jueves, 4 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y María Solá de Sellarés.

INTRODUCCIÓN


LA HUMANIDAD se desarrolla, podríamos decir crece, al igual que el organismo humano, y su crecimiento psicofisiológico va dando origen a más amplios estados de conciencia. Nos resulta natural comprender que el niño no se halla en condiciones de entender lo que corresponde al nivel adolescente, ni el muchacho captar la lógica propia de la vialidad. Similarmente, desde el hombre de las cavernas, la Humanidad ha ido enriqueciéndose y sensibilizándose, y así lo que resultaba misterioso en su etapa primitiva, pasa a ser algo evidente en una etapa posterior.

La imagen de semilla a que recurro para la Humanidad y para el Hombre, permite captar la categoría y alcance del potencial que una y otro encierran. La integridad de esa posesión nos permite comprender la importancia de los factores externos para que, armónica y plenamente, se desarrolle el potencial, y así llegue a su madura plenitud.

Pero tenga en cuenta el lector que tanto la Humanidad como el Hombre, corresponden a entidades naturales que existen en el seno de una realidad cósmica, pero que, asimismo, son criaturas de un mundo que va creando historia. Esto implica, en un aspecto, un proceso natural, y en otro, un proceso de posibilidades que vendrán a enriquecer lo que, mediante el aprendizaje, aumente el hombre las categorías los valores naturales. Sea un ejemplo el lenguaje, la facultad humana de comunicación, esa facultad que late en la semilla y que se actualiza con el crecimiento psicofisiológico y el ambiente humano. Pero el dominio del lenguaje es algo más que capacidad lo esencial-, es asimismo posibilidad de superarlo mediante la voluntad y el esfuerzo humanos.

Lo que antecede como fundamento nos lleva a reconocer que la historia es el magno proceso en el que la Humanidad va alcanzado los niveles que en ella subyacen y que, con su logro, va trascendiendo las limitaciones propias del crecimiento.

Siento útil detenerme, en ratificación de las anteriores afirmaciones, en el periodo del siglo XV cuando, tras la Edad Media, el hombre entra en una significativa etapa de conciencia, ya no continúa supeditado a un alma colectiva que la orientó y rigió; llamada Iglesia, en lo religioso. Estados absolutos, en lo político. Se distingue la nueva etapa con el nombre de Renacimiento e implica la presencia de la razón que dotará al ser humano de la posibilidad de ahondar los fenómenos del mundo natural y así descubrir las leyes que los rigen; así como le conducirá a que sea él quien interprete en lo religioso lo que la Iglesia confiaba a los Concilios para que inquietud alguna perturbara su alma inocente, o se inclinara a la herejía.

Fácil es darse cuenta lo que ese periodo llegó a significar: corresponde a la aurora de una extraordinaria etapa, en la que, atenta la mirada del hombre al mundo natural dará origen a la Ciencia, y en ahonde de lo metafísico lo liberará de autoridades protectoras. Pero en su soledad de adulto, tambaleará la firmeza de su fe en el destino espiritual. Aunque espléndidos hayan sido los frutos de ese inquietante siglo XV lo patentiza la tecnología creada parece como si nuestro siglo XX sintiera la imperativa necesidad de algo nuevo.

Algo nuevo, ¿en qué sentido? Están sugiriendo la respuesta los científicos, a pesar de que la ciencia haya sido entronizada a una máxima altura como hija predilecta de la razón humana. Y la sugieren destacados nombres. Muchos son los que se pueden mencionar: Everett Mendelshon, historiador y biólogo de la Universidad de Harvard; Theodore Roszak, autor del famoso libro El hacedor de una contracultura; Frank Rhodes, geólogo de la Universidad de Michigan; Abraham Maslow, psicólogo; Dietrich Shroser, físico y autor del libro La física y la quinta dimensión; Richard H. Bube de la Universidad de Stanford; Wemer Heisenberg, también físico, etcétera. ¿Hacia qué tiende lo nuevo para esos científicos? Hacia lo místico e irracional, hacia el retorno de la sumergida sensibilidad religiosa, hacia el misterio, la ambigüedad, la contradicción ilógica y la experiencia trascendente. Todos ellos reconocen que algo falta con la pura aplicación de la verdad científica: dejar vacío el corazón del hombre. Y así, también de la Universidad de Harvard eleva su voz el ilustre físico, Morrison, para insistir en que el racionalismo ha de incluir lo irracional, y Thomas Kuhn, autor de La estructura de la revolución científica, arguye en su obra que “la ciencia no es acumulativa, sino que sufre colapsos y renacimientos después de cada cambio fundamental”, lo que le induce a recurrir a la palabra “paradigma” para que se iluminen con ella las teorías que puedan intuirse en cada nuevo cambio. Esto le lleva a sustentar que Copérnico estableció un nuevo paradigma científico con su Universo heliocéntrico, Newton con su Ley de gravedad, Einstein con su Teoría de la relatividad.

