sábado, 3 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y Rajagopal.

 Año 1962.

El 21 de junio K partió de Londres hacia París y después de dos noches emprendió vuelo hacia Ginebra, donde lo recibió Vanda Scaravelli y lo condujo en automóvil al Chalet Tanneg en Gstaad. En julio, la segunda reunión se realizó en Saanen este año en una carpa con una cúpula prefabricada que inventó Buckminster Fuller, el arquitecto diseñador norteamericano . Con una capacidad para 900 personas, se erigió en una pista militar suiza de aterrizaje, y se alquiló por diez reuniones desde el 22 de julio al 12 de agosto. Después de las pláticas hubo también pequeñas reuniones de grupo en el Hotel Bellevue de Saanen.

K no se sintió del todo bien después de las reuniones a fines de agosto, de modo que decidió cancelar ese invierno su visita a la India y permanecer en el Chalet Tanneg. Estuvo consultando a un urólogo en Ginebra y recibió tratamiento dental. Rajagopal vino en octubre para verle con la esperanza de restablecer la vieja relación, pero en vista de que Rajagopal deseaba que la reconciliación se hiciera en sus propios términos y K seguía insistiendo en que se le repusiera en la Junta de la KWINC, la reconciliación no tuvo lugar. Sin embargo, cuando Rajagopal partió, le dio a K dinero suficiente para pagar al médico y las cuentas del dentista.

De Gstaad Rajagopal viajó a Amsterdam, donde expuso su punto de vista a Anneke Korndorffer, que había trabajado con él y K desde los días de Ommen. Ésta escribió a Doris Pratt el 15 de octubre:

Ha sido la más extraña y, no obstante, la mejor reunión que recuerdo haber tenido jamás con Raja. A pesar de todo, apenas si puedo decir una palabra al respecto; estoy sin habla, me siento conmovida y profundamente perturbada.

Con todo, hay una imagen que perdura vívidamente en mí. Krishnaji es un fenómeno como un remolino de fuego, y todo aquel que intenta acercarse a él, por fuerza tiene que salir chamuscado . Puede que ése sea el verdadero significado de su aparición en este mundo.

Cuando escucho atentamente a Raja sin ningún pensamiento ni reacción propia y con ese profundo sentimiento de calidez que siempre ha existido cada palabra que él dice suena verdadera y justa. Parece tener una mente excelente, excepcional, de gran sutileza e inteligencia; es también un hombre valeroso. Acerca de mí misma, lo único que sé es que soy muy seria y lo bastante aguda como para descubrir por mí misma lo que es verdadero. Sin embargo, todos parecemos estar caminando al borde de un precipicio. Yo espero y ruego porque usted y Rajagopal sean ambos capaces de decirlo todo y, no obstante, mirarlo todo sin decir ni «sí» ni «no», y sin perder el afecto mutuo que existe. Krishnaji puede excluirnos a cualquiera de nosotros en cualquier momento. Pienso que todos sabemos eso. El hecho en sí de aproximarnos nosotros a él y el modo en que lo hacemos, a nadie incumbe más que a nosotros mismos. Si nos quemamos completamente o nos desnucamos, eso también es de nuestra propia incumbencia y responsabilidad, y a Krishnaji no parece importarle. Él dejará que disputemos; probablemente eso sea lo que tenemos que hacer. Las apariencias exteriores de Krishnaji parecen estar llenas de contradicciones y discrepancias; sin embargo, lo que él dice es la Verdad misma. Un cometa, una llama, un torbellino de fuego siempre parecen tener una gran cantidad de humo que rodea su apariencia externa.

Quizás algún día me abstendré por completo de aproximarme a él, y regresaré a las dichosas filas de aquellos que solamente leen sus libros.

Anneke es hoy una de las más firmes partidarias de K. Ella no ha sido excluida ni se ha quemado, y continúa realizando valiosas tareas para él. K no excluye a las personas; son éstas las que lo abandonan. Si se vuelven posesivas o sienten que son esenciales para él o que tienen con él una relación exclusiva, entonces quedan lastimadas cuando descubren que ni emocional ni psicológicamente K depende en lo más mínimo de ellas, y que pueden ser reemplazadas fácilmente. Desilusionadas y celosas se alejan entonces de él. El esperar gratitud de K por el trabajo que han hecho, las expone a la decepción; K jamás pide ni espera que trabajen personalmente para él, sino sólo para esa verdad a la que él ha consagrado su vida; y si llegan personas nuevas con capacidad para contribuir más, en cualquier forma, a la ejecución práctica de su enseñanza, se les «admite», y las antiguas sienten que se les ha «excluido». Nada ni nadie puede poseerlo. No se le puede comprar ni adular.

Rajagopal llegó a Londres desde Amsterdam. Mrs. Bindley, con quien almorzó, le encontró «sincero, tierno y gentil». Yo hubiera deseado poder decir lo mismo. Le vi el 24 de octubre en Mount Royal, Oxford Street, donde se hospedaba, y fue aun más ofensivo con K que un año antes. Yo todavía no tenía ninguna idea de cuál era la razón de la disputa que había entre ellos. Sus cargos principales contra K consistían en decir que era un hipócrita y que se preocupaba demasiado de su apariencia antes de subir a la plataforma asegurándose en un espejo de que cada cabello estuviera en su lugar. Rajagopal no presentaba evidencia alguna de tal hipocresía, y según mi parecer, el hecho de que K cuidara su apariencia antes de una reunión pública, demostraba meramente respeto por su auditorio; además, Rajagopal debe haber sabido tan bien como yo, que a K siempre le ha importado muchísimo la apariencia externa, tanto la propia como la de los demás. Insté a Rajagopal, con más fuerza que nunca, a que dejara a K; no era correcto para ninguno de los dos que Rajagopal continuara trabajando con K si su sentimiento era el que manifestaba. Argumenté que tenía derecho a una pensión sustancial después de todo el trabajo que había cumplido para la KWINC y le pregunté si no podía abandonar Ojai y establecerse en alguna parte de Europa donde tenía muchos amigos. Inferí que el dinero no era el motivo. Su verdadera aflicción radicaba al parecer en que estaba completamente obsesionado por K y no podía librarse de ello. En apariencia, era el clásico ejemplo de una relación amor odio. Con todo, sentí por él una gran compasión. Con su intelecto, su educación y su capacidad como organizador, Rajagopal podía haber alcanzado una muy alta posición en la India. Me puse muy contenta cuando poco tiempo después me enteré de que se había casado nuevamente. Estaba completamente segura de que la felicidad doméstica terminaría con su obsesión.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

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