martes, 9 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y "El Proceso".

En agosto de 1922, Krishnamurti iba a sumergirse en el intenso despertar espiritual que cambió el curso de su vida. En la tradición hindú, el yogui que ahonda en los laberintos de la conciencia, despierta las energías explosivas del kundalini. (El principio de la energía kundalini, dormido hasta que es despertado por el yogui, se asemeja a una serpiente; surge en la base de la espina dorsal, detrás de los órganos reproductores, y asciende por el sushumna nadi atravesando y despertando chakra por chakra hasta que sale por el centro del cuero cabelludo, la apertura de Brahma. Los seis chakras del kundalini yoga, se consideran como seis centros de energía cósmica, explosiva pero dormida, de la naturaleza del fuego. La ruta a lo largo de la cual están situados estos centros es la columna vertebral. Los chakras se asemejan a la flor del loto; despertados por el ascendente kundalini o poder serpentino, se abren y miran hacia arriba. A cada lado del sushumna o nervio mediano, están los canales solar y lunar, ida y pingala, enroscados como serpientes alrededor del sushumna. El punto entre las cejas, es el sexto chakra o punto nodal de la energía. Con la apertura del loto de mil pétalos en el cuero cabelludo, el yogui se libera; contiene en su interior una fuente inagotable de energía que no se disipa jamás). Y campos enteramente nuevos de fenómenos físicos, al penetrar en su viaje dentro de áreas desconocidas de la mente. A un yogui que alcanza estas energías primordiales y pasa por la iniciación mística, se le reconoce como un ser vulnerable a peligros inmensos; el cuerpo y la mente afrontan peligros que podrían llevar a la locura o a la muerte.

El yogui aprende las doctrinas secretas, y bajo la dirección de un gurú experimenta el despertar de la energía dormida. Una vez que el yogui llega a ser un adepto, estas transformaciones de la conciencia se manifiestan en el campo de la misma en la forma de un drama místico. El cuerpo y la mente deben ser sometidos a un viaje sumamente peligroso. El adepto está rodeado y protegido por sus discípulos; una gran reserva y un silencio protector impregnan la atmósfera.

En Ojai, Nitya y Rosalind Williams, una muchacha norteamericana, estaban presentes cuando Krishnamurti experimentó la mayor parte del fenómeno2. Ambos, Nitya y Krishnamurti, enviaron a Annie Besant relatos de los acontecimientos. El relato de Nitya describe vívidamente la agonía de su hermano. Krishna padecía fuertes dolores, se desmayaba, llamaba en telugu a su madre, pedía que lo llevaran a los bosques de la India, se quejaba de la suciedad pidiendo a Nitya y Rosalind que no lo tocaran. Krishna habló de la presencia de seres poderosos; era evidente un vaciado de la conciencia de Krishna, y con ello se percibía por momentos una gran presencia. Finalmente, Krishna salió de la casa y se sentó bajo un pimentero. La descripción de Nitya, aunque condicionada por la terminología teosófica, revela azoramiento, ansiedad y una honda preocupación por su hermano mayor. Krishnamurti también escribió un relato de los acontecimientos a Mrs. Besant:

El 17 de agosto sentí un dolor agudo en la base de la nuca y tuve que reducir mi meditación a quince minutos. El dolor, en vez de mejorar como había esperado, empeoró. El clímax fue alcanzado el día 19. Yo no podía pensar, no era capaz de hacer nada, y mis amigos de aquí me obligaron a permanecer en cama. Luego quedé casi inconsciente, aunque me daba cuenta muy bien de lo que sucedía a mí alrededor. Volvía en mí diariamente cerca del mediodía. Ese primer día, mientras estaba en tal estado y más consciente de las cosas que me rodeaban, tuve la primera y más extraordinaria experiencia. Había un hombre reparando la carretera; ese hombre era yo mismo, yo era el pico que él sostenía, la piedra misma que él estaba rompiendo era parte de mí, la tierna hoja de hierba era mi propio ser y el árbol junto al hombre era yo. Casi podía sentir y pensar como el hombre que reparaba la carretera, podía sentir el viento pasando a través del árbol, y a la pequeña hormiga sobre la hojita de pasto. Los pájaros, el polvo, y el mismo ruido eran parte de mí. Justo en ese momento pasaba un auto a cierta distancia; yo era el conductor, la máquina y las llantas. Conforme el auto se alejaba, yo también me alejaba de mí mismo. Yo estaba en todas las cosas o, más bien, todas las cosas estaban en mí, las inanimadas así como las animadas, las montañas, el gusano y toda cosa viviente. El día entero permanecí en esta bienaventurada condición. No podía comer nada, y otra vez cerca de las seis empecé a perder mi cuerpo físico y, naturalmente, el elemental físico hizo su gusto; yo estaba semiconsciente.

