sábado, 20 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti e Indira Gandhi.

Krishnaji volvió por Lufthansa a Delhi, el 26 de octubre de 1.981; había estado enfermo y se encontraba muy débil. Le acompañó Asit. El presidente de la India, Shri Sanjeeva Reddy, un antiguo estudiante en la Escuela del Valle de Rishi, había enviado un mensaje a través de uno de sus asistentes, expresando el deseo de que Krishnamurti se alojara con él cuando estuviera en Delhi. Se le explicó al presidente el problema que eso implicaba, y se decidió que éste invitara a Krishnaji a un almuerzo.

El día anterior a su llegada, Krishnaji comenzó a hablarme de Indira. Quería saber qué clase de mente tenía ella. ¿Contenía en sí el sentido de lo global? ¿Se daba cuenta de la crisis a que se enfrentaba la humanidad? Le respondí que, en mi sentir, ella tenía una percepción de lo global y que podía ver los problemas en su totalidad. Krishnaji preguntó entonces si podía ella dejar de ser nacionalista. Dije que no, que no podía hacer eso y seguir siendo primera ministra. Entonces empezó él a hablar de la carrera armamentista. Estaba muy preocupado por los peligros que afrontaba la humanidad. También tenía presentimientos acerca de Indira. En la India, la corrupción y la violencia iban en aumento, y la violencia se iría acelerando. “¿Podría Indira actuar y controlarla?”, preguntó. “Ella es muy vulnerable”.

Le pregunté entonces por qué, durante los últimos años, había él mostrado tanto interés por Indira. ¿Qué encontraba en ella? Reflexionó, se interrogó a sí mismo, y dijo que ésa era una pregunta nueva; pareció intrigarle. Por algún tiempo había llevado a Indira en su conciencia. Sentía que, en silencio, podía comunicarse con ella. Nos interrumpieron y la conversación quedó inconclusa.

Indira había invitado a Krishnaji a tomar el té, y lo estaba esperando en el porche. Permanecieron juntos por dos horas, y al terminar la entrevista ella entró en el comedor donde yo la esperaba junto con Sonia y Maneka, y nos preguntó la hora. Cuando supo que eran las siete y media, rió y dijo que había perdido toda noción del tiempo, olvidando que tenía una reunión. Tomó a los niños con ella y los presentó a Krishnaji. Poco después, nos acompañó a la puerta para despedirnos.

Durante el regreso, Krishnaji estuvo muy silencioso. Más tarde me dijo que había percibido una gran tensión en la casa; emociones fuertes y reprimidas, y cierto odio latente. Cuando le preguntó a Indira si había problemas en la familia, ella respondió: “Las disputas habituales, como en todas las familias”. Pero Krishnaji no quedó satisfecho. Sentía que había violencia y algo muy malo en la atmósfera.

El 2 de noviembre fuimos a almorzar a Rashtrapati Bhavan, la residencia presidencial. Acompañábamos a Krishnaji, Achyut, Narayan, Nandini y yo. Krishnaji vestía un dhoti ribeteado en rojo y un kurta hecho de tussar (Tussar: una seda que no procede del gusano de la morera; los capullos de tussar son cultivados en árboles y recogidos por hombres y mujeres de tribus, y luego son vendidos en mercados tribales). hilado a mano. Sobre sus hombros descansaba un angavastram. Espigado, la espalda recta, el semblante grave y los ojos límpidos y compasivos, era un sabio luminoso el que penetró en este símbolo del esplendor imperial. El presidente, Sanjeeva Reddy, recibió a Krishnaji con gran respeto, como es tradición en este país. S. Venkataraman, que había frecuentado a Krishnaji por varios años, inició una conversación. Indira entró pocos momentos después. Como una ágil muchacha, con los ojos brillantes corrió a saludar a Krishnaji.

Durante el almuerzo, ella insistió en hablarle a Krishnaji en francés. El francés de Krishnaji era perfecto, y había en él una sofisticación que encantó a Indira. Ella advirtió que el presidente estaba intrigado y mostraba curiosidad. Se inclinaba todo el tiempo para escuchar y parecía frustrado al no poder entender lo que se decía. Después del almuerzo, Krishnaji fue despedido en la puerta de Rashtrapati Bhavan por el presidente. Había sido un interludio memorable y, no obstante, divertido.

