Año 1961.
En sus pláticas a los niños y a los maestros, K cuestionaba el lugar del conocimiento en la transformación del hombre. Las mentes de los niños estaban activas, estimuladas por el contacto directo con la presencia de K, con la bendición, un océano en el cual él se movía y hablaba. La claridad y profundidad de las percepciones que se revelaban en las pláticas eran sorprendentes. Estas pláticas habrían de aparecer más tarde en Krishnamurti y la educación. En ellas K ponía énfasis en los dos instrumentos asequibles para la mente humana: el conocimiento, que lo capacita a uno para adquirir poder sobre el medio ambiente material; y la inteligencia, que nace de la observación. “Una mente nueva sólo es posible cuando el espíritu religioso y la actitud científica forman parte del mismo movimiento de la conciencia”. Para K estos no eran movimientos separados que debían fundirse, sino un nuevo movimiento inherente a la inteligencia y a la mente creativa.
K negaba todas las relaciones jerárquicas. Para él, la verdadera comunicación sólo era posible cuando el maestro y el estudiante funcionaban en el mismo nivel, comunicándose mediante la pregunta y la contra pregunta, hasta que en el acto mismo de aprender, el problema era explorado a fondo y la comprensión iluminaba al mismo tiempo la mente del estudiante y la del maestro.
Hablándole del temor al niño, K dijo: “Cuando ustedes ven el temor, investíguenlo, enfréntense a él, y entonces el temor desaparece”. Exploró con el niño el complejo problema del miedo. Puso al descubierto las enormes tinieblas del miedo y la naturaleza del devenir, haciéndolo con delicadeza y lucidez. Consideró el tiempo del reloj y el tiempo interno, que es creado por la psique convirtiéndose en el ‘yo seré’. La proyección en el futuro es la raíz del miedo.
Un niño le preguntó acerca de la muerte. “Existen dos clases de muerte”, dijo K: “La muerte del cuerpo y la muerte del pensamiento”. El cuerpo, el organismo físico tiene que terminar. “Eso no nos atemoriza. Lo que tememos es que el pensamiento como el ‘yo’ que ha vivido, que ha adquirido dinero, familia, el ‘yo’ que quiere volverse importante, llegue a su fin”. K le preguntó al niño: “¿Ves la diferencia entre el morir físico y el morir del ‘yo’?” Los niños escuchaban, la semilla de la inteligencia había sido plantada, en tierra rica o en estéril suelo rocoso sólo el futuro lo revelaría.
Introdujo al niño en el conocimiento propio y en la meditación. Al final de una plática dijo: “Ante todo permanezcan así sentados en completa quietud, cómodamente, muy serenos, relajados; les mostraré. Ahora, miren los árboles, las colinas, la sombra de esas colinas, mírenlas, miren la cualidad de su color, obsérvenlas. No me escuchen a mí. Observen y vean esos árboles, los árboles amarillentos, el tamarindo, y luego miren las buganvillas. No los miren con la mente sino con los ojos. Después de haber mirado todos los colores, la forma del suelo, de las colinas, de las rocas, la sombra que proyectan, trasládense entonces de lo externo a lo interno y cierren los ojos, cierren los ojos completamente. Han terminado de mirar las cosas exteriores y ahora, con los ojos cerrados, pueden mirar lo que ocurre adentro. Observen lo que ocurre dentro de ustedes, no piensen, sólo observen, no muevan los globos oculares, manténganlos muy, muy quietos, porque ahora no hay nada que ver con ellos, ustedes han visto las cosas que los rodean, ahora están viendo lo que ocurre dentro de la mente, y para ver lo que ocurre dentro de la mente deben estar muy quietos en lo interno. Y cuando hacen esto, ¿saben lo que les sucede? Se vuelven muy sensibles, muy alertas a las cosas externas e internas. Entonces descubren que lo externo es lo interno, descubren que el observador es lo observado”5.
Habló en el mismo sentido al maestro, tal como lo había hecho con el niño. Habló de la urgencia y necesidad de tener una visión de largo alcance, en la cual estuvieran contenidas las cosas pequeñas. Exploró con tangible sutileza los muchos escondrijos oscuros de la mente.
La plática final de K, “El florecer”, es quizás una de las más audaces y explosivas que jamás haya pronunciado sobre la educación.
