sábado, 20 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti e Indira Gandhi.

Indira tenía que visitar los Estados Unidos. Antes de partir, fue a pasar unas cortas vacaciones en Kashmir junto con su familia. La ola de la desesperación se había disipado. Me escribió: “Llevé a la familia a Kashmir por un par de días. En realidad, hubo un solo día completo de lo que podría llamarse descanso y relajación, pero constituye un cambio maravilloso. Estuvimos viendo desde afuera Dachigan un santuario­ paseamos mucho y nos acercamos con cuidado a un oso salvaje en el bosque. Además, la belleza del valle es, en sí misma, un tónico. Tuve dos breves entrevistas con el Pandit Lakshmanjov. La primera vez, me ofreció su habitual Paratha, y algunos Bulbuls (Bulbul: especie de ruiseñor persa) vinieron a posarse sobre mis hombros y rodilla para compartirlo”.

Al comenzar noviembre de 1.982, Krishnaji estaba de regreso en Nueva Delhi. Se vio con Indira nuevamente durante una cena en el 11 de Safdarjung Road. Rajiv acompañó a su madre. Antes de eso, ella me contó que casi no había podido dormir durante las últimas semanas y que solía despertarse todas las mañanas con una sensación de gran desasosiego. Corrían rumores de que sus oponentes se estaban entregando a todo tipo de conspiraciones y ritos de magia negra para destruirla. Por tres noches había soñado con una vieja y horrible bruja que quería hacerle daño, pero no lograba su propósito gracias a que un ser luminoso con barba la estaba protegiendo.

Indira quería ver a Krishnaji una vez más antes de que él se fuera de Delhi tres días después. El encuentro resultaba difícil de concertar, puesto que K estaría ofreciendo sus pláticas públicas en los dos días siguientes. Finalmente, se decidió que él iría a verla en su residencia después de la última plática del domingo. Nos quedamos muy sorprendidos, porque K jamás iba a ninguna parte después de una plática.

Mientras Indira lo esperaba en la noche del domingo, nos dijo durante la conversación que el desasosiego que la despertaba en las noches había desaparecido y con él los sueños. Dormía profundamente. La atmósfera en la casa se había aquietado, cosa que Krishnaji habría de comentarme más tarde. Durante la reunión, K le preguntó a Indira si estaba bien custodiada. Ella contestó que había muchos guardias de seguridad, pero que tenía la certeza de que muy pocos de ellos arriesgarían la vida para protegerla.

Pronto Krishnaji dejó Delhi y se dirigió a Madrás. Indira le escribió, formulándole preguntas sobre la naturaleza de la verdad y la realidad. Él respondió inmediatamente. No sé si la correspondencia prosiguió, pero estaba claro que la investigación interna, por años latente en Indira, se estaba despertando de nuevo.

Para Indira, 1.983 fue el año de su destino. Ella habría de jugar un papel vital en el escenario del mundo; pero dentro de la India, las tempestades se estaban acumulando. Los países que rodeaban a la India hervían de agitación. A medida que los horizontes de Indira se ampliaban, las cargas de las responsabilidades iban en aumento; y con ello llegaron exigencias extraordinarias de tiempo y energía. Para enfrentarse a este reto, desde junio de 1.983 ella había impuesto una disciplina rigurosa a su cuerpo, comiendo frugalmente para eliminar toda onza demás. La energía de Indira era legendaria su trabajo diario se extendía por más de dieciocho horas­. Exquisitamente peinadas, dos vetas de plata corrían hacia atrás desde la frente, dándole al delgado, tenso cuerpo, dignidad y elegancia.

Su conversación reflejaba sus preocupaciones en aumento constante. Consciente de la crisis sin precedentes que amenazaba aniquilar el mundo, había una urgencia apasionada en su llamado al desarme total. Desde percepciones surgidas en la soledad, manifestaba interés por aquellos vínculos esenciales que se requerían para unir el mundo y sus recursos en una totalidad no fragmentada.

