sábado, 20 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti e Indira Gandhi.

Krishnaji regresó a la India cuando comenzaba noviembre de 1.978. No se detuvo en Delhi de paso para Varanasi. Desde allí se dirigió al sur, al Valle de Rishi vía Calcuta. Recibí un telefonema del 12 de Willingdon Crescent en Nueva Delhi, anunciándome que Indira se proponía visitar el Valle de Rishi y que esperaba ver a Krishnaji. Ella nunca había estado en el Valle, y pensaba que unos cuantos días le servirían de descanso. Acababa de triunfar en la ferozmente reñida elección de Chikmagelur, y las tensiones iban aumentando a medida que se acercaba la fecha de apertura del Parlamento.

Un día antes del de su llegada, recibí otro telefonema informándome que la moción de privilegio para expulsarla del Parlamento y ponerla en prisión, ganaba impulso, y que los próximos días serían críticos; naturalmente, tenía que abandonar la idea del viaje. Salí del Valle de Rishi y volé a Nueva Delhi, y así estuve presente en el Lok Sabha en medio de la batalla. Indira fue acusada por el Parlamento, expulsada y enviada e prisión hasta que el Parlamento levantara la medida. Estuvo en la cárcel de Tihar por una semana. Desde allí me escribió esta nota, borroneada sobre una arrugada y sucia hoja de papel:

Pupul querida:

Te veías totalmente enferma el otro día y me sentí preocupada por ti. Estás ansiosa a mi respecto ­¿pero por qué?­ Estoy bien física y mentalmente. Mi tos y mi catarro van mucho mejor. Me encuentro a resguardo en un gran cuartel, completamente sola con dos matronas que se turnan para cuidarme. Todo está bastante limpio pero es indescriptiblemente feo, los accesorios son poco prácticos y están mal hechos. Han arreglado un cuarto de baño para mí y tengo agua caliente por la mañana. Hay tranquilidad y paz. Estoy leyendo y, si hubiera disposición para hacerlo, podría escribir. He traído conmigo una vieja selección de libros todos regalos de cumpleaños­.

Con amor.

Jiddu

He terminado apresuradamente porque llegó mi comida.

Poco después de ser liberada, ella decidió visitar a Krishnaji en Vasanta Vihar. Se tomaron complejas medidas para su seguridad. Indira almorzó con K, pasó la noche en la Casa de Descanso Estatal y regresó a Delhi en la mañana siguiente.

El aeropuerto era una agitada masa de personas que habían venido a recibirla. Parecía un poco agotada cuando salió del avión. Venía de Karnataka, donde los partidos de la oposición habían organizado algunas manifestaciones con pedreas.

Krishnaji estaba en el porche y la condujo al primer piso de Vasanta Vihar. Yo aguardé en un salón contiguo. Poco tiempo antes de que ella saliera, él me llamó para que fuera a la habitación. Indira tenía ojos angustiados, pero sonrió al verme. Al cabo de un rato, dijo: “Krishnaji me ha estado pidiendo que abandone la política. Le he dicho que no sé cómo hacerlo. Hay veintiocho casos penales contra mi persona”. Se volvió hacia K y dijo que le habían entablado juicio con el cargo criminal de haber hurtado dos pollos, y que estaba emplazada a presentarse para responder a la acusación. Hizo una pausa buscando las palabras apropiadas: “Le he expresado a Krishnaji que sólo tengo dos alternativas luchar o ser un blanco fácil y dejar que me destruyan”.

Fui con ella a mi casita de campo, donde se lavó y se relajó antes del almuerzo, después de lo cual me hizo un relato de su vida en la prisión. Se despertaba a las cinco de la mañana, hacía ejercicios, tomaba leche fría que la noche anterior le había traído su nuera Sonia, y volvía a la cama hasta las siete. Luego se bañaba y después leía. Irónicamente, le habían dado la misma celda que ocupara George Fernandes (George Fernandes, un socialista, era uno de los más agresivos oponentes de Indira. Fue por varios años miembro del Parlamento, y tuvo el cargo de ministro en el gobierno de Morarji Desai, después de que Indira y el Congreso fueran derrotados en 1.977).

Todo el tiempo la acompañaban dos matronas. La celda era fea. Sonia le traía las comidas cocinadas en su casa. Las autoridades de la prisión sólo le permitieron un número limitado de libros, situación que ella consideró irritante. Indira no alimentaba sentimiento alguno de autocompasión.

Hacia el fin de la conversación dijo. “Cuando vi a Krishnaji en Delhi, en 1.976, él me preguntó si yo me había percatado que, si actuaba correctamente, tendría que afrontar las consecuencias, que ellos tratarían de destruirme”.

