miércoles, 17 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y Rajagopal.

Krishnaji llegó a Bombay con Rajagopal, a principios de 1953. Se alojaron con Ratansi Morarji en Carmichael Road. La atmósfera afectiva de aquellos primeros días había desaparecido. Krishnaji permanecía apartado y pasaba mucho tiempo solo en su habitación. Su risa se escuchaba raramente, pero desde la habitación de Krishnaji llegaba a menudo la voz irritada y enfurecida de Rajagopal.

Krishnaji estaba concediendo un gran número de entrevistas, recibía a sanyasis, estudiantes, hombres y mujeres agobiados por el dolor y el aislamiento de la vejez. Ofrecía pláticas en el complejo de la J.J. Escuela de Arte; había comenzado discusiones con pequeños grupos, pero ya no venía como antes a sentarse por las mañanas y las tardes en la sala de estar. Los cantos en los que Krishnaji había participado también terminaron. Rajagopal parecía determinar lo que Krishnaji podía o no podía hacer. Por entonces, Rajagopal era muy amigo de Jamnadas Dwarkadas, quien con su ardiente amor y devoción por Krishnaji, reaccionó fuertemente y con ira ante las insinuaciones de Rajagopal. Jamnadas jamás nos contó lo que Rajagopal le había dicho, pero sugirió que había acusado amargamente a Krishnaji. Rajagopal se mostraba amigable conmigo, pero teníamos largas disputas con respecto a las publicaciones, organizaciones y cosas por el estilo. A veces discrepábamos con pasión. Yo no estaba acostumbrada a las actitudes de reserva en las instituciones públicas. Rajagopal era arrogante y rehusaba contestar preguntas. Quería saberlo todo, pero no estaba dispuesto a revelar nada. Le dije que no podía trabajar con él en estos términos.

Sin embargo, las pláticas públicas de Krishnaji no mostraban huella alguna del remolino que giraba a su alrededor en la residencia de Ratansi.

Por esos días tuvo lugar un incidente que habría de soltar la flecha de las causas que finalmente condujeron a una completa ruptura entre Krishnamurti y Rajagopal. El fastidio que le ocasionara Rajagopal y las escenas que tenían lugar todos los días, indujeron a Krishnaji a decir algo que afectaba la integridad personal de Rajagopal. Habiéndolo dicho, Krishnaji se dio cuenta de todas las implicaciones que ello tenía. Esta es la única vez que he visto a Krishnaji sumido en una profunda angustia.

Nos pidió que lo lleváramos en automóvil a la playa de Worli. Caminamos a lo largo de la costa; la marea estaba baja y soplaba un viento muy fuerte. En aquellos días la playa de Worli se encontraba desierta. Krishnaji caminaba adelante, lejos de nosotros, completamente silencioso, apartado. De pronto se detuvo y nos esperó. Volviéndose de frente a nosotros, permaneció así por un rato, después cruzó las manos sobre el pecho y dijo. “Mea culpa”. Él sabía que comprendíamos. Luego, como viniendo desde una gran distancia, escuchamos su voz: “Las palabras han sido dichas, la flecha ha sido arrojada, nada puedo hacer al respecto. Ella encontrará su blanco”. Nunca más volvió a referirse al incidente.

Durante los días que siguieron, las pequeñas discusiones y las pláticas comenzaron nuevamente. Krishnaji hablaba sobre la necesidad de que uno se estableciera en cualquier estado interno que pudiera surgir en un momento dado odio, ira, codicia, afecto, generosidad­. “¿Es posible”, preguntaba, “permanecer completamente en tales estados sin movimiento alguno de la mente para escapar de ellos, ni para cambiarlos o fortalecerlos?”

Krishnaji decía que era esencial formular preguntas fundamentales; éstas raramente surgían de manera espontánea. La mente, ocupada en lo trivial, rara vez se detenía para formular la pregunta fundamental. Y cuando lo hacía, siempre tenía la respuesta fácil que emergía desde lo que la mente ya había experimentado.

“Se nos ha educado para combatir las emociones fuertes; la resistencia les da fuerza y las nutre. ¿Es posible preguntar, buscar las preguntas, sin movimiento alguno de la mente? ¿Puede uno formular la pregunta fundamental y dejarla en la conciencia permanecer con ella­ sin permitir que la atención se aparte de ahí? ¿Sostener la pregunta o el problema de modo que comience a abrir sus pétalos revelándose a sí mismo bajo la luz de la atención­ de tal manera que al florecer en plenitud pueda llegar completamente a su fin?”


Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.
 

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