lunes, 11 de diciembre de 2006

Jiddu Krishnamurti y Susanaga Weeraperuma.


¿CUANTOS FUERON COMPLETAMENTE TRANSFORMADOS?

Lo que sigue está tomado de la obra "Krishnamurti tal como le conocí" de Susanaga Weeraperuma, quien nació en Sri Lanka donde estudió budismo y filosofía hindú. Prosiguió sus estudios en Inglaterra y se licenció en ciencias económicas en la universidad de Londres. Posteriormente obtuvo el doctorado en letras por la universidad de Somerset. Ha trabajado en la British Library de Londres y en la biblioteca del parlamento australiano en Adelaida. Es autor de varios libros de narraciones, de un estudio sobre las religiones de la India y de diversas obras sobre Krishnamurti:

Miles de personas escucharon los discursos de K y leyeron sus libros, ¿pero cuántas fueron completamente transformadas? Todos nosotros nos vimos influidos por lo que decía y nuestras vidas experimentaron leves cambios. Muchos informaron haber dejado de consumir alcohol y carne. Otros dejaron de depender de sacerdotes y psiquiatras para resolver sus problemas personales. Es verdad que se produjeron ciertos cambios, ¿pero ocurrió el gran cambio? Por «gran cambio» se entiende la transformación total de corazón y mente o el total abandono de actividades egoístas.

En las charlas de K conocí a varias personas que creían erróneamente haberse convertido en iluminadas después de escucharlo. Uno de estos hombres llegó al extremo de adoptar el corte de pelo de K e imitar sus gestos. Conversamos unos minutos. Sus opiniones dejaban entrever que su espíritu estaba confundido y fragmentado porque era un nacionalista acérrimo y defendía el papel de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam. El espíritu es capaz de crear cómodos delirios, el más grandioso de los cuales es la creencia de que «estoy iluminado», como si el «yo» que es la raíz de toda esclavitud fuera capaz de alcanzar la liberación.

Un día, K se refirió risueñamente a un hombre que había ido a verlo para jactarse de que había logrado deshacerse de todo tipo de condicionamientos y liberar por completo su espíritu. Días más tarde, esa persona se convertía al catolicismo y abrazaba todas las creencias y dogmas de esa fe. K hizo notar que una persona realmente iluminada jamás sentiría la necesidad de exhibir en público o en privado su supuesta iluminación. Una persona iluminada es una luz en sí misma, en el sentido de que no depende de nada ni de nadie, está libre del deseo de alardear de sus logros espirituales. Refiriéndose a sí mismo, K manifestó que nunca dejaba de notar el estado de liberación en cualquier persona que lo hubiera alcanzado realmente.

Si no se es una persona iluminada, ¿acaso se posee la inteligencia necesaria como para reconocer a un verdadero iluminado de otro que finge serlo? Hace años, una pregunta que me atormentaba era que no existe objetivo o método fiable de probar y determinar si alguien es o no un iluminado. Evidentemente, esta pregunta me la planteaba porque todo el mundo suponía que sabios como Buda, Rumana Maharshi y K eran iluminados.

Las palabras y la apariencia exterior de los sabios pueden ser engañosas. Un sabio verdaderamente sabio no debe por qué tener, necesariamente, un comportamiento santo; por el contrario, un sabio pío no necesariamente tendrá un alto grado de inteligencia. Además, ¿no es acaso un peligro aceptar la pretensión de un maestro espiritual de que ha alcanzado la verdad, incluso cuando lo crea sinceramente, porque muy bien podría estar equivocado?

Después de rechazar todo tipo de guía externa por su falta de fiabilidad, ¿es más seguro echar mano de la propia intuición como último recurso? ¿Acaso un golpe de intuición, la llamada voz de Dios, nos ayudaría a resolver esta cuestión? No debemos olvidar el hecho de que incluso la intuición, como el pensamiento mismo, es producto de la mente. Una decisión basada en la intuición no será ni objetiva ni imparcial y se verá influida y distorsionada por todas las características ocultas del inconsciente, como los propios temores, odios y prejuicios. Una decisión basada en la intuición debe dar lugar a la sospecha.

Le pregunté al doctor Adikaram si debíamos incluir a K en la galaxia de sabios iluminados, esas raras luminarias cuyas vidas adornan las páginas de la historia. Se lo pensó un momento y luego me contestó con su solemnidad característica: «Hace tiempo que vengo analizando esta cuestión, desde 1930 cuando escuché a Krishnaji por primera vez. Como usted bien sabe, en las escrituras budistas se dice que un arhat no sueña. Un arhat no posee pensamientos residuales que necesiten manifestarse en forma de sueño. Por este motivo, debe considerarse que una persona que no sueña es un ser iluminado. He ahí la prueba suprema». Armado de esta valiosa información, le pregunté a Krishnaji si soñaba. Me contestó que nunca soñaba y quiso saber si había despejado mi duda.

