VIDA II
Nació nuevamente Alcione con cuerpo femenino el año 21759 antes de J.C., no lejos de donde hoy se asienta Chittagong. Fue hija de Brhaspati y Neptuno, quienes tuvieron otros tres hijos. El mayor, Urano, murió a los dieciocho años, y su hermana Mizar a los quince, de sobreparto. Quedó el hermano menor, a quien desde pequeñito enseñaron los sacerdotes del templo. El padre, Brhaspati, parece que era sacerdote y rey a la par de un pequeño reino. La Astrología desempeñaba importantísimo papel en las ideas religiosas de aquel tiempo, y así se puso especial cuidado en sacar el horóscopo de Alcione que, según la predicción, estaba destinada a casarse con Saturno, pariente lejano de la familia, de quien tendría un hijo de singular poderío y santidad. Predijo también el horóscopo que los primeros años de la vida de Alcione habían de ser una preparación a tan noble destino, por lo que, obedientes al mandato, la educaron los sacerdotes con la mira puesta en el indicado fin. La niñez de Alcione fue en extremo dichosa. La vemos hecha ya una linda y graciosa niña, de abundante y nudosa cabellera recogida en la nuca y sujeta, según la moda de aquel tiempo, con broches de oro esmaltados de diamantes que, por su tamaño y luces, centelleaban como estrellas en la negrura del cabello. Todos los días peinaban cuidadosamente a Alcione, la lavaban la cabellera y se la ungían con aceite magnetizado, que según fama estimulaba las facultades intelectuales. Cuidadosamente se la evitaba toda clase de molestias y disgustos, y su único pesar era la muerte de su hermano mayor, Urano, a quien profundamente amaba.
A los quince años casó con Saturno, celebrándose la ceremonia con gran pompa, y al cabo del año dio a luz un hermoso niño (Surya). Celebróse regocijadamente tan fausto acontecimiento, y los padres se entregaron con extrema solicitud al cuidado del hijo. Alcione, que era muy sensible e impresionable, soñó en el último mes de su embarazo que una refulgente estrella, desprendida del cielo, se infundía en sus entrañas. Este sueño fue causa de que se la tuviese por santa; además, vio clara y conscientemente la presencia del Ego encarnado en su seno.
Todo parecía prometer a Alcione larga y dichosa vida en las más favorables condiciones; pero tan halagüeñas esperanzas quedaron muy luego desvanecidas, pues Alcione murió a los diecisiete años de edad, a consecuencia de un accidente en que, por salvar la vida de su hijo, sacrificó voluntariamente la suya propia. El hecho ocurrió como sigue:
La casa de Alcione formaba parte de una manzana edificada alrededor de una plaza sita en el mismo recinto del real palacio. Una esclava, que estaba mudando el agua de una redoma de peces de colores, fue a ocuparse, por orden de los de la casa, en otras faenas domésticas y dejó la redoma sobre la mesa, expuesta de lleno, a los rayos del sol. El vidrio de la redoma hizo oficio de lente, y refractando los rayos solares, prendió fuego a la madera, finamente decorada, de que por completo estaba construida la casa, y pronto quedó ésta convertida en una hoguera. Hallábase Alcione a la sazón algo distante de la casa, y al ver que las criadas salían gritando despavoridas, corrió veloz como una cierva hacia la casa, en uno de cuyos aposentos del piso alto había dejado el aya al niño, mientras iba a despachar una diligencia, confiándolo a las sirvientas; pero éstas habían huido, locas de terror, sin acordarse del niño; y el aya, que por su parte volvía a buscarlo, retrocedió espantada ante la escalera envuelta en llamas, exclamando con las manos retorcidas: “¡El niño!... ¡El niño!”, sin atreverse a desafiar las encendidas lenguas que cerraban el paso. Entonces preguntó Alcione anhelosa: “¿En dónde está mi hijo?”, y como el aya señalase hacia arriba con desgarradores gritos, precipitóse la madre entre las llamas, trepando desesperadamente por los abrasados peldaños, cuyos restos apenas daban asiento al pie, deslizándose por los boquetes abiertos por el fuego, que en un instante le consumió los vestidos y prendió en su cuerpo. Seguramente ningún esfuerzo humano hubiera bastado para llegar al piso alto; pero el amor maternal es omnipotente, y en menos tiempo del necesario para referirlo, llegaba Alcione al aposento en donde yacía su hijo. El humo empezaba a penetrar en él, por lo que Alcione se tapó la boca con un pedazo de tela no quemada todavía y pudo alcanzar la cama del niño que, amenazado ya por las culebreantes llamas, se abalanzó con ambos brazos a su madre, quien estrechándole contra su pecho y resguardándole con su desnudo cuerpo, chamuscado el cabello y dejando los diamantes en el fuego, atravesó nuevamente con indecible rapidez la candente hoguera hasta alcanzar el aire libre, en donde cayó desfallecida, sin abandonar al niño. No recibió éste el más leve daño; pero Alcione dejaba de existir, al cabo de una hora. Antes de morir parecía ya estar más bien fuera que dentro de su cuerpo físico, insensible al sufrimiento, a pesar de las horribles quemaduras, y su postrer sonrisa se reflejó en la libre forma astral, como si se inclinara sobre el rescatado niño. El karma que Alcione engendró al morir por Surya ¿no habrá dado su fruto en la presente oportunidad que de servir al Bendito Ser tuvo Alcione? Después de la muerte de su madre quedó Surya al cuidado de su tía Virâj (hermana de Saturno), que ya entonces era un Ego muy avanzado y es hoy conspicuo miembro de la Jerarquía oculta. Tenía Virâj poderes psíquicos, y por su medio pudo Alcione cuidar del niño. La tía no permitió jamás que las criadas le tocaran siquiera, y ella misma le mecía por su mano, en una especie de hamaca colgada de los árboles del jardín. Allí, en la silenciosa calma de la naturaleza, se comunicaría Alcione astralmente con su cuñada acerca del niño, que educado de este modo en tan bendito ambiente llegó a ser un prodigio, pues a los siete años de edad ya predicaba en el templo y de todas partes acudían las gentes a oírle.
