Krishnaji fue a Varanasi con Rajagopal a fines del invierno de 1953. Kitty y Shiva Rao estaban lejos en los EE.UU., y Krishnaji me escribió preguntándome si él y Rajagopal podían alojarse en nuestras habitaciones del Delhi Gymkhana Club, uno de los últimos remanentes del pasado colonial de Delhi. Krishnaji y Rajagopal pararon ahí por una noche en camino a Rajghat, Varanasi, donde Krishnaji ofreció quince pláticas a los niños de la Escuela de Rajghat.
Las pláticas constituían un reto para Krishnaji tenía que descubrir palabras con las cuales pudiera expresarse y hacerse entender por los niños que hablaban el inglés con dificultad. Se comunicó con ellos acerca de los complejos problemas de la autoridad, el miedo, el dolor y la muerte. Las pausas de Krishnaji, su intensidad de atención, su percepción abarcadora, tocaban en profundidad la mente de los niños más jóvenes. La voz de Krishnaji era suave, sus palabras vacilantes; sonreía con el corazón y con los ojos, y los niños escuchaban en silencio.
Hablando el 4 de junio de 1954, dijo: “La educación no es sólo hasta que uno cumple veintiún años, sino hasta que uno muere. La vida es como un río, se halla siempre en movimiento, activa, jamás está quieta. Si uno se detiene en una parte del río y piensa que comprende, entonces eso es como detenerse en aguas muertas. Porque el río pasa junto a nosotros, y si no podemos fluir con él, nos quedamos atrás. ¿Puede uno observar los movimientos del río? ¿Puede uno ver las cosas que ocurren en la orilla del río, puede uno comprender, enfrentarse a lo que es la vida?
Al hablar con suma sencillez del miedo, reveló todas sus complejidades. Examinó así los temores que se agolpan en la mente de un niño. Habló de la naturaleza del miedo y del castigo, de la necesidad de inteligencia. Viendo y percibiendo la clase de familias conservadoras de las cuales provenían los niños, examinó las palabras “conservar”, retener, guardar. Ahondó en la palabra “tradición”. ¿Qué había ahí que fuera respetable? Dijo: “Si lo investigan muy profundamente, verán que ella surge del temor a equivocarse”.
“¿Por qué no equivocarse?”, preguntó. “¿Por qué no descubrir? Las personas mayores no han creado un mundo bello, están llenas de oscuridad, miedo, corrupción, compulsiones; no han creado un mundo bueno. Y tal vez si ustedes estuvieran libres de temor dentro de sí mismos y pudieran afrontar el temor en otros, el mundo sería por completo diferente”.
“¿Qué es el dolor?”, preguntó un niño de diez años. Krishnaji se volvió con angustia hacia los maestros y dijo: “¿No es algo terrible que un niño pequeño pregunte eso?” Luego le habló al niño de la comprensión del dolor, del miedo. “No puedes evitar el dolor o escapar de él. Tienes que comprenderlo. Y la función del maestro es ayudarte a que lo comprendas”.
Una niñita preguntó: “¿Qué es Dios?”, y Krishnaji dijo: “Al contestar esta pregunta le hablamos a la niñita, y también a las personas mayores, a los maestros que tendrán la gentileza de escuchar. ¿Han observado ustedes una hoja bailando bajo el sol, una hoja solitaria? ¿Han observado la luz de la luna sobre el agua, han visto la luna roja de la otra noche? ¿Han reparado en el vuelo de un pájaro? ¿Aman ustedes profundamente a sus padres? No hablo del temor, de la ansiedad, de la obediencia, sino del sentimiento, de la gran simpatía que experimentan cuando ven a un mendigo, o un pájaro que muere, o cuando ven un cuerpo que creman en la orilla del río. ¿Pueden ver todo esto y tener simpatía y comprensión por el rico que pasa en sus grandes automóviles, o por el pobre pordiosero, así como por el pobre caballo ekka que es casi un esqueleto andante? ¿Podemos tener el sentimiento de que esta tierra es nuestra de ustedes y mía para que hagamos de ella algo hermoso?
“Entonces, detrás de todo esto hay algo mucho más profundo. Pero para comprender aquello que es profundo y está más allá de la mente, la mente tiene que estar libre y quieta. La mente no puede estar quieta si no comprendemos el mundo que nos rodea. Por lo tanto, tienen ustedes que comenzar cerca, tienen que comenzar con las cosas pequeñas en vez de tratar de averiguar qué es Dios”.
