domingo, 4 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y La Muerte.

 Año 1977.

A estas reuniones de las Fundaciones siguieron en abril las pláticas públicas en El Robledal. Se había decidido por entonces que Mary habría de vender la casa en Malibú para construir un anexo a la Cabaña de los Pinos. Puesto que el terreno pertenecía a la American Foundation a ésta volvería la nueva construcción cuando Mary falleciera. A fines de abril K estaba con Mary en Nueva York, alojándose una vez más en la Torre Ritz, para otra conferencia con psicoterapeutas organizada para un fin de semana por el Dr. Shainberg. De regreso en California K tuvo que someterse a una operación el 9 de mayo en el Cedars Sinaí Medical Center de Los Ángeles. Le había avisado de antemano a Mary que ella debía estar muy atenta y no dejar que él «se escabullera»; y que también debía recordarle a él mismo que estuviera atento; de lo contrario, después de «cincuenta y dos años [de hablar en público] él podría sentir que ya era más que suficiente». Le dijo que «siempre había vivido con una línea divisoria muy delgada entre el vivir y el morir». Unos quince días antes de la operación, K fue al hospital a fin de dar casi medio litro de sangre por si se necesitaba una transfusión. Rechazó la anestesia general, convencido de que «el cuerpo» jamás podría soportarla. Le dijo a Mary que aun una anestesia local, al causar un bloqueo espinal, podría ser demasiado para el cuerpo.

Cuando llegó el día Mary fue con él al hospital y permaneció en la sala contigua. Le pidió al anestesista que hablara con K durante la operación a fin de que éste se mantuviera alerta y de ese modo no se «saliera de sí». K entró en el quirófano a las 7,30 y le trajeron en camilla a su habitación a las 9,45; se le veía animado y pidió una novela policial para leer, pero en la noche se sentía dolorido. Le dieron una dosis de Demarol propia para niños, pero tuvieron que suspendérsela porque le ocasionó vértigos y náuseas. «Se salió de sí» por cerca de una hora y hablaba de Nitya, y después tuvo lo que llamó «un diálogo con la muerte». Al día siguiente le dictó a Mary un relato de esta última experiencia:

Fue una operación corta y no vale la pena hablar de ella, aunque hubo bastante dolor. Mientras el dolor continuaba, vi o descubrí que el cuerpo estaba casi flotando en el aire. Puede haber sido una ilusión, alguna clase de alucinación, pero pocos minutos después hubo una personificación no una persona sino la personificación de la muerte. Al observar este fenómeno peculiar entre el cuerpo y la muerte, parecía haber entre ellos una especie de diálogo. La muerte parecía estar hablándole al cuerpo con gran insistencia, y el cuerpo se mostraba renuente a conceder lo que la muerte deseaba. A pesar de que había gente en la sala, este fenómeno continuaba: la muerte invitando, el cuerpo rehusando.

No era un miedo a la muerte lo que hacía que el cuerpo se negara a las exigencias de ésta, sino que el cuerpo se daba cuenta de que no era el responsable por sí mismo, de que había otra entidad que era la dominante, mucho más fuerte, más vital que la muerte misma. La muerte seguía exigiendo más y más, seguía insistiendo, de modo que intervino la otra entidad. Entonces hubo una conversación o un diálogo no sólo del cuerpo, sino de esta otra entidad con la muerte. Por lo tanto, había tres entidades conversando.

Él había prevenido, antes de ir al hospital, que quizás hubiera una disociación con el cuerpo, y así la muerte podría intervenir. Aunque la persona [Mary] estaba allí sentada y la enfermera iba y venía, esto no era una vana ilusión o algún tipo de alucinación. Acostado en la cama veía las nubes cargadas de lluvia, la ventana iluminada y la ciudad extendiéndose abajo por millas y millas. La lluvia salpicaba los cristales de las ventanas, y él veía claramente la solución salina vertiéndose, gota a gota, en el organismo; sentía con mucha fuerza y claridad que, si la otra entidad no hubiera interferido, la muerte habría triunfado.

