jueves, 11 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y La Muerte.

EL MISTERIO DE LA MUERTE

K: ¿Por qué está usted tan abatido? ¿A qué viene esa tristeza? ¿Qué es lo que lo atormenta? ¿Por qué ha venido a verme otra vez?

SW: La semana pasada un amigo mío murió de cáncer. Fue una muerte agónica. Sufrió muchísimo. Los médicos lo drogaban para eliminar el dolor. Se pasó los últimos días de su vida medio inconsciente.

K: ¿Qué tipo de cáncer padecía?

SW: De pulmón. He estado pensando que tal vez nuestras vidas también tocarán a su fin algún día.

K: No es que tal vez toquen a su fin, tocarán a su fin. Tarde o temprano todos morimos.

SW: Gracias a los increíbles avances de la medicina, no es improbable que en el futuro cercano, el hombre venza a la muerte. Hasta ahora hemos asumido que todos somos mortales. La sentencia «el hambre es mortal» se basa en nuestra experiencia del pasado, pero en el futuro quizás logremos la inmortalidad física.

K: Esas especulaciones surgen por el temor a la muerte. Si no temiera usted a la muerte, no diría estas cosas.

SW: ¿Insinúa que las teorías sobre la reencarnación y la otra vida son el resultado del miedo a la muerte?

K: Al hombre o a la mujer que viven intensamente el presente, el ahora temporal, no les interesa el mañana. El mañana se vuelve importante cuando uno trata de evitar lo que ocurre en el presente. Los ancianos miran hacia el pasado y los jóvenes hacia el futuro. Pero la persona que vive al minuto, en el presente eterno, no tendrá ni tiempo ni ganas de distraerse pensando en el pasado o el futuro.

SW: Los libros religiosos están repletos de teorías sobre lo que nos espera después de la muerte. Pero usted insinúa que todas estas teorías carecen de sustancia. Implícitamente me está diciendo que el hombre se ha inventado estas teorías por temor a la vejez y a la muerte. Entiendo que probablemente surgieron porque cumplían con una cierta necesidad psicológica. El hecho de creer en la posibilidad de otra vida reduce considerablemente nuestro temor a la muerte.

K: Reconforta pensar que en el cielo o en otra parte podríamos volver a encontrarnos con nuestra abuela. En ese caso, al morir nuestros seres queridos, no sentiríamos el dolor de la separación, porque tendríamos la certeza de que algún día volveríamos a reunirnos con ellos.

SW: Ahora que hemos despojado a la teoría de la reencarnación de sus orígenes psicológicos, ¿quiere que volvamos a examinarla? Olvidemos por el momento los motivos psicológicos por los que esta teoría ha prendido tanto en la gente y luego analicémosla.

K: Señor, es un enfoque equivocado. Cuando se conoce el trasfondo psicológico de una creencia, cuando se advierte que esa determinada creencia fue inventada por un espíritu temeroso, ¿no la descartamos entonces? ¿Para qué tener creencias? ¿No se puede vivir sin ellas? Un espíritu sano no necesita apoyarse en ellas.

SW: Si los médicos me informaran que padezco de una enfermedad incurable y que sólo me quedan unos días de vida, ¿es correcto pedirles que me hagan morir sin dolor? ¿Recomienda usted la eutanasia? ¿Qué sentido tiene prolongar mi vida por medios artificiales si, como consecuencia de un accidente, quedo reducido a un vegetal?

K: A los seres humanos nos encanta vernos como inteligentes y maravillosos pero la verdad es que seguimos siendo unos bárbaros. El hombre es violento. Es un hecho. Expresa esa violencia utilizando una palabra hiriente o torturando a alguien que odia. Matar es la expresión extrema de esa violencia. Ya sea que se envíe a otro a matar o bien que lo haga uno con las propias manos, implica la destrucción de una vida. No abogo por la muerte ajena, ni siquiera cuando se hace sin dolor, ni tampoco apoyo el que uno se dé muerte. El suicidio es una manifestación de violencia dirigida contra uno mismo.

SW: ¿Por qué somos violentos?

K: Porque somos egoístas. La búsqueda despiadada del interés propio es violencia. El yo es insaciable. Los deseos y búsquedas del yo son infinitas. El yo sólo puede comportarse de manera egoísta, que es otra forma de decir que el yo sólo sabe comportarse de manera violenta.

SW: Recuerdo vívidamente cómo contestó un telegrama internacional que recibió cuando vivía en Colombo. Una amiga suya se lo envió para decirle que se moría. Usted le manifestó su amor contestándole: «PIENSO EN TÍ».