En la mañana del día siguiente [el 20] ocurrió casi lo mismo que el día anterior. No comí nada y no podía tolerar a demasiadas personas en la habitación. Podía sentirlas de una manera más bien curiosa, y sus vibraciones irritaban mis nervios. Esa tarde casi a la misma hora, las seis, me sentí peor que nunca. No quería a nadie cerca de mí, ni que nadie me tocara. Me sentía extremadamente cansado y débil. Creo que sollozaba de puro agotamiento y falta de control físico. Mi cabeza estaba bastante mal y en la coronilla era como si me clavaran innumerables agujas. Mientras me hallaba en ese estado, sentí que la cama en la cual descansaba, la misma del día anterior, estaba sucia e inmunda más allá de toda imaginación y que no podía permanecer acostado en ella. De súbito me encontré sentado sobre el piso mientras Nitya y Rosalind me pedían que volviera a la cama. Les rogué que no me tocaran y grité que la cama no estaba limpia. Continué así por algún tiempo hasta que, finalmente, salí a la galería y me senté por unos momentos exhausto y algo calmado. Empecé a volver en mí y, al cabo de un tiempo, Mr. Warrington me pidió que fuera bajo el pimentero que está cerca de la casa. Allí me senté con las piernas cruzadas en la postura de meditación. Cuando había estado así por un rato, me percibí a mí mismo saliendo del cuerpo, y me vi sentado abajo con las tiernas y delicadas hojas del árbol encima de mí. Me encontraba de cara al oriente.

Frente a mí estaba mi cuerpo y sobre mi cabeza vi la Estrella brillante y clara. Pude entonces sentir las vibraciones del Señor Buda; contemplé al Señor Maitreya y al Maestro K.H. Era muy dichoso, estaba en calma y en paz. Aún podía ver mi cuerpo, y yo flotaba suspendido cerca de él. Había una calma muy profunda tanto en el aire como en mi mismo, la calma que existe en el lecho de un lago profundo e insondable. Como el lago, yo sentía que mi cuerpo físico con su mente y sus emociones, podía ser agitado en la superficie, pero que nada, absolutamente nada, podría ya turbar la quietud de mi alma. La presencia de los poderosos Seres permaneció conmigo por algún tiempo y después Ellos desaparecieron. Yo era supremamente bienaventurado por haberlos visto. Nada podría ya jamás ser igual. He bebido en las puras y transparentes aguas que manan de la fuente de la vida y mi sed fue aplacada. Nunca más podría estar sediento, nunca más podría hallarme en la total oscuridad. He visto la Luz. He tocado la compasión que cura todo dolor y sufrimiento; ello no es para mí mismo sino para el mundo. He estado en la cumbre de la montaña y he contemplado fijamente a los poderosos Seres. Nunca puedo ya estar en completa oscuridad, he visto la gloriosa Luz que cura. Me ha sido revelada la fuente de la Verdad y las tinieblas se han disipado. El amor en toda su gloria ha embriagado mi corazón; mi corazón jamás podrá cerrarse. He bebido en la fuente de la Felicidad y de la eterna Belleza. ¡Estoy embriagado de Dios!3.

Por los siguientes diez días el cuerpo de Krishna permaneció quieto, recuperándose. Sin embargo, el 3 de septiembre hubo signos de que se despertaban las sensaciones en la espina dorsal y de que su conciencia abandonaba el cuerpo. Pronto comenzaron períodos de dolor agudo. Tres testigos estaban presentes: Nitya, Rosalind y Mr. Warrington. Nitya tomó notas detalladas, pero ninguno de ellos pudo comprender lo que significaban los sucesos. Las notas con la firma de Nitya y con fecha 11 de febrero de 1923, fueron enviadas a Mrs. Besant. Sólo recientemente redescubiertas, permanecieron por años dentro de una heterogénea carpeta en los archivos de Adyar Nitya escribió: “Es difícil para mí decidir si escribir sobre ello como si fuera un proceso científico, o como si se tratara de una ceremonia sagrada en un templo. Los sucesos se concentraban y comenzaban todas las tardes alrededor de las 6. Continuaban por un período regular y terminaban al mismo tiempo tarde en la noche a las 8 unos pocos días duraron hasta las nueve de la noche­”4.