Este diálogo comenzó en palabras, con el pensamiento operando muy claramente. Había truenos y relámpagos, y la conversación proseguía. Puesto que no había temor en absoluto, ni de parte del cuerpo ni de otra entidad absoluta ausencia de temor la conversación podía desarrollarse libre y profundamente. Siempre es difícil expresar en palabras una conversación de esa índole. Extrañamente, como no había temor, la muerte no encadenaba la mente a las cosas del pasado. Lo que surgía de la conversación era muy claro. El cuerpo experimentaba un dolor considerable, pero sin aprensión ni ansiedad, y la otra entidad estaba visiblemente más allá del cuerpo y de la muerte. Era como un árbitro actuando en un juego peligroso del cual el cuerpo no era del todo consciente.

Al parecer, la muerte siempre está presente, pero uno no puede invitar a la muerte. Eso sería suicidio, algo completamente absurdo.

Durante esta conversación no había sentido del tiempo. Es probable que todo el diálogo durara cerca de una hora, pero el tiempo del reloj no existía. Las palabras cesaron, pero había una percepción instantánea de lo que cada uno estaba diciendo. Por supuesto, si uno está apegado a algo ideas, creencias, propiedades o personas la muerte no vendrá a conversar con uno. La muerte en el sentido del fin, es libertad absoluta.

La cualidad de la conversación era cortés. No había nada de sentimiento, extravagancia emocional ni distorsión del hecho absoluto que es el cese del tiempo y la vastedad sin límites que existe cuando la muerte forma parte de nuestra vida cotidiana. Había una sensación de que el cuerpo continuaría por muchos años, pero la muerte y la otra entidad siempre marcharían juntas hasta que el organismo ya no pudiera seguir activo. Había un gran sentido de humor entre los tres y uno casi podía escuchar la risa. Y la belleza de ello estaba con las nubes y la lluvia.

El sonido de esta conversación se expandía infinitamente, y el sonido era el mismo al comienzo y no tenía fin. Era un canto sin principio ni final. La muerte y la vida están muy íntimamente unidas, como el amor y la muerte. Tal como el amor no es un recuerdo, así la muerte no tiene pasado. El miedo no participó en ningún momento en esta conversación, porque el miedo es oscuridad y la muerte es luz.

Este diálogo no fue ilusión ni fantasía. Era como un susurro en el viento, pero el susurro era muy claro y, si uno escuchaba, podía oírlo; entonces podía ser parte de ello. Entonces nosotros juntos podríamos participar de ello. Pero uno no la escuchará si está demasiado identificado con su propio cuerpo, sus propios pensamientos y sus propios designios. Uno tiene que abandonar todo esto para entrar en la luz y el amor de la muerte.


Después de su regreso del hospital, K permaneció descansando tranquilamente en Malibú, de modo que ese año no fue a Inglaterra hasta el 21 de junio, y se quedó sólo diez días en Brockwood antes de emprender vuelo a Ginebra. Los siguientes tres meses prosiguieron su curso habitual: Gstaad en julio y agosto, luego de regreso a Brockwood para las reuniones a efectuarse en septiembre. Una innovación en este otoño fue que a fines de septiembre K y Mary fueron a Bonn por tres noches, alojándose en el Hotel Bristol; el viaje obedeció a que K deseaba consultar al Dr. Scheef en la Clínica Janker. K se sometió a algunos exámenes, el resultado de los cuales mostró, de acuerdo con el médico, que estaba «fantástico» para su edad. Volvieron a Brockwood donde permanecieron hasta el 1° de noviembre, día en que K voló solo directamente a Bombay. Cuando Mary le dejó el día anterior para volar a Nueva York, las palabras de despedida que K le dirigió fueron: «Un ángel te acompaña».



KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)

 

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