Me he extendido en lo que antecede para poner de manifiesto que son los propios científicos las lumbreras de nuestro momento histórico-, quienes, arrancando del siglo XV y de la capacidad razonadora a que ha llegado el hombre, intuyen la necesidad de un nuevo paradigma quizá ya no puramente científico- que corresponda al umbral de otro periodo histórico, y neutralice la “jactanciosa objetividad de la ciencia” (palabras de Mendelshon ratificadas por Heisenberg). El desequilibrio e insatisfacción que observan las mentalidades de más categoría de nuestro tiempo nos lleva a preguntar: ¿Hacia dónde orientarnos?

El siglo XV significó entrar en el predominio de la razón, función del intelecto, y se han logrado amplios y positivos frutos, pero el radicalismo racionalista no evita la inquietud del alma humana, y ésta se mantiene en expectación.

Entre las características que asoman en la segunda mitad de nuestro siglo XX, parece predominar la que nos lleva a una interiorización de la personalidad, esa interiorización que puede conducir, con la trascendencia de lo material externo y de lo sensorio natural, hacia una superación del racionalismo científico: ya no quizá tan sólo el hacia afuera experimentable, sino, con el misterio que ese afuera nos presenta, introducirnos en el que subyace en el adentro del hombre, y con una integridad realizada lograr la paz y la armonía del mundo histórico que estamos tejiendo.

El pensador que siento de mayores posibilidades para llevarnos a intuir el nuevo paradigma es el hindú Krishnamurti. Sus libros, sus conferencias, su proyección personal han puesto de manifiesto, desde el primer momento, hasta que punto ha ahondado los problemas de esta época, y de cómo debiera el hombre caminar hacia su solución.

En las páginas que siguen encontrará el lector el pensamiento de Krishnamurti difundido en este siglo. Ese pensamiento ha encarnado en unas palabras y en una actitud que enfoca los diversos aspectos del interrogante humano, pero siempre para llevar a sentir, a quienes a él se acercan, que sólo la COMPRENSIÓN, no la conformidad a lo que él dice, descansa en la posibilidad ÚNICA de una conciencia despierta al momento que vive. He ahí lo que quizá pudiera estimarse como el nuevo paradigma de nuestra hora histórica. Pero ese nuevo paradigma tan sólo puede intuirse en el mensaje de Krishnamurti, intuirse nada más, pues ha de ser quien por él se interese que, al intuirlo, lo haga suyo. No es expresión mental, o evocación emotiva; no es algo externo, sino pura trascendencia, un estado que se realiza. Tras la agudización del intelecto que ha conducido a la máxima materialización de la vida humana con la insatisfacción que se ha producido, a pesar de sus conquistas, el mensaje de Krishnamurti trata de conducir hacia el despertar de la INTELIGENCIA, ese despertar que implica la serena e intensa atención del hombre hacia la realidad en la que se halla sumergido, hacia su vida individual y colectiva.

Aunque no sea una mayoría, sí existe una minoría consciente de que “una ola de destrucción cabalga sobre la vida”. ¿Es posible detenerla? Krishnamurti contundentemente afirma que sólo el hombre que es quien la justifica, sólo él, QUE ES LA PROPIA OLA, puede lograrlo. ¿Cómo? No recurriendo a cambios externos, ni a valores que fueron, sino apelando a la facultad de VER que la inteligencia le otorga.

Quizá esta conclusión, por su misma simplicidad, resulte abstrusa para que algo signifique al hombre del siglo XX. ¡Es algo tan distinto a las rutas tradicionales! Que la lectura de esta Antología pueda convertir lo abstruso en luz orientadora.

M. S. de S.



KRISHNAMURTI
Antología comentada de su mensaje
Presentación e Introducción
de
María Solá de Sellarés
COSTA-AMIC EDITORES, S. A.
MÉXICO, D. F.








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