Año 1973/4.
Vi a Krishnaji esa primavera varias veces más, principalmente en la serie de pláticas que dio en Libby Park en Ojai. El se encontraba en perfectas condiciones de salud y parecía gozar mucho la vida.
Le pregunté cómo iba el asunto de Rajagopal y que me contara sobre la última dilación, y entonces apareció una sombra de tristeza en sus ojos.
Al final de una tarde de abril fuimos a dar una vuelta a lo largo de la playa de Malibú. Una fría brisa marina nos azotaba el rostro.
Krishnaji estaba más comunicativo esta vez que como lo había estado en el anterior paseo por la playa. La playa estaba inusitadamente desierta, aun las gaviotas marinas eran escasas. El gran espacio vacío y en calma. El mar azul era esplendoroso. - “Yo supongo que si uno pudiera ver clarividentemente, este lugar no aparecería tan vacío” dije. “Gentes, elementales del mar. . . !
El interrumpió: -“El lugar está lleno de ellos. Pero yo no les pongo atención”.
-“¿Acaso los ve usted cada vez que venimos aquí?”
“Solamente cuando yo quiero”.
Ya que este punto había sido traído a colación aproveché la oportunidad para preguntarle sobre los Protectores Invisibles. - “¿Tales gentes existen realmente?”
-“¿Por qué no? dijo él. Cualquier persona decente en este mundo ayudaría a otro cuando éste lo necesitara. ¿Por qué no del otro lado? ¿Qué hay tan especial en ello?”
Ya que él estaba de humor tan comunicativo pensé tomar ventaja de ello y preguntarle de plano qué pensaba él que hubiera sido de su vida si la Sra. Besant y C.W.L. no lo hubiera tomado a su cuidado en sus primeros años, y no lo hubieran patrocinado.
Él quedó pensativo y silencioso por un largo rato. Luego dijo: “Probablemente hubiera muerto por mala nutrición”.
-“¿Piensa usted que hubiera sido un hombre liberado sin el ambiente que ellos le proporcionaron?”
Una contestación mucho más rápida: “Si. Eso hubiera tomado más tiempo, pero el resultado final hubiera sido el mismo. Probablemente hubiera llegado a ser un sanyasi. La dirección era esa. Nada podría haberla torcido finalmente”.
Después dijo algo que me sorprendió porque sonaba distinto de su carácter. “Uno de los astrólogos mejor conocidos en la India dijo él- hizo mi horóscopo cuando yo era muy chico y dijo que yo sería un Jivanmukta (hombre liberado)”. Él rió alegremente como si quisiera restar importancia a tan grande predicción.
Quise continuar este inusitado diálogo, pero una sorpresiva ola que súbitamente se levantó de no sé dónde, cayó sobre nosotros. Aunque rápidamente brincamos fuera de su camino, nos empapó de pies a cabeza. Krishnamurti se rió con ganas, una risotada que siempre oía yo con placer por su cualidad de puro deleite. El momento para pláticas serias había pasado. El paseo por la playa había terminado. Nos dirigimos a casa en lo más elevado del risco.
K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988
Vi a Krishnaji esa primavera varias veces más, principalmente en la serie de pláticas que dio en Libby Park en Ojai. El se encontraba en perfectas condiciones de salud y parecía gozar mucho la vida.
Le pregunté cómo iba el asunto de Rajagopal y que me contara sobre la última dilación, y entonces apareció una sombra de tristeza en sus ojos.
Al final de una tarde de abril fuimos a dar una vuelta a lo largo de la playa de Malibú. Una fría brisa marina nos azotaba el rostro.
Krishnaji estaba más comunicativo esta vez que como lo había estado en el anterior paseo por la playa. La playa estaba inusitadamente desierta, aun las gaviotas marinas eran escasas. El gran espacio vacío y en calma. El mar azul era esplendoroso. - “Yo supongo que si uno pudiera ver clarividentemente, este lugar no aparecería tan vacío” dije. “Gentes, elementales del mar. . . !
El interrumpió: -“El lugar está lleno de ellos. Pero yo no les pongo atención”.
-“¿Acaso los ve usted cada vez que venimos aquí?”
“Solamente cuando yo quiero”.
Ya que este punto había sido traído a colación aproveché la oportunidad para preguntarle sobre los Protectores Invisibles. - “¿Tales gentes existen realmente?”
-“¿Por qué no? dijo él. Cualquier persona decente en este mundo ayudaría a otro cuando éste lo necesitara. ¿Por qué no del otro lado? ¿Qué hay tan especial en ello?”
Ya que él estaba de humor tan comunicativo pensé tomar ventaja de ello y preguntarle de plano qué pensaba él que hubiera sido de su vida si la Sra. Besant y C.W.L. no lo hubiera tomado a su cuidado en sus primeros años, y no lo hubieran patrocinado.
Él quedó pensativo y silencioso por un largo rato. Luego dijo: “Probablemente hubiera muerto por mala nutrición”.
-“¿Piensa usted que hubiera sido un hombre liberado sin el ambiente que ellos le proporcionaron?”
Una contestación mucho más rápida: “Si. Eso hubiera tomado más tiempo, pero el resultado final hubiera sido el mismo. Probablemente hubiera llegado a ser un sanyasi. La dirección era esa. Nada podría haberla torcido finalmente”.
Después dijo algo que me sorprendió porque sonaba distinto de su carácter. “Uno de los astrólogos mejor conocidos en la India dijo él- hizo mi horóscopo cuando yo era muy chico y dijo que yo sería un Jivanmukta (hombre liberado)”. Él rió alegremente como si quisiera restar importancia a tan grande predicción.
Quise continuar este inusitado diálogo, pero una sorpresiva ola que súbitamente se levantó de no sé dónde, cayó sobre nosotros. Aunque rápidamente brincamos fuera de su camino, nos empapó de pies a cabeza. Krishnamurti se rió con ganas, una risotada que siempre oía yo con placer por su cualidad de puro deleite. El momento para pláticas serias había pasado. El paseo por la playa había terminado. Nos dirigimos a casa en lo más elevado del risco.
K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988
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