martes, 13 de abril de 2010

Jiddu Krishnamurti y Jinarajadasa.

Los teósofos y Krishnamurti – Jinarajadasa.

Publicado en la revista “El Loto Blanco” de Febrero de 1930

Hace pocos días, en Santo Domingo, sufrí un pinchazo doloroso y profundo. Sentado a la mesa estaba un caballero que observó: «Según parece, los teósofos rechazan a Krishnamurti».

Si esa impresión en la mente del público es cierta, entonces aquellos de nosotros que durante diez y nueve años hemos trabajado entre los teósofos, hemos fracasado en nuestros esfuerzos. Pero, ¿hemos fracasado?

Porque ¿qué quiere Krishnamurti que hagamos? ¿Dejar de ser teósofos? No; quiere que seamos «uno con la Vida», y que veamos la «meta» con claridad, y que vayamos derechos a ella, como va la flecha al blanco. Pero éste su mensaje ¿es diferente del que ha dado la Teosofía? ¿Qué otra cosa ha proclamado la Teosofía sino que hay una «meta» para cada uno, una “Vida” para que lleguemos a ser uno con ella? Si el mensaje de Krishnamurti parece violentar el ideal proclamado por la Teosofía, es porque ese ideal no se ha comprendido realmente.

Krishnamurti proclama que hay una meta, que es el ser uno con la Vida. Afirma que él está libertado, y por tanto, que es uno con la Vida, y nos incita a cada uno de nosotros a libertarnos también ya ser uno con la Vida. Pero, ¿cómo?

No ciertamente siguiendo a Krishnamurti, y no yendo a su meta. Sobre esto es decisivo.

Para él, el llegar a ser uno con la Vida significa ir de país en país proclamando el mensaje de libertad. Pero, ¿pide a todos los millones de personas del mundo que viajen de país en país, imitándole? ¡Desde luego que no!

Krishnamurti quiere que cada uno vaya rápidamente a su meta, cada cual a la suya propia. Para todos existe la liberación al llegar a ser uno con la Vida. Pero Krishnamurti no da órdenes indicando a cada uno dónde está su meta. Al individuo le toca encontrarla.

Aquí es donde muchos teósofos fracasan hoy, justamente porque en el pasado sólo han comprendido parcialmente la Teosofía. Muchos han tomado como meta el ser «discípulos» de la Dra. Besant. ¿Por qué algunos hasta me escriben a mí implorando ser mis discípulos? ¿Es eso lo que ha enseñado la Teosofía?

Cuando era yo un muchacho de once años, antes de que tuviera idea ninguna de lo que fuera la Teosofía, tuve una confusa visión de mi meta. (No importa a otros lo que fuera.)

Y antes de que tuviera catorce años, la visión se hizo clara y precisa. Y desde entonces estoy caminando hacia mi meta, afanándome, esforzándome, sufriendo, con el fin de ser «uno con la Vida».

En verdad, soy discípulo de un Maestro a quien amo entrañablemente. Pero, ¿es El mi meta? No. El es un maravilloso poste indicador que me señala mi meta, una brújula infalible con la que me guío para llegar a ella. Pero El no es mi meta; no es mi "muleta», y no me ha impedido cometer errores, ni hacerme daño. La meta aparece clara; y porque día y noche la miro, algo de su gloria, de su belleza y de su fuerza, y el dolor de la distancia que aún me separa de ella, están siempre conmigo.

Que cada teósofo se pregunte a sí mismo: «Después de todo, ¿cuál es mi meta?», y luego que vaya hacia ella, sea desde dentro de la Sociedad Teosófica o desde fuera, El lugar no importa, pues sólo hay una Vida, que es el «Uno sin segundo». Mas cada cual debe mirar su propia meta, no la de Krishnamurti, no la de Mrs. Besant, claramente, directamente, por y para sí mismo.

Krishnamurti no desea discípulos; pero imitémosle en esto: en llegar a ser uno con nuestra meta, uno con la Vida, según nuestro modo peculiar. Veremos entonces que no hay contradicción entre la Sabiduría Divina que nos llega a través de la tradición de la Teosofía, y la Divina Sabiduría que trae Krishnamurti.

Sólo discuten y arguyen aquellos que aún no han visto su meta; sólo aquellos que emprendieron actividades, no porque vieran su meta a través de ellas, sino porque creyeron que los Maestros requerían tales actividades, son los que ahora están sacudidos como caña por el viento. Aquellos que han visto la meta no tienen ya más que un pensamiento único, una emoción, una acción : cómo llegar a ser uno con la Vida, hasta que nada exista sino Una Vida, el «Uno sin segundo». Para aquellos que, a través de cualquier línea de servicio, han visto ya su meta, Krishnamurti es, en verdad, el portador de «la buena nueva de gozo intenso» .

(Traducido del New and Notes de enero 1930 por L. G. Lorenzana)
http://www.upasika.com/krishnamurti5.html

Jiddu Krishnamurti y Pepita Maynadé y Mateos.