Humanidad, herencia, ecología, eran palabras que habían adquirido para ella un significado intenso. Los muros protectores que había erigido a su alrededor en la infancia, terminaron por derrumbarse; estaba despierta y era vulnerable.

En el invierno de 1.983 resultaba evidente que el país iba a enfrentarse a graves peligros. El problema de Punjab se tornaba cada vez más serio. Krishnaji se encontró con Indira a principios de noviembre, y conversaron largamente. En el Valle de Rishi me dio una carta para que yo se la entregara a ella conjuntamente con unas chirimoyas. Ella contestó el 26 de diciembre de 1.983:

Respetado Krishnaji:

Pupul me trajo sus saludos y las chirimoyas. ¡Alimento para el alma y el cuerpo! Gracias por su atención.

No se qué escribir, porque estoy llena de angustia. Tengo la sensación de que me he extraviado en un planeta desconocido. La premeditación y el deseo de dominar han estado con nosotros desde que comenzó el mundo, o más bien desde que comenzó la raza humana, pero nunca en tal escala ni a tal nivel de peligro. Sin embargo, qué pocos se preocupan de nada que no sea lo inmediato, y ni siquiera tratan de comprender eso. Así, muchas personas acuden a sus pláticas, ¿pero qué hacen después? ¿Qué hacen en sus casas o en sus trabajos? Es realmente difícil conservar la esperanza o la fe.

Sólo tenía la intención de hacerle saber que he recibido su mensaje, y lo mucho que significan para mí sus atenciones. Lo siento, me he ido por las ramas; si bien hay muy pocas personas con las que una puede hablar, con usted no es necesario hablar.

Guardo como un tesoro nuestros breves encuentros.

Con saludos cordiales y buenos deseos,

Indira.

Con la inevitabilidad de una tragedia épica, la vida de Indira marchaba hacia su destino. Profundamente sabedor de la dirección y el fluir de los acontecimientos, Krishnaji llegaba hasta ella para comunicarle la hondura de su sentir y de su preocupación. Le ofreció venir a verla en cualquier momento si eso podía ayudar.

Mi querida Indiraji:

Me alegró mucho recibir su carta, que Pupul me entregó hace unos días.

Lamento realmente que usted se sienta perturbada y angustiada. El mundo está al revés, ocurren cosas terribles; amenaza de guerra nuclear, asesinatos, torturas y todas las cosas indescriptibles que están sucediendo. Todo se está volviendo más y más demencial, y me preocupa muchísimo que usted esté involucrada en todo esto.

Como a usted le cuesta leer mi escritura, espero que no le importe que haya recurrido a una máquina de escribir.

Si de cualquier manera, “de cualquier manera”, ello pudiera servirle de ayuda, iré a Delhi. Pupulji y yo hemos conversado al respecto. El 15 de febrero dejaré la India. Pupulji puede siempre darle mi programa de actividades.

Espero que se encuentre bien.

Acepte por favor mi afecto.

J.K.


Le llevé la carta a Indira. La puso aparte para leerla más tarde, y conversamos un rato. Su energía estaba menguando, y aludió a los peligros que acechaban. Tenía premoniciones de desastre, y habló de fuerzas que buscaban desestabilizar el país.

Exteriormente, ella estaba en calma, y así se lo comenté. Contestó: “A veces el mar no tiene ni una sola onda, pero muy en lo profundo hay movimientos tempestuosos”.

Hacía casi un año que Indira no veía a su nieto Varun, y yo me daba cuenta del dolor que le causaba la separación. Después de la muerte de Sanjay, durante los veinte meses que Varun había pasado en la casa, estuvo durmiendo en la habitación de la abuela; yo había estado con ella cuando jugaba a luchar con el niño, cuando actuaba como abuela mimándolo, hablando con él en el lenguaje de los niños. Se negaba a admitirlo, pero la decisión de Maneka impidiendo al niño visitarla después de marzo de 1.983, la había lastimado profundamente.