La secuencia de los sucesos parece haber sido la siguiente: Todas las tardes Krishna meditaba bajo el pimentero. El 3 de septiembre, después de que hubo finalizado sus meditaciones, entró en la casa en un estado semiconsciente y se acostó. Empezó a gemir y a quejarse de un gran calor; tuyo unos cuantos estremecimientos y se derrumbó sobre el lecho. Cuando recuperó su plena conciencia, no recordaba lo que había ocurrido, aunque sentía una incomodidad general. En la tarde siguiente hubo una recurrencia de los síntomas. El 5 de septiembre bajó a Hollywood para ver una dramatización de la vida de Cristo. Había dispuesto hacerlo mucho tiempo atrás y no quería romper el compromiso. Más tarde, Krishna le contó a Nitya que mientras veía la función en la tarde, sintió que gradualmente perdía conciencia de sí mismo, y que fue con un gran esfuerzo que logró despertarse. Regresó a Ojai en la tarde del día 6. En la noche del 7 de septiembre, un día después de la luna llena, ésta se veía aún muy brillante Nitya continuaba:

Cuando Krishna se levantó y se apartó del árbol, pudimos verlo claramente. Parecía una figura espectral en sus ropas hindúes, mientras caminaba arrastrando pesadamente los pies y ladeándose un poco, casi incapaz de mantenerse parado. Cuando se acercó más, pudimos ver sus ojos, y estos tenían una mirada curiosamente muerta, y aunque nos veía no reconocía a ninguno de nosotros; aún podía hablar coherentemente, pero muy pronto cayó en la inconsciencia. Parecía tan peligroso verle caminar tambaleándose, que Rosalind o Mr. Warrington trataron de acercarse a él para sostenerlo, pero él gritó: “¡Por favor, no me toquen, Oh por favor, eso me lastima!” Después pasó por el porche, entró en la casa y se acostó en la cama. Habíamos cerrado todas las celosías para que adentro estuviese oscuro a pesar de que había una luna brillante. Rosalind se sentó cerca. Después de un rato él se levantó y dijo a alguien que ninguno de nosotros podía ver: “¡Qué! Sí, ya voy”, y comenzó a salir y Rosalind trató de detenerlo, pero él dijo: “Estoy muy bien, por favor no me toquen, estoy perfectamente bien”, y su voz sonaba normal aunque algo irritada. Engañada por esto Rosalind lo dejó estar, y apenas él había dado dos pasos hubo un estrépito terrible; Krishna había caído a todo lo largo sobre su rostro, olvidado de dónde o cómo caía. Afuera, en el porche, había cajas sobresaliendo desde debajo de un largo banco que ocupa toda la extensión del porche; pero él estaba en absoluto inconsciente de todo esto y caería dondequiera que se encontrara, caería espontáneamente como si estuviera desmayándose. A veces solía incorporarse sentado en la cama, y después de murmurar algo caía hacia atrás ruidosamente sobre la cama, y otras veces caía hacia adelante sobre el piso. Necesitaba una rigurosa atención en todo momento, y sin embargo, cuando él se daba cuenta de esto parecía molestarse y afirmaba con voz clara: “Estoy muy bien, por favor créanme, estoy perfectamente bien”. Pero al mismo tiempo que decía esto, su voz solía desvanecerse. Todo este tiempo gemía y se sacudía, incapaz de permanecer quieto, murmurando incoherentemente y quejándose de su espina dorsal.

Cualquier ruido, incluso una conversación en voz baja, solían perturbarlo y les rogaba a sus acompañantes que no hablaran de él, que lo dejaran tranquilo; porque cada vez que ellos hablaban de él, eso le hacía daño. Y esto continuaba así hasta las ocho. Poco después de las ocho solía serenarse y quedarse más tranquilo, y a veces se dormía; gradualmente retornaban la conciencia y la normalidad.

En la noche del diez de septiembre, Krishna empezó llamando a su madre. La llamó varias veces, y luego dijo: “Nitya, ¿tú la ves?” Cuando recuperó la conciencia normal le dijo a Nitya que cuando sus ojos se posaban en Rosalind, el rostro de la madre de ellos se interponía, y que el rostro de Rosalind solía fusionarse con el de la madre. Surgían recuerdos de su primera infancia y él volvía a vivir sus experiencias de la niñez.

Nitya y Warrington pronto se dieron cuenta de que Krishna estaba experimentando muy peligrosas transferencias de conciencia o el despertar del kundalini, y percibían que la atmósfera estaba “cargada con” electricidad; sentían como si ellos fueran los guardianes de un templo donde se practicaban ceremonias sagradas. A veces, los que se encontraban con Krishna sentían la presencia de un Ser que estaba dirigiendo las operaciones, aunque no podían verlo ni identificarlo. Pero el cuerpo de Krishna, entre espasmos de dolor, solía conversar con la presencia invisible, que parecía ser un amigo y un Maestro. Krishna no podía soportar ni la luz ni el sonido; a veces gritaba ante el menor contacto; no podía tolerar demasiadas personas alrededor de él; el cuerpo y la mente parecían estar afinados para un alto nivel de sensibilidad. Un sordo dolor solía concentrarse súbitamente en un lugar del cuerpo para luego volverse agudo, y entonces él apartaba a todos y se quejaba del calor.