DE BLAVATSKY A KRISHNAMURTI

Pepita Maynadé y Mateos

Publicado en “El Loto Blanco” de Mayo 1930

“Las enseñanzas de la Teosofía no deben ser ignoradas por nuestros contemporáneos aun cuando la Sociedad se disolviese y no quedase rastro alguno suyo como cuerpo organizado...”
A. Fúllerton, 1891

El más inciso trazo del carácter de Blavatsky fue indudablemente la rebeldía.

Anticonvencional con todo y para con todos. Lo mismo para recibir irónicamente con camisón de noche y desgarbadas maneras a los aristócratas más encopetados, que para sujetarse a previos sistemas de conducta.

Esta característica anticonvencional resalta en cada página de su biografía en forma de hechos vulgarmente admirables o censurables. Diríase que, con su actitud indescifrable, derribaba con antelación futuros pedestales para andar siempre en su presente y en su futuro al lado de todos los hombres... ¡Egregia democracia!

«Rebelde contra todos los convencionalismos humanos, se ponía siempre fuera de la ley por sus gustos, creencias, vestidos, ideales y conducta y se vengaba de los criticastros, imponiendo sus talentos superiores...» (1).

«Uno de los efectos más preciosos de la misión de Upasika (Blavarsky), fue el de impulsar a los hombres a estudiar por sí mismos y destruir en ellos todo servilismo ciego, cualquiera que sea y venga de donde viniere. Con razón se ha dicho que ella no mostraba ni sombra del ascetismo en su interior. No meditaba en la soledad, no practicaba austeridades en la alimentación...» (2).

Tanto su ideología como su vibración emotiva, como su conducta, estuvieron constantemente agitadas por el ritmo libre de los mares tempestuosos.

Y sin embargo, ¿quién más atenta que ella a la leve insinuación del mandato invisible, a la visión serena del espíritu?

Por eso nosotros veíamos a menudo sus ojos verdes moverse como linfa oceánica sobre la cristalizada superficie de sus enseñanzas de un día. Paradójicamente, mientras su personalidad proteica e indefinida escapaba a las normas de conducta establecidas por sus sucesores, la doctrina, inerte, se plegaba a nacientes dogmas.

Y en la jungla virgen de la primitiva S. T., oreada por todos los vientos, se elevaba ya el templo de piedra de la idea muerta.

Era demasiado pronto. El impulso inicial palpitaba todavía al través de la figura de la gran rebelde. Los libres principios sentados por ella debían lanzarse doquiera, aún puros como la simiente y, como ella, sin forma dada. Cada tierra, cada país, cada predio individual debía dar una forma distinta, peculiar y necesaria a la vitalizada semilla de la verdad teosófica.

No fue así y el pietismo acomodaticio y fácil ponía sus perfumes y sus oros femeninos ante la llama viril de la Idea. Y aquel impulso primero de catarata moría en mansa corriente por canales fabricados...

Pero así las cosas, he aquí que aparece, con una larga sonrisa de alba, al través de una forma leve y flexible, como los bambúes, el alma recia de otro rebelde: Krishnamurti.

Pero es otra rebeldía. Hay más belleza y una mayor posibilidad de mancomunidad en torno de Krishnaji. Diríase que ha sabido enlazar su actitud allí donde quedara extática, pero viviente, la culminante obra oculta de Blavatsky. Continúa una ruta inacabada sobre el lapso de desorientación de unos años.

Él ha sabido conciliar, con el máximo sacudimiento y afirmación del principio individual, el nexo invisible de la fusión de los espíritus sin llegar jamás a establecerlo como forma y como norma. Para nosotros en esto reside la más admirable y difícil política del joven indo.

Para derribar los recientemente construídos templos debía conmover los cimientos.

Rasgó antes los planos, diluyó blanduras idolátricas, negó las formas sacras y la gran fábrica ha tambaleado.

Y sin embargo, el espíritu infinito, amplio como la inmensa sábana celeste, luce hoy más que nunca, derruídos los techos, sobre nuestras cabezas levantadas...

Sobre las ruinas recientes no vibra un lamento de muerte, sino un canto de vida: el eco gozoso del Mensaje, EL MISMO MENSAJE QUE BLAVATSKY PUSO MÁS ALTO QUE SU DOCTRINA.

Esta renovación, esta oleada sacudidora con que Krishnamurti conmueve cada alma, uniéndola al Espíritu inmortal, constituye la esencia misma de la misión de Blavatsky.

Así lo proclamó sobre su tumba su mejor discípulo, Franz Hartmann: «La unión del alma mortal con el Espíritu inmortal es el objeto y fin del Ocultismo y Teosofía. Esta regeneración fue lo que H. P. B. enseñó: porque regeneración espiritual e iniciación son términos sinónimos» .

Huyan en buenhora de nuestros oídos sordos palabras familiares, conceptos estatuidos; huyan hábitos proclamados, instructores e instrucciones, mientras sobre el amplio mundo que despierta sople el aliento de la Vida Eterna con la misma frescura del primer día...