Parece como si, de cuando en cuando, los miembros de la actual jerarquía de Adeptos nacieran en distintos países para fundar una nueva religión o un centro magnético. También les vemos difundiendo la religión establecida por medio de misiones enviadas a puntos lejanos, como la que en la vida anterior fue enviada al Yucatán. En la vida que relatamos vemos que, veinticinco años después de la muerte de Alcione, envió Surya una misión al Norte de la ciudad de Salwan, parte de cuyos individuos murieron de resultas de las penalidades sufridas. Entre ellos se contó el hermano menor de Alcione, a los treinta y cinco años de edad, muerto también prematuramente, como su hermana, en el cumplimiento de un deber consagrado a favor de los Adeptos de la Fraternidad Blanca.
PERSONAJES DRAMÁTICOS
Padre, Brhaspati. Madre, Neptuno. Hermanos: Urano, Vulcano. Hermana, Mizar. Marido, Saturno. Hijo, Surya. Cuñada, Virâj.
LAS ÚLTIMAS TREINTA VIDAS DE ALCIONE.
Por C. W. Leadbeater y otros colaboradores.
Traducción directa del Inglés por Federico Climent Terrer.
Biblioteca Orientalista,
Barcelona 1925.
Nació nuevamente Alcione con cuerpo femenino el año 21759 antes de J.C., no lejos de donde hoy se asienta Chittagong. Fue hija de Brhaspati y Neptuno, quienes tuvieron otros tres hijos. El mayor, Urano, murió a los dieciocho años, y su hermana Mizar a los quince, de sobreparto. Quedó el hermano menor, a quien desde pequeñito enseñaron los sacerdotes del templo. El padre, Brhaspati, parece que era sacerdote y rey a la par de un pequeño reino. La Astrología desempeñaba importantísimo papel en las ideas religiosas de aquel tiempo, y así se puso especial cuidado en sacar el horóscopo de Alcione que, según la predicción, estaba destinada a casarse con Saturno, pariente lejano de la familia, de quien tendría un hijo de singular poderío y santidad. Predijo también el horóscopo que los primeros años de la vida de Alcione habían de ser una preparación a tan noble destino, por lo que, obedientes al mandato, la educaron los sacerdotes con la mira puesta en el indicado fin. La niñez de Alcione fue en extremo dichosa. La vemos hecha ya una linda y graciosa niña, de abundante y nudosa cabellera recogida en la nuca y sujeta, según la moda de aquel tiempo, con broches de oro esmaltados de diamantes que, por su tamaño y luces, centelleaban como estrellas en la negrura del cabello. Todos los días peinaban cuidadosamente a Alcione, la lavaban la cabellera y se la ungían con aceite magnetizado, que según fama estimulaba las facultades intelectuales. Cuidadosamente se la evitaba toda clase de molestias y disgustos, y su único pesar era la muerte de su hermano mayor, Urano, a quien profundamente amaba.
A los quince años casó con Saturno, celebrándose la ceremonia con gran pompa, y al cabo del año dio a luz un hermoso niño (Surya). Celebróse regocijadamente tan fausto acontecimiento, y los padres se entregaron con extrema solicitud al cuidado del hijo. Alcione, que era muy sensible e impresionable, soñó en el último mes de su embarazo que una refulgente estrella, desprendida del cielo, se infundía en sus entrañas. Este sueño fue causa de que se la tuviese por santa; además, vio clara y conscientemente la presencia del Ego encarnado en su seno.
