sábado, 13 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y "El Proceso".

Año 1961.
Estábamos conversando después del almuerzo. En la casa no había nadie. Súbitamente K experimentó un desfallecimiento. Lo que sucedió entonces es imposible de describir, no hay palabras que puedan aproximarse a ello; pero también es algo demasiado serio, demasiado extraordinario, demasiado importante para que se mantenga a oscuras, sepultado en el silencio o sin mencionarse. En el rostro de K hubo un cambio. Sus ojos se volvieron más grandes, más anchos y más profundos, y tenía un aspecto tremendo, más allá de cualquier estado posible. Era como si hubiera una presencia poderosa que perteneciera a otra dimensión. Había un sentimiento inexplicable de vacío y plenitud al mismo tiempo.

K, evidentemente, se había «salido» de sí, porque Vanda anotó las advertencias hechas por el ser que quedó atrás: «“No me dejes hasta que él regrese. Él debe quererte si deja que me toques, porque en esto es muy particular. No dejes que nadie se acerque hasta que él vuelva”». Vanda agregaba luego: «No podía entender en absoluto lo que estaba ocurriendo y me sentía estupefacta».

Al día siguiente, el 19, y a la misma hora, K «se salió» de sí nuevamente, y otras vez Vanda anotó lo que «el cuerpo» decía mientras él estaba «fuera»: «“Me siento muy extraño. ¿Dónde estoy? No me dejes. ¿Puedes, por favor, quedarte conmigo hasta que él vuelva? ¿Estás cómoda? Toma una silla. ¿Lo conoces bien? ¿Lo cuidarás?” Todavía no puedo comprender lo que está ocurriendo, es todo demasiado inesperado, demasiado incomprensible. Cuando K recobró la conciencia me pidió que le dijera lo que había sucedido, y por eso escribí estas notas en un intento de transmitir alguna pálida idea de lo que he visto y sentido».

Vanda ya había tenido una experiencia de esos desvanecimientos de K. La primera vez sucedió cuando ella lo llevaba en auto a Gstaad, el 12 de julio. Sin previo aviso él se dejó caer en su asiento derrumbándose como una pieza de paño. K le dijo más tarde que jamás se desmayaba a menos que hubiera alguien presente. Otra vez, mientras estaban paseando en Gstaad, él cayó hacia atrás como un árbol talado; afortunadamente ella iba detrás y K fue a parar entre sus brazos. Extrañamente, ella no se alarmó ni se preocupó por su desmayo, aun cuando éste pudo haber sido peligroso. Después de unos pocos momentos, él habría de recobrarse por completo. Le dijo que después de desmayarse siempre se sentía mejor.

El 20 de julio K escribía en su cuaderno de notas:

El proceso fue particularmente intenso ayer por la tarde. Esperando en el automóvil, uno se hallaba tan abstraído que casi no advertía lo que estaba sucediendo alrededor. Más tarde la intensidad aumentó y fue casi insoportable, al punto que uno se vio forzado a acostarse. Afortunadamente había alguien en el cuarto [Vanda].

El cuarto se llenó con esa bendición. Lo que siguió entonces es casi imposible de registrar en palabras; las palabras son cosas tan muertas, con un significado tan definitivamente establecido, y lo que ocurrió estaba más allá de todas las palabras y no puede ser descrito. Ello era el centro de toda creación; era una purificadora seriedad que limpiaba el cerebro de todo pensamiento y sentimiento; esa seriedad era como un relámpago que destruye y quema; su profundidad no tenía medida, ahí estaba inmutable, impenetrable, una solidez que era tan leve como los cielos. Estaba en los ojos, en la respiración. Estaba en los ojos y los ojos podían ver Los ojos que veían, que miraban, eran totalmente diferentes de los ojos orgánicos y, sin embargo, eran los mismos ojos. Sólo existía el ver, los ojos que veían más allá del tiempo espacio. Había una impenetrable dignidad y una paz que era la esencia de todo movimiento, de toda acción. Ninguna virtud la alcanzaba porque estaba más allá de toda virtud y de todas las sanciones humanas. Era el amor, el amor que es totalmente perecedero y que por eso tiene la delicadeza de todo lo que es nuevo, vulnerable, destructible; no obstante, aquello estaba más allá de todo esto. Ahí estaba, imperecedero, innominable, lo desconocido. Ningún pensamiento podría jamás tocarlo. Era «puro», incontaminado, y así siempre bello, como la muerte.