Le escribió a Krishnaji el 29 de enero, y llevé la carta conmigo a Bombay.

Respetado Krishnaji,

Muchas gracias por su carta.

Es muy considerado de su parte ofrecerme venir a Delhi. Estoy verdaderamente abrumada. Encontrarse con usted es una experiencia muy especial, pero me sentiría culpable si le solicitara que interrumpiera usted su programa en Madrás para venir aquí justo cuando estamos en medio de una ola de frío. Por cierto que tendría tiempo para usted, pero estos dos meses son particularmente exigentes para mi por las muchas actividades formales y los visitantes.

No pasa un día sin que lleguen ciertas noticias que se agregan a la preocupación que una siente por el futuro. El científico norteamericano Prof. Morrison, ha estado explicándome con mucho detalle las implicaciones del “invierno nuclear”.

Estaré en Bombay, con motivo de una operación naval, el domingo 12 y el lunes 13 de febrero. Si es conveniente para usted, puedo ir a verle el 12 después de las 8,00 p.m. y el 13 después de las 6,00 p.m.

Espero que se encuentre usted bien.

Con saludos cordiales.

Indira

Krishnaji se alojaba en Sterling Apartments, Peddar Road, Bombay, donde Indira vino a verle en la noche del 13 de febrero. Permaneció más de una hora con él. K bajó en el ascensor para acompañarla hasta el automóvil, y sostuvo sus dos manos cuando se despidieron. Esta fue la última vez que habrían de encontrarse.

La situación en Punjab, ya de por sí sombría, hizo explosión. Comenzaron a llegar en abundancia amenazas contra la vida de Indira Gandhi y de su hijo Rajiv. En febrero, con el asesinato de Atwal, un antiguo funcionario policial, cuando abandonaba el Golden Temple (Templo de Oro) después de ofrecer plegarias, la situación se tornó crítica. A principios de abril yo me encontraba en Washington, D.C.; Krishnaji había llegado a Nueva York, donde tenía que ofrecer una serie de pláticas. Por teléfono lo puse al tanto de los acontecimientos en la India.

Me preguntó si podía él hablarle a Indira Gandhi por teléfono. Mi sobrino Asit Chandmal se encontraba en Nueva York con K, y finalmente, después de muchas dificultades, logró comunicarse con ella. Krishnaji nunca había aprendido a hablar por teléfono, y la conversación no duró mucho; pero le envió a Indira su amor y ella respondió con emoción profunda. Poco tiempo después hablé con ella; me agradeció una y otra y otra vez.

Yo tenía que encabezar una delegación a Delfos, Grecia, para asistir a un seminario sobre cultura a realizarse allí a principios de junio. En la noche anterior a mi partida, escuché a Indira hablar por televisión. Por la suprema gravedad de su discurso y por el tono de su voz, percibí que el país iba a afrontar muchos peligros en un futuro muy próximo. Pedí a mi secretaria que cancelara mi partida a Atenas, porque sentía que no debía dejar Delhi. Al día siguiente recibí un llamado telefónico de Dhawan, asistente personal de Indira. Me dijo que la primera ministra quería saber por qué yo no había ido a Atenas. Le contesté que se lo explicaría a ella cuando la viera esa noche.

Cuando nos encontramos, Indira insistió en que fuera. “Todo está muy bien, Pupul”, dijo. “Debes ir”. Ella tenía una carta que había escrito al presidente de Grecia, y me pidió que se la entregara con sus saludos personales. Volví a verla nuevamente en la noche que precedió a mi partida. La noté despreocupada y tranquila. Yo tenía la sensación de que la decisión crítica había sido tomada; habiéndola tomado, ella daba un paso atrás, puesto que el futuro ya no estaba bajo su control. Nos sentamos en la sala y hablamos de Grecia su arte, su luz transformadora y la belleza de sus paisajes­. Luego cené con la familia. Cuando llegamos a Roma al día siguiente, supimos que las tropas habían penetrado en el Golden Temple (Templo de Oro).