“¿Puede la frustración florecer?”, preguntó. “¿Cómo la cuestionan ustedes de modo que la frustración se despliegue y florezca? Es sólo cuando el pensamiento florece que puede morir naturalmente. Como la flor en un jardín, el pensamiento debe florecer, debe fructificar, y entonces muere. Al pensamiento debe dársele libertad para florecer y morir. Y la pregunta correcta es si puede haber libertad para que la frustración florezca y muera”
Un maestro le preguntó qué entendía por ‘florecer’. Krishnamurti contestó: “¡Mire las flores en el jardín, allí enfrente! Están floreciendo, y después de unos pocos días se marchitarán, porque tal es su naturaleza. Ahora bien, debe dársele libertad a la frustración a fin de que florezca”.
“Su pregunta era: ‘¿Existe un impulso que se mantenga a sí mismo en acción, limpio, saludable?’ Ese impulso, esa llama que arde cuando todo en uno tiene libertad para florecer lo feo, lo hermoso, lo malo, lo bueno, y lo estúpido de modo que no haya cosa alguna que se reprima, que no quede nada sin haber sido sacado a la luz, examinado y quemado. Y eso no puedo hacerlo si, a través de las pequeñas cosas, no descubro la frustración, la desdicha, el dolor, el conflicto, la estupidez, la insensibilidad. Si descubro la frustración mediante el mero razonamiento, entonces no sé qué significa la frustración”.
Los maestros eran incapaces de comprender, y siguieron preguntando. “Vea”, respondió K a uno, “para usted el florecer es una idea. La mente pequeña siempre trata con los síntomas y nunca con el hecho. Carece de libertad para descubrir. Hace exactamente lo que le indica su condición de mente pequeña, porque dice: ‘Esa es una buena idea, pensaré al respecto’, y de ese modo está perdida, porque entonces trata con la idea, no con el hecho. No dice. ‘Dejémoslo florecer y veamos qué ocurre’. Entonces sí que descubriría. Pero en vez de eso dice: ‘Es una buena idea, debo investigar la idea’
Les dijo a los maestros que la mayoría de las personas eran prisioneras de las pequeñas cosas. “¿Puedo ver el síntoma, penetrar en la causa y dejar que la causa florezca? Pero yo quiero que florezca en una dirección determinada, y eso significa que tengo una opinión de cómo debería florecer. ¿Puedo, entonces, ir tras de eso? ¿Puedo ver que impido el florececimiento de la causa porque temo no saber qué ocurrirá si permito que florezca la frustración? ¿Puedo, entonces, investigar por qué tengo miedo? Veo que en tanto exista el temor, no puede haber florecimiento. Debo, pues, abordar el temor, no mediante la idea del temor, sino que debo abordarlo como un hecho, lo cual significa que debo permitirle al temor que florezca.
“Todo esto requiere muchísima percepción interna. ¿Sabe qué significa permitir que el temor florezca? ¿Puedo dejar que todo florezca? ¡Eso no significa que yo vaya a matar, a robar a alguien, sino simplemente dejar que florezca ‘lo que es’!”
Viendo que ellos todavía no comprendían, preguntó: “¿Ha cultivado usted una planta? ¿Cómo lo hace?”
Un maestro replicó: “Preparo la tierra, le pongo abono...”
K continuó: “Le pone el abono adecuado, usa la semilla adecuada, la siembra en su tiempo justo, la cuida, impide que le sucedan cosas. Le da libertad. ¿Por qué no hace lo mismo con los celos?”
“Aquí el florecimiento no se expresa exteriormente como la planta”.
K dijo: “Es mucho más real que la planta que usted cultiva afuera, en el terreno. ¿No sabe qué son los celos? En el momento que está celoso, ¿dice que eso es imaginación? Arde con ello, ¿no es así? Está iracundo, furioso. ¿Por qué no los sigue, no como una idea, sino realmente? ¿Puede dejarlos salir afuera, mirarlos y ver que florezcan, de modo que en cada florecer los celos se destruyan a sí mismos y, por lo tanto, no exista al final de ello un ‘alguien’ que esté observando la destrucción? En eso hay creación verdadera”.
