domingo, 4 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y la Protección.

El 5 de febrero K interrumpió su viaje desde Bombay a Los Ángeles para permanecer dos noches en Brockwood. Ahora yo estaba intensamente absorbida en escribir su biografía, pero se me habían suscitado algunas dudas sobre la conveniencia de publicarla; era una historia tan peculiar, tan sagrada y, al mismo tiempo, tan fantástica. En consecuencia, el día 6 bajé a Brockwood por un día a fin de conversar con él sobre el asunto. Solos ambos, después del almuerzo en el gran salón comedor que está en la esquina oeste de la casa, le expuse mis recelos. Yo estaba sentada en un sofá y él en una silla dura frente a mí (K siempre se sienta en sillas duras). «¿Debe, pues, el libro publicarse?», le pregunté después de manifestarle mis dudas. A esto replicó él instantáneamente: «¿No puede usted sentirlo en la sala?» Estoy totalmente desprovista de toda facultad psíquica, pero en ese momento sentí una súbita pulsación extraordinaria que parecía llenar el lugar. «Bien, ésa es su respuesta», dijo. En esos momentos me di cuenta de que el poder que yo percibía podría haber sido producido por él o por autosugestión, aunque él daba a entender que venía de alguna parte exterior a él mismo y que mostraba su aprobación. «¿Qué es esta cosa? pregunté ¿Este poder? ¿Qué es lo que hay detrás de usted? Yo sé que usted siempre se ha sentido protegido, ¿pero qué o quién le protege?»

«Está ahí, como si estuviera detrás de una cortina replicó, extendiendo una mano hacia atrás como para palpar una cortina imaginaria , yo podría levantarla, pero no siento que tenga derecho a hacerlo».

Cuando partí esa tarde, K se había retirado a descansar en su habitación, y mi hija, que me había traído desde Londres y tenía que regresar por un compromiso, se encontraba afuera esperándome impaciente en el automóvil. Yo había estado en el edificio principal de la escuela para despedirme, pero tenía que regresar al ala occidental a fin de recoger mi sobretodo en el guardarropa que se encuentra en el extremo lejano del salón. Cuando pasé por la puerta abierta de la sala de recepción, sin otro pensamiento en mi mente excepto la necesidad de apresurarme, el poder que había sentido antes se precipitó hacía mí. Era amenazante, aterrador en su fuerza. ¿Era hostil hacía mí personalmente, o era sólo mi debilidad la que se sentía asustada por su fuerza? Una cosa sí puedo decir que sé: que no era autosugestión ni imaginación esta vez. Llegué a la conclusión de que no era más hostil hacia mí, de lo que hubiera podido serlo el ventarrón de una hélice de avión si yo me hubiera cruzado demasiado cerca en su camino. Sin embargo, ya nunca puedo pasar ahora por la puerta de la sala de estar en Brockwood, sin sentir un escalofrío que me recorre la médula espinal.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

 

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