jueves, 8 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y Jawaharlan Nehru.

 Año 1948.

Jawaharlal Nehru, ahora primer ministro de la India, se hallaba en Ootacamund, y recibí un mensaje de su secretario diciendo que al primer ministro le agradaría visitar a Krishnamurti. Pero se encontró que los problemas relacionados con el manejo de la seguridad eran muy complicados, y entonces fue Krishnaji el que acudió a verlo a la Casa de Gobierno. Maurice Friedman y yo le acompañamos y estuvimos presentes durante la entrevista en el salón privado del primer ministro. Había un fuego encendido, y sobre las mesas habían colocado cuencos con claveles. Krishnaji y Nehru se sentaron en un sofá frente al fuego, mientras que Friedman y yo lo hicimos en sillas al lado del sofá. Las llamas iluminaban las dos nobles cabezas brahmánicas, los rostros puros, finamente delineados uno, de las altas tierras del norte, el otro, nacido entre las más antiguas rocas sureñas de Andhra­. Los esculpidos rostros eran sensibles, con una fina piel translúcida que acentuaba los huesos y realzaba la movilidad los ojos del profeta abarcaban inmensas distancias y de ellos emanaban la compasión y el silencio; los del otro, tenían la rápida, nerviosa energía de una saeta­. Nehru era un hombre de acción, romántico, con un intelecto altamente cultivado; interesado, comprometido, incansable, buscando lo incognoscible dentro de la maraña de los manejos políticos.

Ambos hombres se mostraban tímidos, vacilaban. Les tomó un tiempo establecer contacto. Jawaharlal Nehru comenzó la conversación diciendo que había conocido a Krishnaji muchos años atrás, y que a menudo había estado pensando en lo que éste dijo. Se había sentido ansioso por volver a encontrarse nuevamente con Krishnamurti. Achyut Patwardhan y otros amigos habían hablado con Nehru detallándole el intenso trabajo que Krishnamurti estaba desarrollando en Madrás y Bombay. Nehru parecía angustiado por las matanzas y la violencia que habían estallado después de la partición y la independencia. Habló largamente de ello; él veía dos fuerzas operando en la India: una, el impulso hacia el bien; la otra, el mal. Estas fuerzas estaban en conflicto; si el bien no podía contener la propagación del mal, el mundo perecería. Krishnamurti dijo que el bien y el mal estaban siempre presentes; mientras más difícil fuera para el bien y la compasión funcionar, tanto más estaría el mal aguardando una grieta para establecerse en ella. Se necesitaba un gran estado de lucidez y percepción a fin de asegurar que el mal no pudiera penetrar y ganar fuerza. Ese estado de lucidez y percepción alerta dijo K­ era lo que sostendría al hombre.

Jawaharlal Nehru le preguntó a Krishnamurti si su enseñanza había cambiado a través de los años desde que se encontraron la última vez. Krishnaji contestó que sí, pero que no podía decir exactamente dónde ni cómo. Nehru habló después de lo que Krishnamurti había dicho sobre la transformación. Él sentía ­dijo­ que había dos maneras en que la transformación podía realizarse; transformándose uno a sí mismo y así transformando su ambiente, o el ambiente influyendo sobre el individuo y transformándolo. Ante esto, Krishnamurti intervino: “¿No es lo mismo? No puede decirse que sean dos procesos separados”. Nehru estuvo de acuerdo. Tentaba el camino, tratando de expresar la desesperación que sentía ante el estado caótico del mundo y ante lo que había sucedido en la India durante los meses recientes. Muy preocupado y no sabiendo que camino tomar, empezaba a cuestionar en profundidad sus propios pensamientos y acciones.

“Dígame, señor”, le preguntó a Krishnaji, “yo quisiera aclarar esta confusión que siento dentro de mí. Dígame qué es la acción correcta y qué es el recto pensar”. Para nosotros que escuchábamos, era ése el perpetuo problema del despertar, que tanto inquietaba a la mente india.

Hubo un silencio de más de tres minutos. Estábamos descubriendo que los silencios que rodeaban a Krishnaji en el diálogo, formaban parte de la comunicación; un silencio de la mente en el cual las distancias entre las mentes disminuían, de modo tal que había un contacto y una comunicación directa de mente a mente.

Entonces habló Krishnamurti, lentamente, demorándose en cada palabra. “La acción correcta sólo es posible cuando la mente está en silencio y vemos ‘lo que es’. La acción que surge de este ver, se encuentra libre de todo motivo, libre del pasado, del pensamiento y de la causa”. Después dijo que era difícil investigar este vasto problema en tan poco tiempo. Jawaharlal Nehru escuchaba con intensidad, su mente parecía fresca y sensible, capaz de recibir y responder. Krishnaji se inclinaba hacia adelante, sus manos eran elocuentes. Dijo que, con el caos creciente en la India y en el mundo, el hombre sólo podía iniciar el proceso de regeneración dentro de sí mismo. Tenía que empezar de nuevo. Para que el mundo se salvara, unos pocos individuos tenían que liberarse de los factores que estaban corrompiendo y destruyendo el mundo. Tenían que transformarse profundamente ellos mismos para pensar creativamente y así transformar a más personas. Era de las cenizas que lo nuevo habría de surgir. “Como el ave fénix de las cenizas”, dijo Nehru.

“Sí”, replicó Krishnaji, “porque para que haya vida tiene que haber muerte. Los antiguos comprendían esto, y es por eso que rendían culto a la vida, al amor y a la muerte”.

Krishnaji habló después del caos en el mundo, y dijo que era una proyección del caos individual. La mente humana, atrapada en el pasado, en el tiempo como pensamiento, era una mente muerta. Una mente así no podía operar sobre el caos, sólo podía añadir más confusión. El hombre tenía que liberarse del tiempo como devenir la proyección hacia el mañana­. Tenía que actuar en el ‘ahora’ y, de ese modo, transformarse.

El profeta y el héroe político hablaron durante más de una hora y media. El cielo del atardecer se había oscurecido y la estrella vespertina se había hundido tras el horizonte cuando salimos del salón. El primer ministro nos escoltó hasta el automóvil, y en la despedida hubo gracia y afecto. Prometieron volver a encontrarse en el invierno, cuando Krishnaji estuviera en Delhi. Más tarde Krishnaji, quien escribía diariamente en un libro de notas, registró estas observaciones:

Él era un político muy famoso, realista, intensamente sincero y fervorosamente patriótico. Ni estrecho de mente ni egoísta, su ambición no era para sí mismo, sino para una idea y para el pueblo. No era un mero orador ruidoso y elocuente ni un cazador de votos; había sufrido por la causa que defendía, y, extrañamente, no estaba amargado; parecía más un erudito que un político. Pero la política era su vida misma, y el partido le obedecía, aunque más bien nerviosamente. Era un soñador, pero todo eso lo había dejado de lado por la política1.


1 J, Krishnamurti, Comentarios sobre el Vivir.

Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar.
Editorial Kier.

 

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