mente que ve que nada puede hacer, está inmóvil.

“Bien, ¿hemos comprendido, entonces, en este diálogo, el significado de la muerte?”


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

 

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