Todo esto pareció afectar el cerebro. Éste no era como había sido antes. (El pensamiento es algo tan trivial, necesario pero trivial). A causa de ello la relación parece haber cambiado. Tal como una terrible tormenta, como un destructivo terremoto da un curso nuevo a los ríos, cambia el paisaje y cava profundamente la tierra, así ello ha arrasado los contornos del pensamiento, ha cambiado la forma del corazón.

El 27 de julio, Aldous Huxley y su segunda esposa, Laura Archera (su primera mujer había muerto de cáncer en 1955), arribaron a Gstaad y se alojaron en el Hotel Palace por diez días. Fueron varias veces a oír hablar a K:

...entre las cosas más impresionantes que yo haya escuchado jamás [escribió Huxley]. Era como escuchar un discurso del Buda tal poder, tal autoridad intrínseca, tan inflexible rechazo a permitir al homme moyen sensuel (al hombre medio voluptuoso) cualquier tipo de escapes, sustitutos, gurús, salvadores, führers (líderes), iglesias . «Yo les muestro el dolor y la terminación del dolor» ­y si ustedes no se deciden a satisfacer las condiciones para terminar con el dolor, estén preparados, cualesquiera sean los gurús, iglesias, etc­. en que puedan creer, para la indefinida continuación del dolor25.

Huxley escribía, evidentemente, acerca de la sexta plática, el 6 de agosto, donde K trató el tema del dolor. «El tiempo no termina con el dolor había dicho en el curso de la misma . Podemos olvidar un sufrimiento particular, pero el dolor está siempre ahí, bien en lo profundo. Y yo pienso que es posible terminar por completo con el dolor, no mañana, no con el transcurso del tiempo, sino que podemos ver la realidad en el presente e ir más allá».

En la primera plática del 25 de julio, había hablado con una autoridad extraordinariamente severa:

Lo que nos interesa es que la mente se haga añicos a fin de que algo nuevo pueda ocurrir. Y eso es lo que vamos a discutir en todas estas reuniones; cómo producir una revolución en la mente. Tiene que haber una revolución; tiene que haber una destrucción total de todos los ayeres; de lo contrario, no podremos enfrentarnos a lo nuevo. Y la vida siempre es nueva, como el amor. El amor no tiene ayer ni mañana, es siempre nuevo... De modo que si están dispuestos, si también es ése el propósito de ustedes, entraremos en la cuestión de cómo transformar la lerda, cansada, asustada mente, esta mente surcada por el dolor, esta mente que ha conocido tantas luchas, tanta desesperación, tantos placeres, que ha llegado a ser tan vieja y que nunca ha sabido lo que es ser joven. Si quieren, investigaremos eso. Al menos, yo voy a investigarlo, lo quieran o no. La puerta está abierta y son ustedes libres de venir y de irse. Este no es un auditorio cautivo; de modo que si ello no les gusta, es mejor que no lo escuchen. Porque lo que escuchan sin desear escucharlo, se convierte para ustedes en desesperación, en veneno. Así que desde el principio mismo ya saben ustedes cuál es la intención de quien les habla: que no vamos a dejar piedra por mover, que exploraremos todos los rincones secretos de la mente, que los pondremos al descubierto y destruiremos el contenido de los mismos; y que gracias a esa destrucción se creará algo nuevo, algo por completo distinto de cualquier creación de la mente.

Después de la última plática el 13 de agosto, K escribió en su cuaderno: «Al despertar esta mañana, de nuevo estaba ahí esa impenetrable fuerza cuyo poder es bendición... Allí estaba durante la plática, intangible y pura». Esta plática, cuando se lee impresa, no tiene el poder de las otras. Algunas personas han sentido a menudo que, al escuchar a K, una plática ha sido particularmente reveladora e inspiradora; después, cuando la leen, quedan algo decepcionados. Es probable que durante tales pláticas especiales, K haya estado experimentando este extraño poder, esta bendición, y la haya comunicado a su auditorio, y que éste se sintiera inspirado por el poder antes que por las palabras de K.


KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

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