viernes, 19 de marzo de 2010

Jiddu Krishnamurti y Mary Zimbalist.

Evelyne Blau: Mary, habría oído usted decir que un ser hablaba a traves de Krishnamurti; esto fué algo especialmente frecuente en su juventud. ¿Tuvo usted en algún momento la impresión de que hubiera un ente que hablara a través de él?

Mary Zimbalist: No, nunca he tenido una sensación semejante. Para mí, son tonterías, porque Krishnamurti podía hablar en cualquier momento como hablaba cuando estaba sobre la plataforma; si durante el almuerzo la conversción se volvía seria, hablaba con la misma profundidad y percepción. En las entrevistas, con el público o privadas, hablaba de ese modo. Era el hombre real quien hablaba, no un espíritu que hablara a través de él. Ahora bien, muchas veces, cuando estaba sobre la plataforma, una sentía que había en él una energía extraordinaria, y daba la impresion de que era desde aquella energía y aquella capacidad de penetrar la esencia de las cosas desde donde hablaba. Esto podría ser mera especulación, pero una tenía el intenso sentimiento de que era así. Yo lo sentía así. Emanaba de su inteligencia, de su porpia percepción.

EB: No obstante, parece que Krishnamurti tenía una conexión con lo que él llamaba "lo otro". ¿Cuál era la línea que había entre "lo otro" y sus palabras, o, en realidad, su vida?

MZ: Él nunca habló de una línea. En cambio, hablaba a menudo de "lo otro", lo inconmensurable-y todas las maravillosas palabras con las que se refería a ello-; y esto, a lo que él llamaba meditación, llegaba a él, generalmente por la noche.

EB: ¿Llegaba mientras él dormía, y entonces se despertaba?

MZ: No lo sé, porque solía hablar poco acerca de ello, pero con frecuencia decía: "Tuve una meditación extraordinaria la noche pasada" , y a veces, estando a solas con él o durante un paseo-sobre todo en los paseos, que era cuando le gustaba estar en silencio y contemplar la naturaleza-, una sentia que K se hallaba muy lejos. Algo estaba presente o sucedía en aquellos momentos. Era casi tangible a veces.

EB: ¨¿Sentía también usted la presencia de "lo otro"?

MZ: Sentía la presencia de una fuerza invisible.

EB: Algo similar a cuando uno sintoniza una emisora de radio y puede escuchar entonces un concierto, las noticias o lo que fuere. Al parecer, K era capaz de sintonizar esa energía que nos rodea a todos.

MZ: En cierto modo. Una vez más puede que sea una imaginación mía, pero yo diría que es como si hubiera algo, que es innombrable aunque pueda llamársele inteligencia, verdad o belleza-cualquiera de esas cosas-, a lo que la mayoría de nosotros estamos ciegos y no sentimos.

EB: ¿Podía él acceder a ello deliberadamente?

MZ: Él decía que la meditación no podía ser deliberada, que tenía que llegar a uno.

EB: ¿Le explicó lo que para él era la méditación? Desde luego que ha escrito sobre ello y hablado de ello en sus charlas, pero ¿habló sobre meditación con usted?

MZ: Habló de estar en silencio, de estar muy quieto y no dejar que el pensamiento hiciera en la mente lo que le viniera en gana: no dejar que irrumpiera la retahíla de asociaciones que generalmente desfila por nuestras mentes. No hablaba de detenerla por medio de la voluntad, sino de no sumarse a ella. Los pensamientos transcurren y uno los observa y los deja pasar. Con ello uno aprende. Así es que, cuando hablábamos de estas cosas, a menudo lo hacíamos desde el enfoque de la quietud, de la simple observación de la mente sin hacer nada al respecto: ni empujarla ni retenerla. Describía la meditación de muchas formas diferentes, que aparecen en casi todos sus escritos. Lo esencial era tener una mente silenciosa. Él era capaz de estar en esa quietud; una vez, incluso viajando a bordo de un avión advino ese estado meditativo.

EB: Pero, como explicaba en sus escritos, nunca fue algo para lo que deliberadamente se sentara en silencio.

MZ: Decía que no se puede inducir. Cuando en sus últimos días estaba tan enfermo, ese algo extraordinario continuaba viniendo a él en medio del dolor y el sufrimiento. En una ocasión dijo: "Algo decide lo que será de mí. Cuando el cuerpo ya no pueda hacer lo que es necesario para hablar, la vida acabará". Y eso es lo que sucedió.

EB: ¿Implica que hay "algo distinto"?

MZ: Algo distinto. No es que él fuera simplemente un instrumento de eso, sino que la expresión de eso era tarea suya. Desde ello hablaba; y cuando en el nivel físico no puduiera continuar hablando, su vida terminaría.

EB: Él sentía que la razón de su vida era poder dar estas enseñanzas.

MZ: Sí, esa era su vida. Existía una vida personal, pero esa otra era la realidad.


