Año 1986.
Esa noche, una hora antes de partir, bajó de su habitación. Estaba inmaculadamente vestido con ropas occidentales, su abrigo de lana echado sobre el brazo y una chalina de seda regalo mío- alrededor del cuello. Saludó a sus amigos, que formaban un semicírculo; después vino hacia mí y estrechó mi mano. “¿Cómo me veo?”, preguntó.
“De cuarenta”, respondí. Aludí a su chalina. “Mi favorita”, contestó. El sabía que era la última vez que habría de encontrarse con muchos de estos amigos. Pero había eliminado toda emoción, todo dolor y todo sentimiento de separación. Fue su bendición total. Esa noche partió, vía del Pacifico, en vuelo directo a Los Ángeles.
En Ojai su condición se volvió crítica y le diagnosticaron un cáncer de páncreas. Yo llegué allá el 31 de enero para encontrarle desesperadamente enfermo. Su cuerpo sumamente vulnerable, tan cuidadosamente protegido a través de los años, estaba devastado por la violencia de la enfermedad. El primer día nos vimos como a través de una niebla. Él había perdido todo sentido de tiempo y lugar. Pero al día siguiente se reanimó, y lo encontré con su mente lúcida, sus ojos claros, y completamente restablecido. Le leí las cartas que había traído conmigo de Nandini, Sunanda y del Primer Ministro Rajiv Gandhi, quien había enviado un mensaje personal. Krishnaji tomó mi mano; el apretón fue firme, y una gran corriente de amor fluyó hacia mí. Dijo que estaba demasiado débil para escribir, pero que enviaba su amor a todos los amigos de la India.
Durante los siguientes tres o cuatro días, su fuerza retornó. Pidió que lo llevaran en una silla de ruedas hasta el pimentero. Allí permaneció solo, se despidió de las montañas de Ojai, de los naranjales y de los numerosos árboles.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.
Esa noche, una hora antes de partir, bajó de su habitación. Estaba inmaculadamente vestido con ropas occidentales, su abrigo de lana echado sobre el brazo y una chalina de seda regalo mío- alrededor del cuello. Saludó a sus amigos, que formaban un semicírculo; después vino hacia mí y estrechó mi mano. “¿Cómo me veo?”, preguntó.
“De cuarenta”, respondí. Aludí a su chalina. “Mi favorita”, contestó. El sabía que era la última vez que habría de encontrarse con muchos de estos amigos. Pero había eliminado toda emoción, todo dolor y todo sentimiento de separación. Fue su bendición total. Esa noche partió, vía del Pacifico, en vuelo directo a Los Ángeles.
En Ojai su condición se volvió crítica y le diagnosticaron un cáncer de páncreas. Yo llegué allá el 31 de enero para encontrarle desesperadamente enfermo. Su cuerpo sumamente vulnerable, tan cuidadosamente protegido a través de los años, estaba devastado por la violencia de la enfermedad. El primer día nos vimos como a través de una niebla. Él había perdido todo sentido de tiempo y lugar. Pero al día siguiente se reanimó, y lo encontré con su mente lúcida, sus ojos claros, y completamente restablecido. Le leí las cartas que había traído conmigo de Nandini, Sunanda y del Primer Ministro Rajiv Gandhi, quien había enviado un mensaje personal. Krishnaji tomó mi mano; el apretón fue firme, y una gran corriente de amor fluyó hacia mí. Dijo que estaba demasiado débil para escribir, pero que enviaba su amor a todos los amigos de la India.
Durante los siguientes tres o cuatro días, su fuerza retornó. Pidió que lo llevaran en una silla de ruedas hasta el pimentero. Allí permaneció solo, se despidió de las montañas de Ojai, de los naranjales y de los numerosos árboles.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.
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