¿No es nuestra incapacidad de recibir las enseñanzas con un espíritu fresco, no contaminado por opiniones preconcebidas, uno de los principales impedimentos para la transformación radical de la mente y el corazón? Nuestra aproximación a las enseñanzas carece de frescura en el sentido de que sólo aceptamos aquellos aspectos que concuerdan con nuestros antecedentes ideológicos y rechazamos las declaraciones de K que nos resultan psicológicamente perturbadoras. En su libro titulado The quiet mind (1971), John E. Coleman reprodujo una de sus conversaciones con Krishnaji; en ella describía una situación en la que una persona, deseosa de refugiarse de la lluvia, entra en la tienda de campaña en la que K da una conferencia y le hace caso aunque nunca ha oído hablar de él. «Tal vez, en una situación de espontaneidad así» observó K, «ese hombre entenderá lo que estoy diciendo».

Aunque tenía un público numeroso, ¿habrá su mensaje cambiado aunque no sea más que a un puñado de esas personas? Cuando disolvió la Orden de la Estrella en el Campamento de Ommen, el 3 de agosto de 1929, pronunció un discurso muy elocuente. Preguntaba de qué servía tener a miles que no entendían, que se oponían a lo nuevo y lo traducían «para adaptarlo a sus propios yoes estériles y vacíos». Dijo que bastaba con que hubiera «sólo cinco personas que escuchen, que vivan, que vuelvan su rostro a la eternidad». Es posible que a lo largo de su vida K esperase encontrar a cinco seres humanos radicalmente transformados, ¿pero encontró al menos uno así? No puedo por menos de preguntármelo.

Siempre que me sentía deprimido tenía por costumbre visitar a K si estaba en la ciudad. Pero por experiencia sabía que verlo y pasar juntos unos momentos tranquilos o conversar con él, rara vez lograba animarme. De hecho, cuando estaba deprimido, no hacía más que decirme cosas perturbadoras que aumentaban mi desánimo. Cuando buscaba la compañía de K con la intención de huir de una crisis emocional, él me obligaba a abordar el problema. Me demostraba la inutilidad de las huidas y lo absurdo de echar mano de juguetes psicológicos (calificaba de «juguetes» a gurús, sacerdotes, psiquiatras, iglesias, templos y ashrams), el resultado, al menos momentáneo, era que me centraba en la forma en que funciona el proceso del pensamiento. Cual avezado herrero que endereza un clavo torcido a golpes de martillo, las preguntas, los comentarios y las críticas de K lograban que el espíritu se convirtiera en un instru­mento aguzado capaz de analizarse a fondo.

Un día estaba tan deprimido que fui a ver a K y le espeté que la gente que se interesaba en sus enseñanzas no iba a ninguna parte. Había un deje de autocompasión en mis palabras: «Me he resignado a que quizás nunca se produzca en mí, al menos en esta vida, la transformación interior radical de la que usted tanto habla. No sé si existe vida después de la muerte. Quizás tenga más suerte en una vida futura. Lleva usted tantos años predicando, pero son muy pocos los que han experimentado una total mutación de la psiquis. Evidentemente, no lo hago a usted responsable de nuestros fallos. Pero, ¿no es para usted triste y frustrante que todos sus esfuerzos hayan sido en vano, en el sentido de que nadie ha alcanzado la iluminación?»

En ese momento, K me miró muy serio y corrigió una de mis manifestaciones: «Señor, no es cierto que nadie haya cambiado radicalmente».

Me describió entonces estos dos casos de cambio psicológico: «Me había retirado al norte de la India, en una zona de hermosas montañas. Todos los días un sannyasin pasaba delante de la casa donde yo me hospedaba. Nos hicimos buenos amigos. Creo que vivía en algún sitio, en la cima de las montañas. Por la mañana bajaba por un sendero hasta el valle y regresaba después a su cueva. Un día le pregunté al sannyasin por qué volvía a la cueva. “Para guardar silencio”, me contestó. Y acto seguido le pregunté: “¿Hay silencio si su espíritu está charlando?” La pregunta lo sorprendió. Entonces lo vio con claridad. Las charlas cesaron y él cambió por completo».

Con una sonrisa embrujadora, K añadió: «Y en lugar de volver a la cueva, siguió hasta el valle donde vive la gente».

En el caso que acabo de exponer, no está claro que K fuera personalmente responsable de que cesara el proceso del pensamiento del sannyasin. ¿Acaso no se produjo porque el sannyasin mismo se dio cuenca de una gran verdad? Aunque muchos de nosotros hemos oído a K explicarnos que la charla del espíritu es el principal obstáculo para el silencio, ¿por qué nuestras mentes desdichadas siguen tan apegadas a la charla? Seguramente, nosotros somos los únicos culpables de nuestro estado psicológico esclavizado.

K pasó a referirme el segundo caso de liberación total: «Después de despedir a un amigo en la estación de tren, me volví a mi casa. En el camino, se me acercó un extraño para preguntarme si podía caminar conmigo. Le contesté que podía. Acto seguido encendió un cigarrillo y se notaba que disfrutaba de él. De pronto me dijo que fumar era una tontería. Yo le contesté que tal vez lo fuera. Entonces el hombre tiró el cigarrillo y le dio un pisotón. En ese momento no sólo se liberó del hábito de fumar, sino de todo condicionamiento. El espíritu quedó fundamentalmente transformado».

En ese momento, K me miró muy serio y corrigió una de mis manifestaciones:

«Señor, no es cierto que nadie haya cambiado radicalmente».

http://www.galaxio.com/spanish/ezine/ezine_060226/index.htm#transformados


 








 

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