Los maestros volvieron a preguntar. “Cuando la flor florece se revela a sí misma. ¿Qué quiere usted decir exactamente, señor, cuando afirma que si los celos florecen se destruirán a sí mismos?”
K respondió: “Tome un pimpollo, un pimpollo real de un arbusto. Si lo corta nunca va a florecer, morirá rápidamente. Si lo deja florecer, entonces le muestra su color, su delicadeza, el polen. Muestra lo que realmente es, sin que a usted le digan que es rojo, que es azul, que tiene polen. Está ahí para que usted lo mire. Del mismo modo, si deja que los celos florezcan, ellos le mostrarán todo lo que realmente son envidia, apego. Así que, al permitir que los celos florezcan, estos le han mostrado todos sus colores, revelándole qué hay detrás de los celos”.
“Decir que los celos tienen por causa el apego, es mera verbalización. Pero al permitir verdaderamente que los celos florezcan, la realidad de que uno está apegado a algo se vuelve un hecho, un hecho emocional, no una idea intelectual, verbal. Y así, cada florecimiento revela lo que uno no fue capaz de descubrir. Y a medida que cada hecho se descubre a sí mismo, florece, y uno trata con ese hecho. Al dejar que el hecho florezca, éste abre otras puertas, hasta que ya no hay en absoluto ninguna clase de florecimiento y, por tanto, no hay ninguna clase de causa o motivo”6.
Al ver la expresión que tenían los rostros de los maestros, Krishnaji dijo: “Cuando ustedes escuchan, en el mismo acto de escuchar tiene lugar el florecimiento”.
La relación de Krishnaji con las escuelas estaba experimentando un cambio profundo. Él veía la escuela como un oasis donde la enseñanza podía ser protegida y mantenida viva, cualesquiera que fueran el desorden y la violencia en el mundo, tenía que surgir una nueva generación, una mente nueva; y para eso no sólo se requería que el educador y el educando tuvieran mentes que escucharan y ojos que pudieran ver con una visión de largo alcance, sin identificación ni fragmentación alguna, sino que el suelo tenía que ser arado, había que sembrar la semilla, y la tierra tenía que santificarse con la bendición.
5 Krishnamurti y la Educación.
6 Ibid.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.
En sus pláticas a los niños y a los maestros, K cuestionaba el lugar del conocimiento en la transformación del hombre. Las mentes de los niños estaban activas, estimuladas por el contacto directo con la presencia de K, con la bendición, un océano en el cual él se movía y hablaba. La claridad y profundidad de las percepciones que se revelaban en las pláticas eran sorprendentes. Estas pláticas habrían de aparecer más tarde en Krishnamurti y la educación. En ellas K ponía énfasis en los dos instrumentos asequibles para la mente humana: el conocimiento, que lo capacita a uno para adquirir poder sobre el medio ambiente material; y la inteligencia, que nace de la observación. “Una mente nueva sólo es posible cuando el espíritu religioso y la actitud científica forman parte del mismo movimiento de la conciencia”. Para K estos no eran movimientos separados que debían fundirse, sino un nuevo movimiento inherente a la inteligencia y a la mente creativa.
K negaba todas las relaciones jerárquicas. Para él, la verdadera comunicación sólo era posible cuando el maestro y el estudiante funcionaban en el mismo nivel, comunicándose mediante la pregunta y la contra pregunta, hasta que en el acto mismo de aprender, el problema era explorado a fondo y la comprensión iluminaba al mismo tiempo la mente del estudiante y la del maestro.
Hablándole del temor al niño, K dijo: “Cuando ustedes ven el temor, investíguenlo, enfréntense a él, y entonces el temor desaparece”. Exploró con el niño el complejo problema del miedo. Puso al descubierto las enormes tinieblas del miedo y la naturaleza del devenir, haciéndolo con delicadeza y lucidez. Consideró el tiempo del reloj y el tiempo interno, que es creado por la psique convirtiéndose en el ‘yo seré’. La proyección en el futuro es la raíz del miedo.
Un niño le preguntó acerca de la muerte. “Existen dos clases de muerte”, dijo K: “La muerte del cuerpo y la muerte del pensamiento”. El cuerpo, el organismo físico tiene que terminar. “Eso no nos atemoriza. Lo que tememos es que el pensamiento como el ‘yo’ que ha vivido, que ha adquirido dinero, familia, el ‘yo’ que quiere volverse importante, llegue a su fin”. K le preguntó al niño: “¿Ves la diferencia entre el morir físico y el morir del ‘yo’?” Los niños escuchaban, la semilla de la inteligencia había sido plantada, en tierra rica o en estéril suelo rocoso sólo el futuro lo revelaría.
