miércoles, 17 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y Rajagopal.

Krishnaji regresó a la India en el invierno de 1951, tras una ausencia de casi dieciocho meses. Le acompañaba Rajagopal. Los muchos amigos que Krishnaji había hecho en años anteriores, se apiñaron para recibirle en Bombay. Entró en el salón, nos saludó solemnemente, nos estrechó las manos, pero no dijo una sola palabra. Seguía manteniendo un silencio absoluto. Rajagopal se veía incómodo. Nosotros le conocíamos por primera vez y nos mostrábamos mutuamente circunspectos.

Krishnaji no quebró su silencio en Bombay, pero siguió viaje hacia Madrás, donde ofreció doce pláticas entre el 5 de enero y el 12 de febrero. Nandini y yo fuimos a Madrás y nos alojamos en Vasanta Vihar. Vivíamos en un espacio que había sido creado usando armarios para dividir la galería; compartíamos un cuarto de baño con Madhavachari, y tomábamos nuestras comidas por separado, ya que Krishnaji comía a solas en su habitación.

Rajagopal estaba al mando de todo. Su relación con Madhavachari también se iba aclarando lentamente. Rajagopal lo trataba de una manera amigable, pero no le revelaba a Madhavachari lo que tenía en mente. Madhavachari se mostraba respetuoso, se dirigía a él como “Mr. Rajagopal”, recibía sus instrucciones y cumplía con los deseos que aquel le expresaba. Rajagopal se hospedaba en las cámaras Leadbeater de la Sociedad Teosófica, puesto que el piso superior de Vasanta Vihar había sido alquilado y no quedaba ninguna otra habitación disponible.

Krishnaji seguía mostrándose vago cuando lo interrogaban sobre la razón de su año silencioso, pero a Nandini y a mí nos habló de Rajagopal. Trató de que entendiéramos cuánto se había sacrificado Rajagopal por él. Krishnaji encomiaba a Rajagopal, ansioso de que nos hiciéramos amigos; pronto, una noche después de cenar, se convino un encuentro y fuimos a las Cámaras Leadbeater para entrevistarnos con él.

Rajagopal estuvo cortés; pero sus ojos, hundidos dentro de huecos profundos en su rostro sombrío, oscuro, nos taladraban tratando de leer indicios acerca del significado de cada palabra que pronunciábamos. Se mostró suspicaz e inquisitivo, y se requería una mente despierta y alerta para responder a las preguntas aparentemente inofensivas. Parecía tratar de atraparnos distraídas. Insinuó que no se podía depender de Krishnaji, puesto que la mente de éste cambiaba de manera constante. Rajagopal se había enterado por Velu un sirviente que había cuidado a K en Sedgemoor­ de los sucesos de Ootacamund. De modo que Rajagopal nos estuvo interrogando severamente por más de dos horas, queriendo saber cada detalle de lo que había ocurrido. Fue una experiencia penosa, y al final de ella ambas estábamos agotadas.

Después habríamos de descubrir otra faceta de Rajagopal. Nos pareció profundamente atractivo. Era cálido y afectuoso, y nos hicimos muy amigos. Tenía una mente característica de la India del sur, en extremo inteligente e inquisitiva. Era sensible al desorden y a la suciedad de cualquier clase que fueran, vestía inmaculadamente un almidonado kurta blanco y un pijama, y hablaba y se movía con elegante precisión.

Krishnaji y Rajagopal habrían de viajar a Europa y a los EE.UU. en la primavera de 1952.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.

 

No hay comentarios.:

Etiquetas