Notas
(1) H. S. Olcott, cit. Roso de Luna en “Una mártir del siglo XIX”, p. 460.
(2) Roso de Luna, op. cit., p. 449.
http://www.upasika.com/krishnamurti5.html

Jiddu Krishnamurti y María Solá.

Tras la afirmación de que el problema del mundo es el problema del hombre, se detiene Krishnamurti en consideraciones que ponen de manifiesto que mundo e individuo no son dos entidades, sino que constituyen una unidad que son, pues, un proceso total.

Pero surge un conflicto, lo que podríamos estimar desacuerdo entre el criterio común o corriente, y el de Krishnamurti. Generalmente se opina que hay que transformar al mundo para lograr una mejor realidad de la que tenemos. Y Krishnamurti considera que esto es un contrasentido: si cada uno de nosotros podemos ser punto de referencia para un cambio, ¿por qué inclinarse por el mundo que difícilmente puede ofrecerlo?

¿En qué sentido, partiendo del primer punto de vista, deberíamos movemos? ¿Yendo en pos de un modelo de perfeccionamiento individual? Esto conduciría, nos advierte Krishnamurti al autoencierro, al aislamiento, objetivo del todo contraproducente.

Desviémonos un poco observando lo que la sociedad estima como progreso, para patentizar que, si bien hay que reconocerlo en lo técnico, es nulo en el logro de una mayor sensibilidad del hombre. Efectivamente existen mejoras sorprendentes en el mundo material, pero, ¿qué es lo que se destaca en el individuo? El egoísmo por poseerlas, el afán de acumular en él todo beneficio. Hay, pues, un progreso sensorio, pero hay asimismo una creciente pobreza en la evolución de los valores individuales, los que pueden llamarse generosidad, desinterés, entrega.

Tenemos, por un lado, el progreso del intelecto que enriquece de dones la sociedad que el hombre integra y, por el otro, cada vez más pobreza de los valores que emanan de la inteligencia, los únicos que permitirían llamar auténtico el progreso no, en verdad, destrucción; autenticidad que depende de un cambio radical en la conducta humana Entremos de nuevo, nos sugiere Krishnamurti, a considerar el mecanismo del cambio. ¿No se ha puesto de manifiesto, tras las antecedentes consideraciones, que es el hombre quien ha de lograr en sí mismo aquello que falta en el mundo? El progreso intelectual nos encamina no sólo a la prosperidad material, sino al predominio de todo lo que le acompaña: violencia, ambición, competencia etcétera, y sólo el individuo, en ese proceso total, puede lograr la neutralización de aquel predominio, transformando su conducta. Quien desee comprender el significado de la existencia ha de comprenderse a sí mismo, no en oposición al todo, sino como proceso total.

Liberándose el hombre de antagonismos: creencias, nacionalismos, posesiones, se sentirá en proyección amorosa y en esa proyección se habrá convertido en elemento transformador del mundo.

María Solá, Antología comentada del mensaje de Krishnamurti
http://www.upasika.com/krishnamurti5.html

Jiddu Krishnamurti y Mariano Vázquez Alonso.

El acercamiento al pensamiento de Krishnamurti implica toda una actitud de alerta, de atención suma y, sobre todo, de desnudamiento mental. Basta ver uno solo de sus videos, o leer un capítulo de cualquiera de sus múltiples obras, para darnos cuenta de que nos hallamos ante un excepcional investigador de la mente humana, con el cual no podemos adoptar una postura pasiva de mero oyente o lector. Krishnamurti, que siempre desdeñó el papel de los maestros y los gurús, que siempre se manifestó contrario a todo tipo de religiones y enseñanzas establecidas, nos exige con su palabra un verdadero compromiso con nosotros mismos. Una actitud de observación sincera y profunda. El ser humano, su pensamiento, está anclado entre el pasado y el futuro, pero no sabe, no quiere afianzarse en lo que verdaderamente «es», en el ahora, en el presente.

Lo real, nos dice Krishnamurti, no es un producto del pensamiento, ni una elaboración más de la memoria o del conocimiento; lo real es lo que surge cuando nos desprendemos de todo el lastre del intelecto “¡Mírese, obsérvese, vea lo que está pasando dentro de usted!” nos repite una y otra vez.

Aseguran aquellas personas que vivieron con Krishnamurti, o que compartieron con él prolongadas estancias, que la inmensa energía que se desprendía de su persona, la continua atención que prestaba a todo cuanto estaba sucediendo en su entorno, generaban algo así como la vibración de una potente e incansable dínamo.

“No siempre era fácil estar a su lado», confiesa alguien que lo conoció bien. Es comprensible. La mente humana normal, hiperactiva -y, sin embargo, casi siempre dormida-, queda fácilmente deslumbrada ante la luz cegadora que emana de un ser que vive en lo auténtico, en lo real, en “lo que es”.

Extraído del libro “Las escuelas esotéricas de Occidente”
http://www.upasika.com/krishnamurti5.html

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