viernes, 5 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti en Latinoamérica.

El recorrido de Krishnamurti a Sudamérica fue planeado para el siguiente año. El y yo habíamos hablado sobre ello a menudo y se entendió que yo debería ir con ellos como una especie de enlace entre él y la prensa. Era una elección lógica y nadie la había puesto en duda. Yo era íntimo amigo de Krishnaji, estaba interiorizado de su enseñanza y hablaba español fluidamente. Pero no tomé en cuenta la gran influencia que Rajagopal ejercía en Krishnamurti sobre los negocios del mundo. El dirigiría el recorrido y decidió que Byron Casselberry quien había tomado lecciones de español, los acompañara. Me sentí grandemente desengañado aunque no muy sorprendido. Sabía que yo no era gente de Rajagopal. Nunca lo había sido.

El viaje fue un gran desencanto para Krishnaji. Aunque habló en Chile, Uruguay, Brasil y Argentina, él sentía que en esos países no había suficiente preparación para oír sus pláticas y que dar una, dos o tres conferencias en cada ciudad que visitaba, no era bastante para captar sus enseñanzas. En la América Central y las Indias Occidentales el viaje fue cancelado. En julio 3 de 1935 Krishnaji escribió a mi hermana, Sra. Edith Field Povedano, quien era la representante en Costa Rica del Fideicomiso de la Estrella y encargada de los asuntos del viaje proyectado, como sigue:



“Querida Sra. Povedano:



Conozco su buena voluntad en haber preparado y arreglado todo para nuestra visita. Algunos de ustedes, estoy seguro deben haber hecho muchos sacrificios para arreglar todo para nuestra visita a su país. Sabiendo todo esto, y la gran frustración que será esto para usted, he decidido, después de mucha consideración no visitar los piases de la América Central y de las Indias Occidentales: (Cuba, República Dominicana y Puerto Rico) durante este viaje. Por favor no piense que esto fue una fantasía pasajera o una decisión por fatiga; sino que después de muy cuidadosa deliberación he llegado a esta conclusión. Conozco mucho su buena voluntad y sé que muchos de ustedes se sentirán muy desilusionados, pero si puedo pedirle, por favor trate de comprender la razón de este súbito cambio al posponer mi visita. Esta corta visita a Sud América me ha convencido de que es completamente fútil dar una o dos pláticas en cada lugar; y siento que aunque haya permanecido en algunos países varias semanas, habrá muy poca comprensión de lo que yo digo.

Por tanto, siento verdaderamente que sería malgastar su dinero y mi energía en visitar su país meramente por una o dos semanas aunque esto pueda ser una gran frustración. Estoy seguro de que usted apreciará por qué he llegado a esta decisión... Por supuesto, esto no quiere decir que no vaya a su país en el futuro. . .

Si puedo sugerir, antes de que yo visite su país, debe haber una preparación por la distribución del material escrito de mis recientes pláticas, para cuando yo vaya, lo que diga no sea enteramente nuevo y extraño”.



Una preparación por medio de la distribución de sus pláticas traducidas era lo que se había hecho en Costa Rica durante dos años anteriores. Una de sus pláticas traducidas aparecía cada domingo en el suplemento literario de “La Tribuna” el principal periódico de Costa Rica entonces. Cada envío de sus libros era rápidamente vendido y había grandes discusiones de grupo en San José, capital del país. A estos grupos asistían muchos profesionales, intelectuales, artistas. En ninguna parte más en Latino América habían sido tan grandemente difundidas sus enseñanzas. Un Comité que trabajaba duro, de amigos devotos, había estado laborando por muchos meses para asegurar que sus palabras llegaran a la mayor parte de la gente. Ellos sentían que esta situación (de trabajo y difusión) en Costa Rica justificaba plenamente la visita allí de Krishnamurti. Yo estaba enteramente de acuerdo con ellos. Su amargo desencanto por la cancelación del viaje era incomprensible. En su opinión Krishnamurti había sido muy mal aconsejado.

Cuando el barco de Krishnaji llegó a Puntarenas, puerto del Pacífico en Costa Rica, en su camino hacia Estados Unidos, una gran delegación acudió al puerto, a 80 millas por tren desde San José, para encontrarlo. Esto al menos, no se les quitaría. Mi hermano John estaba entre ellos, así como mi hermana Edith quien había sido la organizadora nacional de la Orden de la Estrella de Oriente en Costa Rica por muchos años antes de su disolución. Krishnaji había anunciado de antemano que él no daría entrevistas a bordo del barco, pero un joven reportero novato, esperanzadamente había ido con los demás porque su patrón le había dicho que si él no conseguía la entrevista perdería su trabajo. John esperó hasta que todos los demás visitantes habían desembarcado y Krishnaji ya había dormido su siesta. Entonces John lo arrinconó y le explicó el dilema del reportero. Krishnaji inmediatamente concedió la entrevista citando a mi hermano y al reportero para una cerveza helada. Abstemio toda su vida, él por supuesto no la tomó.


K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988




 

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