Octubre es un mes suave en Delhi. El calor húmedo disminuye y el rocío matinal anuncia la llegada del invierno. Los chales abrigados salen de sus envolturas perfumadas con clavos de olor, y en toda la vasta campiña hay festivales para celebrar las cosechas.

Vi a Indira varias veces durante octubre de 1.984, el último mes de su vida. Nos sentamos juntas en su estudio; ella estaba en paz consigo misma, había dejado a un lado sus cargas y sus barreras. En las últimas semanas se había reunido una que otra vez con físicos, filósofos y poetas. Para el 3 de noviembre tenía programado almorzar en mi casa con Krishnaji y el Dalai Lama. Este mes de octubre era para ella un intervalo, un mes intermedio, un período de renovación, porque en noviembre comenzaban los preparativos para las elecciones.

Esa noche discutimos acerca de los símbolos, y le hablé del Santuario Bhadrakali en Canara del Norte (el nombre local para la costa occidental de Karnataka y Kerala del Norte), donde no existe ni una sola imagen o icono. La gran Madre como Energía, está simbolizada dentro del santuario por un extraordinariamente pulido espejo de bronce, donde el adorador o la adoradora ve reflejado su propio rostro ardiendo en un viaje por los caminos del autoconocimiento. Un viaje de austeridad y soledad; porque allí no hay ‘otro’, ni dios ni gurú.

El simbolismo animó a Indira. Estaba pronta a responder, reavivada por la exposición a un movimiento nuevo. Despierto a las intimaciones de ese salto refrescante, surgió en ella un recuerdo, y comenzó a hablar de un día en su vida cuando experimentó una arrolladora oleada de felicidad. Esta no tenía causa, pero la explosión fue tan intensa que sintió como si la tierra se abriera y la tragara. El éxtasis había transformado su rostro, y la gente comentaba que ella se veía radiante. Cuando sintió que podía desaparecer dentro de la tierra, ése no fue un deseo de muerte. Me dijo que jamás había temido morir, a ninguna edad. “Siempre he percibido eso como un proceso natural, una parte de la vida. Vivimos un cierto número de años, y después morimos” no temía a la muerte­. Habló de la necesidad de volver a las raíces; dijo que el pensamiento hindú sostiene que “la luz está dentro de uno”, y que es imprescindible encontrar el modo de descubrir eso.

La vi por última vez en la noche del 26 de octubre. Ella iba a visitar Srinagar a la mañana siguiente. Jamás había estado ahí en otoño, y anticipaba ansiosamente la visión de las hojas del ‘chinar’ cambiando de color. Deseaba tenderse bajo el sol y ver cómo el verde de la hoja se tornaba en rojizo, bermellón y dorado, contemplar el color castaño de una hoja que cae. Tal vez fue el final de una hoja lo que le hizo proseguir con el tema de la muerte. En tono meditativo dijo: “Mi padre amaba los ríos, pero yo soy una hija de los Himalayas y he dicho a mis hijos” por un instante pareció olvidar que Sanjay estaba muerto­ “que mis restos deben ser esparcidos sobre los picos coronados de nieve de los Himalayas”. Cuando me iba, exclamó dirigiéndose a mí. “Recuerda lo que dije, Pupul, recuérdalo”.

Krishnaji llegó tarde esa noche acompañado por Mary Zimbalist Tenía programado ofrecer una plática pública el 4 de noviembre, en el mismo estrado que el Dalai Lama. Noticias de esta plática habían llegado a muchos centros budistas de la India y del exterior, y se esperaba que asistiera un gran número de monjes budistas. En la noche del 30 de octubre, Krishnaji, después de una cena liviana, insistió en que leyéramos en voz alta el libro que yo estaba escribiendo sobre él. Mary Zimbalist leyó una parte del libro, la que trata de los primeros años de su nacimiento y de su infancia­. Después me hice cargo yo de la lectura.