Introdujo al niño en el conocimiento propio y en la meditación. Al final de una plática dijo: “Ante todo permanezcan así sentados en completa quietud, cómodamente, muy serenos, relajados; les mostraré. Ahora, miren los árboles, las colinas, la sombra de esas colinas, mírenlas, miren la cualidad de su color, obsérvenlas. No me escuchen a mí. Observen y vean esos árboles, los árboles amarillentos, el tamarindo, y luego miren las buganvillas. No los miren con la mente sino con los ojos. Después de haber mirado todos los colores, la forma del suelo, de las colinas, de las rocas, la sombra que proyectan, trasládense entonces de lo externo a lo interno y cierren los ojos, cierren los ojos completamente. Han terminado de mirar las cosas exteriores y ahora, con los ojos cerrados, pueden mirar lo que ocurre adentro. Observen lo que ocurre dentro de ustedes, no piensen, sólo observen, no muevan los globos oculares, manténganlos muy, muy quietos, porque ahora no hay nada que ver con ellos, ustedes han visto las cosas que los rodean, ahora están viendo lo que ocurre dentro de la mente, y para ver lo que ocurre dentro de la mente deben estar muy quietos en lo interno. Y cuando hacen esto, ¿saben lo que les sucede? Se vuelven muy sensibles, muy alertas a las cosas externas e internas. Entonces descubren que lo externo es lo interno, descubren que el observador es lo observado”5.
Habló en el mismo sentido al maestro, tal como lo había hecho con el niño. Habló de la urgencia y necesidad de tener una visión de largo alcance, en la cual estuvieran contenidas las cosas pequeñas. Exploró con tangible sutileza los muchos escondrijos oscuros de la mente.
La plática final de K, “El florecer”, es quizás una de las más audaces y explosivas que jamás haya pronunciado sobre la educación.
“¿Puede la frustración florecer?”, preguntó. “¿Cómo la cuestionan ustedes de modo que la frustración se despliegue y florezca? Es sólo cuando el pensamiento florece que puede morir naturalmente. Como la flor en un jardín, el pensamiento debe florecer, debe fructificar, y entonces muere. Al pensamiento debe dársele libertad para florecer y morir. Y la pregunta correcta es si puede haber libertad para que la frustración florezca y muera”
Un maestro le preguntó qué entendía por ‘florecer’. Krishnamurti contestó: “¡Mire las flores en el jardín, allí enfrente! Están floreciendo, y después de unos pocos días se marchitarán, porque tal es su naturaleza. Ahora bien, debe dársele libertad a la frustración a fin de que florezca”.
“Su pregunta era: ‘¿Existe un impulso que se mantenga a sí mismo en acción, limpio, saludable?’ Ese impulso, esa llama que arde cuando todo en uno tiene libertad para florecer lo feo, lo hermoso, lo malo, lo bueno, y lo estúpido de modo que no haya cosa alguna que se reprima, que no quede nada sin haber sido sacado a la luz, examinado y quemado. Y eso no puedo hacerlo si, a través de las pequeñas cosas, no descubro la frustración, la desdicha, el dolor, el conflicto, la estupidez, la insensibilidad. Si descubro la frustración mediante el mero razonamiento, entonces no sé qué significa la frustración”.
Los maestros eran incapaces de comprender, y siguieron preguntando. “Vea”, respondió K a uno, “para usted el florecer es una idea. La mente pequeña siempre trata con los síntomas y nunca con el hecho. Carece de libertad para descubrir. Hace exactamente lo que le indica su condición de mente pequeña, porque dice: ‘Esa es una buena idea, pensaré al respecto’, y de ese modo está perdida, porque entonces trata con la idea, no con el hecho. No dice. ‘Dejémoslo florecer y veamos qué ocurre’. Entonces sí que descubriría. Pero en vez de eso dice: ‘Es una buena idea, debo investigar la idea’
Les dijo a los maestros que la mayoría de las personas eran prisioneras de las pequeñas cosas. “¿Puedo ver el síntoma, penetrar en la causa y dejar que la causa florezca? Pero yo quiero que florezca en una dirección determinada, y eso significa que tengo una opinión de cómo debería florecer. ¿Puedo, entonces, ir tras de eso? ¿Puedo ver que impido el florececimiento de la causa porque temo no saber qué ocurrirá si permito que florezca la frustración? ¿Puedo, entonces, investigar por qué tengo miedo? Veo que en tanto exista el temor, no puede haber florecimiento. Debo, pues, abordar el temor, no mediante la idea del temor, sino que debo abordarlo como un hecho, lo cual significa que debo permitirle al temor que florezca.
