viernes, 5 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y la Risa.

Krishnaji volvió a Ojai el siguiente año. Trajo con él a un amigo íntimo, Jadú Prasad, a quien yo conocí en Eerde y me agradó mucho. Jadú tenía una personalidad cálida y abierta, una mente aguda y un delicioso sentido del humor.

Un poco después todo el grupo de Arya Vihara vino a comer a casa. Rosalind y Rajagopal se habían casado recientemente, por lo tanto la ocasión de la comida tenía un significado particularmente festivo. Fue una reunión divertida durante la cual Krishnaji se divirtió mucho con una escapada de mi hermano John, a quien aludía en su carta que me escribió en junio 5 de 1931. John había ido a una reunión con su amiga favorita y aun cuando fue durante los días de la prohibición, él bebió mucho. Un amigo lo trajo a casa y lo llevó a la cama. Un poco después, al despertar y aun bajo la influencia del alcohol, se dio cuenta de que su amiga había permanecido en la reunión sin que la acompañara. Decidió ir a buscarla inmediatamente; por lo tanto brincó de la cama, abrió la ventana de su cuarto en el segundo piso y se estrelló abajo. Un toldo, precisamente bajo la ventana, detuvo un tanto su caída, la cual, de todos modos le causó una profunda herida en su cabeza. Confuso y desorientado cuando volvió en sí empezó a caminar hacia la casa de un vecino, cruzando la calle. Entró por la puerta de atrás (en aquellos días pocas casas estaban cerradas en la noche), entró a la cocina, tomó una pieza de pollo del refrigerador y se sentó a comerla. Despertado por la conmoción, el sirviente japonés de la casa vino a investigar. Cuando entró a la cocina, se sintió congelado con un asombro en la mirada de que un extraño en pijamas con su cara sangrienta, calmadamente comía una pieza de pollo. El muchacho gritó aterrorizado. John voló, encontrando milagrosamente su camino a casa. En el patio me llamó. Yo desperté y lo hice entrar, preguntándome si estaba soñando. Entre tanto los vecinos habían llamado a la policía, que siguiendo la huella de sangre a nuestra casa, golpearon fuertemente en la puerta del frente. Tratamos de persuadirlos de que era un sonámbulo que había equivocado la ventana con una puerta; pero ellos insistieron en verlo. Mientras mis padres discutían con la policía, yo me subí a su cuarto y lo aleccioné de lo que tenía que decir a la policía. Bajo ninguna circunstancia debería admitir que estaba intoxicado. Cuando ellos lo vieron finalmente, su sola respuesta fue “Soy un sonámbulo”. “Yo soy un sonámbulo”. No pienso que ellos hayan creído una palabra de eso, su aliento hablaba por él; pero ellos con buen natural se portaron amables respecto a esto y simplemente le advirtieron que cuidara sus pasos. ¡Caminar dormido puede ocasionarle un verdadero problema!


K R I S H N A M U R T I
El Cantor y la Canción
(Memorias de una amistad)
Sidney Field Povedano
EDITORIAL ORIÓN
MÉXICO
1988



 

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