miércoles, 31 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y Rajagopal.

 Los planes de K dependían de que pudiera conseguir una nueva extensión de su visa. Después que a la India se le concedió su independencia el 15 de agosto de 1947, a él, como a todos los indios y pakistanís, se le dio la opción de retener su pasaporte británico o sacar un pasaporte indio. Aun cuando K consideraba la nacionalidad como una fuente del mal y deploraba la necesidad de tener pasaportes en absoluto, optó sin pensarlo mucho por uno indio. Posteriormente tuvo motivos para lamentar esta decisión, porque se le hizo más difícil el viajar; con su pasaporte indio, necesitaba tener una visa para cada país de Europa excepto Inglaterra. Al menos ahora ya no necesita tener una visa para los EE.UU. porque recientemente obtuvo estado residencial, lo que le permite, más adelante, convertirse en ciudadano norteamericano si así lo desea.

Se le concedió una nueva extensión de la visa, y K pudo permanecer en Ojai hasta septiembre reuniendo fuerzas para viajar. El 9 de septiembre, zarpó con Rajagopal de Nueva York hacia Southampton en ruta a la India. Permaneció cerca de tres semanas en Londres. No había visto a Lady Emily por nueve años. K tenía ahora cincuenta y dos y ella setenta y tres. El esposo de Lady Emily había muerto a comienzos de 1944, pero ella había conservado un piso en lo alto de su casa en Mansfield Street, donde K pudo alojarse.

El día 26 de septiembre K vino a pasar un largo fin de semana conmigo y mi segundo esposo, en nuestra casita de West Sussex. Mi madre y Marcelle de Manziarly, que habían venido a Inglaterra especialmente para verle, puesto que él no iba a París, también pasaron el fin de semana con nosotros. Mi primer matrimonio en 1930 había sido el resultado de una fuerte reacción contra mi educación teosófica, y más adelante, durante la década de los treinta, yo había estado eludiendo a K todo lo que podía cuando me tocaba ir a Londres. Sabía que él no aprobaría mi más bien disipada existencia. El verle me hacía sentir avergonzada e impura. Era muy desdichada, pero no busqué su ayuda porque yo sabía que no tenía la más mínima intención de cambiar mi modo de vida, pese a que con frecuencia anhelaba vivamente aquella época en que estuve muy cerca de él durante los años 1926-1928. En 1945 me había divorciado y de inmediato me había casado nuevamente una unión de compatibilidad perfecta .

K había estado confinado en Ojai por demasiado tiempo. Se había sentido cercado allí y como prisionero de los Rajagopal, que eran propensos a intimidarlo y darle órdenes para todo. La única manera que tenía de escapar de ellos, eran sus largos paseos solitarios. Ahora lucía bien y, evidentemente, experimentaba una gran sensación de libertad y parecía estar lleno de energía. Se le veía más maduro y, al mismo tiempo, más bello. Fue para mí una gran alegría ver que él se sentía feliz y relajado mientras estuvo con nosotros; según sus palabras, estaba «igual que en los viejos tiempos». Durante los desayunos, nos quedábamos sentados por un largo rato charlando y riendo. Con todo, jamás se me ocurrió que un día yo podría trabajar para él. Siempre habría de tenerle un gran afecto, pero nunca quise, más de lo que mi madre quiso, comprender lo que él decía en sus pláticas. Marcelle, por otra parte, tuvo al menos dos conversaciones privadas con él, que ella describió como «magníficas». Todavía era una seguidora, mientras que yo estaba contenta de ser meramente una amiga y, puesto que mi esposo se llevaba bien con él y mi vida estaba ahora en orden, yo podía seguir disfrutando de su amistad.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

No hay comentarios.:

Etiquetas