Krishnaji regresó a Delhi desde Varanasi, a principios de diciembre de 1.981. Fue el día de la tragedia de Qutub Minar; un pánico desatado en la oscura escalinata en espiral del Qutub (una torre de la victoria construida por el gobernador Qutbudin Aibak en el siglo XII) atrapó a un grupo escolar y murieron cuarenta y cinco niños. Ella vino directamente desde la escena del accidente, desde el horror de los cuerpos mutilados y la histeria y el dolor de los padres. Su rostro estaba tenso y ceñudo, la mirada sombría. Krishnaji se había enterado del desastre y la recibió en la puerta. Indira permaneció con él por más de una hora. Cuando salieron de la habitación para ir a cenar, el rostro de ella se había suavizado, aunque en los ojos persistía aún la agonía de lo que había visto.

En la cena, la conversación se derivó hacia lo extrasensorio, hacia los acontecimientos mágicos en la India. Krishnaji contó una historia de principios de los años 20, cuando él y su hermano Nitya estaban en Varanasi. Un hombre muy pobre había entrado en el complejo residencial donde ellos se alojaban. Después de hablarles por un rato, les pidió un periódico y lo colocó a cierta distancia. Luego le pidió a Krishnaji que no quitara la vista del papel. K lo estuvo mirando y vio cómo el periódico se empequeñecía hasta que finalmente desapareció. El mago rehusó aceptar dinero alguno por esta proeza, y se fue.

L.K. Jha dijo que en Darthanga, donde se había criado, vivía un yoga tántrico que era el gurú de la familia. Hubo un robo, y el gurú llamó a L K., que por entonces era un muchacho, y puso kajal (un colirio) en su dedo pulgar. Le pidió que mirara fijamente el Kajal. Mientras L.K. miraba, el color negro se desvaneció y él vio a un hombre que caminaba hacia un pajar para esconder algo. El hombre se volvió, y el muchacho vio claramente el rostro. Después le describió el rostro al gurú, el ladrón fue aprehendido y se descubrió el objeto oculto en el pajar.

Indira relató algo ocurrido en el 12 de Willingdon Crescent. Narain Dutt Tiwari (quien en la actualidad es Primer Ministro en Uttar Pradesh) había traído a un hombre vestido con un sencillo dhoti y un kurta, para presentarlo a Indira. Este hombre era conocido como “Balti Baba” o “El sabio del cubo”. Pidió él un cubo con agua y sugirió que Indira escribiera una pregunta en un papel. Como ella titubeaba, Narain Dutt Tiwari escribió la pregunta en dialecto hindi, plegó el papel y lo colocó debajo del cubo. Balti Baba pidió entonces otra hoja limpia de papel y un poco de leche. Colocaron esta hoja en el agua dentro del cubo, y derramaron la leche sobre el agua y el papel. Esperaron alrededor de dos minutos. Entonces sacaron el papel del agua. Una escritura en hindi había aparecido en ambas caras de la hoja.

Aunque manchada, era fácil de leer, y constituía una respuesta pertinente a la pregunta. Balti Baba dijo que esta capacidad o siddhi había venido a él sin que hubiera realizado ningún tipo de prácticas meditativas. Era la voluntad de la diosa y podía desaparecer tan fácilmente como le había sido otorgada. Se mostraba humilde con respecto a sus poderes, y reiteró que no era en modo alguno responsable por lo que había sucedido.

Pronto llegó mi turno. Relaté los extraños sucesos en Himmat Nivas, Dongersey Road, cuando Krishnaji se alojaba ahí como invitado. Una mañana, dos hombres vestidos con túnicas azafranadas golpearon a la puerta. Uno de ellos era viejo y caminaba con la ayuda de un bastón; el otro era joven. Este último dijo que venían desde Ranikesh y estaban peregrinando a Rameswaram. Mientras caminaban por Ridge Road, en Bombay, el sannyasi más viejo, que era muy conocido por sus percepciones, sintió la presencia cercana de un ser profundamente grande. Y había venido a esta casa con la presencia del gran ser iluminando su camino. Me dijo que deseaba ver al Mahatma que residía en la casa. Conociendo yo la atracción que Krishnaji sentía por la túnica azafranada, les pedí que entraran y hablaran con él; K salió inmediatamente de su habitación y se sentó con ellos en una estera.

