jueves, 11 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y Susanaga Weeraperuma.

MÍ PRIMER ENCUENTRO CON KRISHNAMURTI

El día de nuestra cita con K, Adikaram cerró los ojos y meditó durante una hora. Me dijo que antes de ver a K, necesitaba limpiar su espíritu y liberar su conciencia de pensamientos egoístas. Me aconsejó que limpiara mi espíritu antes de ver a K. Me eché a reír y repuse: «¡No tiene importancia si K ve el desorden de mi espíritu!»

Hacía una tarde luminosa y soleada cuando llegamos a la espaciosa casa del señor Patwardhan en Poona. Nos recibió el señor D. Rajagopal. Nos pidió que le enviáramos recortes de prensa, artículos de revistas y libros relacionados con K, porque los necesitaba para sus archivos de Ojai, en California. Debo mencionar que estos archivos se encuentran ahora bajo la custodia de la Fundación Krishnamurti de los Estados Unidos.

Nos condujeron a la alcoba de K y nos pidieron que lo esperásemos. En un rincón de aquel cuarto de techo alto se encontraba su cama antigua, cubierta por una mosquitera blanca. Sobre la mullida alfombra habían esparcido flores de jazmín. Su suave fragancia flotaba en el aire. K apareció de repente, inmaculadamente vestido con una kurta color crema y pantaones blancos. Entró en la habitación y sonriendo abrazó a Adikaram. Fue agradable presenciar el encuentro caluroso de dos antiguos compañeros.

Adikaram me presentó a K. «Este es mi amigo Susanaga Weeraperuma de Colombo». Hice una respetuosa reverencia y K me estrechó ambas manos. Luego, sin pronunciar palabra, los tres nos sentamos en la alfombra y nos cruzamos de piernas.

K se sentó justo frente a mí. Se movió ligeramente hacia adelante hasta que sus rodillas casi rozaron las mías. Su rostro estaba muy próximo al mío y me miró fijamente a los ojos. Centró su atención en ellos durante un buen rato. Fue como quedar expuesto al potente haz luminoso de un reflector. Al principio me invadió una cierta incomodidad. Luego me sentí débil y algo mareado. Aparté la vista y miré hacia la galería y el jardín. En cuanto hube apartado de él la mirada me vi en la necesidad de volver a posarla en sus ojos porque ejercían en mí una atracción magnética. Advertí que no había logrado distraerme mirando hacia otra parte. De manera que me concentré en su cara. Noté entonces que sus ojos penetrantes seguían observándome, analizando cada uno de mis movimientos y gestos, como si toda mi mente entera se viera sometida a una exploración con rayos X. Empecé a sudar. Fui vagamente consciente de que algo que había estado profundamente arraigado dentro de mi psiquis comenzaba a diluirse. El espíritu parecía haberse liberado de la carga que limitaba su capacidad de percepción. Continuamos así sentados unos veinte minutos que me parecieron veinte horas interminables. En todo ese tiempo K no apartó sus ojos de mí.

Había tenido suficientes escarceos con el hipnotismo como para saber que K no me estaba hipnotizando. Me pregunté si K no estaría tratando de juzgar mi carácter. ¿Acaso años más tarde no dijo que jamás indagaría en la mente de las personas porque sería como leer la correspondencia ajena? ¿Acaso K trataba de transmitir un mensaje sin utilizar la palabra? Adikaram me comentó que él también se sentía intrigado porque desde que lo había conocido nunca antes lo había visto concentrar su atención en una persona durante tanto tiempo.

Hasta el día de hoy no he logrado entender muy bien el significado, si es que lo tuvo, de cuanto ocurrió durante aquel hechizante y mudo encuentro con K. Comenté la cuestión con un eminente teósofo que opinó que «fue una iniciación». Yo le espeté: «¡Tonterías! Es una idea absolutamente fuera de lugar. ¿Acaso no insistía él en la independencia absoluta y rechazaba la posibilidad de todo tipo de ayuda externa en cuestiones espirituales?»

Nuestra cita debía ser una entrevista pero nos comportamos como monjes que han hecho votos de silencio. Se me ocurrió entonces que debía hablar con K.

SW: ¿Me permite que le haga una pregunta?

K: Sí.

SW: Le escribí una carta para plantearle un problema. ¿La recibió?

K: No lo recuerdo. ¿Cuál es su problema?

SW: No sé a ciencia cierta si está bien que lo considere un problema. En realidad se trata de una indecisión. Después de leer sus libros me encuentro ante un dilema.