Cerca de la una regresamos a la casa para el almuerzo. Además de Indira y Krishnaji, estaba Mary Zimbalist Krishnaji hacía de anfitrión. Era conmovedor ver las exquisitas cortesías con que cumplía su papel; estaba atento a lo que Indira decía, vigilaba el modo en que se servía la comida, discutió los asuntos internacionales, habló de los problemas que afronta la humanidad.

Durante el almuerzo, Mary Zimbalist le preguntó a Indira: “¿Cómo se estaba en la prisión?”

“Incómoda”, fue la inmediata respuesta. Luego siguió explicando que le habían dado una cama de madera, pero sin colchón. Había usado las frazadas para tapar la luz que entraba por las ventanas con barrotes. Mientras se hallaba en prisión recibió dos telegramas de personas desconocidas. El primero decía: “Viva frugalmente”; el otro le aconsejaba contar los barrotes de la ventana. Efectivamente, los había contado.

M.S. Subbulakshmi, una de las más renombradas cantantes de música originaria de Carnatic, en el Sur de la India, mujer cuya melodiosa voz estaba en armonía con su dignidad, ofrecía esa noche un concierto en Vasanta Vihar dedicado a Krishnamurti, y éste invitó a Indira. Ella contestó diciendo que esa noche tenía varias reuniones, pero que trataría de ir si podía librarse en algún momento.

Asistió un gran número de personas para escuchar el concierto. Krishnaji se sentó en el piso, ligeramente detrás de las primeras filas, y había sillas adosadas contra la pared. Subbulakshmi estaba cantando cuando llegó Indira y se sentó en una silla vacía cerca de la puerta. Al verla, me levanté y fui a sentarme en la silla contigua. Pude notar que todos en la sala habían advertido que ella se encontraba ahí y la observaban atentamente. También Krishnaji había notado su presencia, pero siguió sentado sin movimiento alguno. Al cabo de más o menos una hora, Indira se levantó y salió calladamente por la puerta lateral. Yo la seguí y encontré que él la estaba aguardando. La había visto levantarse y rápidamente se dirigió hacia la puerta para despedirse de ella. Se mostró muy afectuoso, tomó su mano y dijo: “Hasta luego, señora. Que esté bien. Volveremos a encontrarnos”.

La represión y el acosamiento contra Indira y su familia en 1.979, habrían de volverse contraproducentes. Terminado el estado de emergencia, el pueblo de la India se había rebelado contra ella, pero la mayoría no estaba preparada para ver a Indira sometida a humillaciones. Era la hija de Jawaharlal, valerosa por demás. Una noche, después de su derrota, me dijo que era una sobreviviente. La vida había sido tan dura en su infancia, que se habían desarrollado en ella las cualidades necesarias para la supervivencia. Podía soportar penurias, privaciones, y vivir una vida de austeridad. El instinto de supervivencia le hizo desprenderse de todo lo que era innecesario y desarrollar las facultades requeridas para enfrentarse al peligro; la capacitó para percibir los cambios de disposición entre la gente de la India. Con el gobierno Janata (Cuando terminó el estado de emergencia, los líderes de la oposición se unieron para formar un solo partido bajo el nombre de Partido Janata. Janata significa ‘pueblo’. El Partido Janata se inspiró en el más respetado de los líderes gandhianos, Jai Prakash Narain; el nuevo partido disputó en 1.977 las elecciones contra Indira Gandhi y el Partido del Congreso. El Partido Janata resultó victorioso, y se formó un nuevo gobierno con Morarji Desai, el veterano líder de Gujarat. Casi todos los miembros del Partido Janata habían sido anteriormente miembros del Partido del Congreso; muchos de ellos habían participado en la lucha por la libertad contra el dominio británico, pero rompieron con el Partido) en plena división interna, siendo como era ella una política sagaz y visionaria, se dispuso a actuar. Recorrió el país vigorosamente, hablando ante pequeñas y grandes multitudes. Los tres años de severa persecución, de aislamiento, de ver cómo la traicionaban ya fuera por temor o por beneficio propio, de ser acosada y tener que aguzar todos los sentidos para protegerse a sí misma y a su hijo, la habían vuelto precavida y vigilante. Por la época en que Krishnaji regresó a la India a fines de 1.979, se habían anunciado elecciones. Ella le escribió una carta, expresándole la imposibilidad de verlo, puesto que debía viajar continuamente.

Cuando llegaron las nuevas de la elección, yo me encontraba en vuelo a Delhi: Indira había triunfado por abrumadora mayoría. Fui a verla a la mañana siguiente. Habían colocado barricadas alrededor del 12 de Willingdon Crescent, y se estaban arremolinando multitudes. Me abrazó y las lágrimas se desbordaron. Aunque ella sabía que la marea estaba a su favor, el impacto emocional de la victoria tardó algún tiempo en registrarse.

