sábado, 27 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y Las Últimas Treinta Vidas de Alcyone.

VIDA XVI

Esta vida vuelve a tener la India por escenario, y en muchos aspectos ofrece vivo contraste con la anterior. En el Perú estuvo Alcione rodeado de gran número de amigos y parientes teósofos, a quienes conocimos, mientras que en esta encarnación apenas encontramos una docena de personajes con quienes estemos familiarizados. Se explica esto en parte, porque la mayoría de nuestros personajes dramáticos tardan, por término medio, doce siglos en reencarnar, y, en consecuencia, no pueden intervenir en la presente vida de Alcione.

Nació nuestro héroe el año 11182 en una ciudad de Rajputana, llamada Ranthambhor. Era hijo de un jefe ario de carácter enérgico, aunque áspero, que poseía vastas tierras y gozaba de respetuosa consideración en el país. No había aún definida distinción de castas, pero la familia de Alcione era de las más conspicuas, y varios de sus miembros ejercían el sacerdocio en los templos, por lo que bien podemos llamarlos brahmanes. La madre de Alcione era excelente y muy dispuesta ama de casa, pero siempre la preocupaban asuntos de poca monta, y su naturaleza no rebosaba ni mucho menos espiritualidad.

El niño Alcione era vivaracho y activo, si bien parecía de carácter muy reservado. Amaba más tiernamente a su tío Perseo que a sus padres, porque con éstos no había estado en relación hasta ahora, mientras que Perseo había sido su hermano mayor en el Perú. El tío vivía en la misma casa, y su influencia tuvo mucha eficacia en la formación de la mente del niño. Perseo era propenso a especular e inquirir toda clase de ocultas influencias, y aunque no recordaba sus pretéritas relaciones peruanas con Alcione, se sintió vigorosamente ligado a él desde un principio con lazos de simpatía, más firmes aún cuando advirtió la extraordinaria receptibilidad del niño, mucho mayor que la suya respecto de las ocultas influencias cuya evocación había aprendido.

Con inesperado éxito ensayó Perseo en su sobrino algunos experimentos mesméricos, viendo que, al ponerle en trance, podía servir de medio de comunicación a varias entidades, y de instrumento de investigaciones clarividentes; pero jamás consintió en que otro sino él le hipnotizara, y además enseñóle las prácticas hipnóticas y a invocar los espíritus de la naturaleza con curiosos experimentos, como la escritura automática, por cuyo medio recibía frecuentes comunicaciones de seres ya fallecidos y aun de los todavía vivientes, que más tarde añadieron la comunicación oral a la escrita.

Tío y sobrino vivían en íntimas relaciones psíquicas, sin contacto frecuente con la demás familia, pues aunque los padres de Alcione estaban enterados de todos aquellos experimentos fenoménicos, no hacían caso alguno de ellos y aun se inclinaban a tenerlos por locura, sin perjuicio de aprovecharse gozosamente de los útiles avisos que una o dos veces, dio la clarividencia de Alcione.

Producíanse otros varios fenómenos, muy parecidos algunos a los del moderno espiritismo, pero generalmente se miraban con sospechosa vacilación como efecto de nigromancia, aunque no faltaban quienes respetuosamente los consideraban debidos a la inspiración. El joven Alcione quedaba a veces en trance, durante el cual ocurrían fenómenos de materialización.

Todos estos experimentos estaban dirigidos por un espíritu protector llamado Narayán, a quien Perseo y Alcione respetaban profundamente como manifestación divina. Esta entidad prometió cuidar de Alcione en toda contingencia y desenvolver sus facultades, como así cumplió según fue creciendo el muchacho. Entre otras cosas, enseñóle la psicometría, y, en consecuencia, se tomaron tío y sobrino el trabajo de procurarse pedazos de piedra y otros objetos menudos que, procedentes de diversos países, tuvieran indicios de haber estado en contacto con las civilizaciones antiguas. Alcione demostró muy luego excelentes aptitudes para esta clase de labor psíquica, de modo que en repetidas experiencias adquirió con su tío abundantes noticias respecto de los primeros periodos de la historia del mundo, de los animales prehistóricos y de los primitivos pobladores de la tierra. Por medio de algunos objetos traídos del Asia Central investigaron varios puntos referentes a los orígenes de la civilización aria; y con ayuda de otros objetos procedentes de tierras atlantes, tuvo Alcione visiones de la populosa ciudad de las Puertas de Oro y una serie de cuadros representativos de la historia de la cuarta raza. De este modo fueron compilando textos históricos de la India, el Asia Central y la Atlántida. El guía, que a sí mismo se llamaba Narayán, les daba explicaciones comentadas de cuanto ellos veían. Así reunieron gradualmente una copiosa labor literaria que constituyó para Perseo la preferente labor de su vida.

