jueves, 18 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y el Canto.

Año 1959.

En las oscuras noches sin luna, solíamos salir a contemplar las estrellas y las lejanas tinieblas del espacio. El acostumbraba señalar las distintas constelaciones. Hablaba del viaje por el espacio exterior; y también del peregrinaje interno como el descubrimiento de lo infinito. Pero una mente mezquina no podía embarcarse en esta peregrinación a la eternidad.

Cada atardecer era una bendición.

En la noche, después de una temprana cena bajo la luz del petromax, él solía recitar poesía de Keats del Tesoro Dorado­. Su favorita era la “Oda al Ruiseñor”. Por las noches hacía frío y quemábamos leña y piñas secas en la chimenea abierta. Ocasionalmente, solía cantar en sánscrito. Los sonidos de su voz profunda llenaban la estancia y resonaban a través de los arrozales, llegando hasta más allá de las nieves. El escuchar y el ver florecían en su prístina presencia.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

  

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