Fui a Bombay, donde al otro día llegó Krishnaji. Hablamos de Indira y de su futuro. Una mañana me llamó él a su habitación; estaba grave y callado. Así permanecimos sentados por un rato. Después me dijo que Indira habría de enfrentarse a un gran dolor al año siguiente, y que yo debía encontrarme en Delhi tanto como me fuera posible. Dijo: “Es una rara coincidencia que usted esté tan cerca de un ser como yo y también sea amiga de la primera ministra. Esté muy atenta a sí misma. Situaciones como ésta casi no ocurren. Esté muy alerta a cada pensamiento, a cada acción”. Sus palabras penetraron profundamente, aunque no pude responder a ellas. Me daba cuenta de que él había percibido cierta oscuridad que envolvía a Indira, pero no habló de ello.

Desde principios de febrero empecé a ir regularmente a Delhi, si bien no asumí ninguna responsabilidad en el gobierno hasta fines de septiembre. En junio me encontraba en Kashmir con el gobernador L.K. Jha, cuando se recibieron noticias de que Sanjay había resultado gravemente herido en un accidente de aviación. Volé de inmediato a Delhi. En el avión me encontré con el Dr. Karan Singh, quien me dijo que había recibido confirmación desde Delhi sobre la muerte de Sanjay. Krishnaji envió un telegrama que después le entregué a Indira.

Yo le había escrito a Krishnaji dándole noticias de Indira y de la catástrofe. Él me contestó inmediatamente desde Gstaad: “Debe haber sido un choque terrible para ella y espero que se esté recuperando”. Yo le había sugerido que le escribiera a Indira sobre cómo enfrentarse a la muerte. Contestó: “Acabo de responder a esa cuestión en la reunión pública. Siento que no sería correcto enviarle un mensaje sobre cómo afrontar la muerte. Podría hablarlo con ella, lo cual sería muy diferente de un mensaje escrito. Espero que usted lo comprenda”.

A medida que pasaban los días, el cuerpo de Indira, que había soportado con la espalda erguida y los ojos secos el choque de la muerte de Sanjay, comenzó a expresar su angustia. Los labios, que en su juventud habían contradicho la calidez de sus ojos, perdieron todo rastro de dureza. Su cabello se puso ingobernable y se lo peinaba hacia atrás desde la frente; su andar era pesado.

Comenzó a recibir todo tipo de telegramas y cartas conteniendo predicciones astrológicas de peligro y desastre para Rajiv. Algunos astrólogos alegaban haber predicho exactamente el día de la muerte de Sanjay unos meses antes. Era obvio que las nuevas predicciones astrológicas se le enviaban para quebrantar su espíritu. Le sugerí que tirara las cartas por la ventana. Ella vacilaba. Después, con angustia me dijo: “Si hubiera muerto yo, eso habría sido justo. Tengo más de sesenta y he vivido una vida plena. Pero Sanjay era tan joven...” Nos hallábamos cenando; Rajiv se veía desconsolado, Sonia lloraba, la joven viuda de Sanjay, Maneka, estaba abstraída. Indira se levantó diciendo que tenía cuatro horas más de trabajo esa noche. Mientras se dirigía hacia la puerta con la espalda encorvada, el cuerpo inclinado, se veía envejecida y agotada hasta los huesos.

Krishnaji llegó desde Brockwood a principios de noviembre de 1.980. De Madrás se dirigió a Colombo, Sri Lanka, donde pronunció cuatro pláticas. En la cuarta semana de noviembre, estaba él en el Valle de Rishi. Los miembros de las Fundaciones inglesa y americana habían llegado al Valle para la reunión conjunta que más tarde se iba a efectuar en Madrás. En diciembre recibí un mensaje anunciándome que Indira Gandhi vendría a visitar a Krishnaji en el Valle de Rishi, acompañada de Rajiv, Sonia y los hijos de estos, Rahul y Priyanka. Krishnaji se sintió perplejo de que una Primera Ministra viniera desde tan lejos para visitarle y ver el valle. Me habló de la cualidad especial de sentimientos que él tenia hacia ella. Habían pasado cerca de dos años desde que la viera por última vez. Durante ese tiempo, ella había conocido un gran triunfo y el dolor devastador de la súbita pérdida de su hijo.

La Primera Ministra había dado instrucciones en el sentido de que ésta era una visita privada, y no quería que ministros y otros representantes de la legislatura estatal se agolparan en el lugar. También había ordenado que el cuerpo de seguridad se mantuviera fuera de los terrenos, puesto que ella comprendía la sensibilidad de Krishnaji hacia las armas y los uniformes. La policía tenia que estar ahí, pero sus miembros debían situarse de tal modo que resultaran invisibles. Se volvió todo un juego el encontrar un arbusto apropiado tras el cual esconderse un corpulento inspector de policía trató incluso de ocultarse detrás de un delgado eucalipto­. Unos cien miembros del personal de seguridad estaban escondidos en el terreno.