Muchos de los que iban a pedir ayuda o consejo, estaban aquejados de diversas enfermedades, y, por consejo de Narayán, les recetaban Perseo y Alcione infusiones de ciertas hierbas medicinales que producían salutíferos efectos, sobre todo si el enfermo se sujetaba a las higiénicas reglas de limpieza y aireación pura en que, anticipándose a las modernas terapéuticas, insistía vehementemente Alcione. Sus conocimientos anatómicos y quirúrgicos eran muy limitados, pero penetraba, clarividentemente la constitución de los órganos internos y podía, por lo tanto, diagnosticar acerca de su estado y establecer el debido tratamiento de la enfermedad. Sin embargo, no siempre estaba Alcione seguro de lo que hacía, pues algunas veces no se presentaba Narayán cuando era preciso, y otras no quería resolver el caso particular de que se trataba.

Al llegar Alcione a la edad conveniente, quedó en definitiva adscrito al servicio del templo para la celebración de las ceremonias. Cierto día en que estaban presentes gran número de peregrinos, sugirióle Narayán la idea de dirigir la palabra a la multitud, pero sin obsesionarle por completo, pues durante el discurso tuvo Alcione vaga conciencia de lo que decía y pudo sentarse y levantarse por su propio impulso, aunque las frases salían de su boca como sonidos de un instrumento hábilmente tañido. La primera alocución, que dirigió a los peregrinos fue muy del agrado del sacerdote mayor del templo (Adrona), quien con ello podo percatarse de las relevantes condiciones mediumnímicas de Alcione, que sin duda serían de gran utilidad para acrecentar la reputación del templo. Así es que estimuló a Alcione con objeto de que se abandonara a la influencia de Narayán, aunque cabe dudar de si efectivamente creía en la elevada intervención de este espiritual guía.

Desde entonces creció considerablemente la importancia de Alcione en el templo, y con mucha frecuencia pronunciaba inspiradas pláticas y conmovedores sermones, sin que pudiera describrirse cuándo y cuándo no los dictaba el espíritu protector. Además de las oraciones sagradas en público, daba Alcione particulares instrucciones al gran número de gentes que de todas partes acudían en demanda de consejo y socorro. Algunas respuestas eran del enigmático y doble sentido peculiar de los oráculos, pero en cambio otras eran categóricas, precisas y en un todo adecuadas a las preguntas, y útiles, por lo tanto, para que los demandantes recobraran las cosas perdidas o tuvieran noticias ciertas de sus parientes fallecidos.

Aunque gran parte de esta labor se realizaba pública o medio públicamente en el templo, no por ello perdían Perseo y Alcione oportunidad alguna de celebrar sesiones privadas en que se producían gran número de notables fenómenos. En varias ocasiones se encontraron con menudos objetos procedentes según, toda apariencia, de puntos muy distantes. También se les aparecieron espíritus luminosos y observaron fenómenos de levitación y transporte. Las materializaciones no eran muy frecuentes, pero sí lo bastante para que con ellas conocieran la apariencia de varios espíritus familiares. A pesar de lo nociva que casi siempre es la mediumnidad, no sufrió quebranto la salud de Alcione. Sus experimentos, sermones y psicometrías continuaron con alternativo éxito por buen número de años, durante los cuales afianzó su posición en el templo.

La fama de los hechos de Alcione se extendió por los países colindantes, y de todas partes llegaban peregrinos cuyos donativos acrecentaron las rentas del templo. El soberano del país mandó llamar en cierta ocasión a Alcione, por ver si podía curarle una dolorosa enfermedad sobrevenida a causa de un accidente cinegético. Afortunadamente, estuvo entonces propicio Narayán, y aunque las instrucciones que dio para el caso repugnaban al rey, obedeciólas éste a regañadientes y se curó muy luego, con lo que la familia de Alcione estuvo en mayor predicamento. En muchos casos sirvió Alcione de instrumento de comunicación a los espíritus de los muertos, pero Narayán ejercía una especie de censura sobre ellos y a veces no permitía que se comunicaran. Sin embargo, en algunos casos daban lo que hoy llamamos pruebas, y en una ocasión, gracias a los informes de Narayán, se encontró valioso tesoro perdido.