En una de las pláticas explicó la necesidad de que el niño permaneciera quietamente sentado. “Las personas mayores, cuanto más pasan los años, más nerviosas, intranquilas y agitadas se vuelven. No pueden sentarse en silencio”.
Les dijo a los niños cómo impedir que la mente se volviera imitativa; cómo la mente misma es la que crea la tradición, que es la vía de la imitación. “¿Puede estar libre la mente?” preguntó. “No libre de la experiencia, sino libre para experimentar. La libertad llega cuando la mente experimenta sin la tradición”.
En su última plática a los niños, habló de la religión. “La religión llega cuando la mente ha comprendido su propio funcionamiento, cuando la mente está tranquila, muy quieta la quietud no es la paz de la muerte; esta quietud es muy activa, muy alerta, vigilante. Para descubrir qué es Dios, qué es la Verdad, uno tiene que comprender el dolor y la lucha de la existencia humana. Para ir más allá de la mente, tiene que haber una cesación del sí mismo, del “yo”. Sólo entonces surge aquello que todos adoramos y buscamos”.
En Varanasi le preguntaron a Krishnaji qué haría para crear una escuela que reflejara sus enseñanzas. Contestó: “Ante todo tiene que haber una atmósfera de inmensidad. Tengo que sentir que estoy entrando en un templo. Tiene que haber belleza, espacio, quietud, dignidad. Tiene que haber un sentido de totalidad en el estudiante y en el maestro; un estado de floración, de florecimiento, un sentimiento extraordinario de lo sagrado. Tiene que haber veracidad, ausencia de miedo. El niño tiene que estar en contacto directo con la tierra, tiene que existir en él una cualidad de ‘lo otro’“.
“¿Cómo crea uno esto de manera concreta?”
“Yo investigaría el sistema de enseñanza, la cualidad de la atención”, respondió Krishnaji “Vería cómo se puede enseñar al niño para que aprenda sin que la memoria sea predominante. Le hablaría de la atención y no de la concentración. Averiguaría el modo en que el niño duerme, cuál es su alimentación, cuáles son sus juegos, los muebles que tiene en su habitación; vería que el niño estuviera atento a los árboles, a los pájaros, a los espacios que hay alrededor de él. Me encargaría de que creciera en una atmósfera de atención”.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.
Las pláticas constituían un reto para Krishnaji tenía que descubrir palabras con las cuales pudiera expresarse y hacerse entender por los niños que hablaban el inglés con dificultad. Se comunicó con ellos acerca de los complejos problemas de la autoridad, el miedo, el dolor y la muerte. Las pausas de Krishnaji, su intensidad de atención, su percepción abarcadora, tocaban en profundidad la mente de los niños más jóvenes. La voz de Krishnaji era suave, sus palabras vacilantes; sonreía con el corazón y con los ojos, y los niños escuchaban en silencio.
Hablando el 4 de junio de 1954, dijo: “La educación no es sólo hasta que uno cumple veintiún años, sino hasta que uno muere. La vida es como un río, se halla siempre en movimiento, activa, jamás está quieta. Si uno se detiene en una parte del río y piensa que comprende, entonces eso es como detenerse en aguas muertas. Porque el río pasa junto a nosotros, y si no podemos fluir con él, nos quedamos atrás. ¿Puede uno observar los movimientos del río? ¿Puede uno ver las cosas que ocurren en la orilla del río, puede uno comprender, enfrentarse a lo que es la vida?
Al hablar con suma sencillez del miedo, reveló todas sus complejidades. Examinó así los temores que se agolpan en la mente de un niño. Habló de la naturaleza del miedo y del castigo, de la necesidad de inteligencia. Viendo y percibiendo la clase de familias conservadoras de las cuales provenían los niños, examinó las palabras “conservar”, retener, guardar. Ahondó en la palabra “tradición”. ¿Qué había ahí que fuera respetable? Dijo: “Si lo investigan muy profundamente, verán que ella surge del temor a equivocarse”.
“¿Por qué no equivocarse?”, preguntó. “¿Por qué no descubrir? Las personas mayores no han creado un mundo bello, están llenas de oscuridad, miedo, corrupción, compulsiones; no han creado un mundo bueno. Y tal vez si ustedes estuvieran libres de temor dentro de sí mismos y pudieran afrontar el temor en otros, el mundo sería por completo diferente”.