K: ¿Lo ha comentado con el doctor Adikaram?

SW: Sí. Pero sigo confundido. Acabo de terminar mis estudios secundarios. He sido un estudiante bastante bueno. Saqué buenas notas y aprobé los exámenes. Lo que debo decidir ahora es si ingresar en la universidad o abandonar los estudios. Estoy convencido de que tendré pocas posibilidades de encontrar empleo sin un título universitario. Pero si continúo estudiando con la intención de conseguir un título, ¿no corro el riesgo de que mi espíritu se vuelva menos sensible? Deseo poseer un espíritu sensible pero el saber aumentará mi insensibilidad y hará que mi espíritu sea menos maleable. He leído con mucho provecho sus libros en los que explica que el saber es un estorbo. Yo mismo he descubierto que el saber entorpece el espíritu.

K: ¡Al contrario! El saber lo aguza.

SW: Me he dado cuenta de que a medida que aprendo cosas me va cambiando el carácter. Mis gustos cambian, igual que mi punto de vista. La frescura inocente de la niñez se pierde por culpa de ese continuo cambio. ¿No es una pena?

K: No merece la pena conservar algo cambiante.

SW: No acabo de comprenderlo. ¿Qué me aconseja?

K: Verá. ¿Tiene usted cuencos y cuencos de oro?

SW: No, en absoluto.

K: Entonces debe usted terminar sus estudios y buscar un trabajo. Instrúyase usted en la medida en que le haga falta para conseguir empleo. Supongamos que es usted estudiante de ingeniería. No sea ambicioso y diga, «Seré el más grande de los ingenieros». Limítese a ser un buen ingeniero, un ingeniero eficiente, es todo. Hay que huir del deseo de brillar en sociedad. Es vulgar. El saber en sí mismo es inocuo pero utilizar el saber como un medio para conseguir la propia realización es lo que entorpece el espíritu.

SW: ¿Entonces no está usted en contra del saber?

K: ¿Por qué iba a estarlo, acaso no necesitamos saber más y mejor? El verdadero científico intenta siempre ampliar las fronteras de su saber. Pero cuando un científico se esfuerza con la intención de ganar el premio Nobel, ¿no está acaso persiguiendo la propia gloria?

SW: Sigo sin comprender cuándo el saber es peligroso y cuándo es útil.

K: Utilizar el saber con fines psicológicos es dañino.

SW: En sus charlas distingue usted entre «la memoria fáctica» y «la memoria psicológica». Resulta fácil comprender lo que significa fáctico. Pero le ruego que me explique el término «memoria psicológica».

K: Es un hecho que el doctor Adikaram es doctor en filosofía. Eso es memoria fáctica. Pero en cuanto lo considere como persona socialmente útil porque tiene un título académico, ha creado usted una memoria psicológica, ¿no es así? Veamos, ¿es usted capaz de ver a su amigo directamente, sin mirarlo a través de la pantalla de su título y su reputación?

SW: Sigo preocupado porque mi sensibilidad disminuya a medida que me hago mayor.

K: Tenga cuidado y trate de que no le ocurra. Me veo en la obligación de conocer gente pero trato de no volverme insensible.

Estimulado por las sabias palabras de K, Adikaram rompió su silencio y decidió participar en la discusión.

A: Mi dificultad radica en el hecho de que para ganarme la vida escribo artículos científicos y tiendo a volverme insensible. Desearía no tener que trabajar para que el espíritu estuviera libre de encontrarse siempre en un estado de conocimiento supremo. Si no tuviera que malgastar mis energías con fines materialistas, tendría más energía para dedicarla a alcanzar el conocimiento.

K: ¿Por qué separa usted el llamado mundo material del espiritual? ¿Ha tratado de traducir su interés espiritual en forma material para que las dos esferas no estén en conflicto? El trabajo de un verdadero científico no se detiene en el análisis del mundo exterior. También debe¬ría analizar su mundo interior. Puede reflejar en sus artículos científicos lo que descubra sobre sí mismo. Si sigue usted paso a paso cada movimiento de su espíritu en su vida diaria, notará una diferencia en la calidad de sus escritos. Será usted un escritor más eficaz. Su estilo puede mejorar.


Susanaga Weeraperuma
KRISHNAMURTI TAL COMO LE CONOCÍ
Traducción de Celia Filipetto
Verdaguer, 1 08786 Capellades (Barcelona)

 

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