martes, 9 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y las Cuevas de Elephanta.

Fuimos con Krishnaji, en un barco a motor, hasta las cuevas de Elephanta. Era una noche de luna llena, una noche en que el planeta Marte habría de desaparecer por un minuto detrás de la luna y a resurgir luego con un brillo inmaculado.

Los rayos del sol poniente eran penetrantes y revelaban los colores retenidos en las rocas. Entre las penumbras de la cueva asomaba vagamente el rostro del dios de tres cabezas, con ojos que no estaban ni abiertos ni cerrados y que, no obstante, eran ojos despiertos a lo externo y a lo interno. El labio inferior era pleno y sensual. Escuchando el sonido ascendente de los arcaicos cantos sánscritos, el escultor había creado la meditación del universo. Krishnaji se detuvo ante la escultura, y permaneció en silencio durante un largo rato. Luego se volvió y dijo que le hubiera gustado pasar una noche en la cueva. De pronto, Rao Patwardhan comenzó a cantar el himno de Sankaracharya a Shiva ese ‘ser’ que es cuando todas las cualidades son negadas­. Krishnaji, profundamente tocado por la calidad del sonido, se hallaba en un estado de éxtasis. Cuando volvíamos al barco, le preguntó una y otra vez a Achyut, adonde se habían ido la energía y la creatividad que habían hecho manifestarse el Maheshmurti. (El “Maheshmurti” (Siglo VIl A.C.) es una enorme imagen de Shiva como el gran dios, esculpida en piedra con tres rostros el creador, el preservador y el destructor­ que simbolizan los tres aspectos de la deidad suprema. El Maheshmurti está tallado dentro de una espaciosa cueva, y se halla rodeado por esculturas que representan episodios extraídos de los mitos de Shiva. El sonido y la forma se unieron para crear esta sublime manifestación). ¿Por qué la India estaba tan muerta para toda creación?

La luna estaba ascendiendo mientras regresábamos. Se habían reunido los niños de la aldea y nos ofrecieron flores solicitándonos dinero. Krishnaji trató de hablarles; les mostró sus bolsillos vacíos, se volvió hacia nosotros y nos pidió que les diéramos algunas monedas. Rió con ellos y, tomando de la mano a uno de los pequeños, caminó con él hasta el barco. Ya en él, todos tratamos de avistar a Marte emergiendo desde detrás de la luna. Krishnaji subió a la cubierta superior y finalmente lo vio, una diminuta motita. “¡Allí está!”, gritó excitadamente como un niño.

En las reuniones matinales, Krishnaji sondeaba más y más profundamente, y nosotros podíamos movernos con él. La mente se sentía fluir. Yo escuchaba las palabras sin que hubiera respuestas verbales había un flujo del sonido, de la palabra y del contenido de la palabra­. Yo hubiera podido contar realmente el número de pensamientos que surgían en esas dos horas que paseábamos con Krishnaji cada mañana.


Biografía de J. Krishnamurti. Pupul Jayakar. Editorial Kier.
 

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