Las sesiones íntimas y los experimentos de psicometría prosiguieron en unión de Perseo, aunque ya no se les depararon tantas coyunturas. En una de estas sesiones íntimas presentóse de pronto otra entidad que dio distinta y nueva dirección a las investigaciones. Ya dijimos que de cuando en cuando encontraban tío y sobrino menudos objetos procedentes de puntos lejanos. En cierta sesión les vino a las manos un sello hermosamente esculpido que, según les dijo Narayán, había de psicometrizar Alcione, como así lo hizo éste, resultando el sello uno de los que en la anterior encarnación había usado oficialmente Mercurio en el Perú. A consecuencia de ello, se le representaron vívidamente a Alcione dos o tres escenas de la vida anterior, que después pudo abarcar en conjunto, y revivirla en sus más, culminantes sucesos día tras día, durante muchas horas.

En todas aquellas escenas de su pasada vida descollaba la figura de Mercurio, y el firmísimo afecto y profunda veneración que a éste profesaba Alcione, dio al recuerdo de la vida anterior más intensa, realidad que la vida presente.

Hasta entonces había consultado siempre Alcione al espíritu protector, a cuyas instrucciones conformaba su conducta en todo cuanto era preciso resolver; pero en el caso de la psicometrización del sello, vióse henchido da tan gran sabiduría y de tan pura y elevada actitud respecto de todos los seres, que quiso consultar con quien fuera su tío en la vida precedente y no con el protector en la actual. Mas a pesar de ser intensas y vívidas las representaciones de la existencia peruana, no pasaban de recuerdo, y los personajes que en ella habían intervenido sólo podían reproducir la parte de acción que en ella les cupiera ocho siglos antes.

Un problema espinoso se suscitó respecto al modo de emplear la influencia religiosa del templo en lo concerniente a la sucesión a la corona del país. El sacerdote mayor era declarado partidario de un príncipe a quien no le correspondía la corona, pero de cuyo eventual apoyo estaba seguro para realizar ciertos proyectos que en mente traía. Alcione, por su parte, opinaba que favorecer la injusticia con la influencia sacerdotal no sólo sería delictuoso en sí mismo, sino evidente incumplimiento del deber, por lo que le ponía en grave turbación este asunto.

Aconsejóle Narayán que cediese al deseo del sacerdote mayor, pues de este modo se acrecentaría el poderío del templo; pero a Alcione no le satisfizo semejante consejo, y demandó vehementemente el de Mercurio, cuya sabiduría de tan firme apoyo le sirviera en el recuerdo de las escenas peruanas. Conviene advertir que, al examinar Alcione psicométricamente estas escenas, no las veía como simples cuadros, sino que, por decirlo así, era capaz de revivirlas nuevamente en su prístina intensidad, sin perder por ello la conciencia de su vida presente.

Durante aquel período de vacilación, reconcentróse Alcione psicométricamente, por medio del sello peruano, en el actualizado espectáculo de su vida pasada, e invocó anhelosamente a Mercurio, en súplica de consejo, para resolver el grave embarazo en que se veía, o más bien para que corroborase sus propias convicciones respecto a la solución que más justa consideraba. De pronto echó de ver, en respuesta a su demanda, algo que hasta entonces no había visto, pues notó que se le explayaba la mente, hasta el punto de no sólo reproducir con toda vividez las escenas peruanas, sino de contemplar físicamente la materializada persona de Mercurio en figura de caudillo indio, quien respondió a la invocación diciendo que, en efecto, había sido su tío en el antiguo Perú, pero que ahora tenía existencia carnal en lejana parte de la India. Díjole después que su opinión era acertada, pues la influencia religiosa sólo debía emplearse en favor del legítimo heredero del trono, por lo que encomendó a Perseo que representase enérgicamente estas razones al sacerdote mayor. Luego reprendió Mercurio paternalmente a Alcione por haberse sometido con tanto riesgo a la voluntad de Narayán, y le dijo que en adelante ejercitara tan sólo sus facultades con plena conciencia y sin prestar su cuerpo a otra entidad, fuese quien fuese, pues le estaba reservada una difícil labor en muy lejano porvenir, para cuyo cumplimiento debía ser en extremo sensitivo y, a la par, sumamente positivo. Añadió que por ello le había sido necesario aquel ejercicio psíquico del cual ya tenía bastante.

Después de recibir Alcione gozosa y ansiosamente este consejo, preguntó a su nuevo protector cómo podría realizar aquella mudanza, pues al cabo de tantos años de completa sumisión a Narayán, no se hallaba con fuerzas suficientes para resistir victoriosamente. Replicó Mercurio diciéndole que le auxiliaría con todo su conocimiento en esta materias, y que si bien le era imposible convivir con él en cuerpo físico, le daría astralmente las necesarias instrucciones, a fin de sacudir la influencia de Narayán y apartar toda ocasión propicia a esta nociva especie de mediumnidad, para lo cual le pondría en trance cuya duración fortaleciera y vigorizara sus varios vehículos, de modo que nadie sino él mismo pudiera utilizarlos. A este propósito dio Mercurio a Perseo minuciosas instrucciones respecto a cómo había de tratar el cuerpo de Alcione durante aquel prolongado trance, y encargóle que cuidara celosamente de él. Dicho esto, fijó su penetrante mirada en Alcione y dióle unos cuantos pases magnéticos, a cuya influencia cayó inmediatamente en trance, con sonrisa de inefable felicidad en los labios.

