domingo, 4 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Sanyasis.

 Año 1979.

Después de la reunión hubo en septiembre un seminario de seis días en Brockwood, al cual asistieron unas ochenta personas invitadas, incluido el cuerpo completo de profesores. El tema del seminario era: «Vivimos en un mundo de creciente violencia y desorden. ¿Qué puedo hacer yo, como ser humano, para cambiar esto?» K parecía particularmente contento en Brockwood durante ese otoño. En septiembre le dijo a Mary que «se sentía como un muchacho», y comentó durante un paseo: «Qué afortunados somos de vivir en este bello lugar». El 19 de octubre bajé a Brockwood por el fin de semana para tener una charla acerca de la biografía. Yo deseaba descubrir, de ser posible, si la «revelación» de que K había hablado, venía desde lo interno o desde el exterior. Él empezó diciendo que en los primeros tiempos, cuando empezó a hablar, había usado el lenguaje de la teosofía, pero que desde 1922 (el año de su experiencia en Ojai) había encontrado su propio lenguaje. Después hizo nuevos comentarios acerca de su mente vacía y dijo: «Cuando la mente está vacía, sólo después sabe que estaba vacía». Ahora cito nuevamente de las notas de Mary Zimbalist:

ML: ¿Cuándo cesa la mente de estar vacía?

K: Cuando es necesario usar el pensamiento para la comunicación. De otro modo está vacía. Durante el seminario, mientras estoy hablando, ello se revela.

ML: ¿Usted ve algo?

K: No, ello se revela; no veo algo y lo traduzco. Surge sin que yo piense en ello. A medida que surge, se vuelve lógico, racional. Si lo considero cuidadosamente, si lo anoto, si lo repito, nada ocurre.

ML: ¿Viene eso de alguna parte exterior a usted?

K: Después del seminario le dije a María: «Se reveló algo nuevo». Con los artistas y los poetas es diferente, porque ellos trabajan para que eso ocurra. La percepción de su [de K] enseñanza revolucionaria, tiene que haberse dado lentamente, poco a poco. No fue cambiando paralelamente al lenguaje utilizado. [Aquí él repitió cómo en Gstaad le habían invitado a deslizarse en planeador]. Hubiera ido con sumo placer, prometía ser muy divertido. Pero me di cuenta de que no debía hacerlo. No debo hacer nada que sea improcedente para el cuerpo. Siento eso por lo que K tiene que hacer en el mundo. No debo enfermarme porque no podría hablar; por lo tanto, me cuido todo lo posible. El cuerpo está aquí para hablar; lo educaron de ese modo y su propósito es hablar. Toda otra cosa es improcedente, así que el cuerpo debe ser protegido.

Otro aspecto de esto es que yo siento que existe una clase distinta de protección que no es mía. Hay una forma separada de protección, como si el futuro estuviera más o menos establecido. Una clase diferente de protección, no sólo del cuerpo. El niño nació con esa peculiaridad debía ser protegido para sobrevivir todo lo que tenía que sobrevivir . De algún modo el cuerpo es protegido para que sobreviva. Algún elemento vela por él. Algo le protege. Decir qué, sería especular. El Maitreya es demasiado concreto, no es lo bastante sutil. Pero yo no puedo mirar detrás de la cortina. No puedo hacerlo. Lo he intentado con Pupul [Jayakar] y varios estudiosos indios que me instaban a hacerlo. He dicho que no es el Maitreya, el Bodhisattva. Esa protección es demasiado concreta, demasiado elaborada. Pero siempre he sentido la protección.

ML: Puede que la verdad jamás se conozca.

K: No estoy seguro. La verdad se protege a sí misma. La verdad en sí no puede ser dañada, por lo tanto, se protege a sí misma. La bondad no necesita protección. Posee dentro de sí la cualidad de la protección. La verdad ha heredado en sí misma la cualidad de su propia protección; pero es mucho más que eso. Mucho, mucho más que eso. Aquí no sólo hay protección del cuerpo sino algo mucho más universal. No puedo decirle más, pero ese no es el fin de ello.

ML: Usted solía contar cómo había anhelado convertirse en un sanyasi. Dijo que esa fue su «última tentación». [El me había dicho esto en 1927].

K: Aun ahora eso sigue ahí: Ocurrió aquí [en Brockwood]. Salí a caminar solo. Me estaba alejando a una gran distancia. De pronto comprendí que tenía que regresar.

ML: ¿Regresar significó un esfuerzo?

K: No un esfuerzo. Tenía que aceptarlo.

ML: Por alejarse a una gran distancia, ¿usted quiere decir la muerte?