“Todo esto requiere muchísima percepción interna. ¿Sabe qué significa permitir que el temor florezca? ¿Puedo dejar que todo florezca? ¡Eso no significa que yo vaya a matar, a robar a alguien, sino simplemente dejar que florezca ‘lo que es’!”
Viendo que ellos todavía no comprendían, preguntó: “¿Ha cultivado usted una planta? ¿Cómo lo hace?”
Un maestro replicó: “Preparo la tierra, le pongo abono...”
K continuó: “Le pone el abono adecuado, usa la semilla adecuada, la siembra en su tiempo justo, la cuida, impide que le sucedan cosas. Le da libertad. ¿Por qué no hace lo mismo con los celos?”
“Aquí el florecimiento no se expresa exteriormente como la planta”.
K dijo: “Es mucho más real que la planta que usted cultiva afuera, en el terreno. ¿No sabe qué son los celos? En el momento que está celoso, ¿dice que eso es imaginación? Arde con ello, ¿no es así? Está iracundo, furioso. ¿Por qué no los sigue, no como una idea, sino realmente? ¿Puede dejarlos salir afuera, mirarlos y ver que florezcan, de modo que en cada florecer los celos se destruyan a sí mismos y, por lo tanto, no exista al final de ello un ‘alguien’ que esté observando la destrucción? En eso hay creación verdadera”.
Los maestros volvieron a preguntar. “Cuando la flor florece se revela a sí misma. ¿Qué quiere usted decir exactamente, señor, cuando afirma que si los celos florecen se destruirán a sí mismos?”
K respondió: “Tome un pimpollo, un pimpollo real de un arbusto. Si lo corta nunca va a florecer, morirá rápidamente. Si lo deja florecer, entonces le muestra su color, su delicadeza, el polen. Muestra lo que realmente es, sin que a usted le digan que es rojo, que es azul, que tiene polen. Está ahí para que usted lo mire. Del mismo modo, si deja que los celos florezcan, ellos le mostrarán todo lo que realmente son envidia, apego. Así que, al permitir que los celos florezcan, estos le han mostrado todos sus colores, revelándole qué hay detrás de los celos”.
“Decir que los celos tienen por causa el apego, es mera verbalización. Pero al permitir verdaderamente que los celos florezcan, la realidad de que uno está apegado a algo se vuelve un hecho, un hecho emocional, no una idea intelectual, verbal. Y así, cada florecimiento revela lo que uno no fue capaz de descubrir. Y a medida que cada hecho se descubre a sí mismo, florece, y uno trata con ese hecho. Al dejar que el hecho florezca, éste abre otras puertas, hasta que ya no hay en absoluto ninguna clase de florecimiento y, por tanto, no hay ninguna clase de causa o motivo”6.
Al ver la expresión que tenían los rostros de los maestros, Krishnaji dijo: “Cuando ustedes escuchan, en el mismo acto de escuchar tiene lugar el florecimiento”.
La relación de Krishnaji con las escuelas estaba experimentando un cambio profundo. Él veía la escuela como un oasis donde la enseñanza podía ser protegida y mantenida viva, cualesquiera que fueran el desorden y la violencia en el mundo, tenía que surgir una nueva generación, una mente nueva; y para eso no sólo se requería que el educador y el educando tuvieran mentes que escucharan y ojos que pudieran ver con una visión de largo alcance, sin identificación ni fragmentación alguna, sino que el suelo tenía que ser arado, había que sembrar la semilla, y la tierra tenía que santificarse con la bendición.
5 Krishnamurti y la Educación.
6 Ibid.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.
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