Siete años estuvo Alcione en tal estado, según Mercurio había predicho, y durante todo este tiempo siguió Perseo escrupulosamente las instrucciones recibidas. Los sacerdotes del templo tuvieron por prodigio aquel éxtasis, cuya fama atrajo cuantiosos donativos al templo, pues la noticia del caso se extendió por todas partes, y multitud de peregrinos acudieron a ver al extático sacerdote.

Durante el trance permaneció la conciencia de Alcione casi por completo en el plaño mental, en íntimo contacto con la de Mercurio, aunque aparentemente bajo el influjo de una todavía más elevada conciencia, que a uno y otro dirigía hacia un fin desconocido hasta el presente. Todo el tiempo del éxtasis se mantuvo el cuerpo físico de Alcione en perfecta salud, y sus partículas se renovaban como de ordinario, mientras los cuerpos astral y mental se modelaban consistentemente por efecto de aquellas elevadas influencias. Cuando al término del período, previamente señalado por Mercurio, despertó Alcione sin esfuerzo alguno, no tradujo a su cerebro físico la conciencia de cuanto le había pasado, excepto la aparición y palabras de Mercurio, como si este acontecimiento hubiese ocurrido la víspera del despertar. Al decirle Perseo que había estado en éxtasis durante siete años, mostróse de pronto incrédulo, pero por fin convenciéronle las numerosas pruebas justificativas del sorprendente fenómeno sobrevenido.

Desde entonces perdió sus anteriores aptitudes mediumnímicas, aunque conservando su receptividad y facultades psicométricas. Ya no estuvo sujeto a la influencia de Narayán, de quien ya nada más supo, ni tampoco sirvió de oráculo a ninguna otra entidad en el resto de su vida. Las gentes siguieron acudiendo a él en busca de alivio para sus dolencias, que ya no curo como instrumento de otros, sino por su propia intuición y poder saludador.

Así cobró más ruidosa fama que antes, y cuando a instancia del sacerdote mayor, hubo de reanudar los sermones, notó que había de prepararlos y pensarlos por sí mismo, aunque con más acabada potencia mental y de expresión. Nuevamente psicometrizó el sello peruano, y vióse capaz de representarse toda su vida pasada tan lúcidamente como antes. Sin embargo, ya no volvió a ver transmutada la querida forma de su tío del Perú en la actual de caudillo indio, ni pudo relacionarse en el plaño físico con el ser a quien tanto debía.

El mensaje que de orden de Mercurio había llevado Perseo siete años antes al sacerdote mayor, puso toda la influencia del templo en favor de Orfeo, legitimo heredero del trono que a la sazón ya ocupaba. Mantuvieron, por lo tanto, excelentes relaciones el templo y el palacio, y reconocido el nuevo rey a los valiosos servicios de Alcione, demostróle de diversos modos su agradecimiento, hasta el punto de que al fallecer el sacerdote mayor, a edad muy avanzada, sucedióle Alcione, que desempeñó tan elevado cargo el resto de sus días.

A los veintidós años de edad sé había casado Alcione con una excelente señorita, llamada Cisne, que siempre le tuvo entrañable amor, aunque nada llamaba la atención en el carácter de ella. De este matrimonio nacieron nueve hijos, que también profesaron la psicometría, y en uno de ellos, Osiris, aventajó en esta ciencia a su propio padre. Todos le sobrevivieron y a todos los dejó colocados en posiciones sociales correspondientes a la influencia de que gozaba.

Murió Alcione el año 11111, a los setenta y un años de edad, profundamente venerado por multitud de gentes.

PERSONAJES DRAMÁTICOS

Mercurio Instructor astral.
Osiris Padre, Alcione.
Adrona Primer Sacerdote del templo. Esposa, Heracles. (Murió joven)
Orfeo Rey de la comarca.
Alcione Padre, Olímpia. Madre, Tolosa. Tío, Perseo. Esposa, Cisne. Hijos: Osiris, Régulo, Polar. Hijas: Mizar, Proteo.
Mizar Marido, Telémaco.
Ifigenia Sacerdote del templo. Esposa, Glauco.



LAS ÚLTIMAS TREINTA VIDAS DE ALCIONE
Por C. W. Leadbeater y otros colaboradores.
Traducción directa del Inglés por Federico Climent Terrer.
Biblioteca Orientalista,
Barcelona 1925.

 

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