viernes, 2 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y El Diario de Krishnamurti.

 Año 1961.

El 4 de septiembre K voló solo a París y se alojó, como era habitual, con los Suarés en el apartamento que ellos poseían en el octavo piso. El día de su llegada escribió que la ciudad estrepitosa implicaba un cambio violento después de los valles y las altas montañas; sin embargo: «Sentado quietamente por la tarde, observando los tejados... muy inesperadamente, esa bendición, esa fuerza, esa cualidad de lo otro advino con suave resplandor; llenó la habitación y permaneció en ella. Está aquí mientras esto se escribe».

K ofreció nueve pláticas en París entre los días 5 y 24 de septiembre. Era una época difícil, porque había una gran fricción entre Carlos Suarés y León de Vidas, cada uno de los cuales se consideraba el principal organizador de las reuniones. K se alegró de llegar a Roma el día 25; allí le recibió Vanda Scaravelli. Después de una visita que ambos hicieron a Circeo, cerca del mar entre Roma y Nápoles, volvieron a Roma y de allí fueron por tren a Florencia, desde donde subieron a Il Leccio. En su cuaderno K describió el viaje en tren sin mencionar su destino, y el modo en que «los conductores del tren eléctrico nos habían dado la bienvenida invitándonos a entrar en su cabina, porque nos habíamos encontrado varias veces en el curso de algunos años», y en Il Leccio, el 5 de octubre, escribía: «En el jardín hay un árbol alto, inmenso, que tiene un tronco enorme; durante la noche sus hojas secas hacen ruido cuando las agita el viento del otoño». Era éste el gran acebo que se veía desde la ventana.

El 18 de octubre K emprendió vuelo desde Roma hacia Bombay; después fue al valle de Rishi donde permaneció un mes. Yo nunca he estado en el valle de Rishi, pero siento que lo conozco íntimamente gracias a las bellas descripciones que del mismo hizo K en su diario. Mientras permaneció allí estuvo manteniendo correspondencia con Doris Pratt sobre la traducción al francés de las pláticas que daría en Londres, Saanen y París. Se mostraba muy entusiasta con esta idea. También se interesaba grandemente por los planes para sus pláticas en Londres y Saanen en 1962, cuyos preparativos se habían dejado en manos de Doris Pratt y León de Vidas. En diciembre Doris escribió a Rajagopal solicitando 1000 libras a fin de asegurar el éxito de la próxima reunión de Saanen. Rajagopal contestó que, puesto que a él se le «mantenía a oscuras» de lo que estaba sucediendo en Europa, no podía ocuparse de ello.

En la tercera semana de noviembre K viajó en automóvil a Vasanta Vihar para ofrecer pláticas en Madrás hasta el 17 de diciembre. El día siguiente a la última plática escribió a Doris Pratt para decirle que Rajagopal había autorizado a Mr. Madhavachari para que grabara las pláticas en lugar de taquigrafiarlas, pero éste tenía sólo un grabador muy deficiente; por lo tanto, ¿sería posible que alguien en Inglaterra pudiera proporcionar uno mejor? Una donación de 75 libras permitió la compra de un grabador magnetofónico nuevo que se envió a la India. El hecho de que fuera necesario pedir permiso a Rajagopal para grabar las pláticas, es un ejemplo del riguroso control que aquél continuaba ejerciendo sobre algunas de las actividades de K.

Desde Madrás K se dirigió a Rajghat donde estuvo ofreciendo pláticas hasta el 14 de enero de 1962. De nuevo puede uno conocer Rajghat íntimamente gracias al diario. El 20 de enero voló hacia Delhi donde se alojó con su viejo amigo Shiva Rao. Allí habría de ofrecer ocho pláticas. El 23 de enero su diario se interrumpió tan abruptamente como había comenzado, quizá porque en Delhi hacia un frío tan intenso que K difícilmente podía sostener el lápiz. El día 22 había escrito:

La mente está siempre ocupada con una cosa u otra, por tonta o supuestamente importante que esa cosa puede ser. Es como ese mono, siempre inquieto, siempre parloteando, moviéndose de una cosa a otra... El que se encuentre vacía, completamente vacía, no es algo temible; es absolutamente esencial para la mente estar desocupada, vacía, sin esfuerzo, porque sólo entonces puede moverse en profundidades desconocidas.

En partes de la última anotación se lee:

...de repente, esa incognoscible inmensidad estaba ahí, no sólo en la habitación y fuera de ella, sino también en lo profundo, en los lugares más recónditos de lo que una vez fuera la mente... esa inmensidad no dejaba huella, estaba ahí pura, impenetrable e inaccesible, y su intensidad era fuego que no dejaba cenizas. Con ella estaba la bienaventuranza... El pasado y lo desconocido no se encuentran en ningún punto; no pueden ser reunidos por ninguna acción, cualquiera que sea; no hay puente que pueda cruzarse ni sendero que conduzca a ella. El pasado y lo desconocido jamás se han encontrado y jamás se encontrarán. El pasado tiene que cesar para que lo incognoscible, esa inmensidad, pueda ser.

La publicación en 1976 de este documento extraordinario, pasó inadvertida para la prensa, tanto en Inglaterra como en EE.UU., excepto por un párrafo en el norteamericano Publisbers Weekly, que concluía así: «La enseñanza de Krishnamurti es austera, en cierto sentido aniquiladora». Una o dos personas entre el grupo de quienes leyeron el manuscrito, se manifestaron contrarias a su publicación. Temían que pudiera descorazonar a los seguidores de K. Él sostiene que los seres humanos pueden transformarse radicalmente, no en el tiempo, no por la evolución sino por la percepción instantánea, mientras que el Diario demuestra que Krishnamurti no es un ser corriente que se ha transformado, sino un ser único que existe en una dimensión diferente de la que corresponde a la humanidad común. Era un punto de vista válido y yo se lo expuse. Su respuesta fue: «No tenemos que ser todos Edison para encender la luz eléctrica». Más adelante habría de decirle a un periodista en Roma, que sugirió que K había nacido como era y que, por lo tanto, otros no podían alcanzar su estado de conciencia: «Cristóbal Colón fue a América en un barco velero; nosotros podemos ir en avión». Lo que K trataba de comunicar en estas dos metáforas era, por supuesto, que él había descubierto arduamente cómo liberar al hombre del dolor, de tal modo que ahora cualquiera podía beneficiarse con su descubrimiento sin tener que pasar por todo lo que él había pasado.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

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