Mary Zimbalist, ayudante personal de Krishnamurti.
Krishnamurti, 100 años de sabiduría. Evelyne Blau.

martes, 16 de marzo de 2010

Jiddu Krishnamurti y Doris Pratt.

"Recuerdo un entrevista con Krishnaji en la que le dije que quería discutir mi problema. El problema era que quería dejar de fumar. Me dijo: "Señora Pratt, me ha hablado usted de su problema, pero, en realidad, las cuestiones son cuatro. El hecho es que usted fuma, y a él se une, en primer lugar, la falacia de que fuma y le gusta. La segunda falacia es que desearía no fumar; y de ella surge a continuación el ideal: usted desería ser ese ideal, alguien que no hubiera fumado nunca. Y por último, existe el vacío interior que le hace a uno fumar, volcarse en el sexo, o cualquier otra cosa". De modo que había un conflicto entre el hecho y el vacío, y en medio de él estaba la falacia, el mito. Un momento después añadió: "¡Cielo santo, el mito al que yo en un tiempo me aferré! Creí que había de ser el Maestro del mundo, cuando en realidad era un joven común, y quería hacer todo lo que un joven quiere hacer: enamorarse, montar en motocicleta, hacer carreras... En aquel tiempo era simplemente un joven. Y me debatí entre el mito y el hecho".


Doris Pratt, organizadora de las charlas de Krishnamurti, Londres.
Krishnamurti 100 años de sabiduría, Evelyne Balu.

Jiddu Krishnamurti y Nitya.

Mi hermano ha muerto;
éramos como dos estrellas en un cielo desnudo.
Él era igual que yo:
la piel tostada por el cálido Sol
en la tierra de suaves brisas,
oscilantes palmeras,
y ríos de agua fresca;
donde son innumerables las sombras,
y hay cotorras y papagayos de vivos colores.
Donde las copas verdes de los árboles
danzan bajo la refulgente luz del Sol;
donde hay dorados arenales
y mares de color verde azulado:
donde el mundo vive bajo el peso del Sol,
y la tierra cocida es marrón mate;
donde el arroz verde
centellea cautivador en las aguas limosas,
y los cuerpos tostados, desnudos, brillan
libres en el resplandor deslumbrante.
La tierra
de la madre que amamanta a su hijo al borde de la carretera;
del devoto amante
que trae en ofrenda vistosas flores;
del santuario a la orilla del camino;
de intenso silencio;
de paz inmensa.
Murió;
lloré en soledad.
Allá adonde iba, oía su voz
y su risa alegre.
Buscaba su rostro
en cada caminante
y a cada uno preguntaba si había visto a mi hermano;
pero ninguno de ellos podía darme consuelo.
Rogué,
recé,
mas los dioses guardaban silencio.
No me quedaban ya lágrimas;
no me quedaban sueños.
Lo busqué en todas las cosas,
en todos los países.
Lo oía en el susurro unísono de los árboles
llamándome a su morada.
Y luego,
en mi búsqueda,
apareciste Tú,
Señor de mi corazón;
sólo en Ti
vi el rostro de mi hermano.
Sólo en ti,
mi eterno Amor,
veo los rostros
de todos los vivos y de todos los muertos.

El Canto de la Vida, 1931.
Krishnamurti 100 años de Sabiduría, Evelyne Blau.

Jiddu Krishnamurti y Nitya.,

"Los hermosos sueños para la vida física que mi hermano y yo teníamos han terminado: el sueño de estar juntos, de vernos hacer las cosas, de viajar juntos, de divertirnos juntos, de hablar y bromear uno con otro, y de todos los pequeños detalles que tanto contribuyen a una vida de agradable disfrute.

[...] El silencio nos procuraba un especial deleite a ambos; ¡era tan sencillo entonces comprender los pensamientos y sentimientos del otro! No diré que no se produjera entre nosotros algún enfado esporádico, pero nunca iba muy lejos; en unos minutos se había pasado. Solíamos entonar juntos canciones jocosas, o cánticos, según lo requiriera la ocasión. A los dos nos gustaba la misma nube, el mismo árbol, la misma música. Aunque nuestros temperamentos eran diferentes, disfrutábamos mucho de la vida.

[...] Un viejo sueño ha muerto, y uno nuevo está a punto de nacer, como una flor que empuja y se abre camino a través de la tierra compacta. Ha empezado a nacer una nueva visión y a desplegarse una mayor conciencia.

[...] Una fuerza nueva, nacida del sufrimiento, me late en las venas, y, del sufrimiento pasado, una nueva compasión y comprensión han empezado a nacer: un deseo mayor de ver a otros sufrir menos, y, si tienen que sufrir, de hacer lo posible por que toleren el sufrimiento con nobleza y salgan de él sin demasiadas cicatrices. He llorado, pero no quiero que otros lloren; mas si lo hacen, ahora sé lo que eso significa"


El Heraldo de la Estrella, Enero de 1926.
Krishnamurti 100 años de Sabiduria, Evelyne Blau.

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