K: Si de verdad desea ayudar a una persona, se ha de actuar en vida de esa persona. Los grandes funerales y ceremonias son manifestaciones de afecto que carecen de significado. Es una hipocresía menospreciar a un oponente mientras está vivo y luego rendirle homenaje cuando está muerto.

SW: ¿Por qué lloramos tanto cuando muere zona persona querida?

K: Cuando una persona querida muere es normal que, agobiados por la pena, los parientes y amigos lloren. ¿Lloramos porque nos preocupa la persona que acaba de desaparecer? ¿O lloramos porque de pronto somos conscientes de la pérdida que acabamos de sufrir? El muerto se ha ido para siempre y nosotros nos quedamos enfrentados a una terrible soledad, a un vacío doloroso que no volverá a llenarse. Lloramos para desahogarnos. Pero por más que lloremos y recemos el muerto no resucitará.

SW: Imagino que lo que nos aterra es lo absolutamente definitivo de la muerte.

K: Cuando la muerte llama a nuestra puerta no podemos decirle: «Por favor, señora Muerte, espere una semana más hasta que haya terminado con mi trabajo». Cuando llega, hay que abandonarlo todo y marcharse con ella. No podemos llevarnos los muebles. Cuando la muerte llega, perdemos todas nuestras posesiones. Quedamos definitivamente separados de nuestras familias y amigos. Es el fin de todos nuestros logros, de nuestras glorias, de nuestras simpatías y antipatías. Nos vamos con las manos vacías, igual que hemos nacido.

SW: Acaba de decir que en el momento de la muerte nos vemos obligados a abandonarlo todo y partir. ¿Puedo hacerle una pregunta obvia? ¿Adónde van los muertos?

K: ¿Qué es usted? Tiene un nombre, una cuenta bancaria que le hace sentir que es un individuo. ¿Pero existe usted de verdad como persona independiente y diferenciada? ¿Qué es usted sino una colección de pensamientos, emociones, tendencias, predilecciones, odios, penas, temores, ambiciones, deseos, creencias e ideas? Usted es esta combinación de cualidades. No es más que estas cualidades. Si se las quitamos una por una, ¿qué nos queda? No queda nada. Por lo tanto, el «yo» no existe. ¿Se da usted cuenta de que ninguna de sus características es fija o permanente? Todo en ese conjunto, incluido cada uno de sus pensamientos y sentimientos está sujeto al cambio. Tal vez le guste pensar que lleva oculto en su interior una sustancia inmutable llamada alma. Pero verá usted que esa «alma» o «atman» no es más que un concepto, un producto de la mente como resultado de su deseo de permanencia y seguridad, y al igual que ocurre con todos los conceptos, éste también es variable. Cuando nos damos cuenta de que en uno no hay nada que exista de manera permanente, de que el mundo interior y el mundo exterior están siempre en movimiento, entonces estaremos en condiciones de explorar la cuestión de la reencarnación. Todo lo que hay dentro de su conciencia, incluido su cuerpo, cambia permanentemente porque el proceso del pensamiento consta de una cadena de pensamientos en estado de flujo. ¿Acaso su cuerpo es diferente de su espíritu? Los pensamientos nacen y mueren continuamente. El cuerpo también muere y nace sin cesar. ¿Queda claro que no existe nada permanente? Si no existe nada permanente, entonces nada se reencarna. ¿Entiende usted la cuestión? La reencarnación se convierte en una posibilidad sólo si existe una entidad inmutable y permanente que por sí sola fuera capaz de pasar de una vida a otra, como un pasajero que va de una estación de ferrocarril a otra. Pero si ese pasajero no existe, si no existe una entidad así, entonces no hay nada que reencarnar. La reencarnación no es más que una teoría nacida del deseo de continuidad del hombre.

SW: Estoy bastante familiarizado con sus escritos sobre ese tema tan importante que es la muerte. Ha dicho usted que la muerte psicológica debería preceder a la muerte física.

K: Así es. ¿Puede el «yo» morir antes que usted muera?

SW: Antes de que sobrevenga la muerte física, espero haber muerto para todas mis simpatías, antipatías, preocupaciones, temores y demás. ¡Qué bonito sería si pudiera morir para todo mi pasado!

K: Cuando haya muerto para todo su pasado, descubrirá un nuevo inicio.

SW: ¿Eso es todo?

K: Cuando el espíritu quede limpio del pasado, cuando se libere del tiempo, uno se encontrará con algo indestructible.

SW: ¿Está preparado para prescindir de su cuerpo?

K: Cuando me llegue la hora de irme, entraré en la casa de la muerte con una sonrisa.


Susanaga Weeraperuma
KRISHNAMURTI TAL COMO LE CONOCÍ
Traducción de Celia Filipetto
Verdaguer, 1 08786 Capellades (Barcelona)

 

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