K tomó la mano del viejo sannyasi. Por un rato permanecieron en silencio; luego el anciano se volvió hacia mí y dijo: “Hija, dame un poco de agua”. Traje una botella con agua y algunos vasos. Entonces me pidió un thali una vasija de metal, y vertió el agua sobre sus manos de modo que fuera recogida por la vasija. Después nos pidió que bebiéramos el agua. Para mi estupefacción, Krishnaji la bebió; el thali pasó de mano en mano y cada uno bebió un sorbo. Era simple agua. Entonces el sadhu me pidió que tirara el agua y repitió nuevamente el acto de verter la nueva agua sobre sus manos dentro de la vasija. Y otra vez solicitó que bebiéramos. Cuando probé el agua, encontré que tenía la fragancia y el sabor del agua de rosas. No hubo comentarios.

El viejo sannyasi se volvió hacia mí y dijo: “Dekshina do, dame una limosna”. Me sentí incómoda; pero como Krishnaji, que observaba con atención, estaba presente, no pude rehusar. Le di 50 rupias. Dijo: “No, dame cien”. Ahora yo ya estaba bastante enojada y sentía que me estaban embaucando. Vi que Krishnaji me observaba. De modo que le di al anciano las 100 rupias. Apenas se las hube entregado, el sannyasi me devolvió el dinero diciendo: “Guárdalo, hija. Te estaba poniendo a prueba”. Inmediatamente respondió mi trasfondo hindú. Le dije que una vez que el dakshina se ha dado, nunca puede ser recibido de vuelta.

El viejo sadhu dijo: “Estoy complacido contigo, pídeme cualquier cosa que desees”. La oferta era amedrentadora. Dije. “No deseo nada”. El anciano me bendijo, y después se volvió hacia Sunanda: “Tú no tienes hijos pide un hijo­”. Era verdad que ella había anhelado un hijo, pero también replicó: “Swamiji, yo no deseo nada”. Entonces el hombre se volvió hacia Balasundaram: “Tú tampoco tienes hijos. Pide”. Balasundaram estaba aturdido y sacudió la cabeza. Krishnaji había estado observando todo con gran intensidad.

Y ahora el viejo sannyasi se volvió hacia Krishnaji, se inclinó, pidió su bendición, hizo sus pranams, y dijo que reanudaría el viaje. Después de que se hubieron ido los dos swamis de las túnicas azafranadas, Krishnaji me miró y dijo: “¿Percibió usted el gusto del agua de rosas?” Todos nosotros dijimos que habíamos sentido su fragancia y su sabor. Krishnaji preguntó. “¿Cómo lo hizo el hombre? Yo lo observaba con mucha atención. No pudo introducir nada dentro del agua”.

Indira se demoró después de la cena, poco dispuesta a irse. Pero era tarde, y poco después se despidió de Krishnaji y se fue a su casa. Él sonreía y se le veía dichoso por ella.

Indira le escribió a Krishnaji en junio de 1.982. La carta se extravió, y volvió a escribirle en julio:

Querido y respetado Krishnaji:

Pupul me ha enviado su carta de fecha 21 de junio. Lamento que la mía anterior no le haya llegado. Aparentemente, los británicos no se mantienen fieles a la imagen de eficiencia que han propagado en la India.

No había mucho en la carta. Sólo mi hondo aprecio por su interés, del cual ahora estoy profundamente necesitada. Es ésta una época muy deprimente. ¿Ha llegado el mundo a un punto muerto? Más y más gente se está dando cuenta de lo que anda mal y de lo que podría hacerse. Sin embargo, la corriente nos arrastra en la dirección opuesta. Un puñado de personas tiene el poder de influir sobre la vida de millones que habitan esta tierra. Los pocos están demasiado envueltos en sí mismos y en lo que ellos consideran que son sus intereses inmediatos en términos de tiempo y lugar, y los muchos desean ser empujados y mantenidos en la ilusión de que son libres y conducen sus propias vidas. El mundo necesita de ese espíritu de compasión suyo, todos tendrían que mirar dentro de sí mismos y poseer el coraje de actuar en consecuencia.

Cordiales saludos,

Sinceramente suya,

Indira


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

 

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