El avión de Indira aterrizó en una pista a algunas millas de allí. Subí a su automóvil y nos dirigimos a las puertas del Valle de Rishi, donde los pobladores, los niños de la escuela y los maestros se habían reunido portando guirnaldas. Indira detuvo el auto, salió, y se mezcló con ellos.

Fui Con ella para ver a Krishnaji, quien nos esperaba en la puerta de la Casa de Huéspedes. Pasaron unos minutos juntos; luego, mientras Krishnaji volvía a su habitación, nos dirigimos a los terrenos de la escuela. Indira estaba muy atenta, observando los árboles, los pródigos cultivos y las casas de los trabajadores. Nos detuvimos ante un pequeño albergue para niños, y ella entró y habló con varios de ellos. No hizo comentarios, pero pudimos ver que estaba impresionada. Al final de nuestro recorrido llegamos al edificio de las asambleas, donde ella y Rajiv plantaron higueras en el terreno.

Una vez plantados los árboles, entramos al salón de las asambleas. Krishnaji hizo luego su entrada calladamente y se sentó cerca de Indira. El silencio era absoluto. Luego, con entonación perfecta, los niños cantaron slokas en sánscrito. Cuando terminaron, Krishnaji se volvió hacia Indira y le pidió que hablara. Ella le respondió que no podía hacerlo antes que Krishnamurti. De modo que él fue y se sentó con las piernas cruzadas en la baja tarima y dirigió unas pocas palabras a los niños. Cuando finalizó, Indira se sacó los zapatos, subió a la tarima, se sentó y pronunció un discurso corto y sencillo.

Después se dirigió con Krishnaji a la vieja casa de huéspedes. Yo los seguí con su familia. En el gran espacio que había cerca de la habitación de K, sirvieron té, dosas y jalevis. El Rishi Konda estaba oculto por los altos árboles, cuyas ramas enmarcaban el salón abierto e incluso penetraban en él. Parameswaran, el jefe de cocina en el Valle de Rishi, era famoso por sus dosas, e Indira y su familia los comieron con entusiasmo. Krishnaji advirtió que ella necesitaba lavarse los dedos y pidió a Parameswaran que le trajera un cuenco especial para el caso. No había disponible ninguna vasija semejante, de modo que le trajeron un plato sopero con agua, e Indira se lavó las manos en él. Krishnaji me miraba. Indira notó la mirada y sonrió.

Después preguntó si podía hablar con Krishnaji a solas, y él la condujo a su habitación. Rajiv y Sonia fueron a ver la escuela, mientras que Rajesh Dalal llevó a los niños para una caminata. Indira estuvo un tiempo con Krishnaji. Más tarde, salieron a pasear por el campo. La policía de seguridad se ocultaba detrás de los arbustos que había a lo largo de la ruta que iban a seguir. Se dirigieron hacia el Rishi Konda atravesando bosquecillos de mangos. El sol se ponía detrás del cerro. Krishnaji caminaba muy rápido e Indira le seguía el paso con facilidad.

A la noche hubo un concierto bajo la higuera de Bengala y más tarde una cena a la luz de la luna. Indira estaba relajada, contó anécdotas y participó libremente en la conversación. Yo había arreglado su habitación con cierto cuidado una ventana abierta al Rishi Konda que era visible a través de las plantas y la floreciente hierba silvestre­. Ella advirtió las plantas y el cerro y la atmósfera creada en la habitación, e hizo comentarios sobre la paz y la infinita quietud del valle. A la mañana siguiente, Indira desayunó con Krishnaji.

En las dieciocho horas que ella había estado en el Valle de Rishi, una constante compasión estuvo fluyendo desde Krishnaji y envolviéndola. Yo no sé si Indira se percató de las energías intemporales que emanaban de él sanando el cuerpo y la mente. Un texto del Rig Veda habla del lugar “Donde se encuentran ‘oshadías’ o hierbas y plantas, y el hombre sabio es el curador, tanto del mal como de la enfermedad”.

Acompañé a Indira de regreso a Delhi. En el avión durmió profundamente sin despertarse. Parecía ser el sueño de la curación.

Indira se había llevado consigo los silencios y la compasión del valle. Pronto se hizo evidente que sus sentidos se estaban intensificando. Un aspecto joven, vulnerable, remplazaba el devastado rostro. Su paso se hizo ligero, la espalda se enderezó.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

 

No hay comentarios.:

Etiquetas