jueves, 18 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y los Deportes.

Año 1959.

K se despertaba al amanecer y practicaba sus asanas y el pranayama del yoga, que había aprendido de B.K.S. Iyengar, un maestro eminente de yoga, natural de Poona. Krishnaji trataba de persuadirme para que aprendiera los asanas, pero yo soy de temperamento apático y mis intentos de aprendizaje fueron inútiles. Cuando los asanas de Krishnaji terminaban, tomábamos un desayuno típico del sur de la India, compuesto por idlis y sambhar o dosas, sabrosos pasteles de arroz y lentejas condimentados con coco. Yo tomaba café: Krishnaji tomaba cierta mixtura de hierbas. 

Entonces Krishnaji estaba listo para su larga caminata, y yo me unía a él para escalar los cerros de los alrededores. Paseando por los bosques de pinos trepábamos por cuestas escarpadas; Krishnaji, que era ágil y estaba exquisitamente equilibrado, se encaramaba sobre las rocas y tomaba los más difíciles atajos con facilidad. Yo jadeaba y suspiraba, pero estaba habituada a las montañas desde niña y me las arreglaba para seguirle el paso. El solía ascender rápidamente, luego se volvía hacia mí observando mi esfuerzo para superar alguna roca particularmente difícil, a veces me daba una mano y me atraía desde arriba hacia él por laderas muy empinadas. Desde la cima del cerro, que alcanzábamos después de un largo y arduo escalamiento, el panorama era soberbio. Debajo se veían el jardín cercado y los verdes y frescos arrozales flanqueados por los álamos, en tanto que nos rodeaba el sorprendente blanco de las nieves. A Krishnaji le encantaba el lugar.


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.

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