Durante todo el tiempo Krishnaji se mantuvo completamente en silencio. Sólo interrumpió una vez, cuando escuchó mi lectura del pasaje de Alcyone, en el cual yo había escrito que la palabra “Alcyone” significaba “alción o martín pescador”, el apaciguador de las tormentas. Interrumpió para corregirme. “No”, dijo, “significa ‘la estrella más brillante de las Pléyades’”. Mientras la lectura proseguía, la habitación cobró vida como si hubiera allí una presencia escuchando. A medida que yo continuaba leyendo, la sensación de presencia se hizo abrumadora, y mi voz se detuvo. Krishnaji se volvió hacia mí. “¿Lo percibe? ¿Podría yo postrarme ante Ello?” Su cuerpo se estremecía cuando habló de la presencia que escuchaba. “Sí, puedo postrarme ante esto, se encuentra aquí”. Súbitamente, se volvió y nos dejó yéndose solo a su habitación.

Indira Gandhi fue muerta a tiros por dos de sus guardias de seguridad el día 31 de octubre a las 9,20 de la mañana, cuando salía de su residencia para ir a la oficina. Acribillada por las balas, cayó mortalmente herida a tierra, rodeada de cosas en pleno florecimiento. Cayó cerca del huerto de ‘kadambas’ que ella había plantado durante la estación de las lluvias después de la tragedia de junio en Punjab.

Al escuchar las noticias corrí a su casa, sólo para encontrar que se estaban erigiendo barreras. Los nietos de Indira, Rahul y Priyanka, estaban solos con una amiga. No sabían lo que había sucedido, pero me dijeron que Sonia había llevado rápidamente a Indira al hospital. La atmósfera de la casa estaba impregnada con una corriente subterránea de violencia y miedo. Sharada Prasad, su Jefe de Informaciones, se encontraba en la oficina y me puso al tanto de lo ocurrido. Antes de ir al hospital, le envié un mensaje a Krishnaji anunciándole el asesinato de Indira. Cuando regresé a la casa tarde en la noche, encontré a Krishnaji esperándome levantado. Al verme, me llevó a su habitación y me pidió detalles de los acontecimientos. Mi familia dijo que, al escuchar las noticias, Krishnaji se sentó durante todo el día en mi sala de estar contemplando el jardín; estuvo observando los árboles y los pájaros, casi no habló y comió muy poco. A las cuatro de la tarde él había percibido la presencia de Indira, e hizo un comentario sobre la necesidad de silencio dentro de la mente para permitir que ella estuviera en paz. Yo pude ver que se sentía profundamente conmovido. Tarde en la noche siguiente, me dijo: “No conserve recuerdos de Indira en su mente, eso la retiene en la tierra. Déjela irse”. Su mano hizo un gesto hacia el espacio y la eternidad.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

Indira Priyadarshini Gandhi (इन्दिरा प्रियदर्शिनी गान्धी) (Allahabad, India; 19 de noviembre de 1917 - Nueva Delhi; 31 de octubre de 1984) fue hija única de Jawaharlal Nehru(1889-1964), el primer Primer Ministro de India (1947-1964). Tomó su nombre de su marido Feroze Gandhi (sin ningún parentesco con Mahatma Gandhi).Fue Primera Ministra de India desde el 19 de enero de 1966 hasta el 24 de marzo de 1977, y desde el 14 de enero de 1980 hasta su asesinato el 31 de octubre de 1984.

Madre de Rajiv Ratna Gandhi, (20 de agosto, 1944 – 21 de mayo, 1991), hijo mayor de Indira y Feroze Gandhi, fue el sexto Primer Ministro de India (y el tercero de su familia en ocupar este puesto) desde la muerte de su madre el 31 de Octubre de 1984 hasta su dimisión el 2 de Diciembre de 1989 tras la deorrota de su partido en unas elecciones generales . Rajiv Gandhi permaneció a la cabeza del Partido del Congreso hasta las elecciones de 1991. Durante la campaña, un atentado llevado a cabo por una militante suicida del LTTE acabó con su vida.


 

No hay comentarios.:

Etiquetas