“¿Qué es el dolor?”, preguntó un niño de diez años. Krishnaji se volvió con angustia hacia los maestros y dijo: “¿No es algo terrible que un niño pequeño pregunte eso?” Luego le habló al niño de la comprensión del dolor, del miedo. “No puedes evitar el dolor o escapar de él. Tienes que comprenderlo. Y la función del maestro es ayudarte a que lo comprendas”.
Una niñita preguntó: “¿Qué es Dios?”, y Krishnaji dijo: “Al contestar esta pregunta le hablamos a la niñita, y también a las personas mayores, a los maestros que tendrán la gentileza de escuchar. ¿Han observado ustedes una hoja bailando bajo el sol, una hoja solitaria? ¿Han observado la luz de la luna sobre el agua, han visto la luna roja de la otra noche? ¿Han reparado en el vuelo de un pájaro? ¿Aman ustedes profundamente a sus padres? No hablo del temor, de la ansiedad, de la obediencia, sino del sentimiento, de la gran simpatía que experimentan cuando ven a un mendigo, o un pájaro que muere, o cuando ven un cuerpo que creman en la orilla del río. ¿Pueden ver todo esto y tener simpatía y comprensión por el rico que pasa en sus grandes automóviles, o por el pobre pordiosero, así como por el pobre caballo ekka que es casi un esqueleto andante? ¿Podemos tener el sentimiento de que esta tierra es nuestra de ustedes y mía para que hagamos de ella algo hermoso?
“Entonces, detrás de todo esto hay algo mucho más profundo. Pero para comprender aquello que es profundo y está más allá de la mente, la mente tiene que estar libre y quieta. La mente no puede estar quieta si no comprendemos el mundo que nos rodea. Por lo tanto, tienen ustedes que comenzar cerca, tienen que comenzar con las cosas pequeñas en vez de tratar de averiguar qué es Dios”.
En una de las pláticas explicó la necesidad de que el niño permaneciera quietamente sentado. “Las personas mayores, cuanto más pasan los años, más nerviosas, intranquilas y agitadas se vuelven. No pueden sentarse en silencio”.
Les dijo a los niños cómo impedir que la mente se volviera imitativa; cómo la mente misma es la que crea la tradición, que es la vía de la imitación. “¿Puede estar libre la mente?” preguntó. “No libre de la experiencia, sino libre para experimentar. La libertad llega cuando la mente experimenta sin la tradición”.
En su última plática a los niños, habló de la religión. “La religión llega cuando la mente ha comprendido su propio funcionamiento, cuando la mente está tranquila, muy quieta la quietud no es la paz de la muerte; esta quietud es muy activa, muy alerta, vigilante. Para descubrir qué es Dios, qué es la Verdad, uno tiene que comprender el dolor y la lucha de la existencia humana. Para ir más allá de la mente, tiene que haber una cesación del sí mismo, del “yo”. Sólo entonces surge aquello que todos adoramos y buscamos”.
En Varanasi le preguntaron a Krishnaji qué haría para crear una escuela que reflejara sus enseñanzas. Contestó: “Ante todo tiene que haber una atmósfera de inmensidad. Tengo que sentir que estoy entrando en un templo. Tiene que haber belleza, espacio, quietud, dignidad. Tiene que haber un sentido de totalidad en el estudiante y en el maestro; un estado de floración, de florecimiento, un sentimiento extraordinario de lo sagrado. Tiene que haber veracidad, ausencia de miedo. El niño tiene que estar en contacto directo con la tierra, tiene que existir en él una cualidad de ‘lo otro’“.
“¿Cómo crea uno esto de manera concreta?”
“Yo investigaría el sistema de enseñanza, la cualidad de la atención”, respondió Krishnaji “Vería cómo se puede enseñar al niño para que aprenda sin que la memoria sea predominante. Le hablaría de la atención y no de la concentración. Averiguaría el modo en que el niño duerme, cuál es su alimentación, cuáles son sus juegos, los muebles que tiene en su habitación; vería que el niño estuviera atento a los árboles, a los pájaros, a los espacios que hay alrededor de él. Me encargaría de que creciera en una atmósfera de atención”.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.
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