El 18 de septiembre comenzó una nueva fase. El dolor era más intenso. Krishna formulaba preguntas a la presencia invisible. Su inquietud había aumentado; sus ojos estaban abiertos pero nada veían; tiritaba y gemía: a veces gritaba en medio del dolor “¡Por favor, oh, por favor, concédanme un minuto!” Después llamaba a su madre.

Ese día, a las 8,10 p.m., Krishna estaba sentado en el lecho, despierto y plenamente consciente, hablando y escuchando; pero pocos minutos después perdió nuevamente el conocimiento. El cuerpo, que era como una herida abierta, empezó a pasar por el mismo dolor espantoso. El dolor parecía haberse trasladado a una nueva parte del cuerpo no habituada al extremo calor, y el sollozo de Krishna habría de terminar en un impresionante y sofocado alarido. Krishna estaba en la oscuridad, y Nitya oía “al cuerpo hablar, sollozar, gritar de dolor e incluso rogar por un momentáneo respiro”. Pronto aprendieron ellos a reconocer dos voces: una, “el elemental físico”, el cuerpo, como Nitya lo describe, y la otra era la voz de Krishna. A las nueve y cuarto Krishna recuperaría finalmente la conciencia para toda la noche. El tiempo para el proceso parecía medido, como si cierta cantidad de trabajo hubiera de ser ejecutada todas las tardes, y si ésta fuera de algún modo interferida en el principio, tendría que completarse al final.

Cada noche, por las siguientes quince noches, él preguntaría en medio de su sufrimiento qué hora era. Invariablemente, al minuto, eran siempre las 7,30 p.m. Cuando recuperaba la conciencia normal, el dolor había desaparecido totalmente. Escuchaba a Nitya y a Rosalind que le contaban lo que había sucedido, pero era como si estuvieran hablando de otra persona.

El 19 de septiembre el dolor pareció empeorar más que nunca. Comenzó sin ninguna clase de preliminares inmediatamente después de que Krishna quedó inconsciente, y fue aumentando y aumentando hasta que súbitamente él se puso de pie y echó a correr a toda velocidad. Ellos lo retuvieron con dificultad, aterrados de que pudiera caer sobre las piedras. Él luchaba por salir. Después de un rato comenzó a sollozar y lanzó un grito espantoso: “¡Oh, Madre, ¿por qué me engendraste, por qué me engendraste para esto?!” De acuerdo con el relato de Nitya, sus ojos, “que mostraban una extraña inconsciencia, se veían fieros e inyectados de sangre, y no reconocían a nadie más que a su madre”. Se quejaba de que un fuego ardía en su interior, y sus sollozos se volvieron tan terribles que comenzó a ahogarse y a gorjear; pero esto terminó pronto. “Y nuevamente, cuando ya no pudo soportar más, súbitamente se puso de pie y echó a correr y nosotros tuvimos que rodearlo. Tres veces trató de zafarse, y cuando veía que estábamos alrededor de él se calmaba un poco. A intervalos, cuando el dolor era intenso, solía implorar por unos minutos de reposo, y entonces empezaba a hablarle a su ‘Madre’, o si no, escuchábamos que les hablaba a ‘Ellos’. A veces decía, con una gran certidumbre: ‘Si, puedo soportar muchísimo más; no se preocupen por el cuerpo, no puedo impedir que llore’”.

En la noche del 20 de septiembre el dolor fue aún más agudo, y Krishna trató de escapar cinco o seis veces. Su cuerpo se contorsionaba en posiciones inconvenientes y peligrosas a causa del espantoso dolor. Nitya escribió que en una ocasión, encontrándose Krishna sobre el piso, puso de pronto la cabeza en sus rodillas y la dio vuelta de tal modo que estuvo cerca de romperse el cuello; por suerte Rosalind estaba ahí y volvió a enderezarla. El se quedó totalmente quieto, y por un momento ellos casi no pudieron percibir el latido de su corazón.

El 21 de septiembre Rosalind tuyo que irse por unos días. Durante su ausencia el proceso disminuyó en intensidad, pero él continuó quejándose de un extraño dolor abajo, en el lado izquierdo de la espina dorsal.

En una ocasión Krishna se mostró perturbado sintiendo que alguien se movía furtivamente alrededor de la casa. Insistió en ir hasta el muro bajo que la circundaba, y dijo en voz alta: “Vete, ¿qué pretendes al venir aquí?” Luego volvió en sí y se acostó. Pronto comenzó a llamar: “¡Por favor, Krishna, regresa!” Siguió llamando a Krishna hasta que cayó en la inconsciencia. Esta era la primera vez que él había llamado pronunciando su propio nombre. Esa noche hubo un incremento del dolor en la parte posterior del cuello.

Con el regreso de Rosalind el dolor empeoró; él se quejaba de un ardor en la espina dorsal y no podía tolerar demasiada luz, ni siquiera la luz del amanecer. Nuevamente, en medio del proceso se levantó para ahuyentar a alguna persona que nadie veía. Parecía enojado, y la presencia invisible no regresó. Tan pronto como la luz se volvía insoportable, ellos tenían que introducirlo en la casa. Una tarde, hacia las 5 p.m., la atmósfera de la casa cambió; él se había quedado más quieto, más sereno. Y pronto pudieron percibir que una gran Presencia se había hecho cargo de todo. Nitya dijo que era como si “Grandes máquinas estuvieran funcionando, y por unas cuantas horas vibró toda la casa”.

Para el 2 de octubre empezó una nueva fase. El dolor se había trasladado al rostro y a los ojos de Krishna. El sentía que ‘Ellos’ estaban trabajando en sus ojos, y exclamó: “Madre, por favor toca mi rostro, ¿está ahí todavía?”, y poco después: “Madre, mis ojos se han ido, pálpalos, se han ido”. Apenas dijo esto, comenzó a sollozar y a gemir. Esto prosiguió hasta las 8 p.m. Cerca de las 9 p.m., estaba temblando y estremeciéndose y casi no podía respirar.

Parecía como si “el verdadero Krishna” encontrara intensas dificultades en regresar a su cuerpo. Según Nitya: “Cada vez que trataba de despertarse, ello traía como consecuencia estos temblores”.

El 3 de octubre, Krishna le dijo a Rosalind: “Madre, ¿tú me cuidarás? Voy a irme muy lejos”, después de lo cual cayó en la inconsciencia. Un poco más tarde comenzó a hablarle a Rosalind y le preguntó dónde estaba Krishna. Le dijo que él [Krishna] la había dejado a cargo, y ahora ella ignoraba dónde estaba Krishna y entonces empezó a llorar por haber perdido a Krishna. Se negó a dormir hasta que Krishna regresara, lo cual ocurrió después de una hora y media.

Una mañana, mientras estaban en casa de Mr. Warrington, Krishna se salió de su cuerpo. Le había dicho a Rosalind que tenía que irse muy lejos y que ella debía cuidar de él. Dos horas después, comenzó a hablar. Al ver la mano de Rosalind pareció asombrado y preguntó: “Madre, ¿por qué tienes la piel blanca?” Después la miró y dijo: “Has rejuvenecido, ¿qué sucedió?” Luego: “Madre, Krishna está entrando, mira, está parado ahí”. Y cuando Rosalind le preguntó qué aspecto tenía, él le dijo: “Es un hombre alto y hermoso, muy digno. Me asusta un poco”. Después agregó: “¿Pero no lo conoces, Madre? Es tu hijo, él te conoce”.

En la noche del 4 de octubre, Krishna sufrió más que de costumbre, la agonía se concentraba en su rostro y en sus ojos. Decía continuamente: “Oh, por favor, tengan misericordia de mí”, y “no quiero decir eso, por supuesto, ustedes son misericordiosos”.

Luego le dijo a Nitya que “Ellos” estaban limpiando sus ojos para que pudiera verlo a “ÉL”. Era, según dijo: “Como estar amarrado en el desierto, con el rostro vuelto hacia el sol deslumbrante y con los párpados cortados”.

Más tarde, en la noche, Nitya encontró a Krishna sentado en meditación, y otra vez percibió la vibrante presencia de un gran Ser inundando la estancia. Todo sufrimiento había sido eliminado. “Krishna”, escribió Nitya, “no vio Su rostro, únicamente Su cuerpo de un blanco radiante”.

A la mañana siguiente, Krishna estaba en una disposición de ánimo rebelde, se hallaba semiconsciente pero insistía en salir. Ellos tuvieron que detenerlo Más tarde dijo que, al sentir un ardor terrible en la espina dorsal, había querido encontrar el arroyo del desfiladero para sumergir su cuerpo en él y así aliviar el ardor.

Poco tiempo después, sus acompañantes percibieron nuevamente la gran Presencia. “Los ojos de Krishna estaban extraordinariamente brillantes, y todo su rostro se veía transfigurado. Con su entrada, la atmósfera experimentó un cambio maravilloso. Percibimos la presencia de un Ser supremamente majestuoso, y Krishna tenía en su rostro una expresión de gran bienaventuranza”. Les dijo a Nitya, Rosalind y Warrington que se prepararan, porque un gran Visitante vendría esa noche. Pidió que la pintura del Señor Buda fuera colocada en su habitación.

Más tarde, cuando Krishna salió de su meditación, les dijo que el Gran Ser se había ido apenas la meditación había terminado.

Esa noche fue una espantosa noche de sufrimiento, y cuando pienso en ella me parece que fue la noche más angustiosa por la que Krishna haya pasado jamás. Sufrió terriblemente en las noches que siguieron y que parecieron mucho peores, pero pienso que esto se debió a la lastimosamente debilitada condición causada por esta noche. Antes de que el sufrimiento comenzara realmente, oímos que le hablaba al Maestro que estaba a cargo. Se le dijo a Krishna que no revelara nada de lo que se estaba haciendo con él, y él lo prometió, después se le dijo que el visitante regresaría más tarde, a las 8,15 Krishna dijo: “Él vendrá a las 8,15, comencemos, pues, rápidamente”. Antes de que ello comenzara, él había estado poniéndose de pie, y le oímos caer con un estrépito espantoso, y entonces escuchamos a Krishna que se disculpaba: “Lo siento, me caí, se que no debo caerme”. Durante toda la noche estuvo más consciente que nunca de su cuerpo físico. Ellos le dijeron que no tenía que hacer ningún movimiento, porque generalmente se retorcía y contorsionaba con el dolor. Pero ahora ‘Les’ prometió que no se movería y una y otra vez dijo: “No me moveré, prometo que no me moveré”. Entonces cerró apretadamente los dedos, y con las manos anudadas debajo de él se acostó de espaldas, mientras el terrible dolor continuaba. Le resultaba muy difícil respirar esa noche, y jadeaba continuamente y se ahogaba una y otra vez, y cuando el dolor se volvió insoportable y él ya no podía respirar, se desmayó. Tres veces se desmayó esa noche, y la primera vez que lo hizo no sabíamos qué había ocurrido; le habíamos escuchado ahogarse y jadear y sollozar con el dolor, y súbitamente, después de un largo jadeo, hubo un silencio mortal. Cuando lo llamamos no hubo respuesta, y cuando entramos en la habitación fuimos a tientas hacia él porque la habitación estaba totalmente oscura y no sabíamos dónde estaba acostado. Le encontramos tendido sobre la espalda, muy quieto y con los dedos tan fuertemente cerrados que parecía de piedra. Le hicimos volver en sí rápidamente y esto ocurrió tres veces. Cada vez que volvía en sí se disculpaba ante ‘Ellos’ por la pérdida de tiempo y Les decía que había tratado de hacer lo mejor que podía para controlarse, pero que había estado fuera de todo control. A veces Ellos le daban una ligera tregua y el dolor cesaba, y en los espacios que dejaban las agonías del sufrimiento, solía bromear con Quien estaba a cargo, y a veces reía como si toda la cosa fuera un chiste. Y eso continuó así por una hora y cuarto. Hacia las 7,45 Krishna comenzó a llamar a su Madre, y cuando Rosalind iniciaba suavemente su entrada, él se puso terriblemente nervioso y gritó: “¿Quién es ésa, quien es ésa, quién es ésa?”; y cuando ella hubo ingresado en la habitación, se desmayó. El ingreso de cualquier persona en la habitación mientras él estaba en este estado de sensibilidad, parecía trastornarlo. Ella estuvo con él por algún tiempo, y al cabo de un rato él le pidió que saliera de la habitación porque “Él iba a venir”. De modo que Rosalind y yo nos quedamos afuera en la galería y Krishna se sentó adentro, con las piernas cruzadas y como en meditación. Entonces, al anochecer, percibimos como anteriormente la habíamos percibido, la Gran Presencia.

Después, cuando Rosalind y yo estábamos en la habitación, Krishna comenzó a hablar con personas que nosotros no podíamos ver. El éxito del trabajo a realizarse estaba asegurado, y aparentemente Ellos lo estaban felicitando, y la habitación se encontraba llena de visitantes, todos deseosos de alegrarse junto con Krishna; pero eran demasiados para su comodidad. Le escuchamos decir: “No hay nada de qué felicitarme, ustedes hubieran hecho lo mismo”.

Luego Ellos deben haberse ido, porque él lanzó un profundo suspiro y permaneció quieto por largo tiempo, demasiado cansado para moverse. Después empezó a hablar. “Madre”, dijo, “ahora todo será diferente, después de esto la vida ya nunca será la misma para ninguno de nosotros”. Y agregó “Le he visto, Madre, y nada importa ahora”. Una y otra vez repitió esto, y todos nosotros percibimos la verdad de ello, que la vida ya nunca sería la misma para ninguno de nosotros.

Esa noche, cuando nos fuimos a la cama justo antes de que nos durmiéramos, Krishna comenzó a hablarle a alguien que yo no podía ver. Escuché el final de la conversación. Al parecer, el Maestro D.K. había enviado a un hombre para que vigilara el cuerpo durante la noche; Krishna comenzó diciéndole lo mucho que lamentaba haberle causado toda esa molestia. Esta fue una de las cosas más dignas de atención entre todas las que sucedieron. La cortesía y consideración de Krishna eran extraordinarias, ya sea que estuviera por completo consciente o que fuera sólo el elemental físico el que hablara. Después de esto, el hombre vino a vigilarlo cada noche por cinco o seis noches. Krishna habría de decir. “Ahora Le he visto. Nada importa”.

Por esta época, el cuerpo se había debilitado mucho y caía constantemente en la inconsciencia.

El sitio donde el dolor se localizaba iba cambiando constantemente. Pocos días después, el 6 de octubre, la agonía se había trasladado al cuero cabelludo. Algo que parecía haberse abierto en su cabeza, le causaba una tortura indescriptible. En un momento gritó: “Por favor, ciérrenlo, por favor ciérrenlo”. Chillaba con el dolor, pero Ellos siguieron abriéndolo gradualmente. Cuando ya no podía tolerar más el dolor, Krishna profería unos gritos y después se desmayaba. Al cabo de cuarenta y cinco minutos, se quedaba tendido sin el más leve aleteo de movimiento. Lentamente, retornaba la conciencia. Para su estupefacción, los acompañantes de Krishna encontraban que le estaban hablando como a un niño, un niño de unos cuatro años de edad o menos aún. Él volvía a vivir ciertos episodios de su primera infancia. Veía tres escenas distintas. En la primera, su madre daba a luz un bebé. Presenciar los tormentos de la madre constituía para él una conmoción terrible, y gemía y gritaba y seguía gritando: “¡Oh, pobre Madre, pobre Madre, qué valiente eres, Madre!”

En la escena siguiente, Krishna y su hermano, como niños pequeños, yacían seriamente enfermos de malaria.

La última escena era la de la muerte de su madre. Él no podía entender qué estaba sucediendo. Cuando veía a los médicos darle medicinas, él le rogaba a su madre que no las tomara. “No la tomes, Madre, no la tomes, es una droga detestable, y no te hará ningún bien. Los médicos no saben nada Él es un hombre deshonesto, por favor, no la tomes, Madre”. Poco después, en un tono horrorizado, decía: “¿Por qué estás tan quieta, Madre? ¿Qué ha sucedido y por qué padre se cubre el rostro con su dhoti? ¡Respóndeme, Madre, respóndeme, Madre, respóndeme!” La voz del niño continuaba gritando hasta que él volvía en sí y Krishnamurti había regresado. Esa noche, la presencia volvió otra vez para cuidarlo mientras dormía.

A la noche siguiente, según relata Nitya: “Ellos aparecieron otra vez para operar nuevamente sobre su cuero cabelludo”. Él estaba desesperado y gritaba de dolor aun desmayándose ocho veces­ cuando éste se volvía demasiado severo. “Les rogaba que abrieran lenta y gradualmente, de modo que pudiera acostumbrarse a ello poco a poco. “Se ahogaba y tenía dificultades para respirar. Un poco más tarde, se volvió otra vez un niño, y uno podía sentir su aversión por la escuela. “Madre, hoy no necesito ir a la escuela, ¿verdad? Estoy terriblemente enfermo, Madre”. Y después de un rato: “Madre, deja que me quede contigo, haré todo lo que quieras, tomaré aceite de castor si lo deseas, pero déjame quedarme contigo”. Y luego: “Madre, tú sabes, escondiste de nosotros la caja de bizcochos; bueno, los hurté de esa caja. He estado haciendo eso por mucho, mucho tiempo”. Cuando Rosalind rió, Krishna se sintió muy lastimado y dijo: “Madre, siempre estás riéndote de mí, ¿por qué te ríes de mí?”

Más tarde aún, después de hablar muchísimo acerca de serpientes, perritos y mendigos, “él habló de ir a la capilla donde había visto la pintura de una dama sentada, con las piernas cruzadas, sobre una piel de venado”. Nitya tenía un vago recuerdo de que podía haber ahí un cuadro de A.B. y sugirió esto. Krishna no conocía el nombre de ella y preguntó: “¿Quién es ésa?” Agregando: “Ella se parece a alguien que conozco, sólo que no es igual, se ve muy diferente”.

Pronto se hizo patente un cambio. Para entonces él podía dejar su cuerpo con extraordinaria facilidad y rapidez, y el regreso ya no ocasionaba más estremecimientos. Más tarde, esa misma noche, dijo que ‘Ellos’ habían dejado abierto el centro de su cabeza. (Esta es posiblemente una referencia a la apertura en el cuero cabelludo, que en el kundalini yoga se considera como el Sahasrara o el Brahmarandhra la flor de loto de los mil pétalos totalmente abierta, reposando en el supremo vacío. Con esta apertura vienen la unión y liberación final para el yogui). El hombre que ellos no podían ver, vino nuevamente para estar de guardia.

A medida que avanzaba el día, Krishna hablaba menos; continuaba desmayándose en las noches, pero despertaba pronto y tenía una gran vitalidad.

Había aún períodos en que se convertía en un niño. En cierta ocasión habló de un viaje en una carreta de bueyes, que duró tres o cuatro días.

El 18 de octubre, el dolor se derivó en frecuentes espasmos cuyas ondas habrían de dejarlo exhausto. “Fuimos bendecidos nuevamente con la visita del Gran Ser. El día 19 hubo una experiencia muy curiosa cuando él salió de su meditación. Comenzó a llamar una y otra vez a Krishna. Gritaba: ‘Krishna, por favor Krishna, no me abandones’”.

Después habló con Nitya y Rosalind y les pidió que “cuidaran con esmero a Krishna, que nunca lo despertaran demasiado rápidamente, que no lo sobresaltaran, porque eso era muy peligroso”; “las cosas podrían estallar” si algo salía mal. Los episodios disminuyeron su frecuencia, y en noviembre de 1923, habían terminado.

El proceso, que no podían explicarse ni Leadbeater ni Mrs. Besant, habría de continuar intermitentemente en los meses que siguieron. Su cuerpo se quebrantaría y sacudiría con el dolor, y a veces golpearía contra el piso. Krishnamurti a menudo tenía que enviar a su hermano y a quienquiera que estuviese presente, fuera de la habitación, porque les resultaba difícil presenciar su agonía. Él solía desmayarse repetidamente, y al final de ello se le veía excesivamente cansado.

En 1924, Krishna y algunos acompañantes viajaron al extranjero, donde las experiencias prosiguieron. Hacia el fin de sus terribles dolores, el tuyo visiones del Buda, de Maitreya y de otros Maestros de la jerarquía oculta. El 24 de marzo, Nitya, profundamente perplejo, escribió a Annie Besant desde Ojai cuando regresaron de Pergine, Italia:

El proceso de Krishna ha dado ahora un definitivo paso adelante. La otra noche empezó como es habitual, y ninguno de nosotros esperaba nada fresco o nuevo. De repente, todos sentimos un inmenso embate de poder en la casa, mayor que el que yo haya sentido jamás desde que hemos estado aquí; Krishna vio al Señor y al Maestro; pienso que también vio la Estrella (La Orden de la Estrella de Oriente, una organización internacional, fue fundada por Annie Besant y C.W. Leadbeater en 1911. Mrs. Besant y C.W.L. fueron nombrados Protectores de la Nueva Orden y se declaró a Krishna como el Jefe de la misma. Se designaron representantes y se establecieron oficinas para cada país. La insignia de la Orden era una estrella de plata de cinco puntas. Se imprimía en Adyar un periódico trimestral con el nombre de Heraldo de la Estrella, que tenia a Krishna como editor. La primera edición apareció en 1911. Hacia 1914, la oficina de publicaciones se trasladó a Inglaterra). brillando afuera esa noche, porque todos nosotros experimentamos una intensa sensación de reverente temor, y era casi como el temor que yo había sentido cuando la Estrella se reveló anteriormente. Después Krishna me dijo que la corriente comenzó como de costumbre en la base de su espina dorsal y alcanzó la base posterior de su cuello, luego una parte pasó al lado izquierdo y la otra al lado derecho de la cabeza, y por fin se encontraron ambas en la frente; cuando se encontraron, desde su frente surgió una llama. Ese es el desnudo resumen de lo que ocurrió; ninguno de nosotros sabe lo que ello significa, pero el poder era tan inmenso esa noche, que parece señalar una etapa definitiva. Presumo que debe significar la apertura del tercer ojo.

Excepto por la visión del ‘Señor’, el resto es una clásica descripción del despertar del kundalini.



Biografía de J. Krishnamurti. Pupul Jayakar. Editorial Kier.

 

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