Año 1986.
También caminó con alguna ayuda hasta la sala de estar y se echó sobre el sofá contemplando el fuego. Esa tarde vio una película en televisión, y los médicos sintieron que incluso podría haber una remisión de la enfermedad. A mí me dijo: “Venga a verme mañana y todos los días que me encuentre aquí”. De modo que vi a Krishnaji todas las mañanas. Me sentaba al lado de la cama, sostenía su mano con las dos mías y permanecía en silencio con él.
Noté los libros que había en la cabecera, libros en inglés, italiano y francés -el Tesoro Dorado de Palgrave, El Libro de Oxford del Verso Inglés, narraciones de Italo Calvino, el Diccionario Berlitz de ltaliano, cuentos de Alphonse Daudet, un libro de Gustave Doré y El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell.
El domingo 8 de febrero, el tumor recomenzó su implacable ataque y Krishnaji tuvo que permanecer en cama, desesperadamente enfermo. No pude verle ese día. A la mañana siguiente envió por mí. Me dijo: “Fui a dar un largo paseo por las montañas. Me perdí y no lograron encontrarme. Por eso no pude verla ayer”. Por un instante el rostro fue joven, supremamente bello.
Vi a Krishnaji alrededor de la una del 16 de febrero, el día de mi partida. Me senté con él por un rato. Sufría grandes dolores, pero su mente estaba clara y lúcida. Le manifesté que no le diría adiós, porque no habría separación. Con gran esfuerzo levantó mi mano y la llevó a sus labios. El apretón aún era firme. Permanecía acunado en un silencio que me envolvió. Cuando me estaba yendo, dijo: “Pupul, esta noche iré a dar un largo paseo por las montañas. Las brumas se están levantando”. Dejé su habitación sin mirar atrás.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.
También caminó con alguna ayuda hasta la sala de estar y se echó sobre el sofá contemplando el fuego. Esa tarde vio una película en televisión, y los médicos sintieron que incluso podría haber una remisión de la enfermedad. A mí me dijo: “Venga a verme mañana y todos los días que me encuentre aquí”. De modo que vi a Krishnaji todas las mañanas. Me sentaba al lado de la cama, sostenía su mano con las dos mías y permanecía en silencio con él.
Noté los libros que había en la cabecera, libros en inglés, italiano y francés -el Tesoro Dorado de Palgrave, El Libro de Oxford del Verso Inglés, narraciones de Italo Calvino, el Diccionario Berlitz de ltaliano, cuentos de Alphonse Daudet, un libro de Gustave Doré y El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell.
El domingo 8 de febrero, el tumor recomenzó su implacable ataque y Krishnaji tuvo que permanecer en cama, desesperadamente enfermo. No pude verle ese día. A la mañana siguiente envió por mí. Me dijo: “Fui a dar un largo paseo por las montañas. Me perdí y no lograron encontrarme. Por eso no pude verla ayer”. Por un instante el rostro fue joven, supremamente bello.
Vi a Krishnaji alrededor de la una del 16 de febrero, el día de mi partida. Me senté con él por un rato. Sufría grandes dolores, pero su mente estaba clara y lúcida. Le manifesté que no le diría adiós, porque no habría separación. Con gran esfuerzo levantó mi mano y la llevó a sus labios. El apretón aún era firme. Permanecía acunado en un silencio que me envolvió. Cuando me estaba yendo, dijo: “Pupul, esta noche iré a dar un largo paseo por las montañas. Las brumas se están levantando”. Dejé su habitación sin mirar atrás.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.
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