miércoles, 3 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y el Deseo.

FELICIDAD Y DESEO

Por haber olvidado el hombre que el verdadero propósito de su existencia es fomentar la felicidad en sí mismo y en cuantos le rodean, hay confusión y caos y sus acciones acrecientan este caos.

¿Qué ambicionan y ansían todos en el mundo? La felicidad. Pero la verdadera felicidad no es egoísta ni negativa. Es inteligencia, el acopio de todas las experiencias; es la eterna Verdad. Ni nube puede ocultarla ni aflicción disminuirla. Tal es la felicidad que todos desean. Tal es la felicidad que siempre he deseado. He visto gentes abrumadas de trabajo, que realizaban grandes obras, acopiaban conocimientos, se esforzaban en ser espirituales y, sin embargo, habían olvidado la felicidad, lo único que vivifica 1a mente y alimenta el corazón. Sólo hay salud en la felicidad y quien no la encuentre no hallará nunca la Verdad ni cumplirá con los fines de la vida ni tendrá tranquilidad en este mundo de afanes y fatigas.

Si queréis establecer la felicidad en vuestro interior, habéis de hacer de ella vuestra meta y entonces vuestra vida será como llama que a los cielos se remonta.

Las gentes anhelosas de felicidad recurren a diversas cosas: adorarán en templos e iglesias, entresacarán de los libros el conocimiento ajeno y practicarán ritos religiosos con la esperanza de gozar de paz y calma. El deseo de felicidad roe su corazón.

En el continente americano los hombres buscan la felicidad en las cosas materiales, pues dicen que sin comodidades físicas, sin un cuerpo sano y robusto no es posible desenvolver rectamente las emociones. Pero en el intento de establecer perfectas condiciones físicas, pierden de vista otras cosas esenciales. En la India las gentes se corren al extremo opuesto y al, buscar la felicidad desdeñan completamente el aspecto físico.

Por doquiera buscan lo hombres la felicidad. Comienzan por buscarla en los placeres dimanantes de la excitación física, y al convencerse de que esta excitación no satisface sus ansias de duradera felicidad, se entregan a otras experiencias mentales y emocionales.

La vida es un proceso de acumulación y eliminación de reunir y desechar. Lo que ahora reunís, luego desecháis y cuanto más desechéis más cerca estaréis de la liberación. Al repudiar lo ganado, adquirís el conocimiento que os dará fuerzas para establecer vuestro propósito que os confiara el poder esencial de alcanzar el Reino de la Felicidad que anheláis.

Como en el árbol hay savia que le da el follaje para el esplendor de su existencia, así en el interior del hombre existe la chispa divina que a través de la tristeza, de la exaltación, de la lucha, del proceso de la vida, le conduce a la perfección, al estado de eterna felicidad que es la meta de todo ser humano, la genuina espiritualidad, el mayor don que cualquiera puede otorgar a otro.

Hallaréis esta imperecedera e inalterable felicidad cuando os hayáis libertado de la tiranía del yo personal, de sus deseos y ansiedades. Esta liberación no os la impone mano extraña, sino que es el anhelo de toda alma humana, de todo aquel que lucha, pena y busca. La chispa de este anhelo se convierte en llama y llega a ser parte de la Eterna Llama, y cuando seáis capaces de identificaros con esta Llama, estaréis en el Reino de la Felicidad.

Cada cual ha de descubrir su propio camino de logro. No hay otra verdad ni otro dios que aquella meta que cada cual haya establecido para sí mismo, que no puede destruir el aliento del hombre ni el pasajero capricho de ningún dios.

¿Por qué camino podréis llegar a esta meta y mantener eternamente esta felicidad en vuestro corazón? Si sois reflexivos advertiréis que en todo ser humano hay tres notorios principios: el pensamiento, la emoción y el cuerpo. Y si os observáis a vosotros mismos, hallaréis que cada uno de dichos principios tiene separada existencia y procura actuar independientemente de los otros dos, ocasionando así discordancia. La absoluta felicidad dimana de la Armonía entre el cuerpo, las emociones y los pensamientos. Si guiáis tres caballos y cada uno quiere tirar por su lado independientemente de los otros dos, no llegaréis a vuestro destino si no los domináis de modo que vayan los tres juntos por donde los guiéis.

