sábado, 10 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y el Pimentero.

 Año 1986.

Esa noche, una hora antes de partir, bajó de su habitación. Estaba inmaculadamente vestido con ropas occidentales, su abrigo de lana echado sobre el brazo y una chalina de seda regalo mío- alrededor del cuello. Saludó a sus amigos, que formaban un semicírculo; después vino hacia mí y estrechó mi mano. “¿Cómo me veo?”, preguntó.

“De cuarenta”, respondí. Aludí a su chalina. “Mi favorita”, contestó. El sabía que era la última vez que habría de encontrarse con muchos de estos amigos. Pero había eliminado toda emoción, todo dolor y todo sentimiento de separación. Fue su bendición total. Esa noche partió, vía del Pacifico, en vuelo directo a Los Ángeles.

En Ojai su condición se volvió crítica y le diagnosticaron un cáncer de páncreas. Yo llegué allá el 31 de enero para encontrarle desesperadamente enfermo. Su cuerpo sumamente vulnerable, tan cuidadosamente protegido a través de los años, estaba devastado por la violencia de la enfermedad. El primer día nos vimos como a través de una niebla. Él había perdido todo sentido de tiempo y lugar. Pero al día siguiente se reanimó, y lo encontré con su mente lúcida, sus ojos claros, y completamente restablecido. Le leí las cartas que había traído conmigo de Nandini, Sunanda y del Primer Ministro Rajiv Gandhi, quien había enviado un mensaje personal. Krishnaji tomó mi mano; el apretón fue firme, y una gran corriente de amor fluyó hacia mí. Dijo que estaba demasiado débil para escribir, pero que enviaba su amor a todos los amigos de la India.

Durante los siguientes tres o cuatro días, su fuerza retornó. Pidió que lo llevaran en una silla de ruedas hasta el pimentero. Allí permaneció solo, se despidió de las montañas de Ojai, de los naranjales y de los numerosos árboles.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.




 

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