Todo parecía prometer a Alcione larga y dichosa vida en las más favorables condiciones; pero tan halagüeñas esperanzas quedaron muy luego desvanecidas, pues Alcione murió a los diecisiete años de edad, a consecuencia de un accidente en que, por salvar la vida de su hijo, sacrificó voluntariamente la suya propia. El hecho ocurrió como sigue:
La casa de Alcione formaba parte de una manzana edificada alrededor de una plaza sita en el mismo recinto del real palacio. Una esclava, que estaba mudando el agua de una redoma de peces de colores, fue a ocuparse, por orden de los de la casa, en otras faenas domésticas y dejó la redoma sobre la mesa, expuesta de lleno, a los rayos del sol. El vidrio de la redoma hizo oficio de lente, y refractando los rayos solares, prendió fuego a la madera, finamente decorada, de que por completo estaba construida la casa, y pronto quedó ésta convertida en una hoguera. Hallábase Alcione a la sazón algo distante de la casa, y al ver que las criadas salían gritando despavoridas, corrió veloz como una cierva hacia la casa, en uno de cuyos aposentos del piso alto había dejado el aya al niño, mientras iba a despachar una diligencia, confiándolo a las sirvientas; pero éstas habían huido, locas de terror, sin acordarse del niño; y el aya, que por su parte volvía a buscarlo, retrocedió espantada ante la escalera envuelta en llamas, exclamando con las manos retorcidas: “¡El niño!... ¡El niño!”, sin atreverse a desafiar las encendidas lenguas que cerraban el paso. Entonces preguntó Alcione anhelosa: “¿En dónde está mi hijo?”, y como el aya señalase hacia arriba con desgarradores gritos, precipitóse la madre entre las llamas, trepando desesperadamente por los abrasados peldaños, cuyos restos apenas daban asiento al pie, deslizándose por los boquetes abiertos por el fuego, que en un instante le consumió los vestidos y prendió en su cuerpo. Seguramente ningún esfuerzo humano hubiera bastado para llegar al piso alto; pero el amor maternal es omnipotente, y en menos tiempo del necesario para referirlo, llegaba Alcione al aposento en donde yacía su hijo. El humo empezaba a penetrar en él, por lo que Alcione se tapó la boca con un pedazo de tela no quemada todavía y pudo alcanzar la cama del niño que, amenazado ya por las culebreantes llamas, se abalanzó con ambos brazos a su madre, quien estrechándole contra su pecho y resguardándole con su desnudo cuerpo, chamuscado el cabello y dejando los diamantes en el fuego, atravesó nuevamente con indecible rapidez la candente hoguera hasta alcanzar el aire libre, en donde cayó desfallecida, sin abandonar al niño. No recibió éste el más leve daño; pero Alcione dejaba de existir, al cabo de una hora. Antes de morir parecía ya estar más bien fuera que dentro de su cuerpo físico, insensible al sufrimiento, a pesar de las horribles quemaduras, y su postrer sonrisa se reflejó en la libre forma astral, como si se inclinara sobre el rescatado niño. El karma que Alcione engendró al morir por Surya ¿no habrá dado su fruto en la presente oportunidad que de servir al Bendito Ser tuvo Alcione? Después de la muerte de su madre quedó Surya al cuidado de su tía Virâj (hermana de Saturno), que ya entonces era un Ego muy avanzado y es hoy conspicuo miembro de la Jerarquía oculta. Tenía Virâj poderes psíquicos, y por su medio pudo Alcione cuidar del niño. La tía no permitió jamás que las criadas le tocaran siquiera, y ella misma le mecía por su mano, en una especie de hamaca colgada de los árboles del jardín. Allí, en la silenciosa calma de la naturaleza, se comunicaría Alcione astralmente con su cuñada acerca del niño, que educado de este modo en tan bendito ambiente llegó a ser un prodigio, pues a los siete años de edad ya predicaba en el templo y de todas partes acudían las gentes a oírle.
Parece como si, de cuando en cuando, los miembros de la actual jerarquía de Adeptos nacieran en distintos países para fundar una nueva religión o un centro magnético. También les vemos difundiendo la religión establecida por medio de misiones enviadas a puntos lejanos, como la que en la vida anterior fue enviada al Yucatán. En la vida que relatamos vemos que, veinticinco años después de la muerte de Alcione, envió Surya una misión al Norte de la ciudad de Salwan, parte de cuyos individuos murieron de resultas de las penalidades sufridas. Entre ellos se contó el hermano menor de Alcione, a los treinta y cinco años de edad, muerto también prematuramente, como su hermana, en el cumplimiento de un deber consagrado a favor de los Adeptos de la Fraternidad Blanca.
PERSONAJES DRAMÁTICOS
Padre, Brhaspati. Madre, Neptuno. Hermanos: Urano, Vulcano. Hermana, Mizar. Marido, Saturno. Hijo, Surya. Cuñada, Virâj.
LAS ÚLTIMAS TREINTA VIDAS DE ALCIONE.
Por C. W. Leadbeater y otros colaboradores.
Traducción directa del Inglés por Federico Climent Terrer.
Biblioteca Orientalista,
Barcelona 1925.
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