martes, 9 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Sanyasis.

Una mañana, a principios de 1949, una figurita menuda con la cabeza afeitada y vestida con la túnica color de azafrán, tocó el timbre en los portales de Himmat Nivas. El nombre que dio fue Chinmoyee. El servidor que había contestado el timbre no podía decir si se trataba de un muchacho o una muchacha, y vino a anunciarme que un swami aguardaba en la puerta. Conociendo yo el especial afecto que Krishnaji sentía por el sannyasi y la túnica azafranada, así se lo anuncié a K, y éste hizo pasar a Chinmoyee inmediatamente. Ella habría de regresar otra vez.

La historia que contó de su vida, simboliza un aspecto importante del carácter distintivo de la India, en el cual se integran la religión y el espíritu revolucionario. Chinmoyee, cuyo nombre original era Tapas, provenía de una familia de revolucionarios bengalíes. Su padre y su hermano habían muerto en prisión. Según un amigo íntimo de Tapas, “Era una matemática brillante y una entusiasta estudiante de astronomía”. Después de graduarse, fue por algún tiempo Rectora del Sister Nivedita Schoool de Calcuta.

Tapas siempre había anhelado llevar una vida religiosa, y cuando murió su madre a la edad de treinta y cuatro años, ella abandonó el hogar en busca de un gurú sannyas. Pasó algún tiempo en la misión de Rama Krishna, y seis meses en el ashram de Anandmai Ma. La vida en estos lugares no la satisfizo. El tiempo que estuvo en Varanasi, lo dedicó a entrevistarse con eruditos como Gopinath Kaviraj y Gobind Gopal Mookherjee.

Fue por esta época que visitó al sabio santo de Bengala, Anirvanji. Este accedió a ser su gurú sannyas, y le dio el nombre de Chinmoyee. Ella permaneció con él por los siguientes cuatro años, ayudándole a traducir al bengalí, primero los Vedas y después la Vida Divina de Shri Aurobindo. Ellos vivían por entonces en Amora, Uttar Pradesh. Su labor se vinculaba con la recaudación de fondos para la publicación de los trabajos de Anirvanji que ella enviaba a Bombay. Un amigo de Chinmoyee le sugirió que fuera a escuchar a Krishnamurti, quien en esos días estaba ofreciendo pláticas en Bombay. Ella fue a escucharle, y después procuró conseguir una entrevista.

Esa entrevista parece haber cambiado todo su ser seguramente cambió toda su vida. De regreso en Almora, procedió a arreglar los asuntos pendientes con Anirvanji, y lo dejó tan pronto como pudo traspasar a otro sus tareas. Volvió a adoptar su nombre original, Tapas, y renunció a las vestiduras azafranadas.

Algún impulso original la movió en ese primer verano a emprender completamente por su cuenta un viaje a Kailash y al lago Manasarovar en el Tíbet, lugares sagrados de peregrinaje. Kailash, una montaña de forma cónica, es considerada como la residencia de Shiva y de su consorte Parvati. El lago Manasarovar está situado a un lado de Kailash. Las aguas de este lago, de color azul celeste, son tranquilas, y existe la creencia de que en ellas aparecen míticos cisnes. El viaje a Kailash está lleno de grandes peligros. (La ruta a Kailash del lado tibetano ha sido abierta recientemente a los peregrinos por el gobierno de China). Sola y sin compañía alguna, ella partió para un viaje de lo más arriesgado a través de pasos que estaban a más de 18.000 pies de altura, uniéndose a una partida de peregrinos únicamente cuando ya no se le permitió continuar viajando sola.

En 1950 regresó para ver a Krishnaji. Estaba irreconocible. Vestía un kurta blanco y pijama, su cabello moteado de gris había crecido hasta los hombros. Llegó a Krishnaji y le dijo: “He venido”. Él respondió: “Bien”; y pronto ella entró a formar parte de las personas que le rodeaban.

En los años siguientes, Tapas habría de viajar a todos los lugares de la India donde él hablaba; con el tiempo empezó a ocuparse del vestuario de Krishnaji. Solía deslizarse inadvertida por la casa y se volvía invisible incluso hasta el punto de ocultarse detrás de las puertas para desempacar las valijas de Krishnaji, lavar y planchar sus ropas, disponerlas en el armario, y ocuparse de otras fruslerías­. Aunque Tapas misma sólo vestía de blanco, había desarrollado un fino sentido del color. Fue ella la que consiguió que sus amigos compraran para los kurtas de Krishnaji algodones y sedas naturales de colores suaves. Ella transformó su vestuario con un ojo inusual para lo raro y lo bello. Pero era fuertemente posesiva en su papel. Corregía el más leve desorden en la habitación, y los sirvientes responsables eran severamente amonestados. La miraban con terror, pero Tapas, por ser una sannyasi disipaba cualquier irritación o rencor que pudiera haber en ellos. Tocaban sus pies y proseguían con lo suyo. Tapas asistía a las discusiones, pero jamás participaba en ellas aunque sus amigos me dijeron que tenía una profunda comprensión de las enseñanzas y acostumbraba hablar a pequeños grupos dondequiera que iba­.

Cuando Krishnaji no estaba en la India, ella solía desaparecer sola y sin temor alguno en las montañas en la antigua tradición secular, era una peregrina­. Resultaba imposible determinar su edad. Cuando yo la conocí tenía 25 años y ya estaba un poco envejecida. Con el tiempo enfermó de una dolencia que no pudo ser diagnosticada. Su cuerpo se consumió poco a poco, y murió de un ataque al corazón en 1976.


Biografía de J. Krishnamurti. Pupul Jayakar. Editorial Kier.
 

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