La mente debe tener su peculiar meta, pero la habéis de establecer vosotros mismos pues de lo contrario se lanzará a la superstición. ¿Cuál es la meta final de la mente? Es la purificación del yo, o sea el desenvolvimiento de la unidad individual.

Como impele a la semilla la vida en su interior latente, a brotar del suelo y salir a luz, así el deseo de liberación os impele a brotar a través de las limitaciones que os encadenan. Vivo anhelo se necesita para lograr la liberación. Las gentes están temerosas del deseo creyendo que es algo maligno que merece destrucción. Pero esta actitud es errónea. El deseo es el motivo de la acción. Si queréis encender un vivo fuego para calentaros y reponeros, habéis de proporcionarle combustible, alimentado con voluminosos leños. De la propia suerte si queréis cumplir el propósito de la vida habéis de sentir intensos deseos, porque el deseo allega experiencias y la experiencia conduce al conocimiento. Si el hombre sabe utilizar el deseo, éste le dará la felicidad que anhela. Si sofoca o mata el deseo no tendrá posibilidad de liberación. Muchas gentes tienen intensos, ardientes y vivísimos deseos, pero en vez de disciplinarlos y aprovecharlos, o los sofocan, o se dejan dominar por ellos. Sin deseo no puede haber obra creadora. Quien mata el deseo se convierte en leño, en autómata, en máquina, y las máquinas se han inventado para disminuir el esfuerzo humano.

Los problemas físicos tal vez se puedan resolver de este modo; pero los mentales y emocionales son de más difícil solución, y por escasa comprensión del modo de resolverlos se inventaron las religiones, credos y dogmas.

Si el deseo vivifica, se le ha de estimular. Si acarrea tristeza, debe vencérselo por la comprensión de esta tristeza. El hombre mata sus deseos porque no anhela ser libre, y por no anhelar la liberación se convierte en una maquina. Se han de aprovechar los deseos como escabel para encender otros más vivos, para despertar mayores y más deleitosos anhelos, los espirituales.

Pero la inteligencia es necesaria para desenvolver vuestra singular individualidad, para purificar vuestros deseos, rara reconocer en vuestro Yo el Yo de todos los seres y realizar la absoluta unión con todas las cosas que anula el sentimiento de separatividad. Es necesaria la sencillez de mente, pero la sencillez no significa tosquedad. No debemos desdeñar, sino utilizar los resultados del progreso y de la evolución.

Una mente sencilla comprenderá en qué consiste la perfección porque es parte de la misma perfección. Una mente retorcida no puede comprender la Verdad. Una menta complicada y repleta de conocimientos entresacados de los libros, aunque estos conocimientos valgan algo, está propensa a cristalizarse.

En todas las grandes obras de arquitectura, pintura y escultura hay sencillez y sobriedad. La sencillez mental es, por lo valiosísima, muy difícil de adquirir, y para ello se necesita mucha experiencia.

La genuina sencillez es la suprema forma de espiritualidad.

¿Cuál es la meta final de las emociones? Desprenderse de todo afecto. Ser capaz de amar y, sin embargo, no apegarse a cosa ni persona alguna, es la absoluta perfección del amor y todas las nociones.

Como estéril árbol en invierno, sin hojas ni flores que perfumen el aire matinal, es el hombre sin amor. Quienes quieran conocer la Verdad han de cultivar, como el jardinero su jardín, la deleitosa flor del amor, fuente de consuelo en el abatimiento y la aflicción. Por celoso, tiránico y egoísta que sea él amor en un principio, es un capullo que se abrirá esplendorosamente para difundir por doquiera el aroma de su perfección. Sin amor es el hombre un desierto de reseca arena, como río en estiva, sin agua para alimentar sus márgenes. Quienes anhelen lograr la perfecta felicidad, la belleza oculta a la mirada humana, deben cultivar el amor. Debéis amarlo todo y, sin embargo, no aficionaros a nada, porque el amor es necesario para el desenvolvimiento de la vida. Para cultivar el amor debéis aprender a observar, a adquirir experiencia, ya por ajeno ejemplo, ya recorriendo por vuestros pasos los angustiosos senderos de la experiencia, porque por experiencia conoceréis la simpatía y seréis capaces de mostrar amor a quien lo necesite, pues si nunca habéis experimentado aflicción no podréis sentir simpatía ni comprenderéis la aflicción del prójimo.