K: Sí, probablemente sea la muerte.

ML: ¿Tenía que regresar porque su tarea es hablar?

K: Si no lo hiciera, probablemente moriría. Siento que cuando llegue el momento de dejar de hablar, será para morir. Cuando ese momento llegue, se terminará la protección.

Por el resto del tiempo que permanecí allí tocamos el tema que ya habíamos cubierto sin llegar a ninguna conclusión y sin que K revelara nada más. K no desea hacer un misterio de quién o qué es él, o de dónde proviene su enseñanza, o de quién o qué le protege; no obstante, es inevitable que ello siga siendo un misterio, y ahora debo decir, mientras escribo esto en el otoño de 1981, que no estoy más cerca que antes de dilucidarlo; y que, hasta donde yo sepa, ninguna otra persona se ha aproximado a esa revelación. Ello forma parte del misterio de la vida misma. La respuesta al enigma de la vida puede que sea irrisoriamente simple, pero nadie la ha encontrado todavía.

Nos hemos quedado con la pregunta: ¿Es K usado por alguien o algo desde lo externo? Cuando en la habitación sentimos la pulsación de que él hablaba, pudo muy bien haber estado emanando del propio K, pero no puedo olvidar el gran ventarrón de fuerza que, cuando menos lo esperaba, se precipitó sobre mí aquella tarde a través de la puerta abierta de la sala de estar, mientras el propio K se encontraba arriba en su dormitorio. Ni puedo olvidar todo lo que sucedió durante «el proceso» y que se describe en Los años del Despertar, ni la experiencia que en 1948 tuvo Pupul Jayakar, ni la de Vanda Scaravelli en 1961 y 1962. K no recuerda nada de esto, ¿y cómo podría hacerlo si cuando ello ocurría él estaba fuera de su cuerpo?

Yo me inclino a creer que K es usado y que ha estado siendo usado desde 1922 por algo proveniente desde lo exterior. No quiero decir que él sea un médium. Un médium o una médium están separados de aquello que «transmiten», mientras que K y lo que sea que se manifiesta a través de él, son casi siempre uno solo. Su conciencia está impregnada con esta otra cosa, como una esponja con el agua. Hay veces, sin embargo, en que el agua parece escurrirse dejándole casi como acostumbraba ser en los primeros tiempos que le recuerdo indeciso, gentil, fiable, tímido, ingenuo, sumiso, afectuoso, riendo gozosamente de los chistes más tontos aunque único en su completa ausencia de vanidad y autoafirmación.

Hay pocas dudas de que K nació diferente al estar tan asombrosamente desprovisto del yo. Él había dicho en el curso de nuestras conversaciones que de ser él un fenómeno biológico, su enseñanza no podría ser para todos, pero también ha dicho que si otros «tuvieran» lo que él «tiene» serían fenómenos como K. ¿Y acaso él no nos pide que nos convirtamos en fenómenos fenómenos biológicos, mutaciones no nos pide que rompamos con el patrón corriente de conducta y evolución, que descartemos esas características humanas de lucha, agresión, ambición, codicia, envidia, odio, celos? ¿No nos pide que produzcamos una mente nueva?

El interrogante que aquí se plantea es si hay posibilidad de que una mutación ocurra en la especie, no a través de los genes sino mediante el despertar de la inteligencia. Puede recordarse que K había dicho que no era necesario ser un Edison para encender la luz eléctrica. Sea como fuere, K cree apasionadamente que es posible producir una revolución en la psiquis humana; si no lo creyera así, no continuaría hablando. O, si es un poder el que habla a través de él, ese poder debe también creer (aunque, ¿cómo puede un poder creer?) que ello es posible. Pero K ha dicho que «el fenómeno» o sea, la personalidad de Krishnamurti carece de importancia, que sólo la enseñanza es importante; por lo tanto, esas preguntas acerca de quién es él, qué es él y de dónde procede su enseñanza, pueden muy bien ser perjudiciales para la enseñanza misma. Esta indagación tal vez nunca debiera haberse emprendido, y no debería proseguirse ulteriormente.

Pero entonces uno vuelve al Diario de Krishnamurti, ese documento extraordinario, y encuentra allí un estado de conciencia que parece ser enteramente del propio K, y que se revela como la fuente misma de su enseñanza; de modo que me descubro revocando mi hipótesis de que K es usado. Y al finalizar este libro estoy más desconcertada en cuanto a K que al principio, y a pesar de mis dudas sobre lo correcto o no de continuar la indagación, la indagación prosigue en mi mente. Es obvio que jamás he podido vaciar mi mente lo bastante como para que la verdad penetre en ella.



KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

  

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