Esto no significa que hayáis de probarlo todo. Hay muchos medios de adquirir experiencia. Uno de ellos es e1 de compenetrarse con la vida de los demás, mirar por los ojos de aquellos a quienes tratéis, y experimentar imaginativamente sus penas y sus transitorios placeres. Cuando veáis un beodo por la calle, su vista bastará a daros la experiencia de la embriaguez. Si veis a alguien deshecho en lágrimas, Os dará la experiencia de la aflicción; y si por el contrario veis a una persona jubilosa y alegre, os dará la experiencia del gozo. No todos necesitamos seguir un mismo camino de conocimiento. Nos los intercambiamos mutuamente. De las experiencias de todo el mundo podemos adquirir el conocimiento que baste para nuestra cultura, afinación y adelanto. Si queréis cumplir el propósito de la vida debéis acumular experiencia, sin la cual no os será posible llegar a la meta, gozaréis felicidad y estableceréis perdurablemente la Verdad en vuestro interior. Para lograrla debéis, desde luego, adquirir experiencia como el labriego acopia el trigo cosechado en el campo.

Si carecéis de afecto y simpatía, nunca será vuestra la victoria ni alcanzaréis vuestra meta. El indiferente contento y satisfecho nunca sentirá afecto ni simpatía ni podrá infundir comprensión en el prójimo. He observado a muchos que tenían vivos deseos de auxiliar a los demás y no sabían cómo. Eran incapaces de colocarse en el lugar de otro y descubrir su punto de vista.

Quienes anhelen comprender la vida que los rodea y ver la meta y establecer al Amado en su corazón, deben sentir vivísimo Amor y, sin embargo, desligarse de los lazos del amor. Deben sentir profunda simpatía y, aun así, no ligarse con los lazos de esta simpatía. Deben tener intensos deseos y no esclavizarse a estos deseos.

¿Cuál es la meta final para el cuerpo? Belleza. Todos buscan en el mundo la belleza, pero la buscan sin comprensión. La belleza es esencial para el cuerpo; pero no ha de ser una mera envoltura bella sin la belleza de pensamiento y emoción. Esencial es restringir el cuerpo por medio del gobierno sin opresión.

Tales son las condiciones esenciales de la absoluta armonía de los tres notorios principios en cada uno de nosotros.

El deseo de libertad, el deseo de prescindir o más bien de transcender todas las cosas es necesario para lograr la perfección. Sólo podréis ser libres si vuestra mente y corazón han determinado el propósito de la vida y de continuo se esfuerzan en realizarlo, sin ceder jamás a lo que amenace interponer obstáculos entre vosotros y vuestra meta.

Para alcanzar, la perfección y encaminaros hacia la Verdad que a todos ha de hacer dichosos, es necesario que en cualquiera etapa de evolución en que os halléis, prescindáis de las mezquinas y esclavizadoras tradiciones nacidas de la creencia ciega sin enlace alguno con la conducta.

Así como cuando sobreviene la lluvia, tan sólo los labriegos que cultivaron sus campos y arrancaron las plantas advenedizas obtienen el completo producto de su trabajo, así quien desee tener siempre consigo al Amado, ha de extirpar de su mente y corazón las complicadas ideas, tradiciones y estrechez de miras, que son la maleza sofocadora de la genuina comprensión, sin la cual no es posible cumplir el propósito de la vida.

J. Krishnamurti, La